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El mensaje de Mateo 24 y 25 I. Advertencia de Cristo acerca de las “señales”

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¡Cuánto dependemos de las señales! Especialmente de las que encontramos en las carreteras. Las buscamos –a veces, en vano– en las encrucijadas importantes de ciudades desconocidas. Apreciamos las señales destacadas de las carreteras más importantes.

Recuerdo la serie de señales que se refería a una curva peligrosa en un lugar llamado Salisbury Plain, en Inglaterra, y que vi en mi infancia. La última señal era de gran tamaño, y con letras imponentes sentenciaba: “USTED ESTÁ ADVERTIDO”.

Poco después del nacimiento de nuestro hijo, me cobraron una infracción por no haber respetado una señal de alto, en Chicago. Es verdad que estaba distraído; pero cuando volví para verificar cómo pude haber pasado por alto esa señal, descubrí un racimo de señales de bares, cantinas, cafés y otros negocios justo detrás de esa señal. Dudo de que no la hubiera visto, a pesar de la emoción de ser padre, si hubiera sido del tamaño de la de Salisbury Plain.

“Dinos”, le rogaron los discípulos, “¿cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo?” (Mat. 24:3).

Dos preguntas en una. La pregunta de los discípulos pone de manifiesto su confusión. Combinaron en ella dos acontecimientos distintos. “Cuando sucederá eso” preguntaron, refiriéndose a la destrucción del Templo, y “cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo”, aludiendo al fin del mundo. La destrucción del Templo y el fin del mundo en ocasión de la segunda venida de Cristo parecía a los cuatro discípulos que era una sola cosa. Suponían que solo el fin del mundo podía causar la destrucción del principal lugar de culto del verdadero Dios.

Al combinar los dos acontecimientos en uno, trataban de lograr una sola información: “Cuándo sucederá eso”, es decir, “Cuál será la señal” que indicaría su cercanía.

Los comentaristas creen que al formular su respuesta, Jesús también amalgamó la información concerniente a los dos acontecimientos, es a saber, el final del Templo y el fin del mundo. No hay duda de que algo de eso hay; pero si estudiamos cuidadosamente los capítulos 24 y 25 de Mateo podremos distinguir con cierta facilidad cuándo se refiere Jesús a un acontecimiento o al otro. De todos modos, Cristo presentó señales diferentes para cada uno de esos acontecimientos.

Señales distintas y dignas de confianza. Para la caída del Templo, Jesús dio una señal inconfundible: “La abominación de la desolación [...] erigida en el Lugar Santo” (Mat. 24:15); una predicción simbólica que se explica en Lucas 21:20, donde se dice que “Jerusalén” sería “cercada por ejércitos”.

Para el fin del mundo, Jesús dio una corta y singular lista de señales: la predicación del evangelio a todo el mundo (Mat. 24:14); un conjunto de fenómenos astronómicos (vers. 29); y la forma en que va a venir: en las nubes de los cielos, y tan visible y evidente como un relámpago (vers. 27, 30).

Cómo vendrá. De primera intención, parecería que Jesús hubiera evadido la pregunta de los discípulos. Su señal más enfática de la destrucción de Jerusalén era la llegada del enemigo. Su señal más enfática acerca del final del mundo era la forma en que él vendría. Pero Jesús estaba hablando en serio.

Tal como sucedieron las cosas (y Jesús sabía cómo iban a suceder), la llegada de los soldados enemigos a Jerusalén en el año 66 d.C. era toda la señal que necesitaban los cristianos de esa ciudad. Porque los soldados de repente se retiraron de ese lugar, y todo el que quiso escapar pudo hacerlo antes de que los romanos regresaran para atacar en serio. (Véanse las páginas 27 y 28.)

En cuanto a las señales de su segunda venida, Jesús fue muy enfático respecto de la forma en que ocurriría. “Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre”, dijo, y añadió: “Y entonces harán duelo todas las razas de la tierra y verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria” (vers. 30).

La “señal del Hijo del hombre” es su aparición “sobre las nubes del cielo”.

Tal como los reyes solían recorrer las calles de sus respectivas capitales en carruajes especiales en ciertas ocasiones, el Hijo del hombre, en circunstancias sumamente significativas, viajará en un carruaje de nubes sobrenaturales.

Las Escrituras mencionan tres ocasiones en que esto ocurrió o va a ocurrir: 1) La ascensión de Cristo al cielo, cuando “fue levantado en presencia de ellos [los discípulos], y una nube le ocultó a su vista” (Hech. 1:9). 2) Al comienzo del Juicio Investigador, cuando el Hijo del hombre viajó sobre nubes para comparecer ante el Anciano (Dan. 7:9-14; Apoc. 12-14). 3) En el momento de su Segunda Venida, cuando, según Apocalipsis 1:7, vendrá “acompañado de nubes; todo ojo le verá”. La venida visible de Jesucristo sobre nubes es la “señal” suprema del Hijo del hombre. Precauciones y advertencias. Al pedir una señal de su Segunda Venida, los discípulos estaban tratando de conseguir información anticipada que les permitiera descubrir el momento en que Dios comenzaría su cuenta regresiva final. Hoy, a nosotros también nos gustaría disponer de esa información; por eso naturalmente nos encontramos preguntándonos: ¿Para qué sirve una señal, si solo se refiere a la forma en que va a venir?

