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INTRODUCCIÓN

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Un grupo importante de expertos, médicos e investigadores, miembros de la prestigiosa Sociedad Estadounidense de Endocrinología, opinan que es necesario y urgente cambiar la forma en que se evalúa la toxicidad de miles de sustancias químicas que se han incorporado a las actividades y productos usados en nuestro día a día. El documento publicado por esa prestigiosa sociedad científica afirma que la exposición a determinadas sustancias químicas contenidas en alimentos, agua y bebidas, cosméticos, plásticos y múltiples objetos de consumo está teniendo consecuencias perjudiciales sobre la salud humana debido a su capacidad de alterar el equilibrio del sistema endocrino, es decir, la relación entre las hormonas y los órganos dependientes de su acción.

Según recoge el documento, esos compuestos químicos están contribuyendo al incremento de ciertos tipos de tumor, como es el caso del cáncer de mama, y también son responsables del aumento de la infertilidad y están favoreciendo la aparición de enfermedades cada vez más comunes como el hipotiroidismo, la obesidad y la diabetes.

Se necesita, según declaran los miembros de la sociedad científica, implementar nuevos métodos de evaluación de los contaminantes químicos antes de que alcancen el mercado y, en definitiva, nuestras casas, y que esos test previos a la comercialización tengan en consideración la capacidad de los compuestos químicos para afectar al sistema endocrino.

Los sistemas de protección del consumidor frente a los contaminantes hormonales, basados en unas reglas del juego obsoletas y anticuadas, no son de la utilidad que prometían. Urge, en boca de los expertos, «un cambio de paradigma, fuera del dogma de que “la dosis hace el veneno”, con el fin de evaluar el impacto de los contaminantes hormonales y proteger la salud humana».

Los argumentos presentados por la sociedad científica son muchos y de mucho peso:

 Los compuestos químicos con actividad hormonal interaccionan entre sí y con las hormonas en el interior del organismo, y requieren que se preste un especial interés al efecto combinado o cóctel de contaminantes al que cada individuo está expuesto.

 Las exposiciones provenientes del medioambiente suelen ser habituales en cualquier medio, y son prolongadas y de carácter diario.

 La exposición se inicia en el útero y continúa a lo largo del ciclo de la vida, pero las consecuencias en forma de un efecto indeseable sobre la salud pueden evidenciarse años después de haber tenido lugar la exposición.

 Los efectos biológicos, es decir, el desequilibrio hormonal provocado por estos contaminantes, ocurre con dosis particularmente bajas, y con respuestas dosis-efecto tan paradójicas que lo que se observa con bajas dosis puede que no suceda con dosis más altas, algo más que frecuente cuando se estudian los mecanismos de acción hormonal.

Por otra parte, las propiedades peculiares y distintivas del modo de acción de los contaminantes hormonalmente activos han puesto en entredicho la fiabilidad y la suficiencia de los sistemas habituales de evaluación toxicológica de los contaminantes ambientales. Estos sistemas se han centrado tradicionalmente en el estudio de la toxicidad de compuestos individuales, pero esta situación está muy alejada de la realidad en la que se desenvuelve la vida diaria de cada uno de nosotros, porque hoy en día todos estamos expuestos a múltiples compuestos químicos, provenientes de muy diferentes orígenes y que actúan de forma combinada en momentos críticos de la vida de un individuo. Es lo que actualmente se conoce como el «efecto cóctel» de los contaminantes ambientales y las ventanas de exposición.

Con objeto de simplificar la escritura, contribuir a la economía de palabras y acordar términos precisos para referirnos a temas comunes, la comunidad científica internacional aceptó el término «disruptor endocrino» para designar a cualquier compuesto químico de origen ambiental que afecta al equilibrio hormonal y, en consecuencia, tiene un efecto indeseable sobre la salud humana. Algunos especialistas hablan de «alteradores hormonales», pero se trata de diferentes nombres para un mismo problema.

Yendo del agente a sus consecuencias, la comunidad científica también ha aceptado que disrupción endocrina es cualquier alteración observada en el equilibrio hormonal que se asocia con una enfermedad o predispone a ella, y es consecuencia de la exposición a los disruptores endocrinos.

A lo largo de los capítulos de este libro se irán presentando situaciones y personas que nos han ayudado a construir la hipótesis de disrupción endocrina como una parte sustancial de la causa de enfermedades crónicas y comunes cuya frecuencia aumenta diariamente. Los capítulos no tienen una sucesión temporal, ya que mezclan historias más recientes con observaciones ocurridas hace años. Siéntete libre para leerlos en el orden que más te apetezca.

Desfilarán ante ti el relato de experiencias de observación ambiental que afectan a especies nada exóticas como los peces del río Ebro o los gasterópodos de las rías gallegas, y que nos recuerdan, como decía el malogrado zoólogo estadounidense Louis Gillette, que probablemente no somos muy distintos del caimán que llora —lágrimas de cocodrilo— por el tamaño minúsculo de sus testículos y se lamenta del accidente de un derrame del pesticida Dicofol que afectó a su charca en Florida. Verás, también, hasta qué punto los pesticidas forman parte de nuestro organismo, de tal manera que, como decía don Juan Tenorio,2 han impregnado a pobres y a ricos, a ministros y a plebeyos, a jóvenes y a viejos. Y escucharás cómo algunos compañeros médicos —demasiados pocos, a mi parecer— se desesperan por lo que ven a su alrededor y no aciertan a comprender qué está ocurriendo, ya sea en Copenhague o en Cartagena (por citar dos ciudades que empiezan por C): ¡no es posible que el cáncer esté aumentando al ritmo que lo hace en gente joven!

