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¿Quién era Juan? Un resumen de su vida y su época

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El Apocalipsis fue escrito por “su siervo [de Dios] Juan” (Apoc. 1:1).

Juan no era un nombre común en los tiempos del Nuevo Testamento. Hay evidencia convincente en el sentido de que el Juan que escribió el Apocalipsis era el bien conocido discípulo de Jesús. (Véase Respuestas a sus preguntas, páginas 65 a 67.) Vimos a Juan hace poco en el Monte de los Olivos, mientras escuchaba atentamente el Sermón Profético a la luz de la luna. (Véase la página 15.) Nueve características referentes a su vida y a su época merecen nuestra atención, antes de que analicemos su libro.

He ahí el Cordero de Dios. Juan vio por primera vez a Jesús de pie en medio de la multitud mientras observaba a Juan Bautista que bautizaba en el río Jordán. Juan vio que Juan Bautista repentinamente suspendía su discurso, agitaba la mano con excitación en dirección de un hombre extraño e impresionante, para decir con voz tronante: “He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).23El calificativo de “Cordero de Dios” impresionó profundamente la conciencia de Juan. Todos los días en el Templo, y especialmente durante la Pascua, se ofrecían corderos en sacrificio a Dios por los pecados del pueblo. Convencido de que Jesús era ciertamente el “Cordero” de Dios, Juan se refiere a él 29 veces de ese modo en el Apocalipsis.

El discípulo que Jesús amaba. Cuando vio por primera vez a Jesús, Juan debió de haber sido más o menos un adolescente. Junto a él, en medio de la multitud, se hallaba su amigo íntimo, Andrés, hermano de Simón Pedro. Cuando Juan Bautista señaló al “Cordero de Dios”, ambos, Juan y Andrés, decidieron conocer más a Jesús. (Véase Juan 1:35 al 40.)Los contactos de Juan con Cristo parece que fueron esporádicos en el curso de los siguientes meses. Probablemente, haya asistido a la boda de Caná, en la cual Jesús convirtió el agua en vino. (Véase Juan 2:1 al 11.) La mayor parte del tiempo, Juan y su hermano mayor, Santiago, junto con Andrés y su hermano Pedro, dedicaban su tiempo a pescar en el mar de Galilea para ganarse la vida. Pero cuando Jesús comenzó una amplia gira por Galilea e invitó a los cuatro jóvenes amigos a dejar la pesca para convertirse en “pescadores de hombres” (Mat. 4:18-22), dejaron sus redes y lo siguieron. De allí en adelante, sus vidas no fueron las mismas.De los doce discípulos que Jesús escogió, tres de esos cuatro amigos: Pedro, Santiago y Juan, constituyeron su círculo íntimo. No se trataba de que Jesús tuviera favoritos, sino que esos tres hombres descubrieron, más que los otros nueve, cuánto significaba Jesús para ellos. De este círculo íntimo de tres, Juan en particular llegó a ser conocido como “el discípulo a quien Jesús amaba” (Juan 21:7, 20; 20:2).

Junto a la cruz. Juan, junto con Pedro y Santiago, estuvo presente en el dormitorio cuando Jesús resucitó a la hijita de Jairo. (Véase Lucas 8:49 al 56.) Estuvo con Cristo en el monte de la transfiguración. (Véase Mateo 17:1 al 8.) Estuvo muy cerca de él cuando oraba en Getsemaní. (Véase Mateo 26:36 al 45.) Cuando la turba llegó y los otros discípulos huyeron, solo Pedro y Juan se atrevieron a seguir a Jesús y entrar en el patio del palacio donde lo juzgaban (véase Juan 18:15.) Cuando incluso Pedro se desanimó y negó a Jesús (véase Mateo 26:69-75), solo Juan se mantuvo firme. Estuvo junto a la cruz cuando Jesús murió. (Véase Juan 19:25 al 27.) En el domingo de la resurrección, Pedro y Juan “compitieron” para llegar primero a la tumba vacía; Juan, sin duda transpirando y sin aliento, llegó primero. (Véase Juan 20:1 al 4.)A este Juan, que tanto amaba a Jesús, Dios le confió la “revelación de Jesucristo”.

