Читать книгу E-Pack HQN Sherryl Woods 2 - Sherryl Woods - Страница 13

Capítulo 6

Оглавление

Frances estaba encantada de ir a pasar la noche con Daisy y Mack; era menos estresante que estar esquivando las preguntas de Flo y Liz sobre si ya había pedido cita con el médico. ¡Estaban empezando a cansarla!

Aunque estaba donde quería estar, lejos de las fisgonas miradas de sus amigas, por otro lado agradecía que los niños estuvieran ocupados con sus deberes. Por la razón que fuera, últimamente le resultaba agotador guardar las apariencias. Por eso era un alivio poder sentarse sin más a hojear unas revistas o a ver la tele.

Se sobresaltó al alzar la mirada y encontrarse delante a Mack, con un gesto que tenía una mezcla de consternación y vergüenza. Ya había visto esa mirada demasiadas veces en su clase como para saber que se trataba de problemas con los deberes.

—¿Va todo bien, Mack?

El niño se encogió de hombros y Frances tuvo que contener la sonrisa. Incluso con siete años, los niños ya tenían su orgullo.

—¿Qué tal llevas los deberes? ¿Los has terminado todos?

Mack sacudió la cabeza y sus mejillas se sonrojaron aún más.

—No entiendo los problemas de matemáticas —le dijo con mirada suplicante—. ¿Podrías ayudarme? Restar es muy difícil.

Aunque le encantaba que le hubiera pedido ayuda, dudaba si podría dársela.

—Puedo intentarlo. Y si no puedo, imagino que Jenny sí.

—¿Jenny? ¿Quién es? —le preguntó el niño perplejo.

Frances se quedó mirándolo sorprendida, después sacudió la cabeza y con una risa avergonzada dijo:

—¿He dicho Jenny? Quería decir Daisy. Jenny es mi nieta. Vive en Charleston —Jenny se llamaba como su madre, Jennifer, la hija de Frances.

A Mack se le iluminó la cara.

—La recuerdo. Antes venía de visita y a veces se quedaba a pasar el fin de semana.

—Así es —le confirmó Frances—. ¡Menuda memoria tienes! —en ese momento lo envidió.

—Pero era más mayor que Daisy —añadió el niño, de nuevo perplejo—. ¿Cuántos años tiene?

Frances se sintió como si se estuviera abriendo paso con dificultad entre sus recuerdos sin conseguir nada.

—Ahora debe de tener quince —¿o tenía más? ¿Se había marchado ya a la universidad? ¿O esa era Marilou? ¿Y por qué no podía distinguirlas? Había tres chicas, eso lo recordaba. Jennifer quería tener un niño en ese último embarazo, pero había sido otra niña. Y con los salarios como maestros que tenían su marido y ella, decidieron que no podrían mantener a un cuarto.

¡Maldita sea! Si podía recordar todo eso, ¿por qué no podía aclararse con los nombres y las edades?

La respuesta, por supuesto, era obvia. Se trataba de otro de esos alarmantes lapsus mentales. Menos mal que Flo y Liz no estaban allí para presenciarlo porque entonces le habrían suplicado a gritos que pidiera la cita con el médico.

—Siéntate a mi lado y enséñame esos problemas de matemáticas —le dijo prefiriendo no darle demasiadas vueltas a su desliz.

Por fin, seguro de que no lo iban a juzgar, Mack se subió al sofá con entusiasmo y le enseñó la hoja. Por suerte, los problemas eran sumas muy básicas, algo que al menos no había olvidado.

Cuando hubo terminado con las matemáticas y, después de enseñarle a Frances los otros deberes, Mack corrió a buscar a Daisy para tomar la leche con galletas que ella les había prometido antes de que se fueran a la cama.

—¿Has terminado tus deberes, Jenny? —preguntó mientras les servía la leche.

—Querrás decir Daisy —dijo la niña mirándola con gesto curioso—. Jenny es otra persona.

—Su nieta —añadió Mack.

