Читать книгу El Rey como problema constitucional. Historia y actualidad de una controversia jurídica - Sebastian Martin - Страница 14

IV. LA CORTE DECIMONÓNICA, UN ESPACIO DE PODER POLÍTICO EXTRA-CONSTITUCIONAL. SU DIFÍCIL SUPERVIVENCIA EN UN SISTEMA DEMOCRÁTICO

Оглавление

Sabemos que en el marco de las investigaciones que se plantean sobre la corte como poder y como institución, desde hace bastantes años ha surgido una historiografía atenta a los estudios sobre la curia y deseosa de reno-varlos tanto por la diversificación de los objetos, como por la redefinición de los postulados metodológicos o epistemológicos70; que, a la vez, tiende a proponer una relectura del fenómeno curial que una, a la dimensión sociológica privilegiada por Norbert Elias71, la dimensión archivística propia del trabajo del historiador. En este terreno, queda casi todo por hacer para el siglo XIX español, salvo honrosas excepciones, tendencia que parece cambiar72.

Para el caso que aquí nos ocupa dentro del Ochocientos español, hay que empezar recordando que una de las primeras ocupaciones que tuvo el nuevo monarca fue organizar su Casa, incluso antes de la venida de la reina a España, organización en la que se topó de entrada con el rechazo frontal de la aristocracia, especialmente de la propia Diputación de la Grandeza, que, pocos días antes de la llegada del nuevo rey, aprobó disolverse para evitar el compromiso de tener que aceptar cargos palaciegos, que tradicionalmente se entendían como apoyo a la monarquía, y así se llevó a cabo73.

De esta forma, como sabemos por Bolaños Mejías, única que ha estudiado la corte de Amadeo I, el rey desde el primer momento buscó infructuosamente una Camarera Mayor para la Reina y se encontró con la desconcertante negativa de la duquesa de la Torre, esposa del exregente, general Serrano. Y también halló no menor dificultad para el puesto de Mayordomo Mayor, para el que eligió al joven duque de Tetuán, Carlos Manuel O’Donnell (1834–1903). Sobrino de su tío Leopoldo, había luchado denodadamente por la revolución de 1868, había votado a favor de la candidatura del duque de Aosta e –incluso– se había desplazado a Italia con la Comisión parlamentaria para comunicar oficialmente al príncipe Amadeo su designación al trono español. Por todo ello, es fácil imaginar que se vio obligado a aceptar el nombramiento, cuando a las pocas semanas de volver de Italia se lo ofreció su nuevo rey. Sin embargo, sorprendentemente, a los pocos meses renunció y aparecía firmando José de la Gándara y Navarro, como Mayordomo Mayor interino, nombre que sucesivamente sería sustituido por otro interino (Rosell del Piquer). Final-mente, Amadeo I acabó nombrando a Mariano Ríus74, a quien venía de otorgarle el título de Conde de Ríus (en octubre de 1871).

A pesar del ambiente que halló en su país de adopción, el Rey no escatimó esfuerzos por vitalizar su imagen institucional dentro de un orden democrático, sistema que implicaba que las Cortes aprobaban la dotación del monarca, o que las Cortes reconocían el disfrute de los Palacios y Reales Sitios, y otros espacios no enajenados por la revolución. También, en su intento de conciliar la institución monárquica con un sistema de gobierno democrático, el rey aprobó dos textos: el Reglamento de la Real Casa de 1871 y la Ordenanza de la Real Casa y Patrimonio de 187275.

Sin embargo, los más monárquicos dentro de la coalición de 1868, es decir, los unionistas de Serrano y los progresistas conservadores de Sagasta, no buscaban un rey como poder moderador entre Gobierno y Cortes, sino que “reclamaban un monarca al modo tradicional, por lo que confiaron en que Amadeo ejercería sus funciones con discrecionalidad y patrimonialización del poder que representaba el compromiso de la Corona con la tradición y con su herencia histórica, razón que obligó [al nuevo rey] a mantener en la organización doméstica una clara influencia del esquema tradicional de la anterior dinastía”76.

