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Apocalipsis 1 La revelación de Jesucristo Introducción

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La primera declaración que encontramos en el último libro de las Escrituras lo denomina: “Revelación de Jesucristo”.

Es una revelación. El libro no es algo “oculto” o un “misterio”, como alguna gente lo ha supuesto. La palabra griega original es apokalupsis, de la cual deriva la nuestra, apocalipsis. Lisa y llanamente, esa palabra significa “descorrer el velo”, “descubrir”, una “revelación”.

Mucha gente relaciona la palabra apocalipsis con cataclismos o desastres, con un holocausto nuclear, por ejemplo, o con una Tercera Guerra Mundial. Pero en las Escrituras, el Apocalipsis es una revelación de Jesucristo. El Apocalipsis nos provee de los entretelones de lo que Jesús ha estado haciendo, está haciendo ahora y hará en el futuro, en favor de los seres humanos. ¿Cómo consiguió el apocalipsis esa fatídica connotación? Del hecho de que nos habla vívidamente de los desastres humanos. Pero los menciona, en primer lugar, para revelar que en todos ellos Dios está obrando para liberar a todos los que creen en él. Dios se interesa por nosotros.

Apocalipsis 1:1 nos dice que Dios dio esta revelación a Jesús, quien la envió por medio de su ángel a su siervo Juan. Este la escribió (vers. 2), y pronunció una bendición (vers. 3) sobre las personas que “leen” la Revelación, presumiblemente, en voz alta, y sobre los que “escuchan” esa lectura y están dispuestos a “guardar” lo que dice. El versículo 10 añade que Juan estaba “en éxtasis” (en “Espíritu”, RVR) cuando le sobrevino la revelación.

El ángel era sin duda Gabriel, ese gran ser amigable que dio a Daniel la notable profecía de los capítulos 8 y 9 de su libro, y que visitó a la bienaventurada Virgen María para anunciarle el nacimiento de Jesús. (Véase Daniel 8:16; 9:21; Lucas 1:26.)

La mención de la persona que lee la revelación en alta voz nos recuerda el hecho de que antes de la invención de la imprenta, cuando los libros eran escasos y mucha gente no sabía leer, era costumbre leer largas porciones de las Escrituras en voz alta en las reuniones religiosas. Jesús las leyó en voz alta en Nazaret (véase Luc. 4:16-20), y la costumbre prosiguió en todas las congregaciones judías en los tiempos del Nuevo Testamento (véase Hech. 15:21). Todavía está en vigencia en muchas iglesias cristianas.

De manera que hay una cadena de comunicación: De Dios a Jesús; por el ministerio de un ángel a Juan, en éxtasis (en el Espíritu), y al lector y al oyente obediente.

La Trinidad y el ángel supremo de la profecía estaban preocupados en revelarnos a cada uno de nosotros algo de vasta importancia acerca de nuestro Señor.

“A su siervo Juan”. Cuando Juan se sentó con Jesús en el Monte de los Olivos para escuchar el Sermón Profético esa tarde a la luz de la luna (véanse las páginas 14 y 15), probablemente era muy joven, como Daniel también lo era cuando fue llevado en cautiverio a Babilonia. Tal como Daniel cuando terminó de escribir su libro, Juan, cuando termina de escribir las Escrituras, es un hombre muy anciano, y cautivo, además. (Véase la página 54.)

Juan dirige su libro “a las siete Iglesias de Asia”. Y añade: “Gracia y paz a vosotros de parte de Aquel que es, que era y que va a venir, de parte de los siete Espíritus que están ante su trono, y de parte de Jesucristo” (vers. 4, 5).

En los tiempos bíblicos, las cartas no empezaban con “Querida Beatriz” o “Estimado señor”. Pablo, Pedro y el mismo Juan usaban el saludo cristiano: “Gracia y paz”. (Véase Romanos 1:7, 1 Pedro 1:2 y 2 Juan 1:3.) La “gracia” es la bondad de Dios. Recibimos la “paz” cuando creemos que Dios, en su bondad, nos perdona. También tenemos paz cuando permitimos al Señor que nos ayude a perdonar a nuestros enemigos. Es maravilloso gozar de paz con la gente que hemos perdonado y con el Señor que nos ha perdonado.

La gracia y la paz son, en primer lugar, dones de Dios, y sabemos que el versículo 4 se refiere a Dios, el Padre eterno, porque él es “Aquel que es, que era y que va a venir”.

“Los siete Espíritus”. La declaración que encontramos en el versículo 4: “Los siete Espíritus que están delante de su trono” forma parte de las frecuentes referencias al número “siete” que encontramos en el Apocalipsis. Ya hemos notado que el libro está dirigido a siete iglesias (vers. 4). Antes de terminar el capítulo vamos a leer acerca de siete candeleros de oro (vers. 12 y 20) y siete estrellas (vers. 16 y 20). En otra porción del libro, vamos a leer acerca de una bestia con siete cabezas (13:1), de un dragón con siete cabezas coronadas (12:2) y de siete “colinas” (17:9), que en realidad son siete “reyes” (17:10). Las secciones mayores del Apocalipsis se refieren a las siete iglesias que ya hemos mencionado (caps. 2 y 3), a los siete sellos (4:1 a 8:1), a las siete trompetas (8:2-11:18), a siete escenas del Gran Conflicto (11:19-14:20), y a las siete últimas plagas (caps. 15 y 16).

