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V. Parábolas relativas a la preparación
ОглавлениеEn su Sermón Profético, Jesús no estaba preocupado en proporcionar detalles de los acontecimientos relacionados con la tribulación final. Su principal propósito en la mayor parte de Mateo 24 consistió en advertirnos, de modo que no fuéramos engañados por falsos cristos, falsos profetas y falsas señales. (Véase las páginas 20 a 22.) Hacia fines del capítulo 24 y en el capítulo 25, pone énfasis en el hecho de que debemos estar preparados para su Segunda Venida no importa cuándo ocurra.
Los cristianos debemos saber cuándo está “cerca” la venida de Jesús (Mat. 24:33). Pero el Señor no estableció ni “el día” ni “la hora” de su regreso; por el contrario, declaró que su aparición sería una sorpresa incluso para sus más ardientes seguidores.
“Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor” (Mat. 24:42).
“También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre” (Mat. 24:44).
En los días de Noé, la gente se dedicaba inconscientemente a la rutina diaria. “Comían, bebían”, dijo Jesús, “tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos” (Mat. 24:38, 39).
El comer y el casarse no son pecados en sí mismos, pero dedicarse solo esas cosas no era lo suficientemente bueno en los días de Noé, ni tampoco lo es en los nuestros. También tenemos que estar “preparados” porque, como el diluvio de Noé, “así será la venida del Hijo del hombre” (vers. 37). La gente seguirá abocada a sus tareas diarias comunes; trabajará “en el campo” o “moliendo en el molino”; pero una será “llevada” y la otra “dejada” (vers. 40, 41).
Noé y sus tres hijos tenían esposas, de manera que sabemos que estaban casados. Almacenaron alimentos en el arca, de modo que sabemos que les gustaba comer. La construcción del arca era su trabajo de todos los días. Mientras cumplían su rutina diaria, vivían como los demás. Pero además estaban “preparados”. Fueron “llevados” a la seguridad, mientras que el resto de la gente que vivía en ese tiempo fue “dejada” para ser destruida.
No es pecado tener una familia, disponer de un trabajo, tomar vacaciones o pagar impuestos. Pero mientras llevamos a cabo todas estas tareas básicas, debemos estar permanentemente listos para el cielo.
A fin de ayudarnos a estar preparados para su segunda venida, el Maestro narrador de historias nos contó cuatro famosas parábolas. La primera tenía que ver con dos mayordomos. Uno de ellos era “fiel y prudente”; el otro era, sencillamente, “malo”. El mayordomo fiel era justo y honesto, y se aseguró de que los obreros a su cargo recibieran su paga regularmente. El mayordomo malo pensó que en vista de que su patrón se había demorado tanto, probablemente demoraría todavía mucho más. Se dedicó a francachelas con sus compinches, y maltrató a sus colaboradores. Jesús advirtió que cuando el patrón regresara, recompensaría al mayordomo fiel promoviéndolo a la gerencia, pero que castigaría al malo ubicándolo entre los “hipócritas”, en un lugar donde habrá “llanto y el rechinar de dientes” (Mat. 24:45-51).
En otras palabras, la preparación para la venida de Cristo implica fidelidad en el desempeño de los deberes diarios. Un mayordomo llevó a cabo su tarea con responsabilidad. El otro perdió el tiempo y el dinero, y finalmente se sintió frustrado con la misma gente con la que tenía que trabajar.
¿Por qué quedó el segundo mayordomo fuera del Reino de Dios? Evidentemente, porque el Señor se interesa demasiado por nuestra eterna felicidad como para dejar que la estropeen unos cuantos déspotas vividores. Esto significa también, probablemente, que no quiere poblar el cielo con padres pendencieros ni con cónyuges testarudos, que pierden horas interminables mirando televisión, y que después se insultan a rabiar porque el trabajo pendiente no está hecho. Parte de nuestra preparación para la eternidad consiste en aprender, por la gracia de Dios, a administrar nuestro tiempo sabiamente y a ser amables con la gente.
Las jóvenes que se durmieron. La segunda parábola de Cristo acerca de la preparación gira en torno de una boda. En una típica boda de los tiempos bíblicos, el novio viajaba, probablemente en una carreta tirada por bueyes, hacia la casa de la novia para cumplir con el primer paso del casamiento; entonces la llevaba a su casa, para la fiesta de bodas. Jóvenes solteras, generalmente adolescentes, esperaban cerca de la casa de la novia para dar la bienvenida al novio y compartir la alegría del momento. Cuando las ceremonias se llevaban a cabo de noche, las niñas llevaban lámparas alimentadas con aceite de oliva.
He observado que en Medio Oriente se practica hasta el día de hoy una costumbre semejante. Las lámparas que se usan hoy son modernas; pero tengo una lámpara que procede de los tiempos bíblicos. Descubrí que una carga de aceite dura seis horas, y que la llama no se apaga cuando se camina con ella.
