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Algunas condiciones de posibilidad

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Pero, ¿por qué aparece la neurociencia? ¿Por qué de manera tan avasallante? Desde la sociología de la ciencia se requeriría un tratamiento de largo plazo para dar cuenta de cuáles han sido las condiciones de posibilidad que explican dicha emergencia. Como primer paso, podemos retomar a algunos autores que dan cuenta de ciertos rasgos que explican su diseminación en el mundo de la vida cotidiana. Por ejemplo, Rose y Abi-Rached (2013) proponen que esto tiene que ver con cuestiones conceptuales6 (una nueva noción de cerebro y procesos cerebrales), pero también con cuestiones tecnológicas, institucionales y económicas. A este listado, Pickersgill (2013) agrega cuestiones militares y las expectativas que se generan en los medios de comunicación respecto a su impacto en la salud y en la vida cotidiana. Las cuestiones tecnológicas se refieren a la aparición en los setenta de la tomografía computarizada (computerized tomography scanning, CT) y de la resonancia magnética (MRI) en los ochenta; a esto se agregaron la “tomografía de emisión de positrones (PET) y la resonancia magnética funcional (functional magnetic resonance imaging fMRI)” (Rose y Abi-Rached, 2013: 12). Estos aparatos presentan imágenes del cerebro (aunque en realidad son simulaciones, no fotografías), pero el más avanzado (fMRI), “literalmente nos da fotos” (movie pictures) del funcionamiento o actividad [del cerebro] (Franks y Turner, 2013: 2). Aunque las imágenes son indirectas ya que no se ve la actividad neuronal, sino se mide el nivel de oxígeno en distintas áreas del cerebro (Franks y Turner, 2013: 2), por primera vez en la historia se puede ver el cerebro en funcionamiento. Esto recuerda el movimiento en la medicina cuando Andrea Vesalio dedicó su vida a bosquejar el interior del cuerpo. Ver dentro del cuerpo significó un cambio radical en la percepción social del mismo (Faure, 2005). Y, efectivamente, en esta sociedad donde la vista es el sentido por excelencia, “las imágenes tienen indudables poderes de persuasión” (Rose y Abi-Rached, 2013: 13).

Con cuestiones institucionales, nos referimos a la aparición de enormes proyectos científicos financiados por el Estado,7 financiamiento que se ha prolongado hasta la fecha. Entre estos proyectos se encuentran el “Human Brain Project”, la iniciativa de los EE.UU. llamada “B.R.A.IN.”, el “China Brain Science Project”, el “Brain/MINDS” japonés y el “Inspiring Smarter Brain Research in Australia” (Panese, Arminjon y Pidoux, 2016: 3). Los proyectos aparecen, como afirman Francesco Panese y sus colegas, con la expectativa de mejorar “la salud de la población” con enfermedades neurodegenerativas y sufrimiento psíquico (Panese, 2016: 4).

En la visualización y producción de la neurociencia, un factor muy importante es el económico. Los científicos lograron vender la idea de que pueden tratar, detener y mejorar padecimientos cerebrales y que esto a la larga ahorrará dinero. La idea la compraron no sólo los gobiernos (como se ve en los proyectos financiados), sino también la industria farmacéutica que vio clientes potenciales amarrados de por vida, pero también los productores de escáneres, los vendedores de servicios de diagnóstico y un largo etc. Rose y Abi-Rached dan algunas cifras para Estados Unidos y afirman que la inversión para esta rama de la ciencia en 1995 fue de 4.8 billones de dólares y creció a 14.1 billones diez años después. Además, “casi la mitad de la inversión vino de la industria” (Rose y Abi-Rached, 2013: 16). El impacto económico no sólo se observa en la posibilidad de hacer investigación, sino en presiones económicas para los investigadores. Concordamos con Rose y Abi-Rached cuando dicen que esto podría explicar el afán y sobre entusiasmo de los científicos al presentar en los medios de comunicación generalizaciones de resultados “sobre muestras muy pequeñas” y afirmar que de los estudios en animales se puede “saltar rápidamente” a “desarrollos terapéuticos para los humanos” (Rose y Abi-Rached, 2013). Las presiones económicas alteran, dicen los autores, “nuestros regímenes de verdad”.8

El tercer factor se podría haber agrupado dentro de las presiones económicas, pero reviste especial importancia porque muestra la asociación de esta ciencia con la industria de la guerra. Como Pickersgill afirma, esta asociación devela especialmente una complejidad moral (en el anterior caso también es evidente, pero aquí el objetivo no es cómo mejorar la vida de la gente sino cómo hacer eficiente la destrucción del otro). La investigación financiada por el ejército incluye el mejoramiento de las capacidades de los soldados utilizando productos farmacéuticos o “aparatos que generen una cognición superior” y con ello mejoren la seguridad nacional a través de detección o engaño “neurotecnológico” (Pickersgill, 2013: 327). El interés en lo anterior ha aumentado desde el incidente del 11 de septiembre y esto ha contribuido a la producción de “modelos del cerebro que refuerzan nociones sociales respecto al engaño, la verdad y la desviación” (Littlefield, citado en Pickersgill, 2013: 327).

Un cuarto factor está asociado con la expectiva que genera la representación de las neurociencias en los medios de comunicación, en tanto ésta se presenta como la “solución” de problemas cotidianos que atañen al ámbito emocional. Relacionado con lo anterior, podemos enfatizar puntualmente el impacto de las neurociencias con la cultura del cuidado. Ahí, la narrativa prestada de las neurociencias es visible en los medios de comunicación y libros de autoayuda (Pickersgill, 2013). En ciertos sectores sociales, los padres pueden llegar a convertirse en consumidores potenciales de estos discursos relacionados con los cerebros de los bebés, niños, adolescentes y adultos jóvenes (Pickersgill, 2013: 329).9 También esta relación se vincula con la psiquiatría y la farmacología, donde la aparición de internet posibilita una relación directa de los escritos de divulgación de las neurociencias con los consumidores (Pickersgill, 2013: 330). Como señala Frazzeto, “el que hoy día la tristeza y la depresión se expresen en términos de neurotransmisores y desequilibrio del cerebro, tiene implicaciones directas en la medicalización” (Frazzeto, 2013: 176).10

Un quinto factor que no analizan los autores mencionados, ni la literatura que evalúa la amplia difusión y crecimiento de la neurociencia, es la incidencia o recepción que ha tenido en ciertos sectores de la población que han encontrado alivio a su sufrimiento gracias a las consecuencias prácticas de esta ciencia. Pensamos por ejemplo en detecciones tempranas de degeneración cognitiva, tratamientos paliativos a enfermedades como el Parkinson, medicación a enfermos que anteriormente no tenían otra opción de vida que el encierro psiquiátrico. Lo anterior es un tema que habrá que explorar con detalle para observar cómo se utilizan los descubrimientos científicos y por quiénes, cuestión que por el momento no es posible abordar en este trabajo.

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