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Capítulo 13

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Elliott se sentía como si llevara años fuera de casa. Al salir del gimnasio, se había pasado la tarde con algunos de los otros trabajando en la reforma del nuevo local. Iban avanzando, pero saber que les debía dinero a sus socios estaba pudiendo con él, y no es que estuvieran presionándolo, pero cuanto antes empezaran a hacer dinero, mejor.

Además tenía la presión añadida de intentar no mostrarle su preocupación a Karen, que se pondría como loca si se enterara del dinero que les debía a sus socios, por mucho que ellos estuvieran más que dispuestos a dejarlo pasar hasta que abrieran las puertas y empezaran a obtener beneficios.

Se tomó un descanso, dejó de colgar paneles de yeso y sacó una botella de zumo de la nevera que habían instalado en lo que más adelante sería la pequeña cafetería. Era una nevera profesional que le habían comprado a Dana Sue que, muy oportunamente, había decidido que era hora de adquirir una más grande y nueva para Sullivan’s. Podía ver la diestra mano de Ronnie a la hora de hacer el trato con su mujer.

En ese momento llegó Travis y se sentó con él. El antiguo deportista convertido en propietario de emisora de radio country estaba cubierto de polvo, pero nunca lo había visto tan feliz.

—Esto ya empieza a tomar forma, ¿verdad?

Elliott se encogió de hombros.

—Aún me cuesta imaginármelo lleno de los equipos nuevos. Ahora mismo solo veo un enorme espacio vacío —señaló a su alrededor—, y aún no estoy muy convencido de lo de la cafetería. ¿A los hombres les importan estas cosas?

Travis sonrió.

—Bueno, estás aquí tomándote algo, ¿no?

—Pero porque estoy... cansado y sudoroso y tengo calor, igual que cualquiera que haya estado haciendo ejercicio —sonrió al darse cuenta de que así era como se sentirían sus clientes después de haber hecho un buen entrenamiento.

Travis levantó su botella a modo de brindis.

—¡Exacto! Creo que tenemos que confiar en Maddie para este tipo de cosas. Y Dana Sue no lo llenará de comida para chicas como las magdalenas y ensaladas que venden en el spa. Creo que está pensando en algo más masculino, pero saludable.

—Hablando de comida, podría tomarme algo ahora mismo. ¿Crees que alguien más querría pedir pizza?

—Ronnie ya ha ido a por ellas. En cuanto me tome una porción, tengo que volver a la emisora. Salgo en antena en una hora.

—La emisora va bien, ¿verdad?

—A pesar de las pésimas predicciones de mi primo Tom, sí —dijo sonriendo—. Aún hay sitio en el mundo para una radio local. He tenido anunciantes desde que salimos al aire. Sarah y yo no nos haremos ricos, pero podemos vivir cómodamente. Es todo lo que le pido a la vida, eso y que nuestros hijos estén sanos.

Elliott se vio tentado a preguntarle cómo se había adaptado a lo de ser padrastro, sobre todo cuando el ex de Sarah trabajaba para él en la emisora y estaba cerca todo el tiempo. Por el contrario, decidió centrarse en el tema del gimnasio aprovechando que Travis se marcharía enseguida.

—¿Has hablado con Maddie sobre la emisión de los anuncios en cuanto tengamos la fecha de apertura oficial? —le preguntó Elliott.

—No solo hemos hablado, sino que ha logrado bajarme a la mitad mis precios —dijo Travis impresionado—. Aún sigo intentando averiguar cómo lo ha hecho. Empecé teniendo el control de la reunión y al momento ya estaba firmando un trato que me volvió loco cuando miré las cifras después.

Elliott se rio.

—Es buena. Tengo que admitir que me alegro de haber dejado parte del negocio en sus manos. Por cierto, algún día de estos tenemos que sentarnos a pensar en un nombre para el local. No podemos llamarlo «el anti-Dexter’s».

Travis se rio.

—Pero seguro que eso atraería a muchos clientes. ¿Ya habéis encargado todo el equipo?

—Y nos lo entregarán dentro de tres semanas —le confirmó Elliott antes de mirar dudoso hacia la sala principal—. ¿Qué probabilidades hay de que estemos listos para entonces?

—Ronnie dice que lo estaremos y él sabe de construcción. Dice que Mitch Franklin tiene los trabajos de fontanería y electricidad previstos para mañana, así que a finales de semana deberíamos tener los vestuarios y las duchas casi listos. Los últimos retoques y la pintura deberían llevarnos un suspiro si todos colaboramos.