El rey adoptó un tenor de vida sencillo, seguramente por su carácter militar, más habituado a una vida austera y en contacto con la naturaleza; pero igualmente para avenirse con un sistema que era democrático y en unas circunstancias socio-económicas no fáciles. En 1866 se había desatado una crisis económica internacional sin precedentes, que también afectó a España y sus negocios, y de la que no fue ajena la revolución de 1868. Si a ello le unimos que, con la libertad política, habían entrado en España y se había extendido la propaganda socialista y anarquista (venida de Paul Lafargue, yerno de Marx, y de Giuseppe Fanelli, enviado por Bakunin) entre el movimiento obrero y el campesinado, era fácil comprender que no era el momento para el boato, ni para valores como la magnificencia. La presencia, por lo demás, en suelo español de buen número de comuneros franceses, huidos de la Commune de París, y los debates parlamentarios sobre la legalidad de la AIT dan idea del clima del momento.

Amadeo I pareció acomodarse de forma natural y espontánea a semejantes circunstancias. Vivía ocupando pocas estancias de palacio para evitar gasto de energía, sin mostrar el esplendor de su majestad. Con todo, fueron seguramente sus frecuentes salidas de lo que constituía el espacio cortesano lo que pudo disgustar a ciertos sectores sociales, la aristocracia y el ejército, de los que se esperaba estaría arropada una monarquía. Otros reyes en el pasado habían gustado de estar en contacto con la naturaleza y para ello contaban específicamente con los Reales Sitios, de los que también supo disfrutar el monarca y su esposa, especialmente con las Jornadas Reales en San Ildefonso. Sin embargo, el salir de palacio sin ningún acto especial para indicar que era la persona del rey quien se desplazaba, provocó malestar; también el hecho de acudir a espacios y paseos considerados más burgueses, como el Buen Retiro, Real Sitio convertido por la Gloriosa en parque del Ayuntamiento de Madrid. Y, sin duda, el tener una vida privada para la que salía de la Corte, en lugar de contar con quienes pertenecían al espacio cortesano. Todo ello eran patrones de conducta (de salida y de relación) que le hacían indigno del privilegio de ser rey o no merecedor de sentarse en el trono de San Fernando.

Con todo, si hay que resumir dicha situación con un caso emblemático, baste citar al final la humillante búsqueda por parte del monarca de un padrino para el bautizo de su recién nacido tercer hijo, nombramiento ofrecido al duque de la Torre, junto con el puesto de Camarera Mayor de la Reina nuevamente para su esposa, hecho que no deja de ser una muestra de la importancia que la Corte seguía teniendo en el Ochocientos como centro de poder político formal, aunque extra-constitucional. Amadeo I hizo este ofrecimiento al ex-regente porque era líder del partido conservador de la revolución (antiguos unionistas), que en las elecciones de agosto de 1872 casi no habían obtenido representación en el Congreso (apenas nueve escaños) y habían recurrido al retraimiento político. Pero, sobre todo, porque a raíz de las nuevas medidas en materia de Ultra-mar impulsadas por el gobierno radical de Ruiz Zorrilla y la firma por el rey del R.D. de la abolición de la esclavitud en Puerto Rico, se había constituido en Madrid la Liga Nacional, encabezada por el propio general Serrano, que pretendía impedir la adopción de medidas liberalizadoras tanto en Cuba como en Puerto Rico, con el respaldo de eminentes figuras de la oposición y del ejército77. El gesto del rey, que se demostró inútil, pretendía –por la vía de conseguir introducirles en la Corte– evitar que dicho partido abandonara el régimen y se convirtiera en anti-dinástico. No obstante, la respuesta de Serrano en términos, o mejor, con condiciones políticas, resultó inaceptable al monarca y demostraba que la Corte ya no resultaba operativa como poder político paralelo en un sistema demo-crático, aunque no fuera parlamentario.

El Rey como problema constitucional. Historia y actualidad de una controversia jurídica

Подняться наверх