—Lo siento —se disculpó Frances—. No sé dónde tengo la cabeza esta noche.

Mack le regaló una amplia sonrisa.

—A lo mejor yo y Daisy podríamos buscártela.

—Se dice «Daisy y yo» —le corrigió automáticamente y añadió—: Y ojalá lo hicierais. Avisadme si la encontráis.

Porque cada vez le era más difícil fingir que todo iba bien.

Karen miró a su alrededor y observó al grupo de mujeres reunidas en el salón de Dana Sue. Las conocía a todas, pero verlas así, relajadas y bromeando sobre su vida, sus maridos y sus trabajos, la llenó de una calidez que nunca antes había sentido. Tenía la sensación de que compartían los más íntimos detalles de sus vidas sin ningún miedo a ser juzgadas.

—¿Te hemos asustado ya? —le preguntó Maddie sentándose a su lado en el sofá—. No hay ningún tema de conversación sagrado cuando las Dulces Magnolias se reúnen.

Karen se rio.

—Ya lo veo. ¿Es por los margaritas o es que os sentís tan cómodas las unas con las otras que os dejáis llevar y os lo contáis todo?

—Un poco las dos cosas, sospecho —respondió Maddie—. Ya sabes que Helen, Dana Sue y yo nos hicimos amigas en el colegio hace como un millón de años. Hay muy pocos secretos que nos hayamos dejado sin contar. Jeanette empezó a reunirse con nosotras después de que empezara a trabajar en The Corner Spa. Annie, Sarah y Raylene eran todas amigas del instituto, pero de una generación distinta. Helen y yo prácticamente ayudamos a criar a Annie porque siempre estaba con mis hijos. Y ahora, por supuesto, está casada con mi hijo.

—Creo que eso es lo que más me gusta —admitió Karen—, ver dos generaciones, sobre todo a una madre y una hija, llevándose así de bien, como dos grandes amigas. Ojalá yo hubiera tenido una oportunidad así con mi madre.

—¿Ha fallecido? —preguntó Maddie con gesto comprensivo.

—No exactamente. Hace mucho tiempo acepté que nunca tendríamos una buena relación —respondió Karen sin poder evitar la amargura que tiñó su voz.

—Los vínculos entre madre e hija pueden ser complicados en las mejores condiciones. No hay duda de que Helen y Flo tienen sus momentos —dijo con un centelleo en la mirada—. Y mi madre...

—Es la famosa artista local Paula Vreeland, ¿verdad? —le preguntó Karen al acordarse.

—Lo es, y hemos tenido nuestros más y nuestros menos a lo largo de los años —admitió Maddie—. Pero Raylene es la que de verdad tuvo una relación difícil con su madre. Deberías hablar con ella algún día sobre lo mucho que le ha costado asumir eso. Las circunstancias eran distintas, pero está claro que a las dos os ha afectado lo que os ha pasado.

—Puede que lo haga —dijo Karen.

La expresión de Maddie se tornó más seria.

—¿Habéis solucionado Elliott y tú los problemas por lo del nuevo gimnasio? Siento mucho que hayamos creado tensión entre los dos sin darnos cuenta.

—No es culpa vuestra —respondió Karen de inmediato. Y como no se sentía preparada del todo para expresar y confesar lo aterrorizada que estaba ante el compromiso económico en que se había metido su marido, forzó una sonrisa—. Ya lo solucionaremos.

—Seguro que sí —dijo Maddie—. Te adora, ya lo sabes.

Karen sonrió.

—Eso he oído.

Maddie frunció el ceño ante su elección de palabras.

—¿Es que no lo crees?

—Claro que sí —respondió tal vez demasiado deprisa—. Todos los matrimonios pasan por sus baches, ¿no? Y los primeros años son los más complicados.

—De eso no hay duda —confirmó Maddie—. Para que lo sepas, todas nos alegramos mucho de que estés aquí esta noche. Si alguna vez necesitas hablar, a todas se nos da muy bien escuchar. Y a veces hasta podemos guardarnos nuestros consejos, si es lo que prefieres.