Vamos a volver sobre este asunto un poco más adelante, en la página 22. Mientras tanto, nos sentimos impresionados por el hecho de que Jesús no tenía mucho interés en establecer una lista exacta de los acontecimientos de los últimos días. Seis semanas más tarde, cuando poco antes de su ascensión los discípulos le preguntaron: “¿Es ahora cuando vas a restablecer el Reino de Israel?”, replicó: “A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad” (Hech. 1:6, 7).

Lo primero que hizo Jesús en su Sermón Profético, al responder a sus discípulos, fue decirles: “Mirad que no os engañe” (Mat. 24:4). ¡No seáis engañados! No seáis extraviados por falsos cristos y falsas señales. No creáis que el fin de Jerusalén y el fin del mundo se producirán antes de tiempo (véanse los versículos 5 al 8). Tal como la señal de Salisbury Plain, Jesús dice claramente: “USTED HA SIDO ADVERTIDO”. No seamos confundidos por un racimo de señales, que no lo son en realidad.

Señales que no lo son realmente. En el Sermón Profético aparece la famosa frase acerca de “guerras y de rumores de guerras” (vers. 6). Por siglos, los cristianos estudiosos de las Escrituras han citado esta declaración al reflexionar acerca de los acontecimientos internacionales contemporáneos. Una y otra vez se han convencido, por el momento, de que Jesús viene pronto. Pero él advirtió decididamente que las guerras y los rumores de guerras no son necesariamente señales del fin. “Todavía no es el fin”, dijo con relación a ellos.

“¡Cuidado, no os alarméis! Porque es necesario que suceda, pero todavía no es el fin. Pues se levantará nación contra nación y reino contra reino, y habrá en diversos lugares hambre y terremotos. Porque todo esto será el comienzo de los dolores de alumbramiento” (vers. 6-8).

De cualquier manera, la mención de guerras, hambres y terremotos en el Sermón Profético pone de manifiesto que Jesús estaba pensando en lo que habría de ocurrir durante los 39 años previos a la caída de Jerusalén en el año 70 d.C. Sabemos de cuatro hambrunas que se produjeron incluso en el corto reinado del emperador romano Claudio (41-54 d.C.). Una de ellas aparece en Hechos 11:28. Terremotos importantes es sabido que ocurrieron en Creta (46 o 47 d.C.) y en Roma (51 d.C). Esta ciudad libró guerras importantes en Mauritania (41-42 d.C.), las Islas Británicas (43-61 d.C.) y Armenia (a comienzos del año 60). En Armenia, Roma sufrió una notable derrota en el año 62 d.C., cuyas noticias debieron de haber animado falsamente a los revolucionarios judíos de Palestina.

La guerrilla y las actividades terroristas castigaron a Palestina durante esos años. “Por toda Galilea”, nos informa Josefo, para mencionar solo una región de Palestina, “no se veía sino sangre e incendios”.1

Lo que Cristo quiso decir es que los desastres, las derrotas, las guerras y las hambrunas no son “señales” de un final cercano, ya sea de Jerusalén o del mundo. Para nuestro planeta saturado de pecado, aunque nos apene decirlo, tales pesares siempre estuvieron a la orden del día.

Falsos cristos y falsos profetas. Jesús también lanzó advertencias acerca de la aparición de falsos cristos y falsos profetas. (Véanse los versículos 4, 5, 23 y 24. Compare con Marcos 13:6 y 21 al 23.)

Durante los 39 años que transcurrieron entre el Sermón Profético (31 d.C.) y la caída de Jerusalén (70 d.C.), surgieron muchos falsos dirigentes. Josefo2 nos dice que Palestina se llenó de “vagabundos y embaucadores”, que explotaban las esperanzas y los temores de la gente y fomentaban la revolución contra Roma, “con el pretexto de estar guiados por inspiración divina”. Uno de esos impostores, cierto “falso profeta egipcio”, invitó a algunos judíos aventureros a reunirse con él en su cuartel del desierto. Miles aceptaron su invitación, creyendo que se trataba del Mesías que libraría a Jerusalén de la tutela romana. Pero los romanos fueron informados acerca de lo que estaba sucediendo y se prepararon para enfrentarlo. Cuando se produjo el ataque, prácticamente todos los judíos que habían seguido a este falso cristo perdieron la vida o huyeron a sus casas. El egipcio y unos pocos de sus seguidores escaparon. Algún tiempo después, de paso, un oficial romano confundió al apóstol Pablo con este mismo egipcio. (Véase Hechos 21:38.)

