Читать книгу Córreme que te alcanzo - Marina Elizabeth Volpi - Страница 18

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Pelazo

Todas miraban a Inés con amor, casi con devoción. Yo tenía solo siete años, pero estaba convencida de que mi primer enamoramiento estaba encarnado en su figura. Ella tenía un rostro ovalado y dulce, con ojos rasgados y cuando sonreía el día era más lindo. Pero lo que más destacaba era su pelazo, un pelo lacio, divino, que caía como cascada sobre su espalda.

Las monjas no permitían que tuviéramos el pelo largo por obvias razones; los piojos eran una plaga, que se llevaba melenas de todo tipo bajo las tijeras expertas de Sor Rosario.

Pero Inesita no corría riesgo, porque su sangre repelía todo tipo de parásitos, así que nunca iba a saber lo que era la picazón áspera que te llega a las tres de la madrugada y te hace rascarte a dos manos, no, ella estaba a salvo. Pero se volvió vanidosa con su extensa cabellera en un mundo de calvas; se cepillaba el pelo durante dos horas antes de dormirse, se hacía trenzas eternas y las mostraba con orgullo, usaba un champú especial (porque no le daban el detergente que usábamos todas las demás) y poco a poco la empezaron a mirar mal, pasando del amor al odio acérrimo. En lo que respecta a mí, yo estaba enamoradísima detrás de su cabello y su gracia. Hasta que un día Inesita se dio media vuelta, me miró como si fuera la primera vez que me notaba y exclamó:

—¿Podés dejarme en paz? Yo no quiero jugar con vos o con las otras mugrientas. —Y se marchó riendo con un grupito de bobas que eran sus “amigas”.

Me quedé parada en el pasillo comiéndome la rabia y luego cuando lo hablé con mi amiga Lucila, ella me dijo que le quedaba poca vida a la hermosa cabellera de Inés. Muy preocupada le pregunté:

—¿Le van a cortar el pelo? —Lucila me miró y largó una carcajada.

—Ja, ja, ja, nena, ¿sos retonta vos, no? Si nos agarran las monjas nos castigan de por vida, ella sola va a rogar que le corten el pelo. —Y así comenzó la operación “doná un piojo”. Cada una de las chicas dio un piojo o dos si tenían, para juntar en un frasquito y cuando la cantidad ameritaba la causa, se lo tiraron encima mientras dormía. A la mañana siguiente Inesita fue al colegio como todos los días, con una cantidad abismal de piojos sobre su cabeza. Que las monjas se dieran cuenta era cuestión de tiempo, porque sobre su frente caminaban como cuatro piojos y era imposible no notarlo. Para las doce del mediodía estaba siendo sentenciada y su cabellera caía al piso, para no volver. La vi pasar re triste y descubrí que mi afecto era solo por su hermoso pelo, ya no sentía nada, ni ganas de hablarle tenía... Qué raro es el amor...

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