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Capítulo 5
ОглавлениеElliott entró en el gimnasio del colegio con Daisy del brazo. Karen le había recogido su melena castaño clara en forma de ondas, y el vestido que habían elegido era de un satén rosa pastel que parecía resaltar el tono de sus mejillas y le iluminaba los ojos. Aunque tal vez ese brillo era fruto de la emoción por asistir a su primer baile de verdad.
Se quedó en la puerta y miró a su alrededor con gesto de asombro; las macetas estaban decoradas con diminutas lucecitas blancas, la bola de discoteca colgaba del techo despidiendo color al girar, y los banderines de tonos vivos convertían ese enorme lugar en algo muy especial.
—Es precioso —dijo la niña con voz suave y girándose hacia él con un encantador brillo en la mirada.
—Tú sí que estás preciosa —le respondió Elliott sinceramente—. Pareces toda una jovencita. Creo que eres la niña más bonita de la sala.
—¡Qué va! —le contestó aunque se mostró encantada con el comentario—. ¿Ya han llegado Selena y Ernesto?
—No los veo —respondió Elliott buscando con la mirada por el gimnasio abarrotado de niñas con sus padres. El nivel de entusiasmo estaba tan alto como el de ruido.
Cuando al momento el pinchadiscos puso una canción lenta, Elliott miró a Daisy.
—¿Quieres bailar conmigo?
—¿De verdad? —preguntó con la voz entrecortada.
—Para eso hemos venido, ¿no? Creo que aún puedo moverme por la pista sin darte ningún pisotón.
Le mostró dónde colocar las manos y después fue contando los pasos mientras ella, con cierta torpeza, intentaba seguir su ritmo. Al final de la canción, Daisy respiró hondo.
—Me alegro de que seas tú y no un chico —dijo llena de frustración—. Esto no se me da bien. Nunca tendré una cita.
—Ya le pillarás el tranquillo antes de que seas lo suficientemente mayor como para tener una cita —le prometió justo cuando vio a Ernesto y a Selena yendo hacia ellos. Su cuñado parecía estar de mal humor, y eso era raro.
—¿Cómo te ha convencido Daisy para venir? —le preguntó Ernesto con tono áspero—. A mí no me verías por aquí si no fuera porque Adelia se ha puesto hecha una furia.
Elliott captó la sombra que recorrió el gesto de Selena ante las desconsideradas palabras de su padre. Sin embargo, la niña, en lugar de responderle, se dirigió a Daisy.
—¡Ese es mi vestido! —dijo lo suficientemente alto como para que unas cuantas chicas se rieran—. Mamá ha debido de sacarlo de mi bolsa de ropa para tirar.
Elliott miró a su sobrina con mala cara.
—¡Selena, ya basta! —le gritó con brusquedad dado que Ernesto no parecía tener intención de corregir a su hija—. Estás intentando avergonzar a tu prima a propósito.
—No es mi prima —contestó con tono desagradable—. Y tú no eres su verdadero padre.
Ante las crueles palabras de Selena, Daisy se quedó aturdida, se echó a llorar y salió corriendo del gimnasio. Elliott le lanzó a Selena una mirada cargada de decepción.
—Creía que tu madre te había educado para que fueras un poco más amable —después miró a su cuñado fijamente—. ¿Y tú no tienes nada que decir sobre esta clase de comportamiento?
Ernesto se limitó a encogerse de hombros.
—¿Qué puedo decir? Es igualita que su madre.
Elliott sacudió la cabeza preguntándose, no por primera vez, qué demonios le estaba pasando al matrimonio de su hermana.
—Ya hablaré con vosotros dos luego.
Y se marchó para buscar a Daisy. La encontró al final del pasillo empujando inútilmente una puerta cerrada con llave.
—Niña —dijo en español y voz baja—. Pequeña, lo siento.
—Quiero irme a casa —le suplicó girando hacia él su cara surcada de lágrimas.
