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Espacio interior

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Poner el acento y la base en una concepción espacial / relacional del psiquismo es congruente con formas desarrolladas de entender la socialidad humana y el funcionamiento cerebral.

O sea, como parte del mismo circuito generativo y funcional, de manera análoga al constituido, por ejemplo, en el orden cósmico / biológico, por la fotosíntesis: vegetales (clorofila) – luz solar – anhídrido carbónico – carbohidratos – oxígeno.

Pues también son éstas materialidades diferentes, pero que ensamblan en una estructura y una vectorialidad necesarias para que tenga lugar el proceso.

De modo tal que el desarrollo de los vegetales –y de ahí el sostén mismo de la vida– sólo son pensables en sistema.

Siendo la unidad aislada una idea propia del percibir ingenuo, así como lo es el limitarse al individuo aislado para caracterizar lo humano.

En verdad fuimos horda y cazador colectivo, y continuamos siendo sociales por esencia, sujetos de crianza inextricablemente ligados a los otros primordiales para ser y para sobrevivir.

Y a los otros de los otros, que nos dan consistencia simbólica de estirpe para seguir siendo.

Es en tal contexto histórico material, de colectivos marcados por diferencias culturales y de clase, y pletóricos de mensajes transgeneracionales, que las estructuras cerebrales desarrollan sus posibilidades, en ensamble con los acogimientos que les toquen en suerte.

Las relaciones con los demás son de este modo constitutivas de la organicidad, pues los circuitos neuronales, con su gran plasticidad, son completados por lazos establecidos en los sucesivos ambientes, intra y extrauterinos.

Esa complejidad preformada y abierta constituye el fundamento para consolidar un espacio interior, que en los buenos casos conservará siempre una autonomía relativa oscilante respecto del mundo y de la peculiar exterioridad del propio cuerpo.

Pues el “aparato psíquico” se constituye en diferenciación respecto del soma, en el cual por otro lado se halla encastrado.

El espacio interior se instaura a partir de las fronteras que se trazan respecto de aquél (del soma) y de las relaciones primarias, y su intelección es lo que intentaba Freud con sus mapas, desarrollados luego en tramas de Self y relaciones de objeto.

Es por ende “mental”, aunque impregnado de solicitaciones corporales y constituído a partir de introyecciones asimiladas que pasan a integrar la sustancia propia; parafraseando la tan meneada cita: el Yo es un Yo corporal y relacional, constituido por los restos de relaciones pulsionales de objeto, generadoras de fantasías fundamentales y de matrices deseantes.

De ahí la congruencia con el espacio analítico, como forma específica de socialidad peculiar y concentrada.

El espacio analítico es homólogo del espacio mental, y el campo analítico la resultante de la proyección / expansión de los espacios mentales de los protagonistas, en su intrincación fantasmática y vincular.

Produciendo un más allá de lo de cada uno, donde el cuerpo se incluye, con sus bienestares y malestares, sus pulsiones y sus mensajes, a partir de su exclusión instrumental.

Pues efectivamente el cuerpo, oficialmente apartado, se vuelve a incluir por diversas ventanas que los movimientos transferenciales abren y cierran.

Dado que el ámbito creado tiende a una mentalización, que bajo el modo del sinceramiento radical –parrhesía diríamos con los griegos y con Foucault– lo recupera mediante una simbolización cualificada por un Eros de reparación.

Se trata de aquello que en los comienzos se hallaba potencialmente contenido en lo que, como vimos, Freud denominaba propositivamente recordar.

Verbo crucial para nosotros, por todo lo que connota a partir de su propia etimología: volver a pasar por el corazón.

Se trata de la buena repetición, aquella que rescata del olvido y más: de escisiones y expulsiones de pedazos de la propia vida junto a seres interiores y sus lazos con el propio ser.

Para restituir una integridad que tal vez nunca existió, salvo en ensueños propios o en lo mejor de sus objetos primarios.

Por todo esto la asociación libre merece el nombre de libre manifestación, que connota el arrastre emocional, corporal y significante hacia el espacio relacional constituído.

De modo tal que pueda transcurrir la peculiar vida de la neurosis de transferencia y las transformaciones de la misma.

Es aquí donde nuestra ilación se eslabona con desarrollos actuales sobre mentalización, en los que un aspecto clave es el reconocimiento de procesos de gestación de la propia interioridad a partir de juegos de espejamiento y reciprocidad.4

Lo que es crucial para el legado de espacios psíquicos consistentes y la modulación de los encuentros y desencuentros, con el sedimento simbólico que los mismos van dejando.

Se trata de matrices profundas que constituyen el basamento de los conjuntos relacionales que impregnan los modos actuales de ser y de vincularse, y que la neurosis de transferencia permite examinar in praesentia.

El conocimiento de aquéllas, basado en la observación de niños pequeños en sus ambientes habituales, nos ofrece un enlace natural con rasgos y actitudes constatables en el campo, y una fina correlación semiológica entre ambos registros de observación.

Sin que eso suponga la pretensión de reducir linealmente esas manifestaciones a pautas primarias de relación, en un psicologismo de correspondencias por analogía.

Lo que sí es posible inteligir en los pliegues adaptativos preconscientes, son lógicas de relación dominantes en las épocas primeras de la vida, que la regresión cuidada muestra, por lo común, a través de indicios.

Y requiere de lecturas minuciosas y pacientes.

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