Karen miró a su alrededor y oyó a todas las demás aportar sus opiniones sobre si ya era hora de que Sarah y Travis se tomaran en serio lo de tener un bebé. Se giró hacia Maddie.

—¿De verdad podéis? —preguntó con escepticismo.

Maddie se rio.

—Lo prometo. Puede que nos mate contenernos, pero podemos hacerlo.

Justo en ese momento le sonó el móvil. Miró la pantalla y vio que era de casa.

—Tengo que contestar —le dijo a Maddie.

Salió de la habitación y respondió.

—Daisy, ¿va todo bien?

—No estoy segura, mamá. ¿Puedes venir a casa?

—Claro que puedo, pero ¿qué está pasando?

—Es Frances. Lleva toda la noche muy rara. Como si estuviera confundida.

—¿Confundida en qué sentido?

—He tenido que decirle dónde está el baño y no deja de llamarme Jenny, pero esa es su nieta.

Saltaron todas las alarmas, a pesar de que lo del nombre podría haber sido una inocente equivocación. Por sí solo no habría significado nada, pero no recordar dónde estaba el baño en una casa que había visitado hacía poco, sin duda era preocupante. Además, Karen había visto señales de que algo le pasaba a Frances en su última visita. No había duda de que los últimos incidentes juntos resultaban inquietantes.

Además, si Daisy estaba preocupada, tenía que irse a casa ya.

—Ahora mismo voy —prometió—. Seguro que todo va bien, pero me alegro de que hayas llamado.

—Date prisa, mamá. Mack y yo nos estamos asustando un poco.

Karen estaba a punto de ofrecer sus disculpas y marcharse cuando de pronto se dio cuenta de que no tenía forma de llegar a casa. Elliott la había dejado allí y había quedado en recogerla cuando volviera de salir con los chicos. Una mirada al reloj le indicó que al menos tardaría una hora.

Al entrar en el salón, Dana Sue la miró preocupada.

—¿Va todo bien?

—Puede que haya un problema en casa. Tengo que contactar con Elliott para que venga a buscarme.

—No le molestes —dijo Raylene al instante y ya de pie—. Esta noche me ha tocado ser la conductora sobria, así que yo te llevo a casa.

—¿Estás segura? Te lo agradecería mucho.

—No hay problema —dijo Raylene y, dirigiéndose a las demás, añadió—: Que nadie se mueva ni diga nada escandaloso hasta que vuelva, ¿de acuerdo?

—Ni una palabra —bromeó Sarah—. Solo hablaremos de ti.

Raylene hizo un gesto indicando la poca gracia que le había hecho la broma.

Una vez dentro del coche, Karen apenas podía pensar en otra cosa que la voz de miedo de Daisy.

—¿Quieres hablar de lo que está pasando? —le preguntó Raylene con delicadeza.

Karen sacudió la cabeza.

—Seguro que no es nada, ya sabes la imaginación que tienen los niños. Daisy estaba un poco preocupada de que pueda estar pasándole algo a la niñera.

Raylene se quedó impresionada.

—¿Frances?

Por un momento, Karen había olvidado que todo el mundo en Serenity lo sabía todo de todos, o al menos bastante. Asintió.

—¿Está enferma?

—Daisy cree que le ha pasado algo esta noche. Y creo que si mi hija de nueve años está preocupada, yo también debería estarlo.

—Estoy de acuerdo —dijo Raylene al girar hacia la calle donde vivía Karen—. ¿Quieres que pase por si es algo grave?

Aunque Karen quería decir que sí solo por tener algo de apoyo moral, sabía que eso humillaría a Frances si finalmente no estaba pasando nada. Negó con la cabeza.

—Estaré bien. Si hay algún problema, llamaré a Elliott. Podrá llegar en unos minutos. Pero gracias por el ofrecimiento.

—De nada. La gente fue increíble conmigo cuando estuve teniendo todos mis problemas con un ex loco y padeciendo agorafobia. Estoy encantada de devolver ese favor en todo lo que pueda.

