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Capítulo 10
ОглавлениеDesde la primera vez que Elliott había llevado a Karen a su casa para conocer a su familia, había quedado claro que su relación con su fervientemente católica madre iba a ser de lo más escabrosa. María Cruz había mostrado abiertamente su desaprobación al divorcio de Karen y, solo después de que ella le hubiera contado los detalles de su fracasado matrimonio, se había ablandado y había admitido que el divorcio era la única opción en ese caso.
Aun así, ahí estaban los viejos resentimientos y se removían de vez en cuando, sobre todo después de escenas como la que se había producido en casa de los Cruz el domingo. Por eso, más que sorprenderla que su suegra la hubiera llamado insistiendo que se pasara a verla, lo que la había sorprendido era que hubiera tardado tanto en hacerlo.
Sabía que, probablemente, no había logrado ocultar muy bien su desdén hacia sus cuñados aquel día. Había logrado quedarse callada, aunque se había marchado en mitad de la discusión familiar en la que los hombres estaban soltando parte de sus ofensivos comentarios machistas y anticuados.
No iba con ella remover ese asunto e intentar generar un levantamiento feminista entre las mujeres Cruz, pero cuando vio señales del mismo comportamiento en Elliott, se decidió a cortar con el problema de raíz. Allá sus cuñadas si querían manejar sus vidas así.
Ya que la señora Cruz era muy susceptible en lo que concernía a sus hijos, Karen se preguntaba qué clase de charla le esperaría hoy. ¿La advertiría de que no interfiriera en el matrimonio de Adelia? ¿O estaría pensando en otra cosa?
Cuando llegó, dos de las nietas Cruz menores de cinco años estaban jugando en el jardín delantero. Su suegra, que estaba esperando en el porche, dio unas palmadas para llamar a las pequeñas.
—¡Adentro, niñas! —les ordenó y, aunque protestaron, las niñas entraron inmediatamente.
Una vez las tuvo en el salón con una de sus películas favoritas, llevó a Karen a la cocina, el auténtico corazón de la casa. Había preparado una jarra de café, mucho más apetitoso que el que hacía Elliott, y tenía unas pastas de guayaba recién sacadas del horno.
—¿Trabajas hoy? —le preguntó mientras servía el café y colocaba un plato de pastas aún calientes delante de Karen, sin duda esperando que se comiera más de una.
—Tengo que estar allí a las diez. Tenemos poco tiempo.
—Entonces seré clara —dijo y le lanzó una mirada de preocupación—. Mi hijo y tú estáis discutiendo. ¿Puedo preguntarte por qué?
A pesar de conocer la dinámica de Serenity y de la familia Cruz, apenas pudo evitar abrir la boca de par en par. Jamás habría pensado que esa formidable mujer, que estaba totalmente centrada en su familia, decidiera interrogarla sobre algo tan personal. Pero claro, María Cruz se consideraba la matriarca de la familia y veía que su deber era hacer que las cosas marcharan bien, incluso con unos hijos que eran mayores desde hacía mucho tiempo y que ya tenían sus propias familias. Si se metía en los otros matrimonios de la familia, ¿por qué no iba a hacerlo en el de Elliott?
—¿Dónde ha oído eso? —le preguntó Karen, más que nada por curiosidad.
—No importa —respondió la señora Cruz, encogiéndose de hombros con gesto algo desdeñoso—. ¿Es verdad? ¿Por eso me habéis pedido que me quede con los niños varias veces últimamente? ¿Para que no os oigan pelear?
Karen sopesó la mejor respuesta que darle.
—Ha habido cosas que Elliott y yo hemos tenido que discutir, sí, pero más que nada hemos estado intentando encontrar algo de tiempo para estar juntos. Con nuestras agendas, la intimidad es difícil de conseguir. La mayoría de las parejas no inician su vida juntos con dos niños pequeños.
A pesar de asentir como si lo entendiera, la señora Cruz no pareció quedar satisfecha del todo con la respuesta.
—Estas discusiones, como tú las llamas, ¿son sobre asuntos serios? —frunció el ceño y su expresión fue de verdadera preocupación—. ¿Asuntos que podrían llevaros al divorcio?
