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1 Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco.

2 Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco.

3 En el artículo “La neurociencia del amor”, publicado en la revista Muy Interesante, y basado en una conferencia del Dr. Eduardo Calixto, neurofisiólogo del Instituto Nacional de Psiquiatría “Ramón de la Fuente”, se asevera que el amor supone primordialmente la secreción del neurotransmisor dopamina asociado con la satisfacción y el placer. Sin embargo, a los tres años, “los receptores de dopamina comienzan a perder sensibilidad” y por ello, el amor se puede acabar. Artículo disponible en: http://www.muyinteresante.com.mx-/ciencia/13/02/14/amor-enamoramiento-nivel-neurologico-fisiologico-entre-hombre-y-/, consultado el 3 de marzo de 2017.

4 No podemos dejar de señalar que existen otras recuperaciones y reelaboraciones de los planteamientos de este autor, por ejemplo: Roger Bartra, 2014; Emma León Vega, 2016; David D. Franks, 2010; Montserrat Moreno Marimón y Genoveva Sastre Vilarrasa, 2010; Margaret Wetherell, 2012.

5 Instituto Tecnológico de Massachussets.

6 Las cuestiones conceptuales son de la mayor importancia ya que suponen un proceso histórico de acumulación de conocimiento. Es decir, el financiamiento y la tecnología no hubieran sido suficientes (de hecho, la tecnología quizá no hubiera aparecido) para el desarrollo de esta ciencia. Entre los hitos de este proceso de acumulación de conocimiento están: 1. El descubrimiento de la actividad eléctrica del cerebro a fines del siglo XVIII; 2. El descubrimiento de áreas del cerebro relacionadas con funciones específicas a mediados y fines del siglo XIX (área de Broca, área de Wernicke); 3. El descubrimiento de la neurona como célula específica del cerebro a fines del siglo XIX (teoría de la neurona de Santiago Ramón y Cajal); 4. La teoría química de la transmisión sináptica en las primeras décadas del siglo XX y; 5. La especialización en estudios sobre el cerebro a partir de la primera mitad del siglo XX. Para un desarrollo más preciso de estos hitos, véase Blanco, 2014).

7 Al grado de que George Bush nombra 1990 como la “década del cerebro” (Shutt, Seidman y Keshavan, 2015: 2).

8 Esto se puede ver también en otros casos, por ejemplo, con los transgénicos (Cfr. Piron y Varin, 2015).

9 Así, por ejemplo, en una investigación reciente sobre la práctica de la lactancia en México, destaca cómo uno de los motivos por lo que un grupo de mujeres de clase media decide amamantar, se encuentra: “[…] los beneficios para la salud y nutrición del infante […] y para su desarrollo neurológico” según las informantes de dicha investigación (Ots, 2016: 72).

10 Para Frazzeto, el abuso en la explicación a través de la deficiencia del neurotransmisor serotonina es sólo una muestra de cómo la publicidad destinada al consumidor simplifica: “lo que para el neurocientífico es un problema complejo aún no resuelto” (Frazzeto, 2013: 176).

11 De hecho, Schutt, Seidman y Keshavan, hablan ahora de un subcampo definido en la neurociencia, al que llaman Neurociencia Social. Este subcampo, afirman, es afín a los intercambios disciplinares entre psiquiatría, psicología y sociología. Evidencian su existencia a partir de un seminario que organizaron patrocinado por el Instituto Radcliffe de Harvard en 2011 y del que surge el volumen que editan (Schutt, Seidman y Keshavan, 2015: x).

12 Quienes se oponen a la visión totalmente determinista de las emociones básicas, plantearían las emociones como un continuo evolutivo con grados distintos de complejidad en las que no es posible hacer una distinción totalmente tajante entre componentes netamente biológicos y componentes netamente culturales/sociales. Los autores que plantean esto estarían más cerca de una propuesta de neurociencia social (véase Shutt, Seidman y Keshavan, 2015).

13 Es interesante notar que incluso quienes apoyan esta visión no han logrado un acuerdo respecto a cuáles son las emociones básicas; algunos dejan fuera el asco, otros la sorpresa (Turner y Stets, 2005: 11).

14 En una conversación con Guadalupe Ponciano Rodríguez, especialista en tratamiento de adicciones, señaló que en la actualidad los neurocientíficos no se adscriben a la posición modular sino a la sistémica. Sin embargo, es posible encontrar diferencias en los énfasis. Es decir, quienes postulan la existencia de las emociones básicas, normalmente enfatizan la prevalencia o importancia de las estructuras (partes, módulos) por sobre el funcionamiento sistémico.

15 Por ejemplo, Nussbaum recupera el caso de vagabundo que al ver a dos mujeres teniendo relaciones sexuales les disparó, matando a una e hiriendo gravemente a la otra. El acusado arguyó el enorme asco que le produjo ver dicho acto (Nussbaum, 2006: 13-14).