—Gracias —Karen vaciló, pero entonces pensó en lo que había dicho Maddie sobre que Raylene y ella tenían cosas en común—. A lo mejor podríamos tomar un café algún día por la mañana antes de que abras tu boutique. Erik hace el mejor del pueblo, y puedo colarte en la cocina del Sullivan’s. Es un secreto a voces que Annie y otros se cuelan dentro antes de abrir solo por su café.

Raylene sonrió.

—Eso he oído. Cuenta conmigo. Intentaré pasarme una mañana a final de semana.

—Diles a todas que lo he pasado genial esta noche. Siento haber tenido que salir corriendo tan pronto —añadió al salir del coche.

Raylene se despidió con la mano mientras Karen corría hacia la casa y, aunque le había dicho que podía encargarse sola de lo que se encontrara allí, esperó en la puerta. Ese simple gesto de apoyo le mostró a Karen una vez más el valor de tener las amistades sólidas que se había perdido todo ese tiempo.

Apenas había entrado en casa cuando Daisy apareció delante. Su gesto de preocupación se disipó al ver a su madre, que le dio un abrazo.

—¿Va todo bien?

Daisy asintió y miró furtivamente hacia el salón.

—Ahora parece que está bien. A lo mejor no debería haberte molestado.

—No, has hecho lo correcto. Y ya deberías estar en la cama, así que venga. Me quedaré un rato con Frances para asegurarme de que está bien. Intenta no preocuparte.

A pesar de las reconfortantes palabras de su madre, Daisy aún parecía preocupada.

—Siempre ha sido como nuestra abuela postiza y no quiero que le pase nada malo.

—Yo tampoco. Intentaremos asegurarnos de que eso no pase. Y ahora venga, cariño. Iré a arroparte en cuanto haya hablado con Frances.

En el salón, la televisión estaba encendida y el volumen bajo. Frances tenía los ojos cerrados. Karen apagó la tele y se sentó en una silla frente a ella. En silencio observó el rostro de la mujer que había sido como una madre para ella o, dada su edad, más bien como una abuela. Su propia madre tal vez había sido un desastre como tal, pero Frances había sido una roca inquebrantable que le había dado todo su apoyo incluso cuando había pensado que iba a derrumbarse y a perderlo todo, su matrimonio, su casa, su trabajo y, en especial, a sus hijos.

Frances parecía estar durmiendo plácidamente. Tenía buen color de piel y Karen intentó convencerse de que unos cuantos deslices podían no significar nada. Podría haber una explicación razonable para estar algo confundida con su entorno, también. Por otro lado, sabía que todo podía ser sintomático, un microinfarto, tal vez, o mucho peor, Alzheimer. Eso encajaría con lo que había observado cuando Frances había intentado preparar las tostadas en su última visita.

«Por favor, que no sea eso», suplicó en silencio. Ver cómo esa fuerte y maravillosa mujer iba marchitándose le partiría el corazón.

Justo en ese momento, Frances abrió los ojos y, aunque por un momento pareció aturdida, esbozó una ligera sonrisa.

—Debo de haberme quedado dormida en el trabajo. Lo siento mucho.

—No lo sientas. No pasa nada.

—¿Cuánto hace que has llegado a casa?

—Hace solo unos minutos.

Frances miró el reloj.

—Es temprano y he oído que esas noches de margaritas suelen prolongarse horas.

—A lo mejor es que todas nos estamos haciendo demasiado viejas para estar por ahí hasta tarde entre semana —dijo Karen sin querer admitir la verdad—. ¿Qué tal ha ido todo por aquí?

—Muy bien. He ayudado a Mack con los deberes de matemáticas, después hemos tomado leche con galletas y luego se han ido a la cama.

—Deberías haberte ido a la habitación de invitados y haberte dormido también —le dijo Karen aún observándola con preocupación—. Espero que no te hayan cansado mucho.