«Debería», pensó Elliott. Aunque eso significaba que en un futuro inmediato no podría pasar mucho tiempo de calidad con su mujer y los niños.

Frances estaba sentada en una mesa en Wharton’s disfrutando de un auténtico batido de chocolate hecho con leche y helado de verdad, como a la antigua usanza, cuando Grace Wharton se sentó enfrente. Grace tenía reputación de saber más sobre lo que pasaba en Serenity que cualquiera del pueblo y no le importaba difundir las noticias que llegaban a sus oídos.

—Eres amiga de Elliott Cruz, ¿verdad? —le dijo sin preámbulos.

—Claro. Karen, él y los niños son como mi familia.

—¿Qué sabes del gimnasio que va a abrir en Palmetto?

—Solo que será mucho mejor que Dexter’s —dijo y añadió—: Sin ofender —porque sabía que Grace y Dexter eran amigos desde hacía años. Por eso todos en el pueblo conocían a Dexter y hasta lo apreciaban a pesar de pensar que había dejado que su gimnasio se convirtiera en un lugar cutre y ruinoso.

Grace se encogió de hombros ante la innegable verdad de su comentario.

—¿Y sabes cuánto van a cobrar por la matrícula? —preguntó mirando de reojo a su marido. Neville Wharton era el farmacéutico que dirigía el departamento de droguería de Wharton’s—. Estoy pensando que le vendría bien algo de ejercicio de vez en cuando —añadió en voz baja.

—¿Tienes pensado regalárselo por su cumpleaños? —preguntó Frances sonriendo al imaginarse la reacción de Neville ante semejante regalo. Él se enorgullecía de poder entrar en su traje de boda, aunque la triste verdad era que hacía años que no podía abrocharse esos pantalones, según le había contado Grace a todo el que la había escuchado.

Grace se puso derecha.

—Eso es lo que pretendo. Nada expresa más amor que un regalo con el que recuperar la salud, ¿no crees?

—No estoy del todo segura de que tu marido lo vea así —dijo Frances con delicadeza—. ¿Cómo te habrías sentido tú si te hubiera regalado la matrícula de The Corner Spa?

Grace se detuvo.

—Insultada, imagino, aunque no me habría importado un bono regalo para alguno de esos masajes que dan allí. ¡Esas cosas sí que me quitan los nudos de la espalda después de todo un día de pie aquí!

Frances sonrió al imaginarse a Grace subiéndose a la mesa de masajes y dejándose mimar por aceites esenciales y masajes. No era algo que se hubiera esperado de una mujer tan llana y rústica.

Grace le guiñó un ojo.

—Y, además, mientras he estado allí, me he enterado de muy buenos cotilleos.

Frances se rio.

—Entonces está claro que vale la pena pagar lo que cueste. En cuanto al gimnasio, ¿por qué no le digo a Elliott que te traiga un folleto? Estoy segura de que los tendrán un día de estos. O puedo traértelo yo la próxima vez que venga.

Grace asintió.

—De acuerdo. Y ahora dime, ¿cómo te encuentras?

—Genial.

—¿De verdad? Sé que algunos han estado preocupados de que no estés al cien por cien.

Frances, que hacía solo unos segundos había estado animadísima, se vino abajo. Sabía que una vez se desataban los rumores en Serenity, tomaban vida propia, sobre todo si Grace se hacía con ellos. Miró indignada a su amiga.

—Bueno, pues diles a todos esos, sean quienes sean, que acabas de verme y que estoy en perfecta forma.

Grace pareció desconcertada al ver su apenas disimulado mal genio.

—Bueno, claro que lo haré —le agarró la mano—. Sabes que todo el pueblo te quiere. Solo están preocupados, Frances, no es una acusación ni nada parecido. Nadie piensa que estés acabada, te lo prometo.

Racionalmente, Frances lo entendía, pero dado todo lo que había pasado últimamente, se sentía más bien como si la estuvieran juzgando y eso no le gustaba. No le gustaba lo más mínimo.

Con todas las horas de más que Elliott estaba pasando en el gimnasio para prepararlo, Karen apenas lo había visto últimamente. Siempre les había costado sacar tiempo para estar juntos, pero era aún peor ahora.

Al terminar su turno en Sullivan’s, llamó a María Cruz y le pidió que se quedara con los niños por la noche. Después preparó comida para dos y fue al gimnasio. Sería la primera vez que lo veía desde que los hombres habían empezado con la reforma.

