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Introducción.
Desaparición y escritura

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¿Había realmente regresado a alguna parte, aquí o en otro lugar, a mi casa o donde fuera? La certidumbre […] de que realmente no había regresado, de que una parte de mí, esencial, no regresaría jamás, esta certidumbre se apoderaba a veces de mí, trastocando mi relación con el mundo, con mi propia vida.

Jorge Semprún

La memoria de mi desaparición y reaparición forzadas del centro de detención, tortura y exterminio argentino (CDTyE) Club Atlético, donde pasé menos de una semana o toda una vida, me hace replantear ideas y seguir rememorando desde un presente que siempre impulsa a volver sobre relatos de esa experiencia. No elijo los textos: me llegan. Tampoco intento una exploración exhaustiva: confío en que otros puedan seguir indagando sobre la escritura que insiste en ponerle palabras al horror.

Es difícil dar por terminado este libro porque los interrogantes no cesan y las respuestas se inquietan, se contradicen, se pisan. Se dicen y se desdicen. Siempre hay un argumento más que interpela y desacomoda cualquier orden. Sé que la reflexión no aporta soluciones, que apenas da con paradojas que no se resuelven. Por eso mismo, ¿cómo ponerle punto final? No hay punto final, hay un deambular que no cesa entre relatos que, como dice Laura Estrin, pueden. Y en este deambular, que es colectivo, surgen afinidades y rechazos con otras miradas (las primeras reconfortan y reaseguran, las segundas provocan y generan polémica). Por eso les doy lugar a otras voces, entretejiendo mi escritura con citas y fragmentos que incorporo, acuerde o desacuerde: me ayudan a desanudar las indelebles secuelas subjetivas de una atrocidad que sigue exigiendo atención, cuyas huellas siguen vigentes porque nos exceden.

No pretendo definir la escritura que inspira estas páginas: ¿testimonial, concentracionaria, memorialística, literatura a secas? Si entro en este debate es porque en el camino se dirimen otros temas.

Me importan los interrogantes nacidos desde la intimidad de la vida en los campos, de la convivencia con esta marca que es, quiérase o no, un sello de identidad. Me pregunto, por ejemplo: el sobreviviente, ¿escribe para regresar al mundo del que fue extirpado?, ¿escribe para abrirse, a fuerza de palabras, otro lugar que, a diferencia del campo, sea habitable?, ¿puede lograrlo?, ¿cómo?, ¿cuándo?

Ciertos testimonios, como ciertas novelas o ciertas filosofías, siguen siempre vigentes, no responden al calendario. Y no importa si dan cuenta con precisión de los sucesos a los que remiten, porque un texto nunca transcribe lo vivido, no produce versiones literales de lo real. Estos libros no vienen a hacer un relevo de datos ni a reconstruir la verdad de lo que pasó. Los testigos rememoran desde su presente, y al hacerlo descubren nuevos aspectos de la lógica letal que sigue primando en el mundo contemporáneo. Cada testimonio viene a retrucar y a desafiar con sus armas, que son sus letras, el atentado perpetrado por la humanidad contra sí misma.

El lugar del testigo

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