—¡No, por Dios! Aún estoy en forma para resolver algunos problemas de matemáticas, al menos los de segundo grado. No estoy segura de si lo estaré cuando empiecen a estudiar álgebra. Ni siquiera se me daba bien cuando estaba en la flor de la vida.

—A mí tampoco —contestó Karen con una carcajada—. Espero que a Elliott se le dé mejor.

—¿Ya ha llegado a casa? Debería irme.

—No estoy segura de cuándo volverá. A mí me ha traído Raylene. ¿Por qué no te quedas esta noche? Te he vuelto a sacar un camisón limpio y hay toallas en el cuarto de invitados.

Frances vaciló y finalmente asintió.

—Puede que sea lo mejor. Y si no te importa, creo que me iré directa a la cama.

—Claro. Buenas noches, Frances, y gracias por quedarte con los niños esta noche.

Mientras se marchaba, Karen se la quedó mirando. En su conversación no había habido nada extraño, ni rastro de confusión y, aun así, no podía dejar de pensar que la preocupación de Daisy estaba justificada. Por segunda vez, se dijo que vigilaría a Frances. Si le pasaba algo más, por difícil que fuera, tendría que tener una charla con ella.

Elliott se quedó aliviado cuando encontró a Karen ya dormida al llegar a casa. Después de que le hubiera enviado un mensaje diciéndole que Raylene la había acercado, se había quedado un rato más en casa de Cal para poder repasar las cuentas del gimnasio. Aunque había sido él el que les había proporcionado los precios del equipo que necesitaban, no pudo evitar quedarse impactado por lo caro que sería iniciar el negocio.

Ronnie había sido el primero en darse cuenta de su reacción.

—Elliott, ¿te estás arrepintiendo?

Él había negado con la cabeza, aunque esa respuesta había quedado claramente desmentida por su expresión.

—Ya sabes que los demás podemos poner la diferencia entre el proyecto original y estas cifras —había dicho Travis McDonald.

—Eso es —había añadido su primo Tom—. Es una inversión sólida, Elliott. Todos vamos a recuperar nuestro dinero y después vendrá más. No hay más que ver lo rentable que ha sido The Corner Spa.

—Pero eso es porque llenó un vacío entre el público femenino —dijo Elliott haciendo de abogado del diablo—. Dexter’s no era competencia y los servicios que ofrecía no podían compararse con ninguno fuera de Charleston o Columbia, y allí eran más caros. ¿De verdad creéis que los hombres van a dejar el Dexter’s, por muy cutre que sea, solo porque nuestro local estará más limpio y las instalaciones más nuevas?

—Totalmente —dijo Cal al instante.

—¿Aunque tengamos que cobrar más cara la matrícula? —insistió Elliott—. La economía anda mal, chicos. Las mujeres siempre pueden exprimir un poco el presupuesto para darse ese capricho, pero los tíos consideramos que podemos conformarnos saliendo a correr. La pista del instituto y el camino que bordea el lago son gratis.

—Odio decirlo, pero tiene razón —dijo Ronnie—. A lo mejor somos los únicos hombres del pueblo desesperados por tener esto.

Cal sacudió la cabeza.

—Hice una encuesta informal como parte del plan de negocio, ¿lo recordáis? Hablé con los padres de todos los niños que entreno y el ochenta por ciento me dijo que utilizarían un local si estaba bien y las matrículas tenían un precio razonable. Vamos, Elliott. ¿Por qué te estás poniendo tan nervioso ahora? Sabes que funcionará.

—Quiero creerlo —admitió—, pero entonces recuerdo la expresión de Karen cuando se enteró de que iba a invertir los ahorros del bebé para hacer esto.

Sus amigos se quedaron visiblemente impactados.

—¿Los ahorros para el bebé? —repitió Ronnie.

Elliott asintió.

—Hemos estado ahorrando para asegurarnos de que podíamos permitirnos tener un niño juntos. Karen insistía en que teníamos que estar económicamente preparados para todos los gastos que trae un bebé, y ya entiendo a qué se refiere.

