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IV. CONCLUSIÓN. EL TARDÍO RETORNO DE LA REVOLUCIÓN Y LA PRIMERA FASE DEL ESTADO NACIONAL EN ESPAÑA

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A mediados del Ochocientos, especialmente a comienzos de la década de 1860, en España dejó de ser viable el margen de confianza entre la dinastía y los políticos liberales que, en otros países, venía fundamentando el surgimiento del Estado-nación. La reina y las diversas camarillas recurrieron a los grupos políticos para tratar de instrumentalizarlos, a fin de bloquear el sistema liberal a largo plazo. Durante años, distintas familias liberales debieron jugar sus bazas en el marco de la veleidosa política palaciega, como en los peores tiempos del antiguo régimen. Se trataba de un mundo cortesano, que, desde hacía mucho –como testimonian el drama de Friedrich Schiller, Intrigas y amor, de 1784, y la posterior ópera de Giuseppe Verdi sobre el mismo tema–, constituía un ominoso polo negativo en la época de la respetabilidad victoriana en Europa. Ese referente amenazaba especialmente desde tiempo atrás la imagen de España21. La falta de cambios institucionales, junto con el agotamiento de la expansión económica, el crecimiento de los demócratas y el recambio generacional entre muchos dirigentes progresistas, se sumaron para optar por liquidar lo que parecía un callejón sin salida y buscar un nuevo comienzo.

La alternativa era una “marcha al pueblo”, es decir, la arriesgada recuperación del proyecto soberanista y movilizador, con la confianza de sujetar la revolución y el posterior proceso constituyente22. Dos décadas después del agotamiento de la “primavera de los pueblos”, en 1848, este retorno a la revolución en España se distanciaba claramente del consenso antirrevolucionario con que se consolidaban los Estados europeos. De ahí que en el seno de la I Internacional el estallido de la revolución en España, en septiembre de 1868, se examinara inicialmente como el posible fin de una época y el arranque de la revolución mundial.

La rectificación del vínculo entre Monarquía y nación liberal solo sería posible una vez que se agotó la agitada experiencia del Sexenio revolucionario. Para entonces, el realineamiento dentro de las filas liberales y el tras-paso de la Corona a un rey que se distanciaba del pasado harían posible el consenso dentro de una política de élites, no democrática y gestionada por un personal político cuyos miembros apenas competían entre sí. Esa estabilidad, sin embargo, tendría como principal hipoteca la difícil apertura política hacia una sociedad de masas. La consolidación del liberalismo no era una estación de paso con rumbo obligado hacia el desarrollo de la democracia. Las alternativas que combinaban monarquía y nación siguieron siendo diversas en todas partes. Desde 1870, la victoria prusiana en Sedan pudo ser interpretada por muchos como un correctivo monárquico-autoritario, que parecía reemplazar de manera eficaz la época de la nación revolucionaria, iniciada en Valmy, a fines del siglo anterior. Relanzar la imagen de las casas reinantes –incluso, mediante la implicación personal en la guerra, como sucedió con miembros de las dinastías Saboya, Hohenzollern, Wittelsbach, Karagorgevich, Coburgo de Bélgica o Romanov– fue una de las posibilidades que, incluso a comienzos del siglo XX, trataron de revitalizar la fórmula heredada del pasado, a la vez que iniciaban una transición desconocida en el marco de la expansiva sociedad de masas.

La tardía estabilidad de la Restauración en España puede entenderse como la consolidación, tras la experiencia del Sexenio democrático, de una primera fase en la trayectoria del Estado nacional. A mediados del Ochocientos, la antigua reina regente, Mª Cristina de Borbón, había escrito que si ella quisiera castigar severamente a alguien lo haría rey de España23. Esta patente incomodidad con un trono –por otra parte, tan anhelado por la madre de Isabel II– reflejaba su concepción patrimonial, desorientada cuando se trataba de reinar en un país que, primero contra los franceses y luego en la guerra civil carlista, había rescatado la corona para su familia.

