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1.2. NECESIDAD DE FORMACIÓN

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Tras concluir una licenciatura en la que la retórica brilla por su ausencia, podemos encontrar varios elementos comunes en la experiencia que tienen los jóvenes abogados cuando pisan por primera vez el foro: la dificultad de conciliar el sueño durante la noche que precede a la intervención; la minuciosa preparación de la defensa en todos los aspectos de hecho y de derecho concebibles, y el estado de nervios que nos anticipa la entrada en Sala. Con estos antecedentes, tras realizar sus primeros interrogatorios y concluir su primer informe forense, el abogado novel abandona la Sala con un cóctel de emociones difíciles de describir (en este sentido, que cada uno haga examen de conciencia y recuerde aquella primera experiencia)

Ya en este su primer despegue, el abogado percibirá todos aquellos aspectos relacionados con su forma de exponer y plantear el informe, la voz, el tono, los gestos, la claridad del mensaje; en definitiva, su capacidad y destreza en la forma de comunicar en sala. De ahí saldrá una primera autovaloración, positiva o negativa, en función de la experiencia vivida, que supondrá el baremo de comparación con futuras intervenciones, y como no, el primer pilar de la autoestima del profesional en sus intervenciones judiciales, columna que unas veces se reforzará y otra se debilitará, creándose con ello la pátina que cubre la esencia del abogado forense.

A continuación y con el paso de los años, la práctica, que facilita todo aprendizaje, le dará nuevas oportunidades de mejora y perfeccionamiento, guiándose para realizar dichas autovaloraciones a través de su percepción interna, la cual se alimentará de las opiniones del cliente, el resultado del pleito (ambos desgraciadamente muy asociados) y su propia autovaloración. Así, pasarán los años y el abogado tendrá una idea clara de su nivel de destreza oratoria en sala, decidiendo quizás comprar un par de manuales de oratoria para aprender técnicas o asistir a algún seminario de oratoria que se celebre en su Colegio Profesional.

En lo que respecta a mi experiencia personal, fiel reflejo de lo expuesto, la primera vez que informé en sala fue en un asunto del turno de oficio, concretamente la defensa de un acusado de robo con fuerza en las cosas por haber sido pillado «in fraganti» apoderándose de un radiocasete de un automóvil. Recuerdo que los días previos al juicio todo eran nervios, si bien éstos me hacían repasar una y otra vez la causa y preparar con mucho detalle los interrogatorios y las conclusiones. Llegado el día del juicio y tras una noche sin literalmente pegar ojo, entré en sala muy nervioso, anuncié al Juez que era mi primera vista oral (postulando con ello su benevolencia), celebrándose el juicio con toda naturalidad (ya había asistido como oyente a muchas vistas). Cuando concluyó quedé bastante satisfecho del trabajo realizado. Si bien el cliente fue condenado (el caso era, en mi descargo, como muchos de aquellos asuntos que nos llegaban, de difícil defensa), lo cierto es que en aquella primera audiencia pude comprobar que el conocimiento completo y a fondo del tema debatido me permitió no sólo estructurar una defensa apropiada y bien argumentada, sino que facilitó una exposición oral de la que salí satisfecho y que me ayudó a adquirir la confianza que necesitaba. Lamentablemente, a pesar del deseo de celebrar nuevos juicios, tuve que esperar un par de meses para disfrutar de otra oportunidad (nuevamente a través del turno de oficio), en la que volví a poner en práctica lo aprendido y así sucesivamente.

Con el paso de los años y a base de intervenir en vistas orales de los diversos órdenes jurisdiccionales, he podido conocer mis virtudes y limitaciones, lo que me ha permitido crear, como todo abogado, no sólo mis propias normas, reglas y rutinas de trabajo cada vez que se aproxima una vista oral, sino que he tratado de corregir las limitaciones advertidas, consultando manuales de oratoria general y forense, y asistiendo a algún que otro curso de estrategia oratoria.

Lo expuesto en los párrafos anteriores constituye el proceso habitual por el que generalmente discurre la actividad oratoria de cualquier abogado español. Quizás habrá compañeros que se hayan esforzado en mejorar en este aspecto y hayan tomado decisiones clave en perfeccionar su oratoria, pero lo cierto es que la mayoría habrá seguido este proceso de la forma expuesta, como lo confirma la inmensa mayoría de los compañeros que he entrevistado.

Paradójicamente, todos, absolutamente todos, no sólo insisten en la necesidad de la oratoria para argumentar oralmente los casos en sala, sino que manifiestan su deseo en mejorar, ya que conocen perfectamente sus debilidades a la hora de exponer oralmente ante un Juez o Tribunal: temor, nerviosismo, falta de capacidad de reacción, rapidez o lentitud en el discurso, gestos, tono de voz, muletillas y un largo etcétera…

Por lo tanto, este capítulo comienza tal y como concluyó el precedente, es decir, afirmando la necesidad de que el abogado se esfuerce por conocer las reglas de la oratoria y de su estrategia, procurando con ello formarse de manera continua y permanente, salvando con ello las carencias de formación en esta materia.

Con la Venia, Manual de oratoria para abogados

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