En la historia de Cristo, diez damitas jóvenes se reunieron junto a la casa de la novia cierta noche, para esperar al novio. Calculando que todo sucedería normalmente, las cinco “necias” no se molestaron en llevar un frasco extra de aceite. Las cinco “prudentes”, por el contrario, reconocieron francamente que su amigo el novio bien podría no llegar a tiempo. Sabían que, por tradición, se esperaba que ayudaran a iluminar la fiesta tanto dentro como fuera de la casa. Por eso las “prudentes” llevaron aceite extra.
El novio se demoró; y mientras las diez jovencitas cabecearon, sus luces casi se apagaron. Cuando se despertaron a medianoche al oír el ruido del carro tirado por bueyes que venía acercándose, las prudentes en seguida pusieron más combustible en sus lámparas. Las necias, en cambio, pidieron a sus amigas que se lo proporcionaran. Pero incluso las prudentes tenían solo aceite suficiente para que sus lámparas iluminaran durante la procesión y la fiesta. Mientras las necias iban a la ciudad a despertar a los comerciantes, el novio llegó. “Las que estaban preparadas” entraron con él para la fiesta, “y se cerró la puerta”. “Velad, pues”, terminó diciendo Jesús, “porque no sabéis ni el día ni la hora” (Mat. 25:1-13).
El tema de este relato es que, a fin de estar listos para la Segunda Venida, debemos estarlo individualmente. No basta que nuestro esposo, esposa o madre estén listos. No basta tampoco pertenecer meramente a una iglesia, aunque en ella se hable mucho acerca de la Segunda Venida. Todas las jóvenes que se durmieron creían que el novio estaba por venir, y todas en cierto modo se prepararon. Pero las únicas que realmente estuvieron listas fueron aquellas cuya preparación individual era adecuada.
Podemos suponer que los niños pequeños llegarán al Reino de los cielos como resultado de la fe de sus padres. Al referirse a los hijos de sus seguidores, Jesús dijo: “Dejad a los niños y no les impidáis que vengan a mí, porque de los que son como estos es el Reino de los cielos” (Mat. 19:14). Pero a medida que nuestros hijos crecen, necesitamos asegurarnos de que se desarrollen en Cristo y que desenvuelvan su propia espiritualidad. Tan pronto como sea posible, deben aprender a leer las Escrituras y a orar solos, como también en el culto familiar. Cuando llegue el momento en que se tengan que valer por si mismos, tendrán “aceite extra” para sus lámparas.
La parábola de los talentos. La tercera historia introdujo un nuevo término en el idioma castellano. Hoy, talento es la habilidad que se tiene para hacer algo especial. En los tiempos bíblicos, un talento era un peso de unos 34 kilos; más tarde llegó a representar el valor de ese peso en plata, bronce u oro. En los días de Cristo era una enorme suma, equivalente, tal vez, al salario de un trabajador ordinario por el espacio de quince años.
En esta tercera parábola relativa a la preparación, “un hombre [...] al irse de viaje”, confió cinco talentos a uno de sus servidores, dos a otro y uno al tercero. Y se fue. En su ausencia, el que tenía cinco talentos aprovechó esa enorme riqueza para duplicarla. El que tenía dos talentos hizo lo mismo. Pero el que recibió un solo talento se puso a refunfuñar por lo injusto que había sido su patrón, al darle a él tanto menos que a los otros. Se imaginó que todo lo que pudiera ganar con ese dinero no sería apreciado por el dueño, y en un arranque de mal genio y conmiseración propia cavó un pozo y sepultó el talento en él, para guardarlo.
Cuando el patrón regresó “al cabo de mucho tiempo”, los dos primeros servidores presentaron sus informes alegremente y fueron calurosamente felicitados. “¡Bien, siervo bueno y fiel!”, dijo el patrón a cada uno; “has sido fiel en lo poco, te pondré al frente de lo mucho; entra en el gozo de tu señor”.
El tercer servidor, en cambio, le devolvió de mala manera el único talento al patrón, y en consecuencia se vio descrito como “siervo malo y perezoso”. Tal como el mayordomo malo de la primera historia, también fue enviado a un lugar donde “será el llanto y el rechinar de dientes (Mat. 25:14-30).
El tema de esta historia es similar al de la primera: mientras esperamos a que el Señor vuelva del cielo, ¡seamos fieles en la Tierra! No nos limitemos a soñar con el más allá; hagamos bien la tarea que tenemos ahora entre manos.
Pero esta tercera parábola tiene, además, un significado propio característico. El patrón dio a cada servidor su responsabilidad. Hay una promesa implícita aquí, en el sentido de que podemos duplicar lo que Dios nos da inicialmente. Hay una indicación positiva también de que no es tan importante qué talento poseamos, sino lo que hagamos con él. El servidor fiel que tenía dos talentos recibió la misma recompensa que el hombre fiel con cinco.
El Reino de los cielos no será poblado con haraganes rezongones que no dan a sus patrones un grano más de esfuerzo que el que corresponde a su paga. En forma pintoresca, Pablo nos exhorta a trabajar “no porque os vean, como quien busca agradar a los hombres; sino con sencillez de corazón, temiendo al Señor. Todo cuanto hagáis”, prosigue diciendo, “hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, conscientes de que el Señor os dará la herencia en recompensa. El Amo a quien servís es Cristo” (Col. 3:22-24).