Esa incomprensión ocultaba la fuerza del otro elemento presente en esas luchas: la idea de nación. La crisis del imperio americano había dado paso al proyecto de Estado nacional, identificado con la herencia histó-rica centrada en la Península. El primer planteamiento soberanista estuvo lejos de quedar postergado en España cuando en la Europa burguesa se generalizó la fórmula de la Monarquía constitucional, mediante una carta otorgada. En medio de los conflictos y las discontinuidades del caso español, la Corona no mantuvo el prestigio suficiente para evitar una fuerte erosión de su credibilidad y una especie de “republicanismo latente”. En aquella época, caracterizada en general por las diversas versiones del liberalismo de élites, el proyecto evolutivo de construir el Estado nacional bajo la fórmula de la monarquía requería la capacidad de vincular el prestigio dinástico con la herencia radical y popular de la nación. Personajes como Giuseppe Garibaldi o Johannes von Miquel ejemplificaban ese éxito en las nuevas monarquías nacionales de la Italia unificada y la Alemania guillermina. En España el margen para lograr algo parecido resultó especialmente estrecho y arriesgado –en las condiciones de la política de élites de la época–, al transcurrir entre la falta de cooperación leal de la monarquía de Isabel II –deseosa de revertir el giro revolucionario de 1835-1840– y una cultura liberal que incorporaba reivindicaciones amplias y perentorias, en comparación con lo predominante en el resto de Europa. Esta hipótesis se puede confirmar si examinamos los límites de una posible alternativa de corte bonapartista en el caso de Espartero. La enorme y constante popularidad de este general, de orígenes plebeyos y héroe de la lucha contra el carlismo, no impidió que su capacidad política acabase naufragando, entre su propia Regencia, de 1840 y 1843, y su paso por el gobierno durante el Bienio Progresista, diez años después. Su amplio prestigio no superó las exigencias parlamentarias de progresistas y ciertos moderados. La aureola de Espartero no pudo impedir que su inclinación patricia ante las prerrogativas reales –en detrimento del principio de la soberanía nacional– lo situase como una gloria simbólica del pasado, incapaz de determinar la orientación de las nuevas generaciones del liberalismo. Como resumió el ya veterano Pascual Madoz, la mayo-ría progresista a comienzos de la década de 1860 no estaba dispuesta a colaborar con la Corona si ésta no le otorgaba de entrada todo lo que le podía reclamar “en una larga serie de años”. Eran límites para toda posible transacción que derivaban de la forma en que se había configurado el liberalismo predominante en España24.

Todo sugiere que, en una época avanzada de formación de los Estados nacionales, en España la nación liberal se vio frustrada por la actitud de la dinastía. La herencia de la cultura política liberal impuso entonces, con un claro desfase con respecto a Europa, la vuelta a la revolución, reforzando así la ruptura que ya se había consumado unos treinta años atrás. Pero si consideramos el contexto europeo, teniendo en cuenta lo sucedido, a un precio no precisamente pequeño, en Italia, Francia, Bélgica o Alemania, tal vez podamos concluir que esa fue la trayectoria española en la fase de agotamiento de la política de élites y los inicios de la política de masas. Esa fue una transición que en ningún sitio estuvo libre de grandes y, a veces, enormes problemas.

* Agradezco las observaciones de Isabel Burdiel y Mª Cruz Romeo (Universitat de València) y Coro Rubio (Universidad del País Vasco). Este trabajo se incluye en el proyecto PGC2018-1000017-B-I00.

1. J. VALDEÓN, J. PÉREZ Y S. JULIÁ, Historia de España, Madrid, Espasa, 2ª ed., 2003, pp. 322-325. J. ÁLVAREZ JUNCO, Mater dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, Madrid, Taurus, 2001, pp. 344-357. J. SOLÉ TURA, Catalanismo y revolución burguesa, Madrid, Cuadernos para el diálogo, 2ª ed., 1974, pp. 153-157.

