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Pulsiones, fantasías, deseos

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La concurrencia pulsional, fantasmática y deseante abre a las posibilidades de repetir y de recordar, recreando síntomas e inhibiciones.

Pulsión, fantasía y deseo suponen regímenes distintos:

• La perentoriedad en gran parte errática de aquéllas, cuerpo más que cuerpo, que buscan a otro / cuerpo (parte o todo) en su afán de consumación, siendo marcadas por las respuestas recibidas, lo que da lugar a cierto amaestramiento más que a un orden.

Pues si bien la maduración y el disciplinamiento las alcanza, y los “destinos” que siguen son variados, constituyen fenómenos de acumulación, borde y despeño, a veces extendidas en superficie (modelo piel) a veces circunscriptas en una erogeneidad turgente u orificial.

La cantidad es parte de su esencia, y la satisfacción –que existe– remeda un fin, dado que son reverberantes y pulsátiles.

Si el agotamiento produjera un vaciamiento del ser daría lugar al espanto, por la caída en el infinito malo de la disolución subjetiva.

Pero ocurre que en el fondo late la esperanza de repetición, o sea la repetición como esperanza.

Conjunción de muerte y vida que se muestra de manera ejemplar en la consumación orgásmica: abandono de sí en el otro –eventualmente con el otro– para luego rehacerse y volver (a ser).

• La insistencia subjetivante del deseo, pues requiere desde el fondo del propio ser y exige reciprocidad y compañía en la imposibilidad de ser colmado.

Por lo que conmueve y eventualmente asusta, al mostrar la insuficiencia del repertorio de respuestas acuñadas desde aquél a quien se solicita.

• Las fantasías, que con variada arborescencia configuran dramáticas a descifrar.

Todo ello transcurriendo en un ámbito productivo cuando es regulado por la angustia señal, o con escisiones abruptas y dislocaciones, si predominan las ansiedades primarias.

De ahí que pueden bosquejarse diferencias entre una clínica psicoanalíticade la represión, con permeabilidad entre capas y versiones del Self, y otra de las escisiones, las identificaciones proyectivas masivas y los vaciamientos del propio ser.

Lo que da lugar a recomposiciones de diferente calidad simbólica y relacional, por la tendencia, en aquellas últimas, a neo-sobreadaptaciones y estabilizaciones caracteriales rígidas.

Ambas clínicas –entiéndase que sólo es un modo esquemático de trazar grandes diferencias orientativas– suponen nosografías de campo, que pueden absorber psicopatologías trazadas desde diferentes perspectivas, psicoanalíticas o no.

Pues si bien no es bueno –y en verdad absurdo– ignorar la historia de conocimientos respecto de los padecimientos psíquicos, el punto es incluirlos en un proceso transferencial que los relativice productivamente y les asigne valor según el contexto, como antes se dijo.

Es decir, haciéndolos jugar en el prisma de la neurosis de transferencia, que difracta lo vivido desde la neurosis infantil y sus transformaciones, en ese singular “reino intermedio” como lo nominara Freud, en cuya vida paralela se viven otras vidas, o trozos –cruciales– de ellas.

Patológicas y repetitivas unas, o que ponen en marcha realizaciones impedidas en otras.

Todas necesarias, para trabajar in praesentia en el reino de las transferencias.

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