En el Sermón Profético, Jesús habla de los falsos cristos y los falsos profetas tanto cuando se refiere a su segunda venida como cuando menciona la caída de Jerusalén (véase Mateo 24:23, 24). Esta última parte de la profecía también se ha cumplido, al menos parcialmente. En 1978 tuvimos a Jim Jones y la masacre de Jonestown. Un poco más atrás, recordamos a Adolfo Hitler, a quien millones de educados occidentales atribuyeron la facultad de inaugurar mil años de paz. En el siglo XIX Napoleón condujo a la muerte a muchos más de sus seguidores que Jim Jones. Y tenemos al “Padre Divino”, que pretendía ser Dios en Filadelfia; y la “madre” Ana Lee, que enseñó que ella era la reencarnación femenina de Cristo. La lista es larga. Karl Marx, a su manera, también fue un falso cristo.

Cómo vendrá Cristo. Volvamos a la forma en que Cristo va a venir.

Algunos informantes, según Jesús nos advirtió, anunciarían: “Está en el desierto”; “está en el interior de las casas”. “No lo creáis”, nos insta. “¡Mirad que os lo he predicho!” USTED HA SIDO ADVERTIDO (vers. 25, 26).

¿Regresará Jesús privadamente? No, nos dice; no será asi.

¿Vendrá en secreto? No. De ninguna manera.

¿Cómo vendrá, entonces? “Como el relámpago sale por el oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del hombre”. “Harán duelo todas las razas de la tierra y verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria. El enviará a sus ángeles con sonora trompeta, y reunirán de los cuatro vientos a sus elegidos, desde un extremo de los cielos hasta el otro” (vers. 27, 30, 31).

Jesús se refirió insistentemente a la forma de su venida, para preservar a sus preciosos seguidores de la desilusión y el desastre. Evidentemente, todo maestro que enseñe que Jesús va a venir de cualquier manera que no sea en las nubes del cielo, es un falso maestro.

El Espíritu Santo inspiró a Pablo para que nos diera una descripción de la “venida del Señor” similar a la descripción de Cristo mismo. “El Señor mismo”, dijo Pablo, “a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4:15-17).

Dos palabras de este pasaje de Pablo han llegado a ser famosas en los círculos cristianos. Una de ellas es parousía, palabra griega que ha sido traducida por “venida”. Se la usaba en la antigüedad para referirse a las visitas oficiales de importantes personajes. Tuve una vez el privilegio de leer esta palabra en un trozo de alfarería que se refería a la llegada de cierto funcionario a una antigua comunidad egipcia. La palabra parousía figura en Mateo 24:3 y en diversos otros lugares del Nuevo Testamento, para referirse al regreso de Jesús.

La otra palabra famosa que aparece en algunas traducciones de 1 Tesalonicenses 4:15 al 17 es “arrebatamiento”. Está emparentada con la palabra “rapto” (latín, rap- tus), que significa apoderarse de alguien –especialmente, de una mujer– con fines deshonestos. En algunos círculos cristianos, sin embargo, esta palabra ha llegado a tener connotaciones agradables, gracias a las traducciones a que nos hemos referido, pues se la ha asociado con la venida de Jesús y la liberación de los redimidos.

En ocasión de su parousía (segunda venida), Jesús arrebatará (o rescatará) su pueblo. ¿Y en qué circunstancias lo hará? Cuando resuene la voz de mando; cuando se oiga la voz del arcángel; cuando se escuche el son de la trompeta; cuando aparezca el Señor en las nubes.

Cualquier “cristo” que venga, o que pretenda venir, de un modo diferente de este, es un cristo falso. Y evidentemente, cualquier maestro que diga que Cristo va a venir de otra manera es un falso maestro.

La advertencia de Cristo es urgente. En su Sermón Profético, Jesús dejó en claro que rechazar a los falsos maestros es más importante que saber la fecha exacta de su venida.

“¡Mirad que os lo he predicho!” (vers. 25). Que nadie los engañe. USTEDES HAN SIDO ADVERTIDOS.

Las otras señales verdaderas. Si la forma precisa de su venida es una “señal”, Jesús nos dio también algunas otras señales de su regreso. En Mateo 24:29 y 30 dice: “El sol se oscurecerá, la luna perderá su resplandor, las estrellas caerán del cielo, y las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre”. Sus palabras aparecen en Lucas 21:25 al 27 de esta manera: “Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria”.

En Mateo 24:33, Jesús dijo: “Así también vosotros, cuando veáis todo esto, caed en cuenta de que él está cerca, a las puertas”. Y en Lucas 21:28: “Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación”.

Muchos cristianos creen que estas señales que habrían de manifestarse en el sol, la luna y las estrellas ya se han producido. Tan impresionante posibilidad merece nuestra cuidadosa atención. La evidencia que tenemos al respecto las trataremos en las páginas 193 a 202.

También, entre “todas las cosas” que Jesús dijo que veríamos al acercarse su segunda venida, hay una señal sumamente impresionante y significativa. “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mat. 24:14, RVR). Después de prestar atención a otros asuntos importantes, vamos a referirnos a esta notable promesa en las páginas 44 a 46.

Apocalipsis

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