2. Sobre la obsoleta “narración principal”, que desde el regeneracionismo ha enlazado la supuesta continuidad del antiguo régimen en España con la “vía prusiana” y la desposesión del campesinado” con la tesis de la “débil nacionalización”, I. BURDIEL, “Myths of failure, myths of success: new perspectives of nineteenth-century Spanish liberalism”, Journal of Modern History, n° 4 (1998), pp. 892-912; S. CALATAYUD, J. MILLÁN y Mª CRUZ ROMEO, “El Estado en la configuración de la España contemporánea. Una revisión de los problemas historiográficos” en Id., eds., Estado y periferias en la España del siglo XIX. Nuevos enfoques. Valencia, Universitat de València, 2009, pp. 9-130; J. MILLÁN, “La formación de la España contemporánea. El agotamiento explicativo del fracaso liberal” y Josep Fontana, “Respuesta al ensayo bibliográfico de Jesús Millán”, Ayer, n° 98 (2015), pp. 243-256 y 257-260, respectivamente, y J. MILLÁN, “¿’No hay más que pueblo’? Élites políticas y cambios sociales en la España liberal”, en Rafael Zurita y Renato Camurri, eds., Las elites en Italia y España, Valencia, Universitat de València, 2008, pp. 207-225.

3. Con mayor o menor énfasis, durante la larga etapa de las guerras napoleónicas pesaba decisivamente el propósito de las potencias enfrentadas de construir o mantener imperios y es en ese escenario donde hay que situar el auge de los procesos de afirmación nacional, D. LANGEWIESCHE, “Imperium – Nation – Volkskrieg. ‘1813’ in der europäischen Geschichte”, en Martin Hofbauer y Martin Rink, eds., Die Völkerschlacht bei Leipzig. Verläufe, Folgen, Bedeutungen 1813 – 1913 – 2013, Berlin, Walter de Gruyter, 2017, pp. 25-43. J. M. FRADERA, La nación imperial. Derechos, representación y ciudadanía en los imperios de Gran Bretaña, Francia, España y Estados Unidos (1750–1918), Barcelona, Edhasa, 2015.

4. R. L. BLANCO, La construcción de la libertad. Apuntes para una historia del constitucionalismo europeo, Madrid, Alianza, 2010, pp. 64-71. A. S. KAHAN, Liberalism in nineteenth-century Europe. The political culture of limited suffrage, Basingstoke, Palgrave McMillan, 2003. J. LEONHARD, Liberalismus. Zur historischen Semantik eines europäischen Deutungsmusters, Múnich, Oldenbourg Verlag, 2001, pp. 137-148. M. KIRSCH, Monarch und Parlament. Der monarchische Konstitutionalismus als europäischer Verfassungstyp – Frankreich im Vergleich, Göttingen, Vandenhoeck und Ruprecht, 1999, y “Los cambios constitucionales tras la revolución de 1848. El fortalecimiento de la democratización europea a largo plazo”, Ayer, n° 70 (2008), pp. 199-239.

5. D. LANGEWIESCHE, La época del Estado-nación en Europa, Valencia, Universitat de València, 2012, pp. 119-132. V. SELLIN, Gewalt und Legitimität. Die europäische Monarchie im Zeitalter der Revolutionen, Múnich, Oldenbourg Verlag, 2011.

6. J. MILLÁN, Mª CRUZ ROMEO, “Modelos de monarquía en el proceso de afirmación nacional de España, 1808-1923”, Diacronie. Studi di storia contemporánea, n° 16 (2013) http//www.studistorici.com/2013/12/millan-romeo_numero_16/. Un plan-teamiento a largo plazo en Á. LARIO, “Estado y nación en el monarquismo español”, Alcores, n° 8 (2009), pp. 159-195.