Elliott estaba colgando paneles de yeso cuando entró; los músculos de su espalda y sus brazos estaban tensos y marcados. Con una capa de sudor sobre su piel oliva, era una imagen digna de ver, pensó mientras lo observaba con placer. En ese momento, él miró atrás por casualidad y la vio.

—¿Disfrutando de las vistas? —bromeó.

Ella fingió sorpresa.

—Ah, ¿eres tú? Creía que estaba devorando con la mirada a un extraño extraordinariamente sexy. Se me ha acelerado el corazón.

Él cruzó la habitación y la besó en la frente.

—¿Y por qué tienes que comerte con la mirada a extraños, cariño?

—Bueno, ya sabes, resulta que mi marido pasa mucho tiempo fuera de casa últimamente y estoy empezando a ponerme nerviosa.

Elliott se rio.

—Puede que no sea el lugar apropiado para compensarte por ello —le dijo mirando a su alrededor—. Demasiadas terceras partes interesadas.

Vio la bolsa que llevaba encima.

—¿Es comida de Sullivan’s?

Karen asintió.

—Por desgracia solo he traído para los dos. Me temo que los demás no van a tener suerte hoy.

Ronnie miró hacia ellos y vio los envases de Sullivan’s.

—¿Por qué no ha venido mi mujer con comida para llevar? —gruñó con gesto de diversión—. Es la dueña del restaurante.

—Lo cual significa que tiene que quedarse allí y ocuparse de los muchísimos clientes que tiene —le recordó Karen y girándose hacia Elliott, añadió—: ¿Hay algún sitio donde podamos tener algo de intimidad? Me sentiré culpable si comemos delante de todos estos hombres que se están muriendo de hambre.

—Pues no deberías. Acaban de zamparse tres pizzas familiares.

—¿Y tú también? —le preguntó decepcionada.

—He tomado un poco, pero ya sabes que soy un pozo sin fondo, y eso que traes huele de maravilla. Podemos sentarnos fuera en las escaleras del porche. Hace una noche muy buena, o al menos la hacía la última vez que he salido a tomar aire fresco.

—Hace una noche preciosa —le confirmó siguiéndolo afuera.

Cuando Elliott metió la mano en la bolsa, ella lo observó. A pesar de todas las horas que llevaba trabajando, se le veía bien. Estaba claro que la ilusión de abrir el negocio pesaba más que todo el estrés y el esfuerzo necesarios hasta la inauguración.

—¿Qué tal ahí dentro?

—¿De verdad quieres saberlo?

—Claro que sí. Si a ti te importa, a mí me importa. ¿Vais dentro del plazo previsto?

—Ronnie dice que sí, yo tengo mis dudas.

—¿Y eso qué quiere decir? —le preguntó frunciendo el ceño.

—La apertura podría ser una o dos semanas después de lo que habíamos pensado, pero siempre hay fallos técnicos cuando se está abriendo un negocio. Tom y los demás dicen que no hay nada de qué preocuparnos.

Ella no pudo refrenar el escalofrío que la recorrió y tampoco pudo evitar preguntar:

—¿Estáis dentro del presupuesto?

Elliott puso mala cara ante la pregunta.

—Karen...

—No me mires así. Es una pregunta razonable.

—Pero no es asunto tuyo —dijo y se sonrojó al instante—. Lo retiro. Claro que es asunto tuyo, porque hemos invertido nuestros ahorros en esto, pero tienes que confiar en que todo irá bien.

—¿Me lo contarías si hubiera algún problema? —y por el modo en que él desvió la mirada, pudo ver que no—. ¡Elliott!

—Sí, claro —terminó diciendo—. Si hubiera algún problema que pudiera afectar a nuestra economía, te lo diría. Pero ahora no pasa nada parecido —la miró fijamente—. Te lo juro.

Sabía que tenía que fiarse de su palabra. Le debía ese nivel de confianza. No podía seguir minándolo al cuestionar cada pequeña decisión que tomara, por mucho que le costara mantenerse callada.

—De acuerdo. Con eso me vale.

Él suspiró y la miró fijamente.

—¿Lo dices de verdad o siempre que se trate de dinero pasará lo mismo?

—Lo estoy intentando —le dijo deseando poder prometerle que estaba superando por fin todo ese miedo arraigado.

Elliott la observó detenidamente y después dejó escapar un suspiro lentamente.

—Lo sé, pero cariño, tienes que saber que siempre cuidaré de ti y de nuestra familia.