—¡Vaya, tío! —murmuró Tom—. Yo también lo entiendo. No tenía ni idea de toda la parafernalia que puede necesitar una personita tan diminuta hasta que Jeanette empezó a preparar la habitación del bebé.

Los demás asintieron.

—Entonces nosotros nos haremos cargo —dijo Travis—. Tengo parte de mi sueldo invertido en acciones, pero últimamente no funcionan muy bien. Podría invertir ese dinero en algo en lo que creo.

—Yo también puedo aportar más —ofreció Tom.

—Agradezco los ofrecimientos, chicos, de verdad que sí, pero rotundamente no. Si vamos a seguir adelante yo debo cargar con mi propio peso económico. De lo contrario, nunca me sentiré como si formara parte del negocio.

—Pero estás hablando de sacar dinero de los ahorros para vuestro hijo —protestó Travis—. Eso no está bien.

—Pospondré las cosas un poco más —insistió Elliott sabiendo que Karen no lo vería así. Se pondría furiosa, pero ¿qué podía hacer? No podía ser un socio por caridad. Su orgullo no se lo permitiría. Encontraría el modo de hacerla entrar en razón.

Por desgracia, ahora mismo, incluso después de haber estado dándole vueltas durante todo el camino a casa, seguía sin saber qué argumento podría ofrecerle que evitara sacarla de sus casillas.

Adelia había visto su deseo concedido: hacía cuatro días que Ernesto no pasaba por casa. Desde que se había marchado el sábado bajo su advertencia de que no volviera por allí, se había mantenido alejado. Los niños lo estaban pasando mal y ella no sabía qué explicaciones darles. La única que tenía era una que no quería compartir con sus hijos: su padre había ido a refugiarse a casa de la amante que tenía desde hacía meses. Humillada, había conducido hasta allí el domingo y había visto el coche aparcado en la puerta de la casa. Y el coche había seguido allí el lunes por la noche y el martes.

No podían seguir así. En el fondo de su corazón sabía que la cosa no mejoraría. Su matrimonio llevaba desintegrándose desde antes de que él hubiera iniciado su relación con esa última mujer, la cuarta, o tal vez incluso la quinta, en una cadena de amantes que no se había molestado en ocultarle.

Estaba harta de sentirse avergonzada, harta de buscar excusas para sus ausencias, harta de ignorar el aroma a perfume en su ropa.

Y, aun así, la habían educado para pensar que el hombre era el rey de la casa. Si había problemas en un matrimonio, lo más probable era que se debiera a algún fallo por parte de la mujer. ¿Cuántas veces le había grabado su madre ese mensaje en la cabeza? Si a eso le sumaba lo mucho que se oponía al divorcio, ¿en qué posición se encontraba exactamente?

Era irónico. Dentro de la familia había sido de las primeras en juzgar a Karen cuando Elliott la había metido en sus vidas y, al igual que su madre, había expresado lo muy inapropiado que veía que estuviera con una divorciada. Con el tiempo, Karen se había ganado a su madre, primero con su inconfundible amor hacia Elliott y después con su buena disposición para enfrentarse al proceso de la nulidad eclesiástica de su matrimonio.

Adelia había sido un hueso más duro de roer y aún mantenía las distancias, probablemente porque la aterraba no ser tan fuerte como lo fue ella para salir del desastre en que se había convertido su matrimonio. Ahora, cuando su vida estaba llegando a un punto crítico, podía ver lo mal que había juzgado la desgracia de Karen.

Estaba sentada en la mesa de su cocina reflexionando sobre el tema cuando oyó a alguien llamar tímidamente a su puerta. La abrió y allí se encontró a su cuñada.

—¿Qué haces aquí? —soltó antes de poder contenerse.

Karen esbozó una pequeña sonrisa.

—Tan hospitalaria como siempre por lo que veo.

Estremeciéndose de vergüenza, Adelia respiró hondo.

—Lo siento. Estoy de un humor pésimo y eres la primera persona que se ha cruzado en mi camino. Por favor, pasa. Puede que me venga bien tener algo de compañía civilizada para recordar mis modales.

