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¿Dónde?

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¿Dónde radica el horror que el testigo rememora? En la zona gris.

En el campo se producen intercambios cotidianos y de convivencia entre víctimas y victimarios; las aguas no se separan con la nitidez que impone la puerta de la celda de una cárcel. Agamben habla de «una gris e incesante alquimia en la que el bien y el mal y, junto a ellos, todos los metales de la ética tradicional alcanzan su punto de fusión» (2000: 20). Para Levi ahí se encuentra «el verdadero horror del campo». A modo de ejemplo, presenta una escena que se reitera en nuestros centros de detención: un partido de fútbol entre detenidos y torturadores. Lo curioso, tanto en la experiencia europea como en la latinoamericana, es la naturalidad que asume lo siniestro (teniendo en cuenta que, tras ese instante en que el juego parece igualar a verdugos y víctimas, los detenidos son y serán torturados y asesinados):

…muestran sus preferencias, apuestan, aplauden, animan a los jugadores, como si en lugar de a las puertas del infierno, el partido se estuviera celebrando en el campo de un pueblo (Levi, 1989: 40).

Agamben piensa que, aunque el partido parezca

una breve pausa de humanidad en medio de un horror infinito […] para los testigos […] este momento de normalidad es el verdadero horror del campo […] Representa la cifra perfecta y eterna de la zona gris […].[E]sa convivencia con el horror no les compete solo a las víctimas, […] es la vergüenza compartida de quienes, sin haber estado ahí, asistimos, no se sabe cómo, a aquel partido, que se repite […] en todas las formas de normalidad cotidiana. Si no logramos comprender este partido, si no logramos que termine, no habrá nunca esperanza. (2000: 25)

Lo que quiero hacer notar en estas páginas es que muchos de los jugadores (los vencidos de antemano) no solo comprendían entonces ese partido, sino que dedicaron su vida a contradecirlo, a contraponerle otra mirada.

El lugar del testigo

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