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CAPÍTULO PRIMERO “Recuerdo, repetición y elaboración”

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Se trata con justicia de una fórmula memorable, en la medida que sintetiza el sentido del proyecto de cura.

Dando cuenta de una contradicción esencial –recordar versus repetir– que ha de resolverse, trabajo mediante, en una mentalización productiva.

Tengamos presente que en los comienzos de la experiencia freudiana, “memoria” era el nombre para designar la materia psíquica genérica, en la medida que la cura se constituía en lucha contra la represión de los recuerdos traumáticos.

Los que operaban de manera insistente, apartados del metabolismo de la vida y generando sufrimientos, por lo que era necesario traerlos nuevamente a escena con toda su carga vivencial.

Para de ese modo curar por abreacción y elaboración.

Mentalizar es una palabra más nueva, y se halla en la línea de aquello que a lo largo de su historia el psicoanálisis ha ido definiendo como objetivo, a medida que la ambición de curar se ha incrementado y sus objetos se han tornado más complejos.

Pues no se trata sólo de pensar, sino de trasladar el eje de la experiencia vital a un ámbito que incluya como variaciones simbolizables la relación con el propio cuerpo, con los demás y con las cosas del mundo.

De ahí que se constituya en el acto de hominización por antonomasia, que se recrea y deshace de continuo en el seno de la existencia, lidiando con lo que Freud metaforizó como instintos de vida y de muerte, y que llevó a Bion a situar la capacidad de generar sueños y de soñarlos como trasunto de vida psíquica lograda.1

Y desde la perspectiva de un juego abierto de transferencias refiere a los modos en que lo disociado y reprimido se hace presente cuando se les da cauce, en pos de una simbólica nueva que los transforme en experiencias digeribles.

Esto supone una sublimación de nuevo tipo, que atrae hacia el explorar y conocer incluso a modalidades poco prestigiosas del saber, como la curiosidad y el anhelo de incursionar en intimidades de otros, así como impulsos que surgen de fuentes non sanctas, como el rencor.

Pero el resentimiento nacido de traumas dilacerantes puede volver al que los padeció inquisitivo y penetrante, más allá de los supuestos paranoides en que se funde.

Para que esa canalización fecunda pueda darse, la actividad del analista es crucial, sea por intervenciones explícitas –cuyo núcleo largamente teorizado son las interpretaciones, señalamientos y construcciones–, como por la recolección, tarea previa pero en sí misma reparatoria, y la continencia activa.

Detengámonos un instante aquí, pues en épocas de intemperies y convivencias poco piadosas, se habla hasta el hartazgo de “contener”.

Lo cual dice del reconocimiento de una necesidad humana extendida, pero también del desconocimiento de las complejas maneras en que puede manifestarse: la búsqueda universal de cobijo es comprensible, pero no hay que perder de vista la diversidad de experiencias que ese verbo incluye.

Y que la perspectiva de proceso analítico nos aclara.

Para empezar, es mucho más que disponibilidad abierta: supone ofrecer la propia interioridad en sus resonancias, empatías y antipatías, para dar lugar a producciones que puedan volcarse en espacios transicionales (Winnicott dixit) en gestación.

O sea, en zonas del campo no saturadas por lo ya sabido y por roles predeterminados, con lo que se recupera la fluidez de lo mejor de los lugares primarios y su productividad imaginante.

Facilitando climas liberados de censuras y prejuicios referidos a formas y contenidos.

La idea desarrollada de contener recoge elaboraciones sobre el holding y el apego, y remite a disposiciones profundas, naturales e imprescindibles en la crianza.

Y cuya vitalización, en el grado que sea posible, constituye el umbral para el trabajo en regresión y en transferencia.

Contener supone además actividad, emocional y simbólica, que lidia con representaciones y afectos que necesitan de tiempo para su reverberación.

Y además no consiste sólo en esperar sino también en acudir, desde la captación sensible de necesidades de contacto o depositación, lo cual requiere una disponibilidad lúcida para con las manifestaciones del paciente.

Es de este modo que la función de continencia integra en un estado de coherencia –depresiva y reparatoria, en sentido kleiniano– a lo fragmentado, que halla cabida en la confianza idealizada que la situación promueve.

Teniendo presente que la oscilación entre desintegración e integración está siempre en juego, en los intersticios de las experiencias emocionales que impregnan los vínculos habituales.

Siendo la integración el fruto azaroso de continencias que se van hallando en el ensayo y error continuos de la existencia.

Algunas, desde la esperanza razonable en los lazos que la sabiduría de especie transporta, pues los labios mamíferos cuentan con el pezón y por lo tanto el espacio de búsqueda que recorren está impregnado más de anhelo que de incertidumbre.

Otras, las que en el devenir reproduzcan aquellas convergencias, a partir de los modos en que las preconcepciones se saturaron, quedando profundamente inscriptas (imprintings).

