Читать книгу Córreme que te alcanzo - Marina Elizabeth Volpi - Страница 15

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Rasguña las piedras

Mi prima Aby era sin duda una piba noble, buena y bastante rebelde a sus 14 años. Estábamos en 1979 y la fiebre hippie se hacía sentir. Aby era mi heroína, quería seguirla y ser como ella cuando fuera grande. Lo que ella más amaba era tocar la guitarra a toda hora. Las tardes se pasaban lentas al son de los acordes del “Oso” y de “Era en abril”, pero la canción que me impactaba era “Rasguña las piedras”, cuando ella la interpretaba, su voz se volvía llanto y flotaba por la habitación. El consuelo de mi corta existencia en esa familia era su música. Esas sesiones de canto improvisado marcaron nuestra amistad a fuego y, aunque la vida nos llevaría por distintos caminos en el futuro, siempre tendríamos el rasgar de su guitarra como refugio.

Cuando las melodías cesaban, la realidad se hacía sentir. Yo seguía recibiendo golpes del monstruo, quien a decir verdad si no tomaba vino era bueno, pero apenas tenía más de cuatro vasos encima, se volvía una fiera y nada podía frenar su violencia una vez desatada. Preguntarse por qué Marta permitía que esto pasara o por qué todos los cachetazos volaban en mi dirección, era bastante llamativo, pero yo ya no tenía ganas de seguir averiguando el motivo. Debía huir de esa casa, así que luego de varias noches de dormir en cuanta calle o plaza pudiera y de pasar de comisaría en comisaría, entendí que nada podía hacer; siempre me llevaban al hogar de esa gente y los gritos y los golpes venían en forma coordinada y rutinaria. Hasta que en uno de mis largos paseos conocí a una familia divina de apellido Nebile. Ellos me encontraron durmiendo tirada en su garaje como si fuera un perrito, y en lugar de llamar a la policia, me dieron comida, llamaron a mis tutores y les solicitaron adoptarme, pero la negativa fue tan estrepitosa que tuvieron que ceder y dejarme ir.

Los Nebile denunciaron los maltratos y por fin una jueza me escuchó y me retiró de ese hogar, aunque el alivio fue momentáneo, porque lo que yo no sabía era que iba a tener que dormir con los ojos abiertos de allí en más y sentiría que salí de la sartén, para tirarme al fuego.

Córreme que te alcanzo

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