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CAPÍTULO SEGUNDO Estar en análisis

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Nos movemos entre derivas en extensión y penetraciones en intensión, según la tolerancia a las intensidades de lo que vaya surgiendo y de las relaciones que se avizoran con lo hasta entonces disociado.

Esto requiere adecuación topológica (“dónde” está el material) y temporal (el timing, de acuerdo a los márgenes de aceptación que sean posibles).

Lo primero supone el reconocimiento de espacios entre analizando y analista, en los que ambos se hallan involucrados en una trama que incluye:

- zonas mudas;

- áreas activas, intuidas pero no abordables aún, que plantean la cuestión mencionada del cuándo y de la maduración de problemáticas;

- niveles primarios escindidos.

- bolsones de experiencias fragmentadas, sometidas a regímenes extremos de expulsión (“aglutinadas”, “psicóticas”).

Apartadas estas últimas del “comercio asociativo” por fuertes barreras disociativas, que tienden a constituir formaciones rígidas del carácter.

Son naturalmente renuentes a entrar en juego, facilitadas por un arco que incluye desde resistencias y contrarresistencias hasta la prudencia necesaria.

Lo de “espacios entre” (que involucra a los lugares circundantes) no remite a una cartografía descriptiva, sino a la concurrencia de disponibilidades y estados distintos entre dos seres ligados en una asimetría operatoria que se va construyendo, apta para dar lugar a lo que sea.

Y no deducible de lo de cada uno.1

Por otra parte tampoco es cuestión de fascinarse por lo profundo o lo que se escurre, aunque sí tenerlos en cuenta.

Y en un balance resistencial que depende de la modulación y calidad de la angustia, siendo que la relevancia de uno u otro aspecto se descubre en acto, en el devenir del movimiento mismo.

Es de este modo que las heterogéneas materias primas –asociaciones, relatos, confesiones, descargas afectivas– al manifestarse de la manera más suelta posible y adquirir densidad simbólica, pueden constituirse en material, pasible de ser tratado en un contexto que sostenga su complejidad y sus puntos de fuga.

Ese cambio de calidad en el fluir habitual de las experiencias es el efecto primero de una continencia productiva.

Es también la resultante buscada de estar en análisis, condición difícil de definir pero que se reconoce prontamente por la coloratura diversa y los cambios en las “intensidades psíquicas”, como decían los clásicos, que adquieren diversas temáticas.

Y las prioridades entre las mismas, que van cambiando de lugar.

Por otra parte, si cualquier contacto entre seres humanos genera densidad emocional y potencial información sensible, mucho más ocurre en las condiciones que posibilitamos.

Impregnarse de esa masa vivencial sería abrumador –lo saben bien los esquizoides para quienes la mera cotidianidad común resulta agotadora– si no fuera por defensas y dispositivos culturales preformados, que atenúan todo lo que se dispara.

También por eso es bueno recuperar el valor de las primeras impresiones, por ejemplo en las entrevistas iniciales.

Pues aunque se hallan impregnadas de proyecciones y prejuicios, que parecerían justificar sabidurías establecidas respecto de lo erróneo de dejarse guiar por ellas, también suministran captaciones profundas, Gestalten intuitivas de como es el otro.

Las que habrá que guardar en rescoldo hasta que surjan como ocurrencia o evocación en un momento posterior.

Tengamos presente que devenir psicoanalista es, en gran medida, legitimar y poner en actividad atributos y funciones opacadas por la adaptación.

Situándolas en claves de empatía, de pensar suelto y de contención activa.

Siendo un axioma de base que todo lo que se da en el campo, y desde el comienzo, es material potencial.

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