—Y yo te llevaré, si eso es lo que quieres de verdad. Pero a veces cuando la gente se porta tan mal como Selena ahí dentro, lo mejor que se puede hacer es levantar la barbilla bien alto y demostrar que tú estás por encima de todo eso.
—Pero todo el mundo se está riendo de mí —le dijo con más lágrimas en los ojos y mirándolo desconcertada—. Creía que éramos amigas. ¿Por qué ha sido tan mala?
Elliott se preguntaba lo mismo.
—No lo sé —respondió con sinceridad—. Pero creo que, tal vez, esta noche no está muy feliz.
Daisy se mostró intrigada por la respuesta.
—¿Y eso?
—No estoy seguro —dijo al no querer sugerir que Ernesto la había decepcionado—. Pero creo que ha descargado su tristeza contigo. Ha estado muy mal, pero a lo mejor tú puedes ser mejor persona e intentar entenderlo y perdonarla.
Daisy pareció reflexionar sobre sus palabras un largo momento antes de mirarlo a los ojos y preguntarle con un sollozo:
—¿Tengo que hacerlo?
Elliott tuvo que girarse para ocultar la sonrisa.
—No, pequeña, no tienes que hacerlo, pero espero que lo hagas. A pesar de lo que ha pasado aquí esta noche, seguimos siendo una familia.
La niña suspiró exageradamente.
—De acuerdo, me lo pensaré —lo miró—. Pero sigo sin querer volver a entrar. Por favor, ¿podemos irnos?
—¿Por qué no vamos a Wharton’s a tomarnos un helado? ¿Qué te parece?
Ella le dirigió una temblorosa sonrisa.
—Un helado estaría bien.
De camino a Wharton’s, se secó las últimas lágrimas y se volvió hacia él.
—Antes de que Selena dijera todo eso, me lo estaba pasando bien, Elliott. Gracias por llevarme.
—De nada —le aseguró—. Y yo también me lo he pasado bien. El año que viene el baile de padres e hijas será mejor. Te lo prometo.
Y a la mañana siguiente lo primero que haría sería averiguar por qué su sobrina se había comportado de ese modo. Tal vez su cuñado se había quedado tan tranquilo ignorando el asunto, pero él no.
—¿Que Selena le ha dicho qué a Daisy? —preguntó Karen atónita cuando Elliott le describió la espantosa escena en el baile—. ¿Y por qué ha hecho algo así? Daisy la adora. Se debe de haber quedado hecha polvo.
—Al principio, sí, pero un helado cubierto de chocolate caliente la ha hecho sentirse mucho mejor.
—Al menos eso explica por qué se ha ido directa a su habitación cuando habéis llegado y no me ha respondido cuando le he preguntado por el baile.
—Se ha sentido humillada, eso está claro —admitió con desazón—. Que mi sobrina haya hecho algo así... —sacudió la cabeza—. Aunque, sinceramente, ahora mismo me preocupa más Selena. Esta noche le pasaba algo y también me ha dado la sensación de que Ernesto no tenía ninguna gana de estar allí y que se lo había hecho saber. Tal vez su falta de sensibilidad explica por qué ha sido tan desagradable con Daisy.
—Eso no es una excusa —dijo Karen.
—Claro que no —asintió Elliott sin ponerse del lado de su familia por primera vez—. Creo que pasa algo más. Adelia tampoco ha estado siendo ella misma últimamente. Mañana llegaré al fondo del asunto y ten por seguro que Selena se disculpará.
—Una disculpa forzada no significará mucho —dijo Karen.
—Pero es necesaria de todos modos —respondió con convicción—. La gente de esta familia no se comporta así. Siento mucho que le haya arruinado la noche a Daisy. Esperaba que fuera especial para ella, un recuerdo que guardara para siempre.
Karen vio lo disgustado que estaba por el hecho de que un miembro de su familia le hubiera causado tanta angustia.
—Como has dicho, el helado ha mejorado bastante las cosas. Seguro que se le pasará.