7. J. MILLÁN, “La nación desde el antiliberalismo. Patria y monarquía en Lluís M. de Moixó”, Alcores, n° 17 (2014), pp. 55-74. E. PARDO BAZÁN, Teoría del sistema absoluto, Zaragoza, Inst. Fernando el Católico, 2016. J. ESTEVE, “El tradicionalisme en l’ascens del nacionalisme de masses: el pare Corbató”, Recerques, n° 65 (2012), pp. 109-128. Como sugieren las propuestas del gobierno de D. Carlos en 1837, cuando más necesitaba el apoyo del clero, el giro anti-rregalista del carlismo no implicaba renunciar a la potestad real sobre los nombramientos eclesiásticos, aunque ofrecía negociaciones con la Iglesia sobre la enseñanza religiosa en la universidad y ventajas fiscales (sobre un diezmo ya declinante) y de fuero jurídico, sin llegar a mencionar la Inquisición, ni el regium exsequatur, A. MOLINER, “Monarquía absoluta e Iglesia restaurada en el pensamiento del obispo carlista Joaquín Abarca” en Emilio La Parra y Jesús Pradells, eds., Iglesia, sociedad y Estado en España, Francia e Italia (ss. XVIII al XX), Alicante, Inst. “J. Gil-Albert”, 1991, pp. 436-438. Este planteamiento puede inscribirse en la línea del absolutismo de Fernando VII, E. LA PARRA, “Fernando VII, el rey providencial enviado de Dios”, Alcores, n° 17 (2014), pp. 39-53.

8. I. BURDIEL, Isabel II. Una biografía (1830–1904), Madrid, Taurus, 2010, pp. 454-575. Mª CRUZ ROMEO, “¿Qué es ser neocatólico? La crítica antiliberal de Aparisi y Guijarro” en “Por Dios, la patria y el rey”. Las ideas del carlismo, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2011, pp. 129-164 y “Escritores neocatólicos en el espacio público liberal: el filtro de la ‘modernidad’ ” en Donoso Cortés. El reto del liberalismo y la revolución, Madrid, Comunidad de Madrid, 2015, pp. 115-144.

9. I. BURDIEL, La política de los notables. Moderados y avanzados durante el régimen del Estatuto Real (1834–1836), Valencia, Institució Alfons el Magnànim, 1987. A. M. GARCÍA ROVIRA, La revolució liberal a Espanya i les classes populars, Vic, Eumo, 1989.

10. Cfr. M. LAFUENTE, Historia general de España, Barcelona, Montaner y Simón, 1890, vol. XXIII, p. 205.

11. P. DÍAZ, La monarquía tutelada. El progresismo durante la regencia de Espartero (1840– 1843), Alicante, Universitat d’Alacant, 2015 y “El regente Espartero y el liberalismo transformador” en Salvador Calatayud, Jesús Millán y Mª Cruz Romeo, eds., El Estado desde la sociedad. Espacios de poder en la España del siglo XIX, Alicante, Universitat d’Alacant, 2016, pp. 113-148. C. TARRAZONA, La utopía de un liberalismo postrevolucionario. El liberalismo conciliador valenciano, 1834-1854, Valencia, Universitat de València, 2002. I. BURDIEL, Isabel II, p. 356-362.

12. La relación directa de la milicia con las Cortes y su autonomía con respecto al poder ejecutivo del rey quedaron establecidas en la Constitución de Cádiz (art. 365). Esto representa un factor de gran significado en el contexto europeo, dada la frecuencia con que los gobiernos monárquicos trataban de evitar precisamente este modelo de la milicia española, que se veía inspirado en la guerra popular contra la ocupación francesa, D. LANGEWIESCHE, “Imperium – Nation – Volkskrieg”, pp. 35-38. Sobre la experiencia de la politización obrera en la Cataluña industrial, M. RENOM, Conflictes socials i revolució. Sabadell, 1718-1823, Vic, Eumo, 2010, G. BARNOSELL, Orígens del sindicalisme català, Vic, Eumo, 1999 i A. GARCIA BALAÑÀ, La fabricació de la fàbrica. Treball i política a la Catalunya cotonera, 1784-1874, Barcelona, Abadia de Montserrat, 2004. Esta implicación en el contexto local no siempre suponía la adopción de posturas más radicales en el conjunto de la política española, como se comprueba en el proceso de distanciamiento entre los progresistas y la reina Isabel II, en la década de 1860.