—¡Por Dios! ¡Espero que no! Queremos tener tiempo para nosotros, para solucionar cosas antes de que se conviertan en problemas de verdad.
Una expresión de alivio recorrió el rostro de la señora Cruz mientras se santiguaba.
—Me rompería el corazón que mi hijo, o cualquiera de mis hijos, se divorciara. Cuando te casaste con Elliott ya conocías nuestras creencias. Espero que hagas todo lo que haga falta para que vuestro matrimonio funcione.
Karen torció el gesto.
—¿Y por qué esa responsabilidad es solo mía? ¿Le ha dicho lo mismo a Elliott? —se vio un poco tentada a añadir también el nombre de Adelia, pero le debía algo de discreción a su cuñada. Su suegra acababa de aludir a los problemas de su hija, pero no había sacado el tema abiertamente, así que ella tampoco lo haría.
—Aún no, pero lo haré. Primero quería hablar contigo. Siempre es la mujer la que tiene que calmar las aguas, mantener la paz.
—Yo no lo veo así —contestó Karen decidida a defender sus creencias—. Los hombres son tan responsables del estado de una relación como las mujeres —miró a su suegra con gesto curioso—. ¿Cómo le sentaba que el señor Cruz siempre estuviera dándole órdenes o la tratara con condescendencia? Sé que lo hacía, porque sus hijas lo han mencionado. Yo no la veo como una mujer que aceptaría un trato semejante.
Una discreta sonrisa cruzó el rostro de María.
—Tenía mis formas de hacerlo. Diego nunca fue ni violento ni inflexible. Era un buen hombre que había sido educado para creer que los hombres se comportaban de cierta manera. Me gusta pensar que le mostré que podía conseguir mejores resultados de otros modos.
—¿Pero discutían?
La mujer se encogió de hombros.
—Por supuesto. Los dos teníamos genio y opiniones muy fuertes. Pero, por mucho que discutiéramos, siempre terminábamos el día con un beso.
—¿Valoraba la mujer tan fuerte y capaz que es usted?
—A su modo —respondió encogiéndose de hombros, como si no fuera importante—. Pero a diferencia de ti o de mis hijas, yo me sentía satisfecha siendo ama de casa, anteponiendo mi familia a todo. No tenía necesidad de ninguna otra dedicación. Adelia es la única que ha seguido mis pasos, aunque participa en muchas actividades, pero podría tener un empleo si quisiera.
Ya habían mantenido esa conversación antes, así que Karen se negó a sentirse ofendida.
—Hay distintas formas de anteponer a tu familia —dijo pausadamente—. Ser responsable, trabajar para dar a mis hijos la vida que se merecen; esa es una forma. La de usted era otra.
—Estoy de acuerdo —contestó la señora Cruz con una sonrisa—. ¿Lo ves? He aprendido algo de ti, niña —le dijo pronunciando esa última palabra en español—. Tal vez si me escucharas con atención, también aprenderías algo de mí de vez en cuando.
Karen se rio.
—De eso no tengo duda. Ya solo sus recetas secretas han hecho que tenga a mi marido muy feliz.
—El matrimonio es más que llenar la barriga de un hombre con su comida favorita, pero eso ya lo sabes, ¿verdad?
—Aún tengo muchas lecciones que aprender y siempre escucharé sus consejos con la mente bien abierta. Alguien que haya criado a un hombre tan maravilloso tiene que ser muy sabia.
—Estás halagándome para que te diga cómo hacer esa salsa especial de mole que adora Elliott —bromeó—. Pero creo que me la guardaré de reserva para cuando tenga que pedirte un gran favor.
Karen se rio.
—Elliott me dijo que nunca podría sacarle la receta. Dice que hasta sus hermanas solo saben que contiene una variedad de pimientas y, tal vez, ¿un poco de chocolate? —preguntó esperando que le confirmara al menos eso.
—Un buen intento, muy lista, pero creo que me la guardaré un poco más. Tengo que tener motivos para que mis hijos sigan viniendo a casa.