“Volveré”. En la última cena, Juan compartió la preocupación de los demás discípulos cuando oyeron que Jesús anunciaba: “Adonde yo voy, vosotros no podéis venir” (Juan 13:33). No entendía dónde iba a ir Jesús, ni podía soportar el pensamiento de que se fuera. Tampoco entendió la promesa que siguió: “Cuando haya ido [...] volveré” (Juan 14:3).Exactamente seis semanas después, no obstante, Juan entendió por fin lo que quiso decir Jesús, cuando afirmó: “Cuando haya ido”. Reunido con los otros discípulos cuando el Señor se despedía de ellos, lo vio elevarse gradualmente del suelo. Vio cómo Jesús ascendía y pasaba lentamente por encima de sus cabezas. Con los brazos extendidos para bendecirlos y despedirse, Jesús ascendió cada vez vez más, mientras los discípulos aguzaban la vista y estiraban el cuello para seguirlo.De repente, una nube lo envolvió y así desapareció.Casi abrumados por el pesar y el desconsuelo, Juan y sus amigos sintieron que la esperanza renacía cuando aparecieron dos personajes vestidos de blanco y disiparon su ansiedad. “Galileos, ¿qué hacéis ahí, mirando al cielo?”, preguntaron. “Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá del mismo modo que le habéis visto subir al cielo” (Hech. 1:11).Entonces Juan entendió las palabras: “Cuando haya ido [...] volveré”. También entendió mejor lo que Cristo dijo en el Monte de los Olivos acerca del “Hijo del hombre”, que vendría “sobre las nubes del cielo” (Mat. 24:30).No es extraño, entonces, que cuando Juan vio a Jesús de nuevo en su primera visión del Apocalipsis, se apresuró a escribir: “Mirad, viene acompañado de nubes; todo ojo le verá” (Apoc. 1:7). Al terminar el libro, oró: “¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!” (Apoc. 22:20).

Un lugar en el Reino. Juan y su hermano Santiago eran conocidos como “hijos del trueno”. (Véase Marcos 3:17.) Debieron de haber sido ruidosamente discutidores. Jóvenes iracundos, aborrecedores de las injusticias de los romanos, se sintieron atraídos a Jesús primeramente porque creían que iba a derrocar el Gobierno romano. Querían combatir con él, para gobernar después con él.Convencieron a Salomé, su madre, de que pidiera a Jesús que les diera a ellos tronos a su derecha y a su izquierda, en su Reino. (Véase Mateo 20:20, 21.) ¡Imagínese cuánto se habrán enojado los demás discípulos, al enterarse de semejante pedido! ¿Qué creían que eran esos ambiciosos arribistas?Pero Jesús sintió amor por ellos, a pesar de su pedido egoísta. No los reprendió. Les preguntó, en cambio: “¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber?” (Mat. 20:22).Juan y Santiago imaginaron que Jesús estaba probando su disposición a participar de la guerrilla, y prontamente respondieron: “Sí”. No comprendían que el “cáliz” de Cristo era de abnegación. (Véase Mateo 26:39.) No comprendían que Jesús quería que atendieran a las necesidades de los demás con un espíritu de valerosa humildad, viril amabilidad y noble paciencia; que el requisito para entrar en el Reino de Cristo no es la ansiedad por combatir, sino la disposición para compartir, y servir, y sufrir, y perdonar; y si fuera necesario, morir por los demás. (Véase Mateo 25:31 al 46 y 10:38 y 39.)

