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I. LIBERALISMO, NACIÓN Y MONARQUÍA

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La problemática española, por lo que se refiere a la formación del Estado nacional, es bien conocida de la historiografía. Coincidiendo con los primeros pasos de la pérdida del Imperio colonial en el continente americano –definitiva hacia 1824–, la trayectoria de España se habría caracterizado por un precoz liberalismo, asociado a un temprano despertar de la nación política, a raíz de la invasión francesa. Sin embargo, todo ello habría conducido a largo plazo a una escasa estabilidad política, acompañada de una parlamentarización del sistema político y una participación democrática carentes de legitimidad o, incluso, de verdadera entidad. Entre fines del siglo XIX y la I Guerra Mundial, este escenario se completó con diversos fenómenos que cuestionaban la estabilidad de España como nación. La experiencia fracasada de la II República y la larga dictadura franquista parecían una culminación lógica de toda la etapa anterior.

La manera predominante de explicar esta trayectoria, caracterizada como opuesta a la de los países considerados definitorios del mundo contemporáneo, ha consistido en presentarla como una evolución lineal, derivada de la insuficiencia de la ruptura con el antiguo régimen y su legado social e institucional. El peso de las interferencias políticas de la Monarquía a la hora de destituir gobiernos o disolver las Cortes –actuaciones características del reinado de Alfonso XIII– podía retrotraerse a lo experimentado bajo Isabel II en el siglo XIX, en los primeros pasos del Estado liberal español. A su vez, era posible destacar que, en el ascenso de la nación política –durante la lucha antifrancesa de 1808 a 1814–, la reivindicación del trono de Fernando VII habría mitigado la defensa de los derechos soberanos de la nación, hasta el punto de hacer dudosa la existencia de una revolución política. Otra fuente de presuntas anomalías tendría su origen en el carácter imperial de la vieja monarquía hispánica. El hundimiento del imperio en el continente americano, según la visión del naciente nacionalismo catalán, habría dejado de manifiesto que aquella potencia no se vinculaba a una base adecuada para un proyecto de Estado-nación, propio de la época contemporánea. La subsistencia posterior de España en la época contemporánea se habría apoyado, por tanto, solo en la continuidad de las viejas clases dominantes y de sus prácticas. No habría dado lugar en la vieja metrópoli a la afirmación de una nación ni de un Estado nacional. Este proceso sería solo aparente o habría fracasado1.

De este modo, las relaciones entre Monarquía y nación aparecen como un apartado especialmente significativo en el debate sobre la trayectoria de España como Estado nacional. La perspectiva lineal hace suponer que el fracaso posterior deriva de la desviación inicial con respecto a un supuesto modelo normativo. En cambio, el cuestionamiento de este tipo de esquemas permite evitar las posturas pendulares (fracaso o éxito, anomalía o normalidad). Además, implica analizar la combinación concreta de situaciones que se encuentran en cada caso, como algo que tiene entidad histórica propia2.

El Rey como problema constitucional. Historia y actualidad de una controversia jurídica

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