—No creo que vengan por la salsa mole —le dijo Karen con total sinceridad mientras se despedía de ella con un abrazo—. Vienen por el amor que les da.
La señora Cruz la besó en las mejillas con entusiasmo.
—Y por eso eres mi nuera favorita.
—Soy su única nuera —dijo Karen y, a pesar de la extraña conversación, era un papel en el que cada vez se sentía más cómoda. Deseaba que estar con su suegra le resultara tan sencillo como estar con Frances y tal vez, con el tiempo, acabaría siendo así.
Estaba dirigiéndose a su coche cuando Adelia aparcó delante de la casa. Frunció el ceño al verla, bajó corriendo y cruzó el césped.
—¿Qué haces aquí? ¿Estabas hablando con mi madre sobre Ernesto? —le preguntó alterada.
—Claro que no —respondió Karen con tono tranquilizador—. ¿Por qué iba a hacer eso? Tu matrimonio es algo íntimo, Adelia. No me has contado ni una palabra de lo que está pasando y, aunque lo hubieras hecho, yo jamás se lo habría contado a tu madre.
Adelia se mostró aliviada.
—Lo siento. Tengo los nervios de punta. Me ha llamado mi madre, así que ya estoy a la defensiva.
Karen se rio.
—¿Te parece divertido? —preguntó Adelia torciendo el gesto.
—A mí también me ha llamado. Hoy debe de ser el día que tu madre ha elegido para resolver problemas maritales.
El rostro de Adelia fue relajándose y ella también empezó a reírse.
—¿A ti también?
—Sí.
—¿Y qué tal ha ido?
—Creo que he logrado tranquilizarla.
El efímero buen humor de Adelia desapareció.
—No estoy segura de que sea tan buena actriz como para fingir, pero lo voy a intentar —dijo poniéndose derecha—. Las cosas ya están bastante difíciles sin que mi madre se ponga histérica.
—Buena suerte —le dijo Karen antes de verla entrar en la casa. En ese momento, no la envidiaba.
Adelia habría dado lo que fuera por poder salir corriendo detrás de Karen. Había intentado eludir a su madre diciendo que tenía cosas que hacer, pero la señora Cruz había insistido. Cuando María Cruz hablaba a sus hijos con cierto tono, todos entendían que no había cabida para la discusión.
—Buenos días, mamá —dijo forzando un alegre tono al entrar en la cocina y asegurándose también de lucir una amplia y brillante sonrisa.
—Adelia —contestó su madre con gesto serio—. ¿Te apetece un café?
—Yo me lo pongo —respondió intentando ganar tiempo—. Y las pastas huelen de maravilla. Las de guayaba son mis favoritas, aunque a mí nunca me salen tan bien como a ti.
Su madre se limitó a enarcar una ceja ante el comentario.
—Ya basta de charlas sin importancia —dijo con firmeza—. Tenemos asuntos importantes que discutir. El domingo pasado te fuiste de esta casa sin decir ni una palabra a nadie y eso es inexcusable. Tampoco llamaste para disculparte. No te eduqué para que te comportes así. Y después tu hija nos dijo a todos que Ernesto se había marchado de casa. ¿Qué significa eso?
—Ernesto ha vuelto a casa —se apresuró a decir, esperando que eso bastara para evitar más preguntas.
—¿Y por qué se marchó en un principio? Sabes que tu trabajo es hacer que tu marido se encuentre satisfecho en casa.
Aunque llevaba toda la vida escuchando la misma y manida advertencia, de pronto sintió que estaba harta de oírla.
—Mamá, hacen falta dos personas para hacer que funcione un matrimonio. Yo no puedo solucionar las cosas solas.
—Entonces yo misma hablaré con Ernesto. O le diré a Elliott que hable con él.
—¡Rotundamente no! —contestó Adelia con brusquedad—. No quiero que toda la familia se meta en mi matrimonio. Eso solo empeoraría las cosas.
