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Diagnosticar

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El psicoanálisis tiene una relación necesaria de implicación, y a la vez de aspiración a mantener distancia con los tránsitos ideológicos de la época, y específicamente con la dominancia del “principio de rendimiento” (H. Marcuse).

Lo que nos lleva a valorar disposiciones alejadas de la funcionalidad dominante, y parecidas a lo que convencionalmente se entiende como ocio.

Pues efectivamente asociar y atender –pero de manera flotante– se oponen a las coordenadas de eficacia usualmente requeridas.

Y tomar partido por la regresión / expansión completa el para-entramado que construimos.

A lo cual se agrega el suspenso judicativo referido al clasificar.

Actividad antigua como el mundo, que recoge tanto experiencias colectivas acumuladas en la sabiduría de especie cuanto en prejuicios frente al contacto despojado con otro.

El afán clasificatorio según nosografías de diversa índole, es obvio que ha de ser apartado en la circunstancia transferencial, pero no aniquilado, o peor, sustituido por un fingimiento de ingenuidad adánica.

Hay que dejarlo, como a cualquier ocurrencia más o menos perturbadora, que circule por nuestro interior, donde tomará diversas formas e intensidades según las señales de alarma que se generen en el campo.

El punto es mantenerse sensible a la aparición en uno de tal preocupación, considerándola una advertencia preconsciente que convoca algún saber que detentamos –psiquiátrico, por ejemplo.

Siendo la regla de oro que el modo de inclusión de ese conocimiento o de cualquier otro, es valorable en función de lo que aporte a la percepción flotante y a la experiencia extendida del inconsciente, que incluye, claro está, la contratransferencia.5

Todo ello más allá de las eventuales acciones, “transanalíticas”, que el sentido común clínico, que supone cuidado del otro en el cuidado del proceso, nos muevan a realizar.

Tanto en lo que hace a estas situaciones que ponen a prueba los límites de nuestra competencia, como en los contactos y distancias respecto de núcleos ideológicos y creenciales, el punto reside en sostener el pacto de racionalidad del criticismo freudiano.

Que supone lidiar con la propia omnipotencia (la megalomanía infantil), y sustraerse a los señuelos narcisistas ligados al todo saber / todo poder.

La contraprueba de esas trampas, en las que el Superyó mete la cola, está dada por la experiencia de lasitud y aflojamiento, cuando en etapas avanzadas de un análisis, el humor puede ser el modo de tramitar diferencias de posiciones ideológicas entre paciente y analista.

Que hace también al duelo por crisis y atravesamiento de la ilusión fusional de un común compartido absoluto, lejos de cualquier controversia o diferencia.

Claro está que eso es posible cuando el vínculo se ha consolidado, el trabajo en común ha sedimentado símbolos de consistencia y perdurabilidad más allá de ambos (Psicoanálisis Valor)6 y la transferencia actual dominante es positiva sublimada.

Por otra parte, las tensiones que emergen permiten recuperar de primera mano –facilitado su registro por el compromiso emocional en que suelen sumir al analista– climas y fantasmáticas que jugaban en disputas hogareñas, con sus cruces de valores y sobrecargas narcisistas.

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