Él vaciló y dijo:
—Hay una cosa que ha dicho Selena que creo que deberíamos hablar, algo que podríamos corregir.
Karen lo miró extrañada.
—¿Por qué está en nuestras manos corregir algo que haya dicho Selena?
—Porque podemos —respondió sencillamente—. Ha dicho que Daisy no era su prima y que yo tampoco era su verdadero padre. Ya hemos hablado de la posibilidad de que adopte a los chicos, pero no hemos tomado ninguna decisión. Puede que ya sea hora de hacerlo.
Karen asintió distraídamente. El tema de la adopción ya había surgido de vez en cuando y lo había dejado pasar aunque no estaba segura del todo de por qué. Sin embargo, esa noche no podía tratar un tema tan importante.
—Ya hablaremos del tema, pero ahora no. Tengo que ir a ver cómo está Daisy.
Elliott suspiró mostrando su exasperación, pero ella lo ignoró. Esa noche Daisy era lo primero y ella aún estaba a punto de explotar de impotencia por lo que había pasado. Al menos en esa ocasión, Elliott no había corrido a ponerse del lado de su sobrina. A veces parecía como si estuviera ciego cuando se trataba de su familia. En ocasiones, Adelia, sus otras hermanas e incluso su madre también habían sido igual de desconsiderados con ella aunque, por suerte, casi todo eso ya formaba parte del pasado.
Después de levantarse para ir a ver a su hija, se agachó y lo besó.
—Gracias por cuidar tan bien de ella.
—Es mi trabajo —dijo sin más.
Karen encontró a Daisy en su habitación tapada con la manta hasta las orejas. El vestido que había sido la causa del incidente de esa noche estaba tirado en el suelo.
—Deberías haberlo colgado —le dijo con delicadeza al recogerlo y colocarlo sobre una percha.
—¿Por qué? No me lo voy a volver a poner nunca. No quiero que esté aquí. Devuélveselo a la tonta de Selena si tanto le importa. Y ya no quiero ir a casa de la abuela Cruz después del colegio, no si Selena va también.
Karen suspiró ante el testarudo tono de Daisy. Se sentó en el borde de la cama aún con el vestido en la mano y miró a su hija a los ojos.
—Ya discutiremos en otro momento adónde irás después del colegio. Ahora preferiría centrarme en lo de esta noche. A lo mejor puedo ayudarte a entenderlo.
—Selena es una egoísta y ya está.
Karen sacudió la cabeza.
—Lo dices, pero no lo piensas de verdad.
—Sí que lo pienso.
—Seguro que sabes que lo que Selena te ha dicho no ha sido por el vestido.
—¿Entonces por qué?
—Elliott cree que a su padre no le hacía mucha gracia llevarla al baile, al contrario que él, que estaba feliz de ir contigo. Sospecho que Selena estaba celosa.
Daisy se incorporó con los ojos como platos. Que su ídolo pudiera tener celos de ella era algo que le llamó mucho la atención.
—¿De mí?
Karen asintió.
—Sabes que Elliott te adora y le hizo sentirse genial que le pidieras que te llevara al baile. Para Ernesto fue como una obligación de la que no se podía librar y seguro que eso hirió los sentimientos de Selena. ¿Lo entiendes?
Daisy se quedó pensativa. Era mucho pedir que una niña de nueve años intentara comprender el impacto de los actos hirientes de un adulto.
—Supongo —dijo al momento.
—Entonces a lo mejor podrías centrarte en lo afortunada que eres de tener a Elliott como padrastro y plantearte perdonarla —le sugirió.
—A lo mejor —contestó Daisy a regañadientes.
Karen se agachó para abrazarla.
—Piensa en ello. Buenas noches, cielo. Siento que tu primer baile no haya sido todo lo que te esperabas.
—Ha empezado muy bien —admitió—. Elliott ha estado enseñándome a bailar.
—Tiene unos pasos muy buenos en la pista de baile —dijo Karen sonriendo al recordar cómo bailaron en su boda.