13. Mª CRUZ ROMEO, Entre el orden y la revolución. La formación de la burguesía liberal en la crisis de la monarquía absoluta, 1814-1833, Alicante, Inst. J. Gil-Albert, 1993.

14. I. BURDIEL, Isabel II, p. 145.

15. Mª CRUZ ROMEO, “La ficción monárquica y la marcha de la nación en el progresismo isabelino” en Ángeles Lario, ed., Monarquía y República en la España contemporánea, Madrid, Biblioteca Nueva-UNED, 2007, pp. 107-125 y “La cultura política del progresismo: las utopías liberales, una herencia en discusión”, Berceo, n° 139 (2000), pp. 18-28.

16. J. M. FRADERA, “Prim conspirador o la pedagogía del sable”, en Isabel Burdiel y Manuel Pérez Ledesma, coords., Liberales, agitadores y conspiradores. Biografías heterodoxas del siglo XIX, Madrid, Espasa, 2001, pp. 239-266. F. PEYROU, “¿Voto o barricada? Ciudadanía y revolución en el movimiento demo-republicano del periodo de Isabel II”, Ayer, n° 70 (2008), pp. 171-198.

17. I. BURDIEL, Isabel II, pp. 673-677.

18. I. BURDIEL, Isabel II, pp. 716-717.

19. I. BURDIEL, Isabel II, pp. 782-784. P. ANGUERA, El general Prim. Biografía de un conspirador, Barcelona, Edhasa, 2003, p. 415.

20. Esta capacidad de iniciativa tuvo efectos que se consolidaron en la construcción del Estado a largo plazo en Europa central y oriental, a partir de un “neoabsolutismo burocrático y reformista”, J. VON PUTTKAMMER, Ostmitteleuropa im 19. und 20. Jahrhundert, Múnich, Oldenbourg Verlag, 2010, pp. 38-39, 214-215.

21. X. ANDREU, El descubrimiento de España. Mito romántico e identidad nacional, Madrid, Taurus, 2016. P. HERTEL, Der erinnerte Halbmond. Islam und Nationalismus auf der iberischen Halbinsel im 19. und 20. Jahrhundert, Múnich, Oldenbourg, 2012 (ingl. Brighton, Sussex Academic Press, 2015).

22. P. DÍAZ Y J. MILLÁN, “Ante la ‘marcha al pueblo’. El último gobierno de la Unión Liberal en Alicante, 1863-1866”, Alcores, n° 5 (2008), pp. 193-228.

23. I. BURDIEL, Isabel II, p. 454.

24. I. BURDIEL, Isabel II, p. 725. Sobre la evolución de la imagen de la Monarquía, Emilio La Parra, ed., La imagen del poder. Reyes y regentes en la España del siglo XIX, Madrid, Síntesis, 2011 y R. FERNÁNDEZ SIRVENT y R. A. GUTIÉRREZ LLORET, “Discursos de legitimación de la monarquía española del siglo XIX: Isabel II y Alfonso XII, reyes constitucionales y católicos”, Alcores, n° 17 (2014), pp. 89-114. A. SHUBERT, “El hombre imprescindible: Baldomero Espartero y la crisis revolucionaria de 1868-1876”, Ayer, n° 104 (2016), pp. 125-151. P. DÍAZ, “Espartero en entredicho. La ruina de su imagen en las elecciones de 1843”, Ayer, n° 72 (2008), pp. 185-214. R. MARTÍN ARRANZ, “Espartero, figuras de legitimidad” en José Álvarez Junco, ed., Populismo, caudillaje y discurso demagógico, Madrid, S. XXI, 1987, pp. 101-128.

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