Читать книгу Psicoanalizando - Rafael Paz - Страница 15
Correspondencias
ОглавлениеTronick y otros han mostrado en trabajos experimentales muy valiosos, a partir de la hipótesis de Conciencia Diádica, de qué modo infante y madre constituyen un sistema auto organizado que crea sistemas de congruencia de respuestas, con sus correlatos comprobables de organización cerebral.
Los que pueden extenderse constituyendo sistemas muy complejos.5
Rousillon, siguiendo a Daniel Stern, realiza un examen exhaustivo de tales procesos, señalando que compartir el afecto no conlleva similitud de expresión (concordancia cruzada o intermodal), por lo que tenemos reciprocidad pero sin que implique simetría, abriendo a la riqueza (infinita) de las diferencias.
Lo mismo ocurre con el así llamado “ajuste”, en la medida que las respuestas ante anhelos excitatorios del bebé –por ejemplo, al contemplar la preparación de la mamadera– son transportadas a un nivel sígnico, menos pasional e involucrante, lo cual hace a la rítmica vincular, aspecto fundamental al que suele no dársele la importancia extendida que tiene.
Lo cual se recrea transferencialmente en el pasaje –elaboración mediante– desde niveles preverbales en los encuentros y desencuentros entre paciente y analista, hasta niveles simbólicos (“sígnicos”) en los que se los puede elaborar.
Agreguemos las observaciones de Gergely, que define con sutileza la presencia de “marcadores” en el proceso de ecoización de afectos.
De modo tal que cuando las madres reflejan los mensajes emocionales provenientes de sus bebés incluyen un metamensaje, connotando que el afecto que surge como respuesta no es el originario del bebé sino proviene de ella.
El espejo se corre entonces del punto de simetría e instaura tiempo y espacio diferenciales, así como esbozos de signos discretos.
Señalemos dos características de estas indagaciones, convergentes con lo que venimos desarrollando:
1) la necesidad de entender “en sistema” a los lazos primarios;
2) la fecundidad inductiva para pensar los encuentros y desencuentros que se dan en la clínica psicoanalítica y en la vida de todos los días.
Pues no se trata de procesos remotos y hundidos en las profundidades psíquicas, sino presentes en los climas y lazos cotidianos, transformados y morigerados por aprendizajes convivenciales y defensas variadas.
Las peripecias de la expresividad del niño, en todos estos desarrollos, constituyen un indicador de importancia.
Lo cual tiene gran alcance en el pronóstico procesal para quiénes tomamos en consideración el avivamiento transferencial de niveles primarios de relación.
Pues no es verdad que sólo en momentos de franca regresión se ponen en juego: sería lo mismo que sostener que porque nos preocupa clínicamente la piel el resto del cuerpo desaparece.
Lo que sí ocurre es que por razones de estructuración, señaladas como hitos en la constitución psíquica –amnesia infantil, sepultamiento del Edipo, defensas propias de la neurosis infantil y posteriores, sobreadaptación, eventual configuración de falsos Selves– se hurtan a una exploración sostenida.
Y es en ese punto donde comienza la originalidad psicoanalítica.
Raúl usa el diván de modo variable, según “el modo en que se siente” y las cosas que tiene que decir.
Esto último no remite necesariamente a temas que pueden producirle vergüenza o dificultades parecidas, sino a momentos de cansancio que le hacen preferir estar más cómodo o, por el contrario, a cuestiones acuciantes que debe “encarar”.
El relax y la facilitación catártico / elaborativa cuando está reclinado son evidentes, así como una expresión semi sonriente y de placer anticipado cuando me dice: “Hoy voy a usar esto que no sé bien cómo se llama.”, refiriéndose al diván.
Distinta a su cara, expresiva y variable cuando estamos frente a frente, pero con tendencia a un rostro decidido de “Self made man” (que lo es).
La soltura verbal, así como lo que manifiesta, no trasuntan diferencias marcadas según la posición que adopte, pero sí los gestos, las actitudes corporales y la musicalidad de sus tonos de voz.
No es difícil imaginar, en muchos momentos, como habrá sido el chico que fue, sin que eso suponga puerilidad alguna en sus manifestaciones.
Y coexistiendo en un contexto en el que somos dos adultos trabajando materiales evocativos o actuales, con fluidez emocional, pero situados en un tercer espacio.
Lo cual hace al punto de que nunca existe recorte puro en el trabajo analítico, pues se trata de bordes vivos e inflexiones del campo que están allí, precisamente, “latentes”.
Lo infantil, en Raúl, se trasunta en expresiones de picardía cuando aborda materiales íntimos o venganzas secretas para con sus socios y competidores.
En tal caso su rostro se ilumina y mueve en mí un gran cuidado expresivo, como evitando una complicidad contagiosa.
No obstante, no existe ninguna tendencia en él a “abusar” empáticamente, lo que es importante en el seno de la compenetración fusional (ecoización diferencial).
El no saber bien cómo se llama (el diván), surge, como broma triste, de camas y camitas varias por las que transitó en una infancia dura, con compañías diversas que lo protegían ante una carencia de hogar estable.
A veces, al reclinarse, expresa el temor de quedarse dormido, deseo vívido de regresión protegida y abandono de todo lo que la posición vertical connota, como esforzado ejercicio vital.
Contar con el diván es siempre importante, aunque lo use a veces, lo que define una suerte de regulación activa del balance regresivo.
Constituyendo el conjunto un ejercicio formidable de adecuación sensible y modulada.
Digamos que algo a destacar en los desarrollos observacionales que vimos más arriba, es el alejamiento de cualquier pretensión de perfección en los ensambles primarios, asignando a las correcciones de adecuación un papel significativo.
Punto que se liga a la sutileza de Winnicott al señalar la cualidad de encontrado, pero al mismo tiempo de creado del objeto, como parte de una Gestalt de estabilización relacional.
Paradójica para el empirismo circunscrito a lo visual de dos seres, pero congruente con la condición que apuntábamos “en sistema”, propia de la prolongada dependencia humana y los movimientos protosimbólicos originarios.
Esto es de singular importancia para nosotros; de hecho, todo un eje del proceso psicoanalítico puede definirse como el trabajo sobre inadecuaciones y malentendidos en los intercambios emocionales y simbólicos.
Y sus resonancias en la historia vincular rediviva.
Búsqueda – encuentro – ambigüedad o malentendido – retracción – relanzamiento, constituye una secuencia basal de especie, y tenerla presente amplía el registro de las experiencias emocionales, enriqueciendo la semiología de los procesos transferenciales.
Lo cual nos muestra el largo camino del trabajo de aculturación, siendo el psicoanálisis pensable como un análogon del mismo, con su transcurrir, avanzar y retroceder en el seno del trabajo transferencial.
De todo esto puede desprenderse también el sin sentido de suponer que el azar de la existencia nos determine sólo al desencuentro, como destino inexorable que lanza a la clausura de una sola vía, despojada de esperanza.
De igual modo, el conjunto cultural puede concebirse como una masa de entendimientos potenciales, a ser transitada de manera muy diversa.
Y es allí, en el seno de ese patrimonio colectivo que el psicoanálisis ha labrado su lugar, entre las disciplinas de la cura y las de la cultura.