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A modo de prólogo.
La literatura sabe

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La literatura sabe. La historia pierde las batallas que la literatura traspone. La literatura puede con la historia, la serie más cercana que la acecha. La bandera de rendición solo está en la ciudadela de las instituciones que regularizan y ordenan el pensamiento y sus discursos. Cuando la literatura, la terrible y valiente lírica, el permeable retrato de lo que pasó, el más complejo y simple a la vez, toma la historia, la traspone a través de incalculables saberes y la conserva a perpetuidad.

La institución crítica intenta escribir también esas historias, y a menudo emprende la guerra contra las crónicas, las memorias y las cartas. Pero crónicas, memorias y cartas son el testigo, el testimonio material más humano, escrito por los que allí estuvieron y recuerdan. Obras que sostienen el horror y, así, un verdadero encuentro cruza historia y literatura. La literatura, verdadera hermana del tiempo, sostiene el milagroso hilo de la historia real.

La literatura soporta lo desesperante, lo trágico. Puede. Sabe. Es el drama sin atenuantes, más allá de toda épica, de toda imposible explicación. La palabra y la frase literaria presentan, muestran, señalan. Dicen y muerden. Afectan. No tiene retorno: hay libros que nos cambian la vida.

La historia puede ser el tiempo que tarda un libro en ser leído. En ese sentido es que algunas obras todavía no llegaron. No fueron aceptadas, no fueron soportadas por los discursos legitimadores de las instituciones, de la cultura: hay libros que la crítica y la teoría, la apaciguadora norma, no pueden ver. Son esos en que la literatura, los autores-que-saben, dan un paso después del abismo y ponen lo que pasó. Allí se establece una verdadera guerra de posiciones y permisos. Porque las aduanas oficiales piden distancias, umbrales, biombos, misteriosas jergas y pensamientos paradojales: todas formas del miedo, muros consecutivos al esperado fin, al fracaso y la impotencia del arte. No obstante, la literatura goza de extrema salud. La literatura es una salud.

La policía secreta de la historia oficial, de los estados críticos oficiales, de la lectura permitida, hacen crítica literaria. Pero los manuscritos no arden, sobreviven, vuelven del futuro. La institución traza cánones; la literatura, páginas cuneiformes de dolor. Puede.

La literatura puede con causalidades múltiples, con capas de tiempo, puede decirlo; la literatura sabe que puede incluso con palabras sin ironía: la literatura dice lo que dice y dice la horrorosa historia.

Las instituciones de la historia, de la crítica, de la teoría, domestican, naturalizan, tranquilizan. Novelizan. Mitifican incluso con prólogos preventivos. No leen. Es el totalitarismo de la idea general el que mata la lengua de cada registro y la verdadera historia al explicarla y ordenarla. Sin embargo la lengua se recupera hasta en el campo de concentración, la lengua es el único lujo cuando ya no queda nada.

La literatura va con el cuerpo; la crítica hace metafísica. Las memorias, las biografías, los recuerdos, los diarios, cuadernos y testimonios son una única y última honestidad, una ética, una patria donde se puede. La razón crítica envejece, administra pobrezas. La literatura colma nuestro corazón horrorizado de injusticias.

Laura Estrin

El lugar del testigo

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