Te sorprenderá lo mucho que tienen en común las botellas de agua, los selladores dentales y la ropa de poliéster, siempre bajo la sospecha de que contribuyen a nuestra exposición a disruptores endocrinos de forma diaria, inadvertida e indeseable.

Conocerás de qué manera la hipótesis ambiental de la disrupción endocrina figura entre las mil piezas del complejo rompecabezas que, una vez resuelto, nos haría comprender mil causas del cáncer de mama temprano, maldito puzle que en cada pieza parece decirnos que «nadie es más que nadie», pero que nos recuerda que, aun siendo todas iguales, unas piezas son más iguales que otras, o lo que es lo mismo: algunas piezas son prescindibles y, por tanto, evitables, si te lo hacemos saber y tú lo incorporas a tu día a día.

A este respecto, acompañando algunos capítulos y en la parte final del libro, encontrarás algunas recomendaciones que te ayudarán a entender cómo evitar para ti y los tuyos exposiciones de riesgo y que te harán ver que no solo es necesario un cambio de paradigma en la evaluación de la toxicidad de los contaminantes hormonales, como piden los endocrinólogos estadounidenses, sino que se hace urgente cambiar las reglas del juego y del consumo de la sociedad misma.

Esta Guía práctica para reducir tu exposición a disruptores endocrinos (véase pág. 365) no es exhaustiva y estará en permanente revisión, pero constituye un buen comienzo. En ella hemos elegido varias situaciones o «escenarios» en los que es posible actuar:

 Los alimentos en su origen y procesamiento.

 El agua y las bebidas.

 Los cosméticos.

 El hogar, la jardinería y el bricolaje.

 Y, sobre todo, se hará hincapié en las medidas de prevención de la exposición a contaminantes hormonales durante el embarazo, la lactancia y la infancia.

Para algunos, resultará curioso (a mí mismo me sorprendió) averiguar que existe un denominador común en la mayoría, si no en todos, de los numerosos compuestos químicos que se mencionan en este libro: el petróleo. Se trata de un origen común, impuesto por un sistema de desarrollo y producción que vio, años atrás, que la química de síntesis a partir de componentes sencillos destilados del petróleo (como acetona o fenol) permitiría crear nuevas moléculas con propiedades distintas y milagrosas: detergentes que limpian más limpio, pesticidas que matan mejor, plásticos indestructibles, desodorantes que aguantan veinticuatro horas, trajes de usar y tirar…

Nosotros, como especie, tratamos de adaptarnos a estos nuevos compuestos químicos, colegas de viaje por la vida, quitándonos unos de encima y llevándonos otros a cuestas en nuestro panículo adiposo, pero lo que resulta imprescindible es que comprendamos que todos interaccionan con nuestra biología de una u otra manera, y que su influencia negativa sobre nuestra salud es más que una sospecha. Esperamos y deseamos que de este maridaje no salgamos todos trasquilados.

Mientras tanto, como dice Jorge Riechmann, caminamos en este «Siglo de la Gran Prueba» hacia un futuro que para algunos —las enfermas con cáncer de mama, las parejas de jóvenes infértiles, los niños autistas— no resultó tan prometedor como se había anunciado. En tu mano está anticiparte a ese futuro o prever una salida airosa antes de que el Titanic se vaya a pique.

No nos gustaría que las previsiones del llamado «efecto Séneca», según el cual el declive de las civilizaciones es más rápido que su ascenso, nos pille sin haber hecho la tarea de, al menos, informar, prevenir y tratar de adelantarnos a él. La actividad industrial y la colonización nos están dejando con sus productos de consumo un pesado lastre en forma de contaminación ambiental entendida en su sentido más amplio. En principio, este lastre parecería ligero, irrelevante y fácil de desdeñar. Sin embargo, los efectos de esa contaminación son acumulativos, su presencia es generalizada, universal, y la sociedad —nosotros— tendrá que destinar recursos cada vez mayores y más sofisticados para mantenerla a raya.

Las enseñanzas que se desprenden y las recomendaciones que se ofrecen a lo largo de este libro no son difíciles de poner en práctica, y seguro que te ayudarán a buscar alternativas y, en definitiva, «a llenar tus días de vida».

La guía práctica final, por su parte, pretende dar respuestas y ser una salida al mensaje comprometido que Theo Colborn, John Peterson Myers y Dianne Dumanoski nos hacían llegar en su libro Nuestro futuro robado, verdadero kilómetro cero de la disrupción endocrina, publicado ahora hace veintidós años y que tanto ha guiado el trabajo interdisciplinar de muchos investigadores y clínicos en este campo del saber.

La puesta en práctica de los consejos y recomendaciones de la guía, por último, no supone una gran renuncia ni un cambio dramático de tus hábitos, pero sí una toma de conciencia de otra forma de decidir y de elegir, así como una reducción considerable de tu exposición a disruptores endocrinos y sus consecuencias.

Libérate de tóxicos

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