Pero, para ser sincera, no estaba segura de que pudieran ir peor. Aunque Ernesto estuviera de nuevo viviendo en casa, estaba durmiendo en una de las habitaciones de invitados porque ella se había negado a dejarlo meterse en su cama viniendo directo de la de su amante. Su presencia era solo una forma de guardar las apariencias y no un primer paso hacia la reconciliación. Los dos lo admitían y ella no sabía cuánto tiempo más podrían continuar viviendo esa mentira.
—Sabes que solo quiero ayudar —le dijo su madre con dulzura.
Adelia suspiró.
—Ya lo sé, pero el mejor modo de hacerlo es dejándonos tranquilos, mamá. Les he dicho lo mismo a mis hermanas y a Elliott.
—Te estás aislando de la familia —la acusó su madre.
—Por ahora puede que sea necesario. A veces no puedo soportar estar con tanta gente.
—¿Y qué pasa con tus hijos? ¿Es que no quieres que estemos para ellos tampoco?
—Solo si podéis darles apoyo sin hacerles comentarios sobre su padre o nuestro matrimonio. Ya es bastante confuso para ellos según están las cosas.
—Razón de más para solucionar esto rápidamente y hacer que las cosas vuelvan a como estaban —dijo su madre con decisión—. Se lo debes a tus hijos.
Adelia asintió porque no tenía otra elección. Sin embargo, se preguntó qué se debía a sí misma.
—Pareces aturdida —dijo Erik cuando Karen entró en la cocina de Sullivan’s—. ¿Una mañana dura?
—Visita de rigor a María Cruz.
Él sonrió.
—¿Es que has estado tratando mal a su preciado hijo?
Karen enarcó una ceja.
—No es que sea asunto suyo, pero no. Y ha sido una visita encantadora —bueno, más o menos. Al menos había terminado bien.
Miró a su alrededor.
—¿Dónde está Dana Sue? No la he visto en el despacho cuando he entrado.
—Se ha ido con Ronnie a ver el local que estamos pensando comprar para el gimnasio. Maddie también ha ido con ellos.
Karen frunció el ceño.
—¿Habéis decidido comprar un local? Creía que teníais pensado alquilar.
—Las cuentas salen mejor si somos propietarios, según Maddie y Helen.
—¿Elliott ha ido con ellos?
—Seguro que sí. Maddie y él son los que de verdad conocen la clase de local que hace falta.
—¿Está en el pueblo, en Main Street?
Erik sacudió la cabeza.
—Está en el pueblo, pero en Palmetto, no lejos de The Corner Spa, en realidad. A todos nos ha parecido que era otra ventaja, sobre todo para Elliott, ya que tiene que estar trabajando entre los dos sitios.
Karen vaciló un minuto.
—Erik, ¿me necesitas ahora mismo? ¿Podría ir allí? Quince, veinte minutos, no más.
Él puso cara de extrañeza ante la pregunta.
—¿No habré causado otro mal rollo entre los dos, verdad?
Ella sacudió la cabeza y esbozó una débil sonrisa.
—Esta vez no. Es más, estaba pensando en ir allí para darle mi apoyo. Me he mostrado tan negativa que creo que Elliott podría agradecer que ya casi lo haya aceptado.
—¿Casi?
—Aún tengo mis reservas. Eso no lo puedo negar, pero lo estoy intentando, Erik. Quiero apoyar a mi marido al cien por cien. Todavía no he llegado a eso, pero lo estoy intentando.
—Pues ve —dijo de inmediato dándole la dirección—. Pero date prisa, aún hay mucho que preparar del almuerzo.
—Seguro que si me quedo demasiado rato, Dana Sue me traerá a rastras —le respondió quitándose el delantal que se acababa de poner y saliendo sin molestarse en agarrar el bolso.
Vio el precioso Mercedes de Mary Vaughn a una manzana de The Corner Spa y, como no había nadie fuera, supuso que seguían viendo el interior de la propiedad, otra enorme casa victoriana en una calle que se estaba convirtiendo en una mezcla entre residencial y comercial. Exceptuando The Corner Spa, la mayoría de los usos comerciales eran para oficinas de agentes de seguros e inmobiliarias. Helen había trasladado su bufete a una de las casas más pequeñas hacía unos meses también.
