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¿Literatura, testimonio o literatura testimonial?

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Los textos que presento son imposibles de encasillar: ¿novelas-documentales?, ¿relatos de no-ficción? Los llamo testimonios para enfatizar que relatan experiencias límite (por eso mismo se escriben en el umbral de los géneros). Tan incierta es la categoría «testimonial» que algunos autores la rechazan: Susana Romano-Sued, sobreviviente de varios campos, prefiere que su libro Procedimiento. Memoria de La Perla y La Ribera sea considerado, simplemente, literatura, sin un adjetivo restrictivo. Hernán Valdés defiende, en cambio, el carácter testimonial de Tejas Verdes: diario de un campo de concentración en Chile ante quienes lo catalogan de novela, para enfatizar su poder de denuncia. Lo cierto es que hay relatos concentracionarios novelados, poéticos y otros donde conviven oralidad y narración literaria. Si al conjunto lo llamamos testimonial es para hacerlo visible, porque los perfiles definidos se destacan del fondo opaco en el que todos los gatos son pardos. Lo básico es destacar que esta escritura existe y que su lectura es indispensable, sobre todo en tiempos en que vuelve a legitimizarse en la región un poder avasallador que es la continuidad del poder asesino, con otra máscara.

Esta escritura retoma la voz singular y colectiva que «se resiste al monólogo armado, ese que transformó tanta vida en una sola muerte numerosa» (Strejilevich, 2017). Y no hay recetas sobre cómo hacerlo. Como veremos, Primo Levi se propone relatar con la transparencia de un reporte técnico. Jorge Semprún novela con visos filosóficos. Susana Romano-Sued quiebra el lenguaje. Hernán Valdés crea un diario de la derrota. Alicia Partnoy entrelaza trama poética y humor negro. Hay infinidad de matices, porque cada testimonio se niega al anonimato de la muerte en serie y busca cómo «nombrar lo innombrable»5. No es que me acople al célebre dictum que proclama que la vivencia de la atrocidad es inenarrable. Lo que planteo es que se trata de una literatura fronteriza porque su origen lo exige. Si se diferencia de otras memorias es por su anclaje en una zona de silencio (que el testigo intenta romper) vinculada a la figura del desaparecido, que «marca una diferencia absoluta» (Jinkis, 2011: 79).

Esta particular experiencia sigue dando que pensar, insiste Reyes Mate. Y a este pensar me entrego de la mano de la literatura, la filosofía, la sociología, la historia, el periodismo, el psicoanálisis, sin descartar el comentario personal o el propio testimonio. No hay una sola perspectiva crítica que resulte satisfactoria para leer una historia que se expande en tramas donde el sufrimiento piensa y la razón narra. La creación artística no se articula de modo conceptual, lo que no equivale a decir que no piensa. Como dijera André Kertész: quizá en nuestro mundo sin Dios vivimos exclusivamente por mor del espíritu de la narración, que es la mirada simbólica (2002). Este novelista, sobreviviente del nazismo, se refiere a la mirada simbólica que nace en los campos. Reyes Mate lo interpreta así: antes vivíamos bajo la mirada de Dios, mientras que ahora vivimos bajo la mirada de Auschwitz. En este sentido, el espíritu de la narración de los sobrevivientes de los campos sería un llamado ético (Reyes Mate, 2013). Falta que este llamado convenza a críticos que siguen definiendo al testimonio como una práctica narrativa despojada de visos reflexivos o artísticos.

Al reivindicar estos textos no pretendo minimizar ni desplazar a otros, como los de la generación de las hijas e hijos de los desaparecidos, cuya original impronta también nace de una interrogación a partir de sus vivencias. Y tampoco afirmar que solo la palabra del testigo es la autorizada para pensar el legado del horror. Apenas sostengo que su relato, el más cercano al corazón de esta experiencia, es matricial. Propongo no eclipsar estos testimonios, rescatarlos del banquillo de los acusados en que se los sitúa.

El lugar del testigo

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