Karen, algo intimidada a diferencia de cómo se había mostrado en el pasado, entró y le dio el vestido de fiesta de Selena.

—He pensado que debía devolvértelo.

Adelia la miró con pesar.

—Deberías haberlo hecho jirones. No me puedo creer que mi hija se comportara tan mal. ¿Está bien Daisy? No he dejado que Selena fuera a casa de mamá después del colegio. No quería dar pie a que las dos se enzarzaran otra vez —se encogió de hombros—. Además, Selena está castigada un mes y ahí van incluidas las chucherías y los bollitos de mamá para cuando salen del cole.

Karen sonrió.

—Te agradezco que te preocupes por Daisy —su expresión se volvió seria—. ¿Cómo está Selena? Elliott también ha estado preocupado por ella.

Ahora sí que se había complicado la cosa, pensó Adelia. Como poco, el estado emocional de Selena era más precario aún con la ausencia de Ernesto.

—Se pondrá bien —terminó diciendo.

—¿Y tú? —le preguntó Karen vacilante.

Adelia frunció el ceño.

—¿Por qué preguntas por mí? ¿Qué te ha cotilleado mi hermano?

—No hemos cotilleado —respondió Karen algo seria—. Está preocupado por ti, eso es todo.

—Bueno, pues no tiene nada de qué preocuparse —insistió Adelia—. Ernesto y yo siempre tendremos nuestros altibajos. Es un hombre volátil y, como imagino que habrás notado, yo también tengo mi carácter.

Karen asintió.

—Sé que no somos exactamente amigas, Adelia, aunque me gustaría que estuviéramos más unidas por el bien de Elliott. Además, se me da bien escuchar y, gracias a lo que pasé con mi primer marido, tengo cierta experiencia en matrimonios problemáticos. Al menos podría ser alguien a quien contarle tus cosas, si lo necesitas.

—Tengo hermanas y una madre —le respondió y, al instante, se encogió de vergüenza ante lo desdeñosas que habían sonado esas palabras, como si Karen no estuviera a la altura para escuchar sus problemas—. Lo siento. No quería expresarme así. De verdad que te agradezco el ofrecimiento.

Karen se encogió de hombros.

—Lo tienes para cuando quieras —la miró fijamente y añadió—: Y puede que quieras recordar que tal vez yo tenga una perspectiva que ellas no tienen dada su tendencia a hacer juicios de valor apresurados.

Impactada por la perspicacia de Karen, Adelia se rio.

—Lo has notado, ¿verdad?

—He sido víctima de eso —le recordó—. Créeme, lo noto.

—Lo tendré en cuenta —dijo Adelia con franqueza. Sentía que uno de estos días necesitaría un oído objetivo al que contarle todos los problemas de su matrimonio y Karen podría ser la persona ideal para escuchar sus quejas. La miró a los ojos—. Creo que tal vez te he juzgado mal —añadió en voz baja—. Lo siento.

—Y tal vez yo he estado a la defensiva contigo demasiado tiempo —contestó Karen apretándole la mano con cariño—. Las dos queremos a Elliott y él ve algo especial en las dos. Eso debería valernos como punto de partida, ¿no crees?

Adelia sonrió.

—La verdad es que sí.

Karen parecía complacida.

—Bueno, será mejor que me vaya. Me esperan en Sullivan’s. Hoy me toca el último turno. Llama a Elliott. A lo mejor podríais llevar a los niños a cenar a un territorio neutral, como el McDonald’s. Se cree que no sé que lleva a Daisy y a Mack, pero estoy enterada de todo. Nunca le confíes un secreto a un niño de siete años.

Por primera vez en lo que parecía una eternidad, Adelia se rio.

—¡Qué me vas a contar!

De hecho, eso era lo que la asustaba de la situación actual, que sus hijos le fueran contando a todo el mundo que su papá se había ido de casa. Y cuando las noticias se filtraban en su familia, podía desatarse un infierno.

E-Pack HQN Sherryl Woods 2

Подняться наверх