Читать книгу La vida instantánea - Sergio C. Fanjul - Страница 27

19 de abril de 2017 · 102 likes

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Fuimos a comernos una paella al lago de la Casa de Campo, como si fuéramos madrileños de bravura, y volvimos a flipar con lo desconocido que es este extenso bosque tan cercano al Primark de Gran Vía. Allí, entre los restaurantes de la orilla, sucede una feria popular donde se arremolinan la clase obrera, los mediopensionistas y algún miembro de la Trama que ha ido a comerse una buena parrillada en el Urogallo y a fumarse un puro al fresco. Faltan los ponis, y hay quien aprovecha para estrenar biquini, que ya hay ganas melanómicas. Nosotros fuimos al Montaloya, el más barato, que dice Tripadvisor que es «pésimo», pero que no estaba tan mal: la vida es mejor cuando tienes expectativas bajas. Es difícil distinguir al patricio de la plebe porque hoy en día todo el mundo viste de Inditex, iguales como en la China de Mao. Yo preferí hablar con un pato que surcaba la ondulante superficie del lago (en medio del estanque surge un imponente chorrazo muy heteropatriarcal). Era un ánade de cabeza verde botella (Anas platyrhynchos), lo típico.

—Oye, pato, este sitio donde vivís, este lago, este parque, estas barcas, hoy que hace sol, me hacen sentir como si viviese en una de esos cientos de películas escandinavas que ha comprado Radio Televisión Española (RTVE) y que emiten por las tardes soporíferas.

—¡Cuac! —dijo el pato, que parecía sueco—. ¡Cuac!

Luego caminamos muy largamente por esos pinares poblados de brócolis extraterrestres gigantes y vimos a los conejos escapar de nosotros a toda leche. Estos conejos son pequeños, como una explosión de pelo entre la hierba, y andan acojonados por lo de la depredación. Debe de ser un rollo ser un conejo, vivir en la naturaleza, siempre con un ojo mirando a ver si te comen. Es que la naturaleza es muy neoliberal, y a eso vamos, a la jungla del comernos unos a otros, de la mano de los grandes organizadores, o desorganizadores, de la economía mundial.

Al borde del lago había un árbol que parecía caerse al agua, pero que estaba quieto. Una señora muy grande llevaba a una tía buena en su camiseta, como si se la hubiese comido. La paella (mixta) bien, pero algo cara dada la exigua ración. Yo es que a las paellas siempre encuentro que les falta arroz entre tanto tropezón, porque yo amo el carbohidrato. Vaya usted a perderse a la Casa de Campo: en algunas partes se pilla wifi.

La vida instantánea

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