Nuestro trabajo de todos los días puede ser arreglar autcs, imprimir libros, levantar casas o preparar comidas, pero la forma en que lo hacemos nos hace a nosotros. Hay más carácter que ladrillos en una casa bien construida. Hay más cristianismo que harina en una fragante hogaza de pan, horneada con dedicación, pensando en la salud de la familia.
Si queremos que nuestros hijos estén preparados para la venida del Señor, vamos a animarlos a contraer hábitos de trabajo. Por etapas apropiadas a sus edades, vamos a enseñarles a guardar sus juguetes, tender sus camas, ayudar a lavar los platos, cortar el césped y pintar la casa. Probablemente, van a ser lentos al principio, y terriblemente torpes, además; pero se les puede enseñar a trabajar “de corazón, como para el Señor”. Al poner las sábanas en su sitio cada mañana, estarán haciendo algo más que camas. Al preparar las comidas y tenerlas a tiempo, estarán preparando algo más que alimento.
La diferencia no está en la cantidad de talentos que se posea, puesto que el hombre que recibió un talento habría recibido la misma recompensa que el que tenía dos o el que tenía cinco talentos, si hubiera duplicado lo que recibió. No hay duda de que esto es así; y cada uno de nosotros tiene, por lo menos, un talento. La persona que está en una silla de ruedas cree que nosotros tenemos un talento: ¡podemos caminar! Los ciegos creen que los que vemos tenemos un talento. La salud, el tiempo, la influencia, la facilidad de expresión, hasta una cuenta bancaria positiva, son talentos, en cierto sentido. Dios quiere que los usemos fielmente para él, con el fin de servir a los demás. Leí una vez de un cristiano completamente paralítico que descubrió que su único talento consistía en orar. Y por supuesto, oró; por las misiones extranjeras. Cuando la noticia de este hecho se difundió, muchos miles de dólares llegaron a las diversas sociedades misioneras en su nombre. Si usted puede leer este libro, dispone de muchos más talentos que él.
Todo lo que tenemos podemos usarlo fielmente para Cristo y para el bien de los demás. Al hacerlo, nos estaremos preparando, por su gracia, para su Venida.
La separación de las ovejas de los cabritos. La cuarta parábola de Cristo acerca de la preparación tal vez sea la más conocida. En esta, el Hijo del hombre llega en su gloria rodeado de todos sus ángeles. Sentado en su Trono, reúne a toda la humanidad frente a él, y la separa tal como los aldeanos del Medio Oriente siguen separando actualmente las ovejas de los cabritos. En el relato, a las ovejas les toca el lado derecho y a los cabritos, el izquierdo.
“Entonces dirá el Rey a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme’ ” (Mat. 25:34-36).
Los justos se asombrarán ante su encomio, y le preguntarán cuándo pudieron haberle prodigado esas bondades. Y el Rey les contestará así: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (vers. 40).
A continuación, como todos lo sabemos muy bien, el Rey se dirige a los “cabritos” y les ordena que se vayan, porque cuando lo vieron padeciendo necesidad, y hambre y prisión, no lo ayudaron (vers. 45).
La moraleja evidente de este relato final es que nuestra admisión en el Reino de los cielos depende de la clase de vecinos que vayamos a ser allá. Y la prueba de ello es la siguiente: ¿Qué clase de vecinos hemos sido aquí?
“Si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso” (1 Juan 4:20). Este versículo se grabó indeleblemente en mi memoria cuando era niño. Mis dos hermanos y yo a menudo nos dedicábamos a lo que se denomina diplomáticamente “rivalidad fraternal”. Mamá probaba de todo lo que sabía para detenernos. Nos estábamos portando bastante mal cierto día cuando, por centésima vez, probó de nuevo. Una ventanita en el muro de la pieza daba hacia el este. Mamá nos preguntó: “¿Cómo se sentirían, muchachos, si en medio de una pelea miraran hacia el cielo y vieran que se acerca una nube, con Jesús sobre ella?” Logró llamar nuestra atención. Y entonces citó 1 Juan 4:20: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve”.
Hace mucho tiempo que mamá falleció; pero todos nosotros, con más edad ahora que la que ella tenía entonces, recordamos ese momento vívidamente.
Tenía razón, ¿no es cierto? Y las Escrituras también tienen razón. No podemos amar a Dios a menos que amemos a la gente. Incluso las donaciones que damos en la iglesia no llegan por medio de un cohete hasta el Trono de Dios; se las usa para beneficiar a la gente aquí, en la Tierra. Manifestamos nuestro amor a Dios si tratamos bien a sus hijos, no importa de qué raza, situación económica o relativa bondad o maldad sean.
Las cuatro parábolas de Cristo relativas a nuestra preparación nos enseñan que a fin de estar listos para el Reino de los cielos, debemos ser fieles aquí, en la Tierra. Debemos usar nuestros talentos, sean pocos o muchos, al máximo de nuestras posibilidades, para servir a los demás. Debemos tratar a toda clase de gente como si se tratara de Cristo mismo. Y debemos caminar individualmente con Dios.
Serán especialmente felices las familias que en conjunto se preparen de este modo.