Aunque sabía que quería reconfortarla, y casi lo había logrado, Karen también podía oír lo que se parecía al tono condescendiente de su padre, el orgulloso proveedor de todas las cosas importantes. Y eso hizo que un escalofrío le recorriera la espalda.

—Elliott, prométeme algo —dijo con seriedad.

—Lo que sea.

—Nunca sientas que tienes que ocultarme cosas. Aunque sea malo, tengo que saberlo. No necesito que me protejas o me dejes al margen. Puedo enfrentarme a lo que sea, siempre que no me pille de sorpresa.

—Yo nunca te haría eso —le respondió algo indignado.

Ella asintió, pero lo cierto era que los dos sabían que lo haría. Era la forma de actuar de los hombres Cruz. Lo que veían como protección y ocuparse de las cosas, Karen lo veía como una actitud condescendiente. Se preguntaba si Elliott y ella alguna vez se pondrían de acuerdo en eso.

—Necesitamos pasar un día en familia —anunció Elliott durante el desayuno el domingo—. Ya le he dicho a mi madre que no iremos a comer hoy.

Karen lo miró con la boca abierta, impactada.

—¿Vas a dejar plantada a tu madre? ¿Cuándo te has vuelto tan valiente? —bromeó.

—No es valentía, es desesperación. Necesitamos pasar algo de tiempo juntos. Vamos a meter las cosas en el coche y nos vamos a la playa.

Aunque Daisy y Mack saltaron de alegría, Karen no podía acabar de creerse el plan.

—¿Vas a tomarte un día libre de verdad? ¿Ahora, con todo lo que hay que hacer en el gimnasio?

—Desde que empezó la reforma no hemos pasado nada de tiempo juntos en familia y los chicos han dicho que me daban el día libre. Es lo bueno de trabajar con ese grupo de amigos. Comprenden la importancia de la familia. Todos estamos trabajando en dos sitios básicamente, así que hemos ido haciendo turnos para que podamos pasar algún rato en casa. Hoy me toca a mí, aprovechando que los niños y tú también tenéis el día libre.

—¿Y tenemos el día entero para nosotros? —preguntó ella sin poder creérselo aún, pero por fin empezando a ilusionarse—. ¿Qué te ha dicho tu madre?

—Que ya era hora de que me tomara un descanso. Me ha llamado tres veces en las últimas dos semanas diciéndome que estaba trabajando demasiado.

Karen sonrió.

—¡Viva mamá Cruz!

Elliott se rio.

—Voy a decirle que, por una vez, le agradeces que se haya entrometido.

—Y es verdad. Pero me hará más ilusión decírselo yo misma —se giró hacia los niños—. Corred a meter un bañador, una toalla y los juguetes o libros que queráis en vuestras mochilas. Nos vamos... —se giró hacia Elliott—. ¿Cuándo?

—En media hora.

Ella frunció el ceño.

—Pero eso es muy pronto. Creía que podría hacer pollo frito y ensalada de col para llevarnos.

—No. Compraremos el almuerzo allí. Perritos calientes para los niños y un montón de gambas picantes para nosotros. ¿Qué te parece?

—Caro —respondió ella sinceramente, aunque por una vez se negó a preocuparse por el dinero—. Y maravilloso. Venga, chicos, daos prisa. Creo que Elliott está impaciente por ponerse en camino.

El trayecto hasta la costa de Carolina del Sur fue largo y con los niños cada vez más impacientes por llegar al océano. Solo habían estado allí una vez, y hacía mucho tiempo, así que Karen dudaba que Mack lo recordara, aunque insistía en que sí, sobre todo para molestar a Daisy, que no dejaba de decirle que había sido demasiado pequeño cuando habían ido.

—¡No es verdad! —gritó el niño.

—Eras un bebé —le dijo Daisy.

—¡Mamá! —protestó Mack.

Karen se giró.

—Si seguís discutiendo, Elliott dará media vuelta y volveremos a casa.

Daisy y Mack se lanzaron miradas de enfado, pero al menos se quedaron callados.

Karen se acercó a Elliott y le susurró:

—Creo que estoy casi tan impaciente como ellos. Esto es todo un regalo. Gracias por pensar en esto.

—Todos nos lo merecemos. Quiero que seamos una familia que genere muchos recuerdos que podamos almacenar. ¿Has traído la cámara?

—Claro.

Una sonrisa esperanzada cruzó el rostro de Elliott.

—¿Y te has puesto el biquini?

—No —respondió y se rio ante su expresión de decepción—. ¡Pero me lo he traído!

—Verte con él será más que suficiente para alegrarme el día.

