Читать книгу Más que unas memorias - Ramón Tamames - Страница 46

ENTRE EL RIN Y EL ELBA

Оглавление

Pasada la mitad de la temporada que tenía prevista en Badorf de forma bastante placentera, en Casa Decker, la vida allí iba resultándome ya excesivamente tranquila, dado el ritual de convivencia en una familia de costumbres precavidas y poco extravertida salvo en el caso de Norbert. Por ello, coincidiendo con la circunstancia de que Peter tenía que ir a Hamburgo para unos asuntos personales, me decidí a aceptar su ofrecimiento de llevarme hasta allí en su moto, por la autopista, entre Colonia y la mayor de las ciudades hanseáticas.

Así pues, un buen día salimos en la motocicleta, no demasiado potente, y enfilamos en dirección a Dortmund, para pasar después por Münster, capital de Westfalia, y atravesar Bremen sin pararnos hasta llegar a Hamburgo al final de la jornada. Siempre por las Autobahnen, las grandes autopistas concebidas por la República de Weimar, y construidas en tiempos de Hitler; todavía de grandes placas de cemento, con juntas de alquitrán, por lo cual los vehículos hacían un ruido que recordaba el traqueteo de los trenes.

El viaje fue bastante largo por la escala que hicimos en Münster, donde para un recado que llevaba Peter hubimos de ir al centro de la ciudad que era una inmensa cantera de reconstrucción. Especialmente en la calle principal, la Markt Straße, donde pude comprobar que delante de muchas obras en construcción había grandes tableros con fotos de la preguerra, al objeto de levantar los edificios nuevos casi exactamente como habían sido antes de la gran destrucción de los bombardeos aliados.

También pasamos, desviándonos un poco hacia el este, entre Bremen y Hamburgo, por Heideland, un área pantanosa poco cultivada, con pasto entreverado de una especie de brecillo que en alemán se llama Heide, de color violáceo, y que otorga al paisaje bellas tonalidades que a mí se me antojaron nostálgicas. En esa comarca, la pequeña ciudad de Lüneburg era entonces muy visitada por su estado de conservación, pues al no albergar ninguna clase de industrias, no había caído sobre ella ni una sola bomba durante la Segunda Guerra Mundial. Daba gusto ver todo lo antiguo tan estupendamente conservado, las alineaciones de árboles en las calles, los empedrados originales, la muralla con su foso, las altas torres con sus cubiertas de cobre enverdecido.

Llegamos a Hamburgo, y Peter, que tenía que irse ya a su destino en una clínica de la ciudad, donde iba a hacer prácticas, me dejó en el albergue de la juventud. Aquél fue mi primer contacto con esa modélica institución europeísta que permitía viajar muy económicamente, pues por apenas un marco alemán, entonces unas 14 pesetas (y que al cambio real de hoy no serían más de dos euros), se podía dormir en un albergue en condiciones bastante satisfactorias y con el importante aditamento de que se conectaba con gente joven de las más diversas procedencias.

En aquel albergue trabé conocimiento con un español que viajaba con un amigo uruguayo residente en España y que prácticamente había perdido su acento sudamericano. Y sabiendo que yo tenía fluidez en alemán, me propusieron dar una vuelta por la ciudad, mucho más reconstruida que Colonia, tal vez porque estaba en zona de ocupación estadounidense, y también por ser el mayor puerto, imprescindible, de Alemania.

Paseando, fuimos a los Alster, grandísimos estanques, prácticamente lagos, rodeados de parques, que aparecían muy iluminados en sus contornos, dando muy grata sensación de recuperada prosperidad.

En nuestro deambular llegamos a las zonas consideradas de vicio de la ciudad, la propia de un puerto de acogida de cientos de marineros cada día. Estuvimos en el Reeperbahn, donde había toda clase de ofertas de prostíbulos para militares y paisanos, al estilo de Ámsterdam, con escaparates que presentaban teatralmente habitaciones muy confortables, con damas muy maquilladas en rutilante ropa interior a la espera de clientes.

Luego seguimos paseando por la zona de Saint Pauli y, cansados de caminar, entramos en un bar que resultó ser un baile de homosexuales, la primera vez que los tres veíamos cosa parecida. Nos sentamos a tomar unas cervezas, y algunos jóvenes alemanes se acercaron a sacarnos a bailar. Cosa que declinamos con los mejores modos, bromeando entre nosotros sobre la condición en que aquellos mozos estarían en la España de Franco:

—Todos fichados en la Dirección General de Seguridad y algunos ya en la cárcel...


Más que unas memorias

Подняться наверх