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2 EL TEATRO DE LOS HORRORES HASTA EL INFINITO Y PANAMÁ

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La primera sorpresa cuando el avión desciende y se prepara para aterrizar en el aeropuerto de Tocumen, cercano a la capital de Panamá, surge al contemplar tan de cerca la espesura y el verdor de la selva, y cómo contrasta con el marrón chocolate de los ríos. Pero pronto las nubes, que corren como el diablo, envuelven al avión para dejarlo de nuevo aislado en ese limbo de niebla desde donde tan solo se divisan espesas manchas verdes rotas por hilos ocres. No se distinguen casas ni ciudades, tan solo selva, selva y más selva. Y de pronto aparece el océano. Pero ya no es el Atlántico que nos ha acompañado hasta el Caribe desde que dejamos la península Ibérica por el cabo de San Vicente, ahora se trata del Pacífico, que hemos alcanzado tras sobrevolar de lado a lado el istmo centroamericano. Entonces el avión gira sin aviso ciento ochenta grados y enfila el aeropuerto que se esconde tras un telón infinito de rascacielos y playa. ¡Qué sorpresa!, parece el perfil de Benidorm a lo largo de una línea costera que forma un enorme arco delante de nuestra vista. Se adivina incluso la salida al Pacífico del canal de Panamá en la concentración de barcos que esperan su turno ante las esclusas, y aquellos otros que enfilan el océano tras su paso fugaz por el estrecho.

Es octubre de 2012 y sé que el programa que me espera en mi visita a Panamá no va a dejarme demasiado tiempo para el turismo, de modo que aprovecho la vista aérea para hacerme una idea de cómo es este pequeño país. La invitación de la universidad ha sido clara: hay un interés especial en el estudio de la salud humana en su relación con el medioambiente. Y no es nuevo. Desde la incorporación de Nelva Alvarado al Centro de Análisis de la Universidad de Panamá, no ha cesado en su empeño de poner en la agenda de las autoridades académicas y sanitarias una acción decidida y comprometida con el medioambiente.

Nelva estudió y trabajó más de ocho años en la Universidad del País Vasco, integrada en un grupo de investigación competitivo y conocido internacionalmente, y pionero, entre otros temas, en la disrupción endocrina en el mundo marino. Se doctoró y presentó sus tesis en 2006, tras haber investigado la toxicidad de los metales en el rodaballo (¡de nuevo nos topamos con este pez bizco y metamorfoseado!). Ahora, como experta en el estudio del efecto de los contaminantes sobre la fauna marina, Nelva anhelaba que Panamá se beneficiara de todo lo que había aprendido y que se convirtiera en un ejemplo en el Caribe de cómo abordar de forma racional un programa que hiciera compatible el desarrollo económico con la salud humana y la salud ambiental.

Todos sus años de estudio en el Cantábrico le dieron el conocimiento y la fuerza necesaria para no cesar en su empuje, movida por la firme decisión de trasladar sus conocimientos a su país e implicar a los sanitarios en un proyecto de vigilancia de la exposición ambiental en la población más débil, más sensible a la disrupción endocrina: las madres panameñas y sus hijos.

Con una enorme determinación, Nelva había logrado concienciar a políticos y a gestores, convencer a clínicos e investigadores para, entre todos, elaborar y presentar, a la espera de obtener la financiación necesaria, un programa de investigación centrado en la salud materno-infantil y en la exposición a compuestos químicos capaces de alterar el equilibrio hormonal. Por fortuna, lo consiguió poner en marcha.

Qué gran gesta la de hallar personas con la capacidad de tomar decisiones, dispuestas a escuchar, a comprender e, incluso, a alarmarse, todo con tal de proteger el bien más preciado de un país: su población, las madres y los hijos. Ojalá todos tuviéramos la misma fe en nuestro trabajo, la misma capacidad para no rendirse y esa insistencia maravillosa que no le permitió dar un paso atrás hasta conseguir convencer a la especie más escéptica de toda la Tierra: los políticos. Bien por Nelva, que había sabido ver, además, que su país es, por sus condiciones, ideal para un proyecto como el suyo.

Panamá, en efecto, no es grande. La población tampoco es muy numerosa, pues apenas supera los cuatro millones de habitantes, pero presenta áreas muy bien diferenciadas con actividades laborales muy distintas: provincias con alta actividad industrial ligadas al canal y a su dinamismo comercial, zonas agrícolas, selva tropical y un recuerdo constante de la presencia americana durante más de setenta años con unas actividades militares nunca bien explicadas y peor conocidas. Un marco incomparable para empezar a estudiar las relaciones entre medioambiente y salud.

Desde el comienzo de su estudio, Nelva y sus colegas han sido conscientes de que el esfuerzo merece la pena. Saben, también, que cada vez que descubran y demuestren una evidencia sobre exposiciones a contaminantes inadvertidas de la población este hallazgo recibirá una respuesta inmediata: un cambio en la forma de actuar de las empresas y los compuestos químicos que emiten al medioambiente, una recomendación preventiva por parte de gobernantes y legisladores, una evitación, en fin, del daño sobre la población.

Son estos los pensamientos que animaron a Nelva y a su equipo a no demorar el comienzo del estudio y, después, a no desistir. Siempre han tenido fe, pero también pruebas fehacientes de que su esfuerzo vale la pena. No en vano, su experiencia con las especies marinas del frío mar Cantábrico ha sido más que suficiente.

Nelva había dedicado mucho esfuerzo a estudiar los efectos de algunos metales —cadmio, cobre y zinc— sobre la salud del rodaballo. En ese modelo animal había investigado la respuesta enzimática y molecular del hígado y otros órganos internos cuando exponía los pececitos a diferentes concentraciones de los metales, simulando lo que ocurre en el medioambiente con las aguas residuales contaminadas. Trataba de buscar marcadores de la toxicidad o, más concretamente, biomarcadores, pues así los llaman los especialistas como ella.

Esta labor era más que oportuna, ya que el laboratorio que la había recibido intentaba esclarecer el impacto del derrame de crudo de petróleo sobre las especies marinas. Su grupo de investigación se había implicado en el estudio de las graves consecuencias del accidente del petrolero Prestige, ocurrido el 13 de noviembre de 2002, poco antes de la llegada de Nelva a España (seguro que más de uno se acordará de los «hilillos de plastilina» que dijo un ministro). Pues bien, Nelva era consciente del impacto que la actividad industrial y los riesgos del transporte marítimo tienen sobre la vida salvaje y las especies marinas. No se puede ignorar en un país que, literalmente, atraviesan cerca de cinco mil buques del mayor calado existente, cada año. Por el canal de Panamá pasan barcos enormes, ajustados al tamaño de las exclusas del canal —tamaño Panamax, dicen ellos—, que transportan todo lo inimaginable y que gravitan como una continua espada de Damocles sobre las cabezas de los pueblos ribereños.

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