Según se acercaban a la costa, Karen pudo oler la sal en el aire y sentir la suavidad de la brisa. Era totalmente distinto a Serenity. Incluso antes de que el dulce aroma a coco pudiera entremezclarse, ya solo el perfume del aire inspiraba relajación, vacaciones y diversión, algo que durante su vida había escaseado. Ahora se daba cuenta de que debería haber tomado la costumbre de hacer esa clase de viajes por el bien de los niños. Elliott tenía razón. Era la clase de cosa que creaba los buenos recuerdos de la infancia.

En cuanto Elliott había aparcado, los niños bajaron del coche. Llevaban los bañadores debajo de la ropa, así que se fueron directos hacia la playa para elegir sitio mientras Karen iba al vestuario a cambiarse. Avergonzada de todas las estrías que se le veían cuando se ponía en biquini, se cubrió con una de las camisetas de Elliott y después fue a la orilla a reunirse con ellos.

—¡Ya viene mamá! —gritó Mack, llenando un cubo de agua y corriendo hacia ella, claramente con intención de empaparla.

—Ni te atrevas —le dijo ella cuando levantó el cubo, pero sus risas no hicieron más que animarlo a lanzarle el agua.

—Te has metido en un buen lío —le gritó Daisy riéndose mientras Karen echaba a correr detrás de su hijo. Pero Elliott la agarró y la metió en el agua helada.

Tanto Daisy como Mack tenían los ojos como platos cuando su madre salió a la superficie y se quedó mirando a su marido, que no se molestaba en intentar controlar su alegría.

—No has podido hacerme esto.

Elliott se rio.

—¡Pues yo creo que está claro que sí! La pregunta es, ¿qué vas a hacer tú?

En respuesta, ella se metió bajo el agua, le agarró del tobillo y lo hundió. Lo había logrado únicamente porque lo había pillado desprevenido, pero la cara de impacto que sacó al salir del agua no tuvo precio.

—Ahora estamos empatados —dijo mientras los niños se metían en el agua para acompañarlos riéndose y gritando por lo frío que estaba el océano.

—Me gusta más la piscina de la tía Adelia —apuntó Mack temblando—. Está caliente.

—Porque es climatizada, tonto —le contestó Daisy.

—No le llames tonto a tu hermano —dijo Karen, aunque no tenía muchas ganas de regañarlos en un día como ese—. Mack, si tienes frío, vuelve a la manta y arrópate con una toalla. El sol te calentará enseguida.

—Pero quiero quedarme con vosotros —protestó, aunque se le estaban poniendo los labios azules y estaba temblando.

—Yo voy contigo, colega —dijo Elliott yendo hacia la playa con él.

Daisy se giró hacia Karen.

—Mamá, se te ve feliz.

Karen sonrió.

—Estoy feliz —y en ese momento se preguntó cómo la vería normalmente su hija—. Estoy feliz todo el tiempo, ¿es que no te lo parece?

—Sobre todo desde que te casaste con Elliott. Antes de eso te veía triste o asustada. Y ahora a veces también.

—Los mayores tenemos muchas cosas en la cabeza y algunas son tristes. Otras hacen que nos preocupemos. Pero lo importante es que tú, Mack y Elliott y nuestra vida juntos es lo que me ha hecho más feliz en mucho tiempo.

Daisy se mostró aliviada.

—Me alegro. No quiero que vuelvas a divorciarte. Mack y yo queremos a Elliott y nos encanta tener una gran familia con muchas tías y tíos y primos y una abuela que hace galletas.

—¡Ey, yo también hago galletas! —protestó Karen bromeando.

—Pero no tan buenas como las de la abuela Cruz o las de Frances —se quedó pensativa y añadió—: O como las de Erik.

Karen sabía que probablemente debía sentirse insultada, pero ¿cómo iba a estarlo cuando había tanta gente en su vida que estaba preocupándose de sus niños, colmándolos de regalos y mostrándoles tanto amor? Durante demasiados años había estado sola, asustada y abrumada por las preocupaciones económicas. Necesitaba tomarse algo de tiempo para recordar, de vez en cuando, lo lejos que había llegado.

Y también necesitaba darse algo de reconocimiento por haber llegado hasta ahí principalmente sola, a pesar de haber sido con el apoyo de un increíble círculo de amigas que seguía aprendiendo a apreciar y en quien confiar. Independientemente de las crisis que la estuvieran aguardando, resultaba reconfortante saber que jamás tendría que enfrentarse a ellas sola.

E-Pack HQN Sherryl Woods 2

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