Cuando Karen entró en lo que parecía una casa que llevaba mucho tiempo abandonada, Elliott le lanzó una amplia sonrisa que rápidamente se desvaneció y dio paso a una mirada de preocupación.
—¿Va todo bien? —le preguntó apartándose de los otros.
—Erik me ha dicho que estabais viendo el local y se me ha ocurrido venir a verlo.
Él pareció dudar si creer o no sus palabras.
—¿Ah, sí?
—Si este gimnasio se va a hacer realidad, tengo que encontrar un modo de aceptarlo y mostrarte mi apoyo. Aunque tengo preguntas.
Elliott sonrió.
—Claro que las tienes. No serías tú si no tuvieras un millón de preguntas. ¿Y si te las respondo todas esta noche? Frances se ha ofrecido a cuidar a los niños otra vez. Podríamos ir a Rosalina’s.
—En ese caso, tenemos una cita.
Cuando los demás pasaron a otra habitación, él señaló a su alrededor.
—¿Qué te parece?
—Me resulta muy triste —respondió sinceramente—. ¿Tenéis dinero para arreglarlo?
Él asintió.
—Mary Vaughn dice que es un robo y Helen y Ronnie creen que al final, incluso con las mejoras que necesita, esto tiene más sentido económicamente que el alquiler que estábamos mirando en un principio. Ronnie nos proporcionará el material para la reforma y nos ayudará. Cree que muchas cosas las podemos hacer nosotros, aunque tendremos que traer a Mitch Franklin y a sus electricistas y fontaneros, como hicieron en el spa.
—Parece caro.
—Como he dicho, me tengo que fiar de Helen y de Ronnie. Dicen que las cifras están a nuestro favor. Esta noche te lo contaré todo.
Ella le dio un beso en la mejilla.
—Será mejor que vuelva a Sullivan’s. He dejado a Erik solo.
—Yo recogeré a Frances de camino a casa. Nos vemos sobre las siete.
Antes de que se marchara, Elliott la tomó en sus brazos y la besó de nuevo.
—Gracias por venir a verme. Significa mucho para mí.
Y, en sus ojos, Karen pudo ver que era cierto.
—Por tu bien, debería haberlo aceptado antes.
—¿Entonces no tienes más dudas? —le preguntó.
Ella suspiró.
—No he dicho eso, pero voy a intentar controlarlas.
—Pues eso es un comienzo —respondió aliviado—. Y yo intentaré asegurarme de reconfortarte para que no tengas que preocuparte.
Karen asintió. Era uno de los mejores tratos del día.
Helen y Ronnie habían preparado un balance de lo que supondría comprar la casa de Palmetto y alquilar un local en Main Street y Elliott se llevó el documento a la cena con Karen.
Ver a Karen en la visita a la casa le había dado esperanza de que pudieran seguir adelante sin que ello causara desacuerdos en su matrimonio.
Sentado a su lado en un banco de Rosalina’s, sin embargo, le estaba costando concentrarse en los números. Estaba más fascinado por su aroma y por el calor que irradiaba su muslo pegado al suyo. Ella, sin embargo, parecía totalmente centrada en las páginas que había extendido sobre la mesa. La oyó emitir un grito ahogado y supo que había llegado a las últimas líneas.
—Elliott, ¡es muchísimo! —dijo impactada.
—No voy a invertirlo todo. Y hay socios, ¿recuerdas?
—Lo sé, pero incluso siendo seis, hay mucho dinero que tardaréis años en recuperar. No empezaréis a obtener beneficios de inmediato, eso nunca pasa en los negocios. ¿Y si tenéis que seguir invirtiendo más y más para poder tener abierto? ¿De dónde saldrá? Nosotros no lo tenemos.
Él volvía a ver el pánico en sus ojos y supo que su determinación de seguir adelante informándola de cada fase probablemente había sido un error. De todos modos, había sabido que no le quedaba otra opción que revelarle todo.
—Habrá capital suficiente para un año desde las inversiones iniciales —le dijo con seguridad.
—¿Y después?
—Todos estamos convencidos de que para entonces ya estaremos sacando beneficios.
—¿Y si no es así?
