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1999 Aquellas preguntas, mutantes, antes de dormir

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¿Por qué lo hizo? ¿Por qué me eligió a mí? ¿Dónde estaba mi mamá cuando eso pasó? ¿Dónde estaban todos cuando eso pasó? ¿Por qué me sentía incapaz de contárselo a alguien? ¿Por qué tenía erecciones cuando recordaba aquello que pasó? ¿Por qué tenía pesadillas con eso que pasó? ¿Cuándo me iban a empezar a gustar las mujeres? ¿Por qué cuando sentía olor a vino o cerveza, una angustia se despertaba en mi interior y me golpeaba las paredes de la garganta y anudaba todo a su paso? ¿Por qué Mirtha apareció, al día siguiente de lo que me hizo, en casa con la cara desfigurada por golpes, y mi tío, por la noche, lloraba gritando que era una puta de mierda que se había hecho un aborto? ¿Qué mierda era un aborto? ¿Por qué todos hablaban de Mirtha como si fuese una asesina que había roto los sueños de mi tío? ¿Por qué Mirtha había desaparecido para siempre de nuestras vidas sin decirme aunque sea “chau, pendejito, chau”?

Diariamente una de estas preguntas aparecía en mi cabeza y me carcomía la atención. Pero no encontraba respuestas, y las preguntas mutaban en otras preguntas que me carcomían más, cuyos recuerdos estaban salpicados de miseria, asco y culpa.

Nunca sabré su verdadero motivo, jamás voy a saber por qué me tocó. No recuerdo su apellido, quizás jamás se lo pregunté. Mamá estaba en la casa de mi abuela. Habían dejado a Mirtha durmiendo en mi habitación, pero ella insistió en colarse en el cuarto de mamá para dormir conmigo, para romperme por dentro y llenarme de mierda.

Sentía vergüenza por pensar o querer expresar lo que me había pasado, había un miedo invisible mientras me sumergía cada vez más en un imaginario paranoico, contárselo a mi mamá resultaba catastrófico. Entonces, sólo me quedaba en silencio, haciéndome preguntas sin respuestas. Analizando toda esa situación de aquella noche, separando cada momento y tratando de entender por qué lo había hecho, por qué me lo había hecho. Eso es un abuso, una ruptura en el pensamiento de alguien que todavía no ha crecido y no puede procesar todo lo que le pasa. Terminar con su inocencia, llevarlo a un terreno desconocido y no apto, tirarlo ahí y abandonarlo.

Las erecciones eran puramente producto del estímulo que recibí y la presión que me auto-ejercía para no gustar nunca más de un chico. Al fin y al cabo, no me quería quemar en el infierno.

Las pesadillas eran el resultado de una gran masa oscura que mi mente trataba de procesar y olvidar.

Las mujeres me empezaron a gustar, pero la mayoría tenían más de treinta años y eran las amigas de mi mamá. A las que les hacía bailes de stripper mientras ellas aplaudían y las hacía reír. No me gustaban las mujeres, las amaba.

El olor a vino y cerveza me angustiaba porque me recordaban a las dos personas que quería ver muertas y destrozadas: Mi papá y Mirtha. En el mismo ataúd si fuese posible, cortados en pedazos.

Mirtha estaba embarazada del tío Julio pero decidió hacerse un aborto con una vecina que los hacía en la otra punta del barrio. A mi mamá le dijo, llorando, que no estaba preparada para ser madre.

Un aborto, según me explicó mi mamá cuando Mirtha se había ido de casa con la cara rota por los golpes de mi tío cuando se enteró, era «una operación para sacarte un “casi-bebé” que tenías por hacer el amor sin cuidarte, y porque a veces las cosas no funcionan y es mejor matar a la semillita antes de que se convierta en un bebé y llegue al mundo para sufrir». Como me había pasado a mí, pensé. Quizás yo hubiese querido un aborto para mi vida. Le pregunté a mi mamá si ella me hubiera abortado antes de verme sufrir. Sus ojos se inundaron de un brillo lacrimoso y me abrazó fuerte. Me dijo que me amaba y sentí la necesidad de contarle lo que Mirtha me había hecho. Pero las palabras se quedaban atoradas en mi cabeza y no descendían por mi garganta. Sentí que en ese momento era mejor cederle el espacio al “casi-bebito” que esa perra inmunda había elegido sacar de su cuerpo. Abracé fuerte a mamá, pensé en un bebé cortado en pequeñas partes. Mis arcadas empezaron a invadirme la mente.

Mamá me preguntó si me sentía bien y le dije que sí. Que estaba impresionado. Esa tarde aprendí que había mujeres que pagaban para sacarse bebés y otros reciben dinero por hacerlo.

Cuando, acostado, me tapaba hasta la cabeza y quería dormir, comenzaban las preguntas de siempre, y algunas nuevas: ¿Por qué me hizo esto a mí y además asesinó a su bebé? ¿Por qué? ¿Tiene algo con los niños? Los odia. Ella me odiaba.

Parálisis onírica

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