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A los nueve años entré a trabajar en la bicicletería de don Eugenio Roth. Mamá se quedó tranquila porque don Roth es buen hombre y a ella le daba confianza. Pero asimismo a cada rato iba a ver cómo estaba, a preguntar si me portaba bien y a retarme por si acaso. Yo al principio inflaba las gomas, cebaba mate, cambiaba gomines y engrasaba las cadenas; con el tiempo aprendí a pegar parches, arreglar frenos, reemplazar rayos y reparar platos y piñones. Más adelante, a los once, cambié de rubro y empecé con las abejas: me hice apicultor. Había que trabajar en verano a la siesta, con un sol que partía la tierra, porque eso atonta a las abejas y no pican tanto cuando uno las anda jodiendo. A mí me gustaba. Al principio me la pasaba comiendo miel y vivía con dolor de panza porque la comía directo del panal, que es lo más rico que puede haber en el mundo, pero la cera que tragaba junto con la miel era lo que me hacía mal. Don Julián me lo hacía saber, pero a mí no me importaba porque la miel me gustaba tanto que no podía parar, y cuando él no me veía yo agarraba los panales y me los zampaba. Hasta que un día me hinché como sapo y me tuvieron que llevar a la sala, me pusieron suero y me dejaron una noche entera internado. Desde ese día no volví a probar la miel. La veo y salgo disparando.

Ahora soy electricista. Todavía estoy bajo patrón, pero ya manejo todo prácticamente solo. Don Iriarte, aunque no me paga gran cosa, se porta bien conmigo, pero a mí me gusta decir que soy electricista y no ayudante ni mucho menos peón, como decía cuando empecé. Él sabe bien por qué lo hago. No es por dármelas de agrandado ni nada, lo que pasa que a la gente le gusta escuchar que uno es oficial electricista y no ayudante, aunque como ayudante uno sepa más que el jefe. Pero el título es lo que manda. Yo lo sé porque lo he vivido. Así que para evitar problemas no pierdo oportunidad de decir “soy oficial electricista” y se acabó. Aunque aun así hay gente que no cambia. Yo los dejo nomás, total después a la hora de cobrarles sé bien lo que tengo que hacer. Ojo yo nunca estafo, porque no me gusta andar siendo como ellos; pero eso sí: nada de favores ni de fiados: cotización alta y a cara de perro.

Baltasar contra el olvido

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