—Lo será —contestó con impaciencia—. Hemos sido muy prudentes con las estimaciones y tenemos el The Corner Spa en que basarnos.
Ella cerró los ojos intentando claramente controlar el pánico.
—¿Estás seguro?
—Sí. Y lo más importante es que Helen, Maddie y los demás lo están. No nos estamos metiendo en esto a la ligera, Karen. Todos nos jugamos algo en su éxito.
—Pero tú eres el que puede perder más. Los demás tienen negocios de éxito y probablemente tendrán ahorros que los respalden. Nosotros estamos empezando —lo miró a los ojos—. ¿Y qué pasa con el bebé? ¿Cuánto tiempo vas a posponerlo? Creía que era algo que querías de verdad.
—Y lo quiero más que nada —le respondió con sinceridad—. Lo sabes.
—¿Más que esto? —le preguntó retándolo.
—¿Es que tiene que ser o una cosa o la otra?
—De momento, sí.
—Pero aunque te quedaras embarazada mañana, pasarían nueve meses hasta que llegara el bebé.
—¿Te haces idea de lo ingenuo que es eso? —dijo con desaliento—. Hay visitas al médico, vitaminas para el embarazo y otros gastos. ¿Y si las cosas no van bien y tengo que hacer reposo?
—No te pasó ni con Daisy ni con Mack —le recordó decidido a mantener la sensatez frente a la consternación de ella.
—Por entonces era más joven. Todo el mundo sabe que los riesgos pueden aumentar con la edad. ¿Qué pasa entonces, Elliott? No podríamos apañarnos sin mi sueldo, no si tenemos todo lo demás metido en ese negocio.
Él suspiró y se ablandó.
—Vale, tienes razón, pero ya te he dicho que habrá más ingresos. Y tendré más clientes privados que nunca —por supuesto, lo que aún tenía que explicarle era que parte de ese dinero estaba destinado a devolverle a sus socios su inversión que le habían adelantado.
Aunque su recordatorio pareció hacerla callar, estaba seguro de que no estaba convencida del todo.
—¿Qué? Vamos a poner todas las cartas sobre la mesa.
—Me dijiste que no te ibas a plantear lo de hipotecar la casa.
—Y no lo haré. Ya sé que no estás nada de acuerdo con eso.
—Entonces ¿de dónde viene la inversión adicional, Elliott? Te conozco. Tu orgullo no te permitirá no contribuir con la parte que consideras justa. ¿De dónde lo sacarás? No le habrás pedido un préstamo a tus hermanas o a tu madre, ¿verdad?
Y ahora llegaba el momento en que todo se derrumbaba.
—Claro que no. Los demás socios me harán un préstamo y yo se lo devolveré a medida que el gimnasio dé beneficios.
—Entonces, ¿te has metido en un préstamo, aunque no sea con nuestra casa? Se lo estás pidiendo a nuestros amigos.
—Yo no se lo he pedido, se han ofrecido —respondió a la defensiva—. Y me darán mucha flexibilidad para devolvérselo, Karen.
—¿Pero habrá documentos legales? ¿Les deberás este dinero?
—Claro.
—¿Y si no se lo puedes pagar?
—Hay flexibilidad para la devolución —repitió porque estaba claro que Karen no lo estaba escuchando.
—Seguro que Ray se convenció a sí mismo en muchas ocasiones de eso —contestó con amargura.
Y eso desató la rabia de Elliott.
—No me gusta nada esa comparación.
—No te culpo, ¿pero puedes negar que tenga razón?
Le dolió ver los tristes recuerdos que estaba removiendo en Karen, pero, al mismo tiempo, esa era su oportunidad de darle a su familia la vida que quería para ellos. Tenía que aprovechar la ocasión y tenía que hacerlo a su modo.
—Es la mejor opción y funcionará. Tienes que confiar en que no os defraudaré.
Ella lo miró con lágrimas en los ojos.
—Sé que jamás querrías hacerlo —le susurró.
—No lo haré, cariño—respondió con firmeza—. Jamás.
Era una promesa que mantendría haciendo todo lo que estuviera en su poder.