Читать книгу La vida instantánea - Sergio C. Fanjul - Страница 41

23 de mayo de 2017 · 39 likes

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Una vez conocí a un ninja que podía andar de forma hipersigilosa sobre los cantos exteriores de sus pies gatunos, que podía colarse en cualquier sitio, y hasta meter sus genitales para dentro y encajar cualquier tipo de golpe en la entrepierna. Era invencible. Lo entrevisté, vaya, y me enseñó el arte de los shinobis. Hice un poco el ridículo porque cuando se acercó a mí se agachó a por su cartera, apoyada en el suelo, y yo también me agaché porque pensaba que él se agachaba para saludarme al modo oriental (era japonés), lo que creó una situación ortopédica y ridícula que hizo carcajearse extensamente al fotógrafo.

Total, que aprendí mucho de aquel maestro ninja que había traído a España la Fundación Japón.

Ahora que hay tanta opresión, a veces le gusta a uno pasar al lado sigiloso y hackear el Sistema de la forma menos probable, como un cracker raro, como un saboteador poético. Yo lo hago sobre todo en superficies comerciales o grandes tiendas de libros (en las pequeñas no, que me conocen). Cuando lo hago me siento como Luke Skywalker entrando con su X-Wing en la Estrella de la Muerte, dejando su bomba y escapando de una pieza y a velocidades prodigiosas.

Me presento allí como un lector cualquiera, un ciudadano normal (es importante no dejar ver que uno es un shinobi), voy a la sección de poesía, busco algunos de mis títulos, que son buenísimos, y los saco de las estanterías del olvido para colocarlos en las mesas de novedades, probablemente encima de uno de Marwan, o de Las personas del verbo de Jaime Gil de Biedma, o de la poesía completa de William Carlos Williams, que ahora está de moda con lo de la película Paterson.

Los que curran en la Fnac, la Casa del Libro, La Central o El Corte Inglés deben de estar hartos de mí y considerarme algo así como el más peligroso ninja de la poesía contemporánea. No puedo decir que me arrepienta. ¡Kiai!

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