—Las demás niñas estaban mirándolo. Creo que todas querían bailar con él.
—Seguro que el lunes por la mañana tendrán muchas preguntas que hacerte, aunque tendrás que decirles que ya está pillado, que pertenece a tu mami.
Daisy se rio.
—¡Mamá!
—Bueno, es la verdad.
—Creo que es el mejor padrastro del mundo.
—Yo también lo creo —contestó Karen en voz baja. El mejor.
Y cuando sopesó eso contra las tontas riñas que habían tenido últimamente, lo tuvo claro. El día que había encontrado a Elliott había sido el más afortunado de su vida. Así que cuando las cosas fueran mal, y no habría duda de que volvería a pasar, tendría que recordarlo.
Elliott normalmente no podía sacar ni media hora para almorzar los sábados, pero esa semana le pasó su cita de las once a otro entrenador del gimnasio y se fue directo a casa de su hermana, decidido a llegar al fondo del asunto de lo que estaba pasando allí.
Cuando llegó a la enorme casa que Ernesto había construido en cuatro mil metros cuadrados de tierra boscosa a las afueras de Serenity, oyó a los niños jugando en el estanque. Por norma general habría ido a saludarlos, pero ese día su único objetivo era quedarse a solas con Adelia para mantener una charla sincera.
Justo cuando estaba a punto de llamar al timbre, la puerta delantera se abrió y Ernesto pasó por delante de él con mal gesto. Desde dentro oyó a Adelia gritándole que no se molestara en volver a casa.
Elliott cerró los ojos, rezó por saber cómo actuar, y entró. Encontró a su hermana sola en la cocina metiendo a golpes los platos en el lavavajillas con el rostro lleno de lágrimas. Se acercó por detrás y la abrazó.
—Cuéntamelo.
Ella se volvió impactada y, secándose las lágrimas inútilmente, intentó forzar una sonrisa.
—No sabía que estabas aquí. ¿Cómo has entrado?
—Tu marido, muy amable, ha dejado la puerta abierta al salir —dijo con ironía—. Lo he oído, Adelia. He oído cómo le decías que no se molestara en volver a casa.
Ella le quitó importancia al comentario.
—La gente dice cosas así todo el tiempo. No lo decía en serio.
—Pues a mí me ha parecido que sí.
—¿Y tú qué sabes? Tú aún estás en la fase de la luna de miel. ¿Qué sabes tú de discusiones maritales?
Él sonrió.
—Karen y yo hemos tenido bastantes.
—Y las habéis superado y olvidado —dijo con tono enérgico—. Ernesto y yo también lo haremos. Deja que te sirva una taza de café y unas galletas de mamá —al instante frunció el ceño y añadió—: ¿Por qué no estás en el gimnasio? Creía que el sábado era uno de tus días más ajetreados.
—Así es, pero he pensado que tenía que hablar contigo sobre lo que pasó anoche.
Ella puso gesto de extrañeza; estaba verdaderamente desconcertada.
—¿Anoche? ¿Es que pasó algo en el baile? Selena no me ha dicho nada, y tampoco Ernesto.
—No me sorprende. No quedarían muy bien ninguno de los dos —le describió la escena—. Selena humilló a Daisy deliberadamente delante de todas sus compañeras de clase.
—Lo siento mucho —dijo Adelia con gesto apenado—. Me ocuparé ahora mismo. El comportamiento de Selena fue completamente inaceptable. Pobre Daisy. Se me parte el corazón solo de pensarlo.
Estaba a punto de decirle a Selena que saliera del estanque y entrara, pero Elliott la detuvo.
—Creo que la pregunta más importante podría ser por qué estaba tan disgustada como para hacer lo que hizo.
Al ver que ella no respondía inmediatamente, él insistió:
—¿Adelia?
Su hermana suspiró profundamente.
