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La invisibilidad del testigo

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Si estos textos, como cualquier obra de arte, exceden su tiempo, tampoco su recepción se agota en determinado período histórico. No obstante, a los sobrevivientes se nos ve, sobre todo, como restos de cierto pasado o depositarios de información, como pruebas vivientes, y por eso nuestro relato tiene validez en los juicios por crímenes de lesa humanidad. Pero fuera de ese ámbito seguimos siendo un Otro que encarna lo que no se quiere asumir y, por eso mismo, se rechaza.

Si bien en la Argentina se confronta de mil maneras la siniestra dimensión que creara el ex comandante Jorge Rafael Videla con su famoso dictum: no están ni vivos ni muertos, están desaparecidos1, el relato de los «aparecidos» no tiene carta de ciudadanía. Y no la tiene aun cuando resulta indispensable para que esa dimensión fantasmagórica no se mitifique. Acercarnos al sufrimiento padecido por mujeres y hombres concretos, pensar junto a quienes experimentaron la forma más exacerbada de la biopolítica puede darnos claves sobre lo que padecemos hoy, sobre relaciones de poder cuya matriz sigue vigente.

El vacío que dejó la catástrofe, si bien espectral, está lleno de rostros, de seres con nombre y con historia que habitaron ese limbo de exclusión llamado campo2. ¿Por qué sus voces siguen siendo poco audibles? Una respuesta es que prima la antestesia y por eso el testigo –visto como el adalid del dolor– no resulta una figura atractiva.

Por otro lado, estos relatos interpelan a quienes, en nuestras sociedades, siguen sin cuestionar su tácita aceptación de un horror que, al naturalizarse, logra el visto bueno requerido para anular al Otro, ya sea el «subversivo» (el que cuestiona desde su potencia emancipatoria) o quien encarne la culpa de todos nuestros males.

No pretendo que el sufrimiento atraiga a multitudes. Apenas vengo a refutar a quienes sostienen que el testimonio, a diferencia de la novela, es incapaz de simbolizar o de abrir sentidos, que le impone un significado unívoco a su relato y que lo hace con escasa o nula elaboración literaria. Me opongo a esta confusión entre criticar y condenar, entre cuestionar y erigirse en juez. Quisiera, en cambio, que al testimonio de los sobrevivientes (que es literatura y es historia) se le reconozca su lugar e insustituible aporte.

La región del Cono Sur fue arrasada, en el siglo XX, por un poder desaparecedor –al decir de Pilar Calveiro– que la transformó en un nefasto laboratorio de la condición humana cuyos efectos se ciernen sobre el presente. El lenguaje de la rememoración pone en escena, elabora, resiste al sostener su palabra. Al contar, el sobreviviente se vuelve testigo, y nadie puede atestiguar por el testigo. El yo lo viví, créanme no apela a la verdad en tanto coincidencia con un referente; apela al relato de la propia experiencia. La suya es la lectura a contrapelo de la historia, es la historia de los derrotados. Un señalar con el cuerpo-palabra. Los testimonios, dice Estrin, muerden, afectan.

Videla, ya en democracia, se quejaba de «la pretensión permanente de seguir escarbando en el pasado» y, olvidando su intervención decisiva en la planificación y ejecución del plan sistemático de exterminio, sugería:

[H]ay que encontrar una solución para resolver el famoso problema de los desaparecidos y ofrecérsela a la sociedad argentina. ¿Son una realidad, son un invento, son una especulación política o económica? ¿Qué son realmente los desaparecidos? (Página 12, 5/3/2012)

Yo puedo responder por el quién, pronombre que el comandante nunca pronunció. Los desaparecidos son mi generación, la anterior y la siguiente; mi familia, mis amigos, sus hijos; por lo tanto mi interés por el tema desborda lo académico. ¿Acaso se puede encarar el genocidio con la distancia del discurso teórico? Cada testimonio encarna su versión del campo: ese inhabitable hábitat –Ignacio Mendiola dixit– cuya misión es destruir la subjetividad. Hanna Arendt lo llamó fábrica de cadáveres. ¿Cómo no prestarles oído a quienes hablan de y desde la marca de esa fábrica, en lugar de distanciarse en función de un saber objetivo que murió hace décadas? Cada testimonio es una travesía de emoción y pensamiento sin la cual caemos en la razón instrumental, que con su frialdad lleva al desastre.

El lugar del testigo

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