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Prefacio Dios se interesa por nosotros

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“El Espíritu y la novia dicen: ‘Ven’.

“Y el que oiga, diga: ‘Ven’.

“Y el que tenga sed [...] reciba gratuitamente agua de vida”.

¿Podríamos desear una invitación más generosa? Estas cordiales palabras que encontramos en los párrafos finales del Apocalipsis nos revelan de nuevo el profundo deseo de Dios de beneficiarnos y de conseguir nuestra amistad personal.

El Apocalipsis desarrolla el tema del cuidado y la protección de Dios. Habrá pruebas y tribulaciones para los cristianos de los últimos días de este mundo. Pero, tal como las olas de la marea creciente, el Apocalipsis nos proporciona la repetida seguridad del interés de Dios por nuestras necesidades y de sus planes con respecto a nuestro futuro. Jesús camina amorosamente entre los candeleros que representan su imperfecta iglesia. Promete alimentarnos con su “maná escondido”. Se compromete a cuidarnos durante la hora final de prueba de la Tierra. Emprende la tarea de “sellarnos”, de ubicarnos en tronos y de darnos el agua de la vida. “El Espíritu y la novia dicen: ‘Ven’ ”.

El Apocalipsis es un libro abierto; no figura en las Escrituras como cerrado. No significa, sin embargo, que todo el Apocalipsis resulte comprensible de inmediato. El resto de las Escrituras tampoco está cerrado, pero contiene muchos pasajes que solamente se pueden entender después de un laborioso análisis. Incluso algunos pasajes aparentemente simples parecen liberar nuevos y brillantes tesoros que yacían por debajo de la superficie, cada vez que los examinamos de nuevo.

Una de las claves para entender el Apocalipsis es el libro de Daniel. Ya hemos estudiado el libro de Daniel en el primer tomo de esta obra, titulado: Daniel: el misterio del futuro revelado. Por ello, a lo largo de este segundo tomo haremos referencia al tomo 1 en diferentes momentos, para complementer nuestro estudio de Apocalipsis con lo ya visto en Daniel. Ambos nos presentan panoramas proféticos paralelos que culminan con el fin del mundo. Ambos se refieren a animales simbólicos, a los 1.260 días-años, a varias lamentables predicciones acerca de victoria y alegría. Ambos libros tienen que ver con el Juicio, el Santuario y la lealtad a las leyes de Dios. Ambos prometen la llegada culminante del Hijo del hombre en las nubes del cielo. Ambos nos inspiran a resistir a presiones odiosas y a desarrollar caracteres firmes. Ambos nos presentan a Dios como sumamente activo por ayudarnos en momentos de dificultad.

Muchos comentaristas se dan cuenta de que Jesús también nos dio un “apocalipsis, una especie de miniatura o condensación del Apocalipsis. Es su Sermón Profético, dirigido a cuatro de sus discípulos el martes de tarde previo a su crucifixión.

En este discurso, uno de sus símbolos más salientes es la “abominación de la desolación”. El Señor también despliega ante nosotros un panorama profético, que se extiende desde sus propios días hasta el fin del tiempo. Jesús –como en el Apocalipsis– se refiere a la apostasía y la persecución, seguidas de la gloriosa aparición del Hijo del hombre en las nubes. También insta a sus seguidores a resistir las presiones del mal y a desarrollar caracteres firmes.

El Sermón Profético resulta sumamente beneficioso cuando se lo estudia aisladamente. Pero es mucho más beneficioso cuando se lo estudia como introducción al Apocalipsis.

“Las cosas secretas pertenecen a Yahvéh nuestro Dios; pero las cosas reveladas nos atañen a nosotros y a nuestros hijos para siempre” (Deut. 29:28).

Los símbolos intrigantes –que se podrían asimilar a caricaturas– que aparecen con tanta profusión en el Apocalipsis, atraen muchísimo a los niños, despiertan su curiosidad, y brindan oportunidades a los padres para explicarlos.

Algunos aspectos del Sermón Profético y del Apocalipsis están especialmente adaptados para los jóvenes. La famosa parábola de las diez vírgenes que se durmieron se refiere a un grupo de chicas adolescentes. Jesús usó como ilustración a un grupo de jovencitas para dar uno de sus mensajes más importantes acerca de nuestra preparación para su segunda venida.

Tal vez más definido todavía, si se quiere, es el hecho de que en el Apocalipsis Jesús aparece 29 veces como el Cordero de Dios. El cordero de los tiempos bíblicos era un recordativo de la primera Pascua, cuando el pueblo de Israel se liberó en forma dramática de la esclavitud egipcia. Esa inolvidable noche de Pascua estaba saturada del peligro de que el hijo mayor de cada familia fuera destruido durante la plaga final que iba a caer sobre los egipcios. En efecto, los hijos mayores de las familias egipcias murieron esa noche. Pero las familias israelitas sacrificaron un cordero, y cada padre aplicó algo de esa sangre a los marcos de las puertas de sus casas (véase Éxo. 11, 12).

La aplicación de la sangre manifestaba la fe de la familia en Dios y su confianza en la aparición del Mesías redentor. Nos sigue recordando que Jesús murió para salvar a los niños. Murió para mantener unidas a las familias.

Jesús vive también para los niños y sus familias. Hace más de veinte siglos, caminó entre nosotros durante unos cuantos maravillosos años, y trató de mil maneras de convencernos de que Dios se preocupa por nosotros. Desde entonces ha vivido a la diestra de Dios para servirnos en el Santuario celestial (véase Heb. 7:25).

Cuando nosotros y nuestros familiares hayamos aprendido a tener fe en Dios en medio de las pruebas cotidianas de la vida, hayamos vivido con él durante la prueba final que ha de sobrevenir sobre la Tierra, hayamos sido testigos de la venida de Jesús en las nubes de los cielos, hayamos bebido del agua de la vida y, juntamente con nuestras familias, hayamos contemplado el rostro amante y amistoso de Dios, sabremos sin duda alguna que ciertamente Dios se interesa por nosotros.

Apocalipsis

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