—Sospecho que puedes culpar a su padre. Ernesto no quería ir y, como me había temido, se inventó la excusa de una reunión de negocios muy importante para intentar escaquearse en el último momento. Insistí en que no podía decepcionar a su hija de ese modo y me temo que Selena escuchó nuestra discusión. Sabía que su padre había estado a punto de elegir el negocio antes que a ella, que no le habría importado decepcionarla.
—¿Y eso ha estado pasando mucho últimamente? —le preguntó mirándola fijamente—. Me refiero a las discusiones.
Ella miró a otro lado.
—Lo solucionaremos. Siempre lo hacemos —dijo como si se supiera esas palabras de memoria. Sonó como si hubiera estado usándolas durante un tiempo para intentar autoconvencerse.
—¿Has hablado con mamá sobre lo que está pasando?
Adelia le lanzó una mirada incrédula.
—¿Estás loco? ¿Y tener que escuchar sus sermones sobre que yo tengo toda la culpa de que mi matrimonio no sea un camino de rosas? Ya sabes cómo es mamá. Se cree que a todos los maridos hay que tratarlos como a reyes, por mucho que estén actuando como unos cretinos.
Elliott sonrió.
—Es verdad. Estaba totalmente entregada a nuestro padre, por muy poco razonable que fuera él.
—Hazme caso, papá era un baluarte de sensatez y calma comparado con Ernesto.
En su voz notó una desolación que le resultó preocupante.
—Adelia, ¿está intimidándote? ¿Te maltrata?
Ella cerró los ojos y se ruborizó.
—No, nada de eso. Jamás se lo permitiría. A pesar de mi debilidad, sí que tengo suficiente orgullo como para no tolerar semejante falta de respeto.
—Eso espero —respondió aún preocupado—. Porque lo pondría bien firme si llegara a levantarte la mano.
Adelia casi sonrió ante su comentario.
—Sé que lo harías y por eso te quiero.
—¿Quieres que me quede y hable con Selena?
Ella sacudió la cabeza.
—No. Ya me ocupo yo. No hay necesidad de que presencies cómo monta en cólera cuando le diga que está castigada un mes.
Elliott se quedó sorprendido ante la severidad del castigo.
—¿Un mes?
Adelia se encogió de hombros.
—Menos de eso no serviría de nada. Créeme, un mes es lo único que despertará su atención.
—A lo mejor lo que necesita, más que un castigo, es saber con certeza que sus padres van a esforzarse en superar sus diferencias —propuso Elliott.
Adelia lo miró con tristeza.
—Siempre intento no hacer promesas si no estoy segura de poder mantenerlas —dijo al acompañarlo a la puerta.
Elliott quería quedarse, quería borrar el dolor que veía en la mirada de su hermana, pero no era él el que tenía el poder de hacerlo. Y cada vez quedaba más claro que al hombre que estaba en posición de hacerlo no le importaba nada.
—¿Por casualidad va a quedarse Frances mañana por la noche con los niños? —le preguntó Dana Sue a Karen el lunes.
Karen se quedó mirando a su jefa sorprendida.
—No lo tenía pensado. Mañana tengo libre, ¿recuerdas? Estaré en casa con los niños.
—Deja que te lo pregunte de otro modo —dijo Dana Sue pareciéndose a Helen cuando estaba interrogando a un testigo reacio a colaborar—. ¿Puede Frances cuidar de los niños mañana por la noche?
Estupefacta, Karen se encogió de hombros.
—Tendría que preguntárselo, pero probablemente. ¿A qué viene esto? ¿Necesitas que venga a trabajar?
—No. Los chicos, menos Erik que se quedará aquí, van a quedar para ver el baloncesto y hablar más del gimnasio, así que las mujeres hemos decidido que nos merecemos una noche de margaritas. Hace siglos que no celebramos una y queremos que vengas.
—Creía que las noches de margaritas eran una especie de ritual sagrado para las Dulces Magnolias —a ella nunca la habían invitado.
—Y creemos que deberías ser oficialmente una de nosotras —le contestó Dana Sue con una sonrisa—. Si Elliott va a ser socio de algunas de nosotras y de nuestros maridos, entonces tú deberías estar incluida cuando las chicas nos reunamos.
