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Neutralidad

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En este umbral de contención activa y productiva juega la neutralidad, que nada tiene que ver con la arrogancia de estar más allá del bien y del mal, sino con apartarse del lugar inducido como portador de determinados saberes y valores, en el cual el analizando nos sitúa para sentirse amparado.

Aunque luego se trabe en lucha, franca o silenciosa, con la figura idealizada resultante.

La transferencia de trabajo, entre otras cosas, establece una red de materiales “marcados” por indicadores que señalan su retorno desde lo reprimido y disociado, con oscilaciones en cuanto a la repercusión emocional y productividad asociativa.

Pero también, por una suerte de gesto espontáneo de preservación del vínculo, temáticas potencialmente controversiales –ideológicas, religiosas, políticas– tienden a ser dejadas de lado, en un entre paréntesis prudente.2

Lo que no debe analogarse a lo que nos advirtiera Freud con su metáfora acerca de que si existiera en Viena una zona de reserva, todos los ladrones acudirían allí a refugiarse.

Pues hace al arte psicoanalítico que los valores que juegan en esos posicionamientos y conllevan lazos objetales, lealtades ancestrales, miedos primarios y seguridades refrendadas por sistemas ideales, vayan incluyendo de a poco sus fantasmas en el espacio de continencia co-pensable.

Abriendo así caminos para su elaboración; dicho en buen romance metapsicológico, despojados de sobreinvestimientos narcisistas que los tornan emblemas intangibles y generan imposibilidad comunicativa.

Este punto es clave, pues el entrelazado del psicoanálisis con la trama de valores que colisionan en la clínica ha dado paso a un escepticismo liquidacionista respecto de la neutralidad.

Malentendido importante, en la medida que el psicoanálisis incursionó progresivamente desde las neurosis sintomáticas a los trastornos del carácter; luego a los “modos de ser” y desde allí a la estructura íntima del Self (desde otra perspectiva: a la temática de la subjetividad / subjetivación).

Lo cual transcurrió sobre nítidos compromisos valorativos, que integran lo vivo, lo no formal del marco analítico.

La neutralidad ha sido efectivamente mal comprendida, pues muchas cosas se juegan en ella, y las distorsiones que la circundan hacen que en vez de una posición ético / instrumental se la suponga una suerte de coartada ponciopilateña para lavarse las manos.

Confundiendo la necesaria toma de partido por los procesos de verdad que el análisis desencadena, con el suministrar sentidos nuevos totalizantes, sancionándola entonces como imposible.

Entendiendo por procesos de verdad el arduo asunto de apartar las membranas adventicias del narcisismo infantil que opacan el percibir, o dejan sólo las ventanas que conectan al mundo y al propio cuerpo atrapadas en el saber, creer y entender de los otros primordiales.3

Volviendo al punto de la neutralidad: toda acción humana transcurre en una atmósfera de valores, que se trasunta en las elecciones que de continuo realizamos en la vida, y la circunstancia transferencial genera posibilidades abiertas a lo que sea en su manifestación –momento del sinceramiento en el procesamiento de verdades– que exige reacomodamientos en quien lo realiza.

Refrendado por el analista como testigo, pero también como el que explora eventuales consecuencias de lo manifestado, tanto intra como extra-analíticas.

“Cuando escucha esto que digo Ud. debe pensar que soy…” es una expresión típica en esas circunstancias, que muestra precisamente la impregnación axiológica.

De ahí que la neutralidad es una formulación freudiana que condensa muchas cosas y es necesario modular, pues tiene valor como aspiración tendiente a evitar el vórtice atractivo de las pasiones desplegadas en el campo.

Y a estas alturas, cuando la distancia impecable del analista espejo ha sido suficientemente puesta en cuestión, remite a la opción ético / instrumental que se materializa en continencia activa, heurística de lo verdadero y acompañamiento en las incertidumbres de la existencia.

De hecho, detrás de la apariencia meramente técnica de la consigna de libre manifestación y percepción flotante, se oculta una pretensión difícil y ambiciosa, un “programa máximo” latente que se basa en favorecer una relativización de los supuestos y tomas de partido por parte de ambos protagonistas.4

Y con la soledad a tolerar cuando nos apartamos de normativas y ejemplaridades surgidas de objetos internos poderosos que son parte de nuestro ser: dicho en términos clásicos, la coacción proveniente del sistema Superyó - Ideal del Yo.

En todo esto se muestra claramente el psicoanálisis como praxis: razón transformadora que no rehuye asumir todos los niveles del ser, llegando incluso a aquéllos, cerradamente idiosincráticos, en los que el mensaje incluye el propio código.

En estas últimas circunstancias la empatía adquiere importancia crucial; y también la confianza en el método asociativo.

En una modalidad específica: paciencia para el desglose de las significaciones compactadas.

De ese modo esperamos que en algún momento, en otro giro, se muestre algo de lo reprimido, y el sistema implícito de referencia se haga visible.

Pero también puede que no, que persistan manifestaciones de significación imposible de discernir, sin que necesariamente lo sea por ruptura o carencia psicótica de código de remitencia.

De cualquier modo existen diferencias pronósticas importantes entre lo depositado en el vínculo, ininteligible pero con esperanzas de transformación y lo imposible de ser transmitido / entendido, por la carga de odio o desesperanza que alberga.

O también por el aglutinamiento y fragmentación de emociones y representaciones.

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