Читать книгу Córreme que te alcanzo - Marina Elizabeth Volpi - Страница 17

Оглавление

Lucila Casitemiro

La primera semana intenté desesperadamente hacer amigas y la verdad estaba difícil, se hacían rogar demasiado las pulguientas a las que trataba de acercarme. Nos mandaban en camioneta a la escuela y allí lo pasaba bien con mis compañeras, pero apenas tocaba el timbre las veía alejarse por la ventana del vehículo de Acción Social. Igual la vida era bastante tranquila, la comida era pasable y la cama que me tocó era mullidita. Lo único que me inquietaba bastante, era que había escuchado que a “las nuevas”, les daban una paliza de bienvenida y estaba tratando de evitar ese amargo momento a toda costa, así que me quedaba lo más cerca que podía de las señoras que nos cuidaban y comencé a hacer correr el rumor de que sabía karate. Obvio que a los seis años nadie sabe karate o por lo menos no para defenderse de todas las que querían golpearme, pero eso infundió cierto temor y me salvé bastante tiempo.

La que encabezaba la idea de explicarme cómo eran las cosas en ese lugar era una niña llamada Lucila. Ella venía del norte y era alta, morena y con cara de desconfiada. Sus ojitos chinitos habían visto demasiado, y aunque se moría por un abrazo y un te quiero como todas las que estábamos allí, se hacía la fuerte.

Con sus planes en marcha, me engañaron para llevarme al patio cubierto diciéndome que íbamos a jugar y a compartir una especie de merienda, por lo que hacia allí fui toda contenta. Apenas crucé el patio cubierto, la puerta gigante se cerró y frente a mí había un grupito de niñas con cara de “te vamos a matar”. Al frente de todas estaba Lucila, quien se acercó y se presentó:

—Soy Lucila Casimiro. —Y yo, que siempre me metía en líos por mi bocota, le respondí:

—Casitemiro dirás, ja, ja, ja. —Obvio que se lo decía porque no me parecía linda y así ella lo tomó, por lo que el primer golpe no tardó en llegar. Antes de doblarme en dos escuché que otra decía:

—¡Sabe karate! —Y yo, que no sabía ni matar una mosca, intenté tirar algunas patadas a lo loco. Pero enseguida me di cuenta de que la estrategia solo las enojaba más, así que pasé a la fase dos e hice el muertito que siempre resulta eficaz. Al ver que no me movía Lucila se sobresaltó y les gritó que solo tenían que asustarme, no matarme. Las chicas salieron corriendo y ella me levantó la cabeza, diciéndome con mucha dulzura:

—Disculpame, ya se fueron, si no te pegaba yo, te pegaba otra, así que ahora ya estás a salvo. —Nos limpiamos la ropa y un poco de sangre que me salía del labio y a partir de ese momento fuimos las mejores amigas.

Córreme que te alcanzo

Подняться наверх