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Capítulo II ¿Monarquía democrática o Monarquía en democracia? Corona y Corte en la España del Sexenio (1868–1874)*

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Isabel María Pascual Sastre

Universidad Rey Juan Carlos

SUMARIO: I. LA MONARQUÍA DEMOCRÁTICA, UN PROYECTO INDEFINIDO E IMPROVISADO DE UNA FRACCIÓN DEL LIBERALISMO DECIMONÓNICO; II. LA CORONA EN LA CONSTITUCIÓN DEMOCRÁTICA DE 1869: LA TEORÍA, COMPARADA CON EL PASADO; III. LA PRIMERA PRÁCTICA EN ESPAÑA DE LA CORONA DENTRO DE UN SISTEMA DEMOCRÁTICO; IV. LA CORTE DECIMONÓNICA, UN ESPACIO DE PODER POLÍTICO EXTRA-CONSTITUCIONAL. SU DIFÍCIL SUPERVIVENCIA EN UN SISTEMA DEMOCRÁTICO. V. EL FRACASO COMO CONCLUSIÓN

Tres han sido los intentos que se han dado en la España contemporánea para lograr consolidar un sistema democrático; dos de ellos bajo la forma de gobierno monárquica. Aquí vamos a abordar el primer intento que se dio en suelo ibérico de conjugar monarquía y democracia, dos tér-minos que hasta entonces parecían irreconciliables, con el fin de comprender de dónde surgió esta experiencia, cómo se fundamentó y cuál fue su concreción práctica.

El éxito de esta tentativa pionera dependió, en buena medida, de las personas y formaciones políticas que lo propusieron y que intentaron hacerlo realidad durante el Sexenio. Dichos grupos formaron una coalición variopinta para lograr el triunfo de la revolución, algo que se alcanzó en septiembre de 1868. La coalición que fue necesaria para acabar con el régimen isabelino, para derribar la monarquía pseudo-constitucional, no se mostró eficaz para construir una institución nueva y desconocida en la España del momento –pero también en aquella Europa– como era una monarquía reinando bajo una constitución democrática. Justamente lo que aquí se pretende mostrar es que ninguno de los grupos de la coalición victoriosa estaba plenamente convencido de las bondades, ni apoyaba por completo el proyecto de una monarquía democrática: fue algo con lo que, más allá de la rica oratoria del momento, se transigió; era un sistema que se consideró o bien transitorio, o bien instrumental para otros fines. Y la proclamación de la república por las propias Cortes amadeístas e incluso por ministros suyos, el mismo día de su renuncia –ni siquiera al día siguiente– no es la única manifestación al respecto. Era razonable prever que un sistema en el que tan pocos creían desapareciera ante las primeras dificultades.

En este sentido, el proceso que fue de septiembre de 1868 a junio de 1869 (aprobación de la constitución) y, sobre todo, hasta el 16 de noviembre de 1870 (elección del duque de Aosta como monarca), es casi paralelo al experimentado de noviembre de 1975 a diciembre de 1978, y, sin embargo, diametralmente opuesto en la postura y actuación de los partidos políticos y del propio pueblo, además de diferente en cuanto al contexto europeo. De ahí que el fracaso decimonónico, no sólo no pueda sorprender, sino que sería el resultado lógico de la falta de fundamento en el que se cimentaba, y que ante la desaparición –por un motivo u otro– de los escasos pilares que lo sostenían (la fortaleza del liderazgo político de Prim o la actuación plenamente constitucional de Amadeo I) se viniera abajo como un castillo de naipes. Esto ayuda a comprender lo que sucedió el 11 de febrero de 1873 en las Cortes españolas, de forma tan repentina e inmediata, cuando se convirtieron en Asamblea Nacional. Los monárquicos conservadores de la revolución (el grupo unionista próximo a Sagasta) reconocieron la república como un hecho consumado y se negaron a buscar otro rey1. Los radicales (el grupo de Ruiz Zorrilla) se ausentaron o incluso facilitaron la llegada de la república (Martos2), quedándose incluso algunos en el poder como ministros, tal vez al sentirse inesperadamente abandonados por su rey3. Y los demócrata-monárquicos o “cimbrios” (de Rivero4) se sumaron a sus hermanos demócrata-republicanos. Nadie salió en defensa, ni pretendió buscar sustitución (otro rey democrático) a un sistema que no convencía, ni había convencido ni a unos ni otros. Nadie siquiera planteó la posibilidad de una regencia (de larga práctica en el Ochocientos español) interina para buscar cómo salvar la Constitución democrática y monárquica de 1869. Se la daba por fenecida.

El reinado de Amadeo I, del que escribieron sus testigos5, viajeros6 y protagonistas7, desde finales del Ochocientos ya fue objeto de análisis con el fin de escribir su historia, por quienes la habían vivido de cerca8 y posteriormente en el siglo XX por autores que han dejado sus obras ya clásicas9. Más allá del par de biografías italiana y española que sobrevuelan a su protagonista10, la última década del siglo XX ha visto la publicación de trabajos que han empezado a estudiar este caso en profundidad11. Y los estudios de nuestra última década se han centrado especialmente en los aspectos simbólicos de esta monarquía12.

El presente texto se ha estructurado en cuatro partes. En la primera, desde un punto de vista político, se analizará el término “monarquía democrática” con el que fue calificado dicho régimen por sus coetáneos. Seguidamente, desde un punto de vista teórico, se abordará cuál fue el papel de la Corona dentro del proceso político según la Constitución democrática de 1869, siempre en comparación con el modelo liberal-doctrinario hasta entonces vigente. A continuación, se pasará a explorar la práctica, concretada en el ejercicio del poder moderador durante el reinado de Amadeo I, parangonándolo con el mismo ejercicio en la época precedente. En último lugar, se apuntará a la Corte como un espacio de poder político extra-constitucional y su difícil supervivencia en un sistema democrático. Para terminar con una breve conclusión acerca del fracaso de tan breve y significativa experiencia.

El Rey como problema constitucional. Historia y actualidad de una controversia jurídica

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