Y que en el contexto analítico se recrean, a partir de la oferta implícita y la transferencia expectante idealizada.

Reformulando: la regresión transferencial restablece estados primarios en los cuales la digestión de las vicisitudes de la vida se tramita de a dos.

Y a partir de allí el psicoanálisis cura mediante el uso estilizado y constituido en método, de lo mejor de las operaciones que en la cultura han decantado para la crianza y el cuidado de los otros, pero atravesado por una heurística de la verdad que va en pos del inconsciente reprimido, del narcisismo y de la parasitación superyoica.

De manera tal que el “de a dos” se puebla con la multiplicidad fantasmática de los otros, incluso desengastando las figuras primordiales de estructuras que las volvieron abstractas y lejanas, como señalara Freud respecto del Superyó.

Sobre estas bases puede constituirse una matriz relacional que soporte los procesos de verdad, que constituyen la sustancia de la tarea.

Y que se definen, dialécticamente, por su opuesto, por las resistencias que operan sobre los verosímiles reconstructivos creados por el trabajo de contención e interpretación.

Dando lugar a un recordar vivificado y una activación imaginante.

Los que hay que sostener a toda costa, trabajando sobre las diferentes formas de anulación del pensar nuevo que se va suscitando.

Si observamos una de ellas, la racionalización, vemos que puede asumir variantes diversas y a veces sutiles.

Ya en las primeras sistematizaciones sobre cuestiones técnicas, Freud advertía sobre los riesgos de lo libresco, en virtud del tiempo y calidad que requiere cualquier relación humana en la que el compromiso con la verdad se halle en juego.

Si esta centralidad de los procesos de verdad y la adecuación receptiva que exige no son cuidados, la ansiedad del analista puede llevarlo efectivamente a refugiarse en sus teorías, las que entonces obstruyen.

Y peor aún, la relación puede invertirse y el analizando pasar a ser continente forzado de aquéllas, con intervenciones que lo llenan de ideas inútiles al mismo tiempo que lo pseudo-jerarquizan, al quedar en posición de espejo narcisista, insuflado de supuestos saberes.

Esta falsa valorización anula los efectos de verdad que a pesar de todo pueden surgir o insinuarse, constituyéndose en una resistencia particularmente insidiosa, y difícil de desmontar en experiencias analíticas posteriores.

Es un concreto ejemplo de negativización de K (es decir: –K), letra bioniana que remite al afán de conocer (Knowledge), transformado en este caso en su inversa, en desconocimiento activo encubierto por adoctrinamiento, parcial o sistemático.

Movimiento que tiende a realimentarse, proliferando discursivamente como ataque al pensar genuino.

Cuando la cadencia elaborativa funciona, toman voz intensidades y niveles semióticos que pueden atravesar las barreras adaptativas y sus representaciones y análogos en el contexto analítico, que enmarcan la tarea.

Esto es fundamental, pues algo de lo dicho más arriba puede entenderse como una descalificación en bloque de manifestaciones que expongan la interioridad del analista, tanto en la posición extrema de Ferenczi del “análisis recíproco” como en diversos desarrollos actuales que, con variaciones, legitiman actitudes análogas.

El punto es sostener el estado transferencial útil en circunstancias que hacen bascular bruscamente el equilibrio relacional, volviendo permeable la distancia operativa necesaria entre cada uno.

La cual se asienta en usos y costumbres tradicionales propios del arte de curar, incorporados en esa sutil instrumentación denominada “encuadre”.

Tal permeación, legitimada y promovida por las corrientes intersubjetivistas y relacionalistas, es admitido también por quienes nos situamos en una perspectiva transferencial y contratransferencial de campo.

Pero preservando el eje de asimetría operacional así como un ejercicio constante de excentración, corriéndose del punto fascinante de captura y eludiendo la oferta narcisista que proviene de los miedos y la indefensión del analizando.

Que tiende así a evitar la penetración temida en escenas inconscientes, incorporando al analista y anulándolo en un capullo cordial o en la panza de la ballena.

Es clave entonces preservar la transferencia de trabajo, forma específica de transferencia positiva sublimada, para que pueda recoger la excitación pulsionante que produce el contacto con la persona del analista, en alguna proporción expuesta y que contribuye al reavivamiento de los propios fantasmas.

Situándola en reservorios de sentido capaces de procesar los transparentamientos intersubjetivos, para poder entonces recordar, lo cual requiere de arte y técnica, pues nos hallamos en los pliegues donde el repetir tiende a imponerse sobre la inscripción simbólica de lo vivido.

Bregamos, efectivamente, por lograr que lo inédito de las vivencias transferenciales opere sobre el recordar, abriendo a experiencias emocionales que posibiliten el juego de variaciones y diferencias.

De tal modo que la inercia de la repetición, sometida al imperio superyoico de “lo mismo” opaco y sin salida, se reinscriba en el polo expuesto –como herida o esperanza– del reservorio personal de lo vivido.

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