Un poderoso, pero perseguido, obrero del Señor. Juan dijo que estaba dispuesto a beber del cáliz de Jesús, y el Señor dirigió las cosas para que así fuera. Después de la ascensión de Cristo al cielo, este discípulo oró con los otros 120 creyentes en el aposento alto hasta el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre ellos y los llenó de una manera especial. (Véase Hechos 1:12 al 14; 2:1 al 4.) Testificó celosamente en las calles de Jerusalén y en los atrios del Templo. Él y Pedro fueron detenidos y llevados ante las autoridades. Cuando se les ordenó que no hablaran más acerca de Jesús, replicó con los demás: “No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hech. 4:20). Las autoridades estaban asombradas de que “hombres sin instrucción ni cultura” fueran tan valientes. “Reconocían [...] que habían estado con Jesús” (Hech. 4:13).Santiago, el hermano de Juan, fue encarcelado después y decapitado. (Véase Hechos 12:1 y 2.) Pero el discípulo amado vivió para servir a su Maestro y “beber del cáliz” a lo largo de una variada carrera. Al parecer, vivió en Jerusalén por un tiempo. Cuando Jerusalén fue “cercada por ejércitos” (Luc. 21:20; véanse las páginas 26 y 27), o tal vez un poco antes, en algún momento desconocido, dejó la ciudad para trabajar en favor de Cristo en otra parte.En el año 70 d.C. llegaron noticias de que los soldados romanos habían vuelto a Jerusalén y que habían demolido el Templo. ¿Qué pensamientos habrán quebrantado el corazón de este hombre que una vez se ofreciera para morir en defensa de Israel? Juan se dio cuenta entonces de que el Reino de Cristo ciertamente no era “de este mundo” (Juan 18:36).Juan, el “hijo del trueno”, se convirtió en Juan, el apóstol del amor. Escribió el Evangelio que lleva su nombre, y en el Nuevo Testamento se conservan tres de sus cartas. El tema del amor lo satura todo. “En esto consiste el amor”, escribió en 1 Juan 4:10; “no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó”. “Os doy un mandamiento nuevo”, escribió al recordar las palabras de Jesús: “que os améis los unos a los otros [...] como yo os he amado” (Juan 13:34).¡Juan tenía aceite en su lámpara! (Véase las páginas 39, 40.) El discípulo a quien Jesús amaba fue transformado por el Señor a quien él amaba.

Antecedentes familiares. Juan procedía de una familia íntimamente unida y muy dedicada. Su padre, Zebedeo, le enseñó a trabajar. Estos tres hombres, Zebedeo, Santiago y Juan, estaban trabajando intensamente junto a sus redes cuando Jesús llamó a los muchachos para que lo siguieran. Salomé, la madre, manifestó muy poco juicio cuando solicitó favores especiales para sus hijos, pero su disposición a sacar la cara por ellos dice mucho acerca de su interés. En efecto, cuando los jóvenes decidieron seguir a Jesús, parece que Salomé se fue con ellos, junto con otras mujeres, para cocinar y remendar ropa para Jesús y sus seguidores. (Compare Marcos 15:40, Mateo 27:56 y 4:21.)Salomé estaba con Juan junto a la cruz cuando el Señor pidió a su discípulo que cuidara de su madre, María. Jesús sabía que podía confiar su madre a un hombre que amaba a su propia madre.Mientras Santiago vivía, él y Juan eran compañeros casi inseparables. Hijos del trueno ambos, debieron de haberse enredado en muchas violentas discusiones. Pero se mantuvieron juntos; y Juan pudo decir más tarde, con autoridad: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Juan 4:20).

