Читать книгу Baltasar contra el olvido - Mauricio Koch - Страница 17

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Ahora que soy más grande me doy cuenta de que el pueblo no es gran cosa, unas pocas calles que se atraviesan en un santiamén, como decía la Renata, mi mamá. Pero en aquel entonces no me aburría nunca. Con el Leo no preguntábamos, íbamos nomás. Y nos gustaba porque siempre había algo para mirar y lugares secretos donde meterse. Mamá también siempre estaba yendo a algún lado, por demás apurada y nunca quieta. Tenía hormigas. Nos decía a nosotros, pero la que tenía hormigas era ella. Aunque en quince minutos podíamos cruzar el pueblo de una punta a la otra, arrancábamos nuestras caminatas bien temprano a la mañana para ir a la escuela y después mamá nos iba a buscar y caminábamos toda la tarde hasta que ya estaba oscuro, la plaza como boca de lobo teníamos que atravesar para llegar a casa, donde la abuela nos esperaba con la cena y siempre antes había que tomarse la sopa de verduras porque si no no había comida, y después nos íbamos a la cama donde con el Leo dormíamos juntos, enredados, yo en la cabecera porque para eso soy el más grande y el Leo en los pies, peleando eso sí por quién se quedaba con el lado de la pared, que era más frío pero no te caías. A veces hacíamos apuestas por el lugar en la cama, y al que perdía le tocaba el que daba al vacío, que era peor porque había que concentrarse para no caerse y te dormías duro como estatua y al otro día dolía todo el esqueleto.

Baltasar contra el olvido

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