—¿De verdad? —preguntó, sorprendida por la tristeza que se había colado en su voz. Siempre se había preguntado cómo serían esas misteriosas noches que Dana Sue, Maddie, Helen y sus amigas pasaban juntas. Los margaritas eran lo que menos le importaba, pero el fuerte vínculo de su amistad era algo que envidiaba desesperadamente. En alguna que otra ocasión había recibido su ayuda y su apoyo y comprendía el valor que eso tenía.
—De verdad —le aseguró Dana Sue—. Y antes de que te pongas nerviosa y empieces a pensar cosas raras, tienes que saber que no tenemos ni rituales secretos ni juramentos; nuestra única premisa es que lo que pasa en las noches de margaritas se queda en las noches de margaritas.
Karen sonrió.
—Eso lo puedo cumplir.
—Entonces mañana a las siete en mi casa.
—¿Qué puedo llevar?
—Nada. Yo preparo el guacamole, Helen los margaritas y, ya que creen que ahora necesitamos más comida para contrarrestar el alcohol, Maddie, Jeanette, Annie, Raylene y Sarah se van turnando para traer la comida. Créeme, Maddie se encargará de que te llegue el turno. Le va a encantar sumar un chef más a la lista. Aparte de mí, Raylene es la única con auténtica creatividad en la cocina.
Karen pensó en los progresos que Raylene había hecho venciendo su agorafobia. Hacía no mucho tiempo todas las noches de margaritas tenían que celebrarse en su casa para que no tuviera que enfrentarse al terror que le generaba salir de la seguridad de su hogar.
—Raylene está mucho mejor ahora, ¿verdad? Cuesta creer que sea la misma persona. Ahora la veo en su tienda de moda y saliendo por ahí con Carter y sus hermanas.
Dana Sue sonrió.
—Es uno de los muchos milagros con los que nos ha bendecido este pueblo.
Karen continuó trabajando con las ensaladas del almuerzo, aunque al final la curiosidad la superó. Miró a su amiga y preguntó:
—¿Por qué ahora, Dana Sue? ¿Es solo porque no quieres que me sienta apartada?
Dana Sue, que siempre hablaba con sinceridad, respondió:
—Eso por un lado, está claro. Pero durante mucho tiempo tu vida era muy complicada. Helen tuvo que cuidar de tus hijos para que no te los quitaran y tu futuro trabajando aquí era muy inseguro, así que no creíamos que fuera buena idea sobrepasar más los límites —sonrió—. Igual que ha pasado con Raylene, tú no eres la misma persona que eras hace unos años. Todas te apreciamos. Siempre ha sido así. Pero ahora creemos que todas tenemos una vida más consolidada.
—Quieres decir que ya somos todas iguales.
Dana Sue se rio.
—Eso suena terriblemente estirado e intolerante, pero en cierto modo, sí. Lo siento si he herido tus sentimientos.
Karen negó con la cabeza.
—Todo lo contrario. En realidad me hace sentir orgullosa saber lo lejos que he llegado recomponiendo mi vida. Hace unos años estaba hundida y, a pesar de no ser una Dulce Magnolia oficial, todas me ayudasteis. Siempre os estaré agradecida por ello.
—Y ahora tendremos que descubrir si puedes resistir el tequila mejor que las demás.
Karen pensó en lo poco que bebía porque no le gustaba ni el modo en que te hacía perder el control ni el gasto de dinero que suponía.
—Algo me dice que en ese terreno no voy a haceros la competencia. En el campo de las margaritas soy una debilucha. ¿Supondrá algún problema?
—No —le aseguró Dana Sue—. Hará que las demás tengamos más. Pero si rechazas mi riquísimo guacamole, puede que tengamos que reconsiderar tu unión al grupo.
—Eso no pasará nunca —dijo Karen riéndose.
En el tiempo que llevaba casada con Elliott ya había aprendido a asimilar el picante.