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¿Qué es la neurociencia?

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En primer lugar, la neurociencia no es una disciplina como las que conocemos tradicionalmente. Como afirman Rose y Abi-Rached, la creación de la neurociencia no suponía la eliminación de las distintas disciplinas que la componen, sino la de “crear un espacio común en el que pudieran interactuar” (Rose y Abi-Rached, 2013: 42). Así, el objetivo era —por lo menos para Francis O. Schmitt, uno de sus promotores— organizar tres áreas intelectuales para avanzar en el conocimiento del cerebro: una que investigara el nivel molecular, otra las características de la red neuronal y otra la relativa al comportamiento. Por ello, en la neurociencia se pueden agrupar disciplinas tan disímiles como química, biofísica, neurobiología, psicología, psiquiatría o matemáticas.

Además, una de las características que define a la neurociencia como “espacio de convergencia” entre diversas disciplinas, es el alto grado de especialización. El espectro cubre desde la neurología del comportamiento de pacientes con daño cerebral, neurofisiología anatómica, neurociencia computacional hasta neurofisiología visual en gatos, entre muchas otras (Iacoboni, 2008).

Algunos autores afirman que la neurociencia aparece en 1962, cuando se crea el Neuroscience Research Program en el MIT5 (Blanco, 2015: 130), en el que Francis O. Schmitt tiene un papel fundamental. A decir de Blanco, Schmitt ya había realizado una empresa semejante con la biología y tenía claro que para entender la operación del cerebro “era necesario contar con especialistas procedentes del mayor número de campos posible relacionados con esa temática” (Blanco, 2015: 129). Para este autor, no sólo es importante la iniciativa del científico, sino también la institución que le da cabida al proyecto. El MIT en los años 60 tuvo “un papel protagonista en la emergencia de las ciencias cognitivas y en el desarrollo de la gramática generativa” (Blanco, 2015: 131).

Se prefirió el nombre de neurociencia, en lugar de neurobiología, precisamente para dar cabida al mayor número de disciplinas interesadas en el cerebro. En estas reuniones convocadas por Schmitt, el gran logro no fue responder “las grandes preguntas” sino hacer dialogar a especialistas respecto a sus descubrimientos en el área específica (intercambio de datos) y el planteamiento de nuevas hipótesis, explicaciones y rutas de investigación. Con estos insumos, se publicó el Neurosciences Research Program Bulletin, que reunió las ideas discutidas en las sesiones de trabajo (Blanco, 2015: 132). Estos trabajos de discusión y presentación monográfica, culminan con la publicación de The Neurosciences: A Study Program, en 1969, que constituye “una especie de ‘acta fundacional’ de la neurociencia” (Blanco, 2015: 132).

Sin embargo, no se puede hablar de una disciplina coherente en términos conceptuales o metodológicos. Como se ya ha presentado, la neurociencia aparece como un espacio de intercambio entre disciplinas con sus propias lógicas de operación. A pesar de esta diversidad, sí existe algo que engloba a todos los que se adhieren al membrete “neurociencia”. Y esto es que comparten un “estilo de pensamiento neuromolecular” (Rose y Abi-Rached, 2013: 42). Este incluye en términos generales los siguientes principios:

1. El cerebro es un órgano como cualquier otro, y por ello, “muchos procesos y estructuras neurales básicas se han conservado en la evolución”. En ese sentido, hay características comunes con otras especies.

2. La neurotransmisión cerebral es química y eléctrica.

3. Todos los procesos mentales suponen un correlato cerebral, un evento del cerebro. (Rose y Abi-Rached, 2013: 43).

Estos principios impactan en el tipo de experimentos posibles, en las deducciones que se hacen, en la creación de un “nuevo” cerebro y, por ende, en una nueva forma de pensar de cómo se conoce la realidad (es decir, tienen un impacto ontológico y epistemológico).

Acercamientos multidisciplinarios a las emociones

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