16 En un artículo sobre heterosexualidad y amor romántico, Paul Johnson muestra cómo las identidades sexuales y las relaciones íntimas que surgen entre éstas, mantienen fronteras rígidas entre heterosexuales y homosexuales (Johnson, 2004: 183). En tal sentido, el asco es fundamental en el discurso de los informantes tanto hombres como mujeres heterosexuales, que se distinguen de otros hombres y mujeres homosexuales. Lo que Johnson muestra es cómo, a pesar de que sus informantes dan cuenta de que para ellas y ellos no hay diferencia entre el amor entre homosexuales y entre heterosexuales, pues el “amor es amor” (Johnson, 2004: 183), cuando se les pregunta si desearían tener intimidad con alguien de su mismo sexo, la respuesta inmediata refiere al asco. Las personas distinguen entre amor, deseo y su propia identidad sexual, estableciendo límites (adentro/afuera) entre ellos y los actos y prácticas homosexuales que resultan repulsivos, abyectos y asquerosos (los otros) (Johnson, 2004: 187-188). El asco no sólo establece una frontera entre la pareja y otras parejas (Johnson, 2004), como hemos mostrado en una investigación reciente, el asco también es un referente que aparece al interior de las parejas y se experimenta ya sea por el cuerpo y fluidos de la pareja o por el propio cuerpo, pero en relación con la pareja (Sabido y García Andrade, 2016).

17 Para Jimeno “Las neurociencias brindan apoyo para esta propuesta de la unidad compleja interior/exterior, social/individual, emoción/cognición. Las neurociencias han venido ampliando su campo de trabajo sobre las emociones y pese a que su enfoque va dirigido a entender el funcionamiento del cerebro humano, intentan cada vez más sobrepasar un reduccionismo biológico” (Jimeno, 2004: 237). Al respecto, Jimeno se refiere por ejemplo a Leslie Brothers Emotion and the Human Brain publicado en 1999, entre otros (Jimeno, 2004: 237-241). Al recuperar a Brothers, Jimeno señala cómo concretamente fue en los años sesenta cuando “distintos estudios llamaron la atención sobre las bases biológicas de la emoción” y la comprensión de ésta como una “entidad neurobiológica”. Lo anterior permitió diferenciar tres campos de investigación: el estudio de las estructuras neuronales en la producción de estados de sentimiento y el vínculo entre emoción, memoria y aprendizaje; “la investigación neuropsicológica dedicada a la producción y comprensión del comportamiento expresivo” (v.gr. el papel que tiene el hemisferio derecho del cerebro en la percepción e interpretación de las expresiones faciales de las personas); y por último, “la neuroquímica de las emociones” (Brothers en Jimeno, 2004: 238).

18 Por supuesto, no negamos que en el futuro sea posible tejer puentes incluso con aquellas perspectivas que parecen más alejadas de las ciencias sociales. Tampoco negamos que la perspectiva de las emociones básicas/secundarias aporte al conocimiento en general. Lo que queremos apuntar es que, en el momento actual, es posible pensar en diálogos entre neurociencia y sociología, no de manera general, sino entre propuestas teóricas y disciplinares que presentan puntos de entrecruzamiento o problemas y temas comunes (García Andrade, 2013).

19 Aquí es sumamente útil el artículo de Olbeth Hansberg, “Aspectos cognitivos de las emociones” (2008). La autora afirma que Antonio Damasio, autor de la vertiente que hemos denominado de las emociones como continuo, propone que la emoción se detona a través de una “apreciación automática del entorno”. Esta noción, como afirma la autora, habría que aclararla ya que esto, para los filósofos supone ya “una forma de cognición” (Hansberg, 2008: 52). Desde nuestra lectura, Damasio permite borrar la distinción entre emociones pre-cognitivas (primarias) y emociones cognitivas (secundarias), al incluir la noción de apreciación o evaluación del entorno, ya que esto supone que siempre hay una forma de cognición al observar el entorno.

20 Por ejemplo, la propuesta de habitus de Pierre Bourdieu que supone maneras de percibir que han sido socializadas, aunque no sean conscientes (Bourdieu, 2007: 86).

21 A la luz de lo que se ha dicho, el trabajo de Damasio lo incluimos en la visión que se deslinda de las emociones básicas y un cerebro modular. Sin embargo, en su trabajo, el autor sí habla de éstas. Siguiendo a Wetherell, esto es un problema ya que Damasio retoma nociones deterministas que son innecesarias para su propio argumento. Para la autora, Damasio no requiere incluir la noción de emociones básicas y, de cualquier manera, se sostiene su argumento de las emociones como niveles evolutivos de complejidad bio-social (Wetherell, 2012: 30).

22 Para Damasio el cerebro incluye el encéfalo y los nervios. Por otro lado, el cuerpo incluye vísceras, piel, extremidades, etc.

23 “The body is the crucible that ongoingly welds passion and reason (as Damasio, 2003, demostrates from the side of neurobiology)” (Wacquant, 2014: 130).

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