Con tantos sietes en el libro, llegamos a la conclusión de que “siete” representa plenitud, algo completo y perfecto. En cuanto a “los siete Espíritus que están ante su trono”, podamos llegar a la conclusión de que representan simbólicamente la plenitud y la perfección del Espíritu Santo. De modo que todos los miembros de la Trinidad no solo nos dan el Apocalipsis –es decir, la Revelación–, sino además nos saludan y nos bendicen. El profeta Isaías, cuyo libro no estaba basado en el número siete, presenta al Espíritu Santo mediante seis de sus atributos, a saber: Espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor [reverencia] de Yahvéh (Isa. 11:2).

Características del libro. El constante empleo del número siete concuerda con la naturaleza simbólica del libro. Las bestias y los cuernos, las coronas y las mujeres, los candeleros y los olivos, las langostas que surgen del pozo del abismo, y sobre todo, la serpiente y el Cordero, son unos pocos de los símbolos gráficos de esta fascinante obra de arte.

Al analizar el Apocalipsis, nuestro estudio previo de los numerosos símbolos de Daniel nos va a ayudar muchísimo, porque el Apocalipsis está profundamente enraizado en Daniel. También está profundamente enraizado en otros libros del Antiguo Testamento. Alguien calculó que de los 404 versículos del Apocalipsis, 278 contienen material procedente del Antiguo Testamento. Un profesor colega dice que ha contado 600 palabras y frases del Apocalipsis adoptadas del Antiguo Testamento. Un estudiante de posgrado menciona que él encontró mil. Los vínculos que existen entre el Antiguo Testamento y el Apocalipsis son muy importantes para la comprensión de su mensaje.

El Apocalipsis es, sin duda alguna, un libro de predicciones. Pero en relación con esto ha habido malentendidos. Algunas personas (los futuristas) han llegado a la conclusión de que está compuesto casi exclusivamente por profecías que recién se van a cumplir en el futuro. Por otro lado, otros (los preteristas) afirman que se refiere solamente a acontecimientos acaecidos en la época del apóstol Juan. Entre estos dos grupos, hay otros (los historicistas) que creen que Juan ciertamente se refirió a acontecimientos de sus días, pero también habló de sucesos que aún están en el futuro y que, además, fue inspirado para prever la experiencia de la iglesia cristiana a lo largo de la historia.

Este tercer grupo (los historicistas) debe de tener razón, porque Juan recibió el encargo de escribir “lo que ya es” (en sus propios días) y lo que “va a suceder más tarde (en el futuro)” (Apoc. 1:19). El libro no pudo haber sido dedicado completamente a acontecimientos del futuro distante, porque el primer versículo del primer capítulo, precisamente, dice que el Apocalipsis fue dado para manifestar “lo que ha de suceder pronto”. Y el versículo 3 añade: “El tiempo está cerca”.

Algunas cosas, pero de ninguna manera todas las que están escritas en el libro, estaban “cerca” y habían de “suceder pronto”, en los días de Juan. Algunas cosas iban a suceder después de las primeras, y otras más adelante, por turno, después de aquellas. El Apocalipsis no presenta una aglomeración de acontecimientos que explotan en un instante, como los chicos de un aula cuando se va el maestro. Ciertamente, los acontecimientos que van a ocurrir al fin del milenio vendrán mil años después que los que acontezcan al principio de ese período.

Cuando Apocalipsis 1:1 al 3 se refiere a cosas que han de suceder “pronto” y “cerca”, está hablando del comienzo del cumplimiento de las predicciones que se encuentran en el libro. En los días de Juan, estas profecías estaban, por así decirlo, tirando de la cuerda, ansiosas de comenzar su largo viaje a través de la historia. A Daniel, como ya lo hemos visto, se le mostraron una serie de profecías, cada una de las cuales comenzaba en sus propios días y corrían paralelamente a lo largo de la historia. También en el Apocalipsis varias series de profecías siguen un curso paralelo similar desde los días de Juan hasta el final del tiempo.

Si el Apocalipsis es un libro de predicciones, lo es también de grandes himnos, algunos sublimemente alegres, otros increíblemente tristes. Por ejemplo, Haëndel obtuvo inspiración para su oratorio “El Mesías” de Apocalipsis 19:6: “¡Aleluya! ¡El Señor Dios omnipotente reina!” Hay, incluso, un vestigio de himno en el mismo capítulo primero que estamos estudiando ahora.

“Al que nos ama,

nos ha lavado con su sangre

de nuestros pecados

y ha hecho de nosotros un Reino

de Sacerdotes para su Dios y Padre,

a él la gloria

y el poder por los siglos de los siglos.

Amén” (vers. 5, 6).

El Apocalipsis es también un libro de bendiciones. Bendición significa bienaventuranza, y se ha observado que hay siete “bendiciones” en el Apocalipsis, así como hay nueve “bienaventuranzas” en el Sermón del Monte. (Véase Mateo 5:1 al 12.) Leemos en estos pasajes “bienaventuranzas” para los pobres, los puros y los perseguidos. En el Apocalipsis, leemos de bendiciones prometidas a todos los que mueren en el Señor (14:13), al que está despierto (16:15), al que ha sido invitado a la cena de bodas (19:9), al que participa de la primera resurrección (20:6), al que guarda las palabras de este libro (22:7), y al que lava sus vestiduras (22:14). La primera de estas bendiciones aparece en el capítulo que estamos estudiando ahora: “Dichoso el que lea y los que escuchen las palabras de esta profecía y guarden lo escrito en ella” (vers. 3).

Comencemos inmediatamente a descubrir las bendiciones que el Apocalipsis reserva para nosotros en su primer capítulo.

Apocalipsis

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