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ОглавлениеAntes de comenzar con su habitual clase de los jueves, Marcos Demaría se hallaba reunido con el decano y con el vicedecano de la Facultad de Derecho en la Ciudad de Bariloche. Aquella aniñada alumna del piercing en la nariz que se había acercado al finalizar la clase con miras a explorar la posibilidad de adquirir algún tipo de sustancia marginal, lo había denunciado ante las autoridades de la universidad.
—Demaría, sabemos que ella padece de profundos trastornos afectivos y volitivos, con brotes psicóticos frecuentes. Tampoco la ayuda el entorno familiar, ya que su padre la abandonó recién nacida y su madre tiene continuos problemas con la policía, para decirlo suavemente. Las dos viven circunstancialmente juntas, aunque aparentemente daría lo mismo si no lo hicieran —explicaba Ignacio Roberts, el decano.
—Hace años que doy clases en la facultad y jamás tuve el más mínimo inconveniente con un alumno. Menos todavía una denuncia por maltrato —acotaba Marcos visiblemente afectado.
Héctor Bonelli, vicedecano de la facultad, habló por primera vez.
—Pierda cuidado, Demaría, estamos seguros de que la denuncia no resulta veraz. Sabemos de su trayectoria como profesor y de su currículum académico, impecable por cierto. Pero lamentablemente las normas internas nos obligan a tramitar el expediente, aunque presumimos que, como no habrá pruebas que sustenten los dichos de la denunciante, se cerrará en breve.
—Gracias. Pero por desgracia la mancha queda —reflexionó Marcos.
—Usted sabe que siempre estamos expuestos a este tipo de situaciones —retomaba la palabra Roberts—. Como también lo es el hecho de que ha habido casos en que algunos profesores sí acosaron o maltrataron a los alumnos. Por suerte no han ocurrido en esta universidad.
Bonelli habló a continuación.
—Además, la cámara de seguridad que se encuentra en una de las esquinas de la clase registró cuando usted gesticulaba y le pedía que se marchara de manera firme pero respetuosa. Nada de lo que está filmado permite conjeturar que usted maltrató ni amenazó a la alumna como ella sostiene.
—Respecto de su buen nombre y honor —agregó el decano—, la resolución del rector que archivará el expediente dará debida cuenta de la improcedencia de la denuncia y dejará a las claras su falsedad.
—Gracias.
—Sin perjuicio de que estamos convencidos de su inocencia, tanto a Héctor como a mí nos queda una duda.
—¿Cual?
—¿Qué quería la alumna? —interrogó el Decano con seriedad.
Marcos había advertido sobre la posibilidad de la pregunta y por ende intentó ser lo más convincente posible.
—Cuando se fue el resto de los alumnos, ella se acercó para que yo le diga cuáles irían a ser las preguntas del próximo parcial. Por supuesto, no se las dije —mintió Marcos.
—¿Se le insinuó? —preguntó Bonelli sin eufemismos.
La pregunta del vicedecano tampoco lo agarró de sorpresa.
—No, para nada.
—Porque de la filmación surge que en un momento la alumna adopta una postura, como decirlo, insinuante o provocativa—musitó Bonelli acariciándose la pera con los dedos pulgar e índice.
—Bueno, a veces ocurre con algunas alumnas, en especial con las más jóvenes, que asumen algunas actitudes cancheras o desubicadas para congraciarse con el profesor, pero no fue el caso —mintió Marcos—. Al menos no lo percibí de esa manera.
—Pero usted parecía enojado.
—Sí. Me enojé porque se puso insistente con los temas del parcial. Parecía que tenía la obligación de decírselo y no entraba en razones.
Marcos tuvo el leve presentimiento de que no creían del todo lo que decía, pero no hubo rebote al respecto.
—Visto así, la denuncia contra usted parece artificial, como armada de antemano, vaya uno a saber con qué propósito.
—No tengo idea de por qué esta chica querría dañarme de esa forma.
—En resumidas cuentas, si la alumna solamente se acercó para interiorizarse sobre las preguntas del parcial, no se le insinuó ni le propuso nada indecente, y usted le pidió que se retirara del aula, no se entiende por qué habría de denunciarlo.
—Honestamente, no lo sé —argumentó Marcos—. Tal vez lo hizo en represalia por mi firme negativa a suministrarle la información.
—Hum… me cuesta creerlo —dudó Roberts—. A no ser que alguien, o ella misma, tuviera interés en perjudicarlo.
—Sería una locura. Llevo viviendo poco más de un año en el sur y prácticamente no tengo vida social.
—No tome a mal la pregunta, por favor, pero ¿usted conocía a la alumna más allá del claustro universitario? —preguntó Bonelli.
—No, jamás había hablado con ella. Es más, apenas la recordaba, ya que no es de las alumnas regulares, falta a menudo a clase y cuando asiste no pronuncia palabra alguna. No sabía siquiera el apellido cuando se acercó.
—Usted afirma que no existieron antecedentes de ningún tipo. Ni de contactos previos ni de inconvenientes entre ustedes —insistió el decano mirándolo fijo a los ojos.
—Es así. Puedo probarlo —replicó Marcos algo molesto, sosteniéndole la mirada.
—No va a ser necesario. En fin, aclarado el punto, esperemos terminar con el tramiterío lo antes posible. Seguramente fue una maniobra propia de alguien con trastornos psíquicos.