El curso del Imperio Romano. Hasta donde podemos saber, Juan nació alrededor del año 10 d.C., cuando el gran Augusto, el primer emperador romano, estaba a cargo de los asuntos del Estado. Al pasar los años, los heraldos imperiales anunciaron sucesivamente la elección del emperador Tiberio en el año 14 d.C.; de Calígula, el medio loco, en el 37; del apagado pero eficiente Claudio en el 41; y del infame Nerón en el 54.Este, cuando todavía no tenía treinta años, decapitó a Pablo. También incendió Roma, en su intento de despejar un espacio lo suficientemente grande como para que cupiera en él su nuevo palacio. El incendio se volvió incontrolable, y ardió día y noche hasta dañar diez de los catorce distritos de Roma. Cientos de miles de personas que perdieron sus hogares y sus fuentes de trabajo estaban fuera de sí. Para pacificarlos, Nerón detuvo a un puñado de cristianos, que usó como chivos expiatorios, y abrió sus propiedades privadas para celebrar un entretenimiento público. El historiador Tácito nos dice que Nerón envolvió a algunos cristianos en pieles de animales, y los entregó para que sirvieran de alimento a perros feroces. A otros los crucificó. A otros los quemó vivos, para que alumbraran como antorchas.24Nerón falleció en el año 68 d.C. Antes de que el año 69 terminara, los ejércitos amotinados suscitaron tres emperadores transitorios: Galba, Otón y Vitelio; y un cuarto, Vespasiano, que actuó muy bien por espacio de una década. Antes de llegar a ser emperador, Vespasiano desató la “guerra judía”. Cuando falleció, en el año 79, fue sucedido por su hijo Tito, quien había completado la conquista de Jerusalén y era “el mimado de los romanos”. En el año 81, dos años más tarde, el hermano mayor de Tito, Domiciano, ascendió al poder.El emperador Tito era encantador; tenía buena suerte y éxito. Domiciano era torpe, fracasado y desmañado. Cuando la sociedad romana no le brindó el respeto que creía merecer, se declaró divino y exigió adoración. Oficialmente se denominaba “señor” y “dios”. Algunos poetas obsecuentes, en consonancia con esto, daban el calificativo de “sagrado” hasta a los peces que él comía.25La persecución de Nerón afectó solo a los cristianos de Roma. La locura de Domiciano llegó más lejos. A los cristianos de muchos lugares se les exigía que ofrecieran incienso para adorar su estatua. Cuando se rehusaban, los gobernadores de Domiciano los multaban, los exiliaban, y en casos excepcionales, los ejecutaban. Dominado por la ira, Domiciano llegó a dar muerte a su propio primo, el cónsul Clemente, quien era cristiano, y exilió a la esposa cristiana de este, Domitila, confinándola en una isla.26Juan, que aparentemente estaba viviendo en Éfeso cuando Domiciano comenzó la persecución, fue detenido y exiliado a la isla de Patmos, 80 o 90 kilómetros al sur de Éfeso, en el Mar Egeo. Un siglo después, Tertuliano, un autor cristiano, recordaba haber oído que Juan fue castigado primeramente en Roma, donde fue “sumergido en aceite hirviendo, del que salió ileso, y de ahí remitido a la isla de su exilio”.27Juan no fue el único que padeció persecución. Se presenta ante sus lectores como “participante” de sus tribulaciones. (Apoc. 1:9.)Las persecuciones de Domiciano comenzaron en el año 95. Cuando el emperador Nerva lo sucedió en el trono en el año 96, se cree que Juan fue liberado en una amnistía general concedida a los cristianos, y que regresó a Éfeso para terminar allí de escribir el Apocalipsis antes de su muerte.

Juan y Daniel. Si en el año 27 d.C. Juan tenía unos 17 años cuando oyó que Juan Bautista decía que Jesús era el “Cordero de Dios”, tuvo que haber tenido unos 85 cuando se hallaba solo en Patmos, sumergido en el pasado, y preparado “por el Espíritu” para recibir las visiones del Apocalipsis.

Daniel tenía aproximadamente 17 años cuando fue trasladado a Babilonia, y estaba acercándose a los 90 cuando recibió su última visión. A ambos profetas se les presentaron vastos panoramas proféticos, que mediante paralelismos sucesivos recorrían el curso de la historia desde sus propios días hasta el fin del tiempo. A ambos se les dieron mensajes ricamente simbólicos. Ambos llamaron repetidamente la atención al día glorioso en que Dios asumirá la plena conducción de nuestro planeta. Ambos manifestaron el anhelo de Dios por estar a nuestro lado cada día. Ambos pusieron de manifiesto cuánto se interesa Dios por nosotros.

Apocalipsis

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