Читать книгу Córreme que te alcanzo - Marina Elizabeth Volpi - Страница 14
Оглавление¡ Corré, no mires hacia atrás!
Quedé asustada por un buen rato. Mis manos estaban quemadas y tardaron en curar. Pero era demasiado inquieta y estar sin hacer nada me aburría muchísimo, por lo que caminar o correr eran mis actividades favoritas, aunque si de entretenerme se trataba había varias cosas que podía hacer y una de ellas era tirarle al pasar dos o tres piedras a un perro, que siempre me asustaba con sus ladridos. Las rejas altas y la seguridad del cerrojo me hacían invencible a la hora de castigar su lomo. Seguramente pensarás qué me había hecho el pobre animal y te respondería que nada, pero era divertido, cuando uno es chico, no mide las consecuencias de sus acciones y sin saberlo me estaba metiendo en otro problema.
Un día como cualquier otro, como a las dos de la tarde, yo había logrado escapar de la siesta y estaba buscando algo para hacer… ¡y me acordé del perro!
Corrí unas cuadras y cuando me detuve fue para buscar dos o tres piedras bien contundentes para sacudírselas; la diversión consistía en hacerlo enojar y luego marcharme muerta de risa, pero ese día el destino me tenía preparada una enorme sorpresa.
Llegué a la reja y empecé a silbar; cuando vi aparecer el perro comencé a gritar para que se acercara. Él era un cachorro de dóberman, una raza que suele ser dulce y pacífica, hasta que invadís su territorio y se transforman en el demonio de Tasmania. Los gritos llamaron la atención de Teo (ese era su nombre) y cuando lo vi asomarse, me ensañé. El primer impacto lo hizo retroceder y cuando levanté la mano para arrojar la siguiente piedra noté con espanto que…¡¡¡la reja estaba abierta!!! Traté de llegar a cerrarla antes de que el perro se dé cuenta, pero era tarde, medio cuerpo de Teo estaba en dirección a la calle y eso ponía al alcance de su ira a esa mocosa que lo maltrataba; o sea, yo. A mí me tomó una fracción de segundo girar en U y largarme a correr, pero yo daba cuatro pasos y Teo me seguía con apenas una zancada. Corrimos como media cuadra hasta que sentí que se colgaba de mi espalda y el dolor se hizo lacerante. Cuando giré la vista, vi a Teo agarrado de mi cola y su boca llena de sangre, lo que me hizo frenar y caer. Los vecinos salieron a ver qué pasaba y, cuando vieron semejante escenario, querían linchar al perro. Su dueño gritaba que la culpa la tenía la borrega y yo solo quería levantarme, pero no podía porque el perro (que se había vengado finalmente), me había arrancado medio traste y me estaba desangrando. Está de más decir que nunca más volví a tirarle nada a un animal. ¿Qué fue de Teo? Ni idea, no volví a pasar por esa casa...