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Capítulo 11
ОглавлениеKaren estaba empezando a sentirse extrañamente aislada. A su alrededor toda la conversación giraba en torno al gimnasio nuevo. Con todas sus amigas y los maridos de estas implicados directa o indirectamente en el proyecto y trabajando en ello con entusiasmo, parecía que era la única que tenía sus reservas al respecto. Odiaba ser la única que se resistía a aceptarlo del todo, sobre todo cuando eso demostraba una falta de fe en su propio marido.
Los documentos de la propiedad se habían firmado la tarde anterior y todo el mundo se había reunido esa noche en casa de Maddie y Cal para celebrarlo. A Karen le habría encantado poder poner una excusa, pero ante la mirada de decepción de su marido, había aceptado a ir a regañadientes.
Los niños corrían por el jardín trasero, muy activos por haber comido demasiado dulce. Los hombres estaban entusiasmados con su proyecto y apiñados en torno a los planos de la reforma. Karen estaba sentada sola entre las sombras del patio deseando poder dejarse llevar por la alegría de la celebración aunque solo fuera por Elliott.
—¿Aún no estás convencida? —le preguntó Helen con su habitual franqueza y sentándose a su lado en la chaise longue.
Karen le dirigió una desganada sonrisa.
—Intento estarlo.
—¿Quieres un consejo de alguien que ha visto muchos matrimonios derrumbarse? —le preguntó la mujer que era reconocida como una de las mejores abogadas de divorcios del estado.
Karen no estaba del todo segura de quererlo, pero asintió de todos modos. Conociendo a Helen, sería imposible que se callara si consideraba que era algo que ella tenía que oír.
—Primero, deberías saber que creo en este proyecto —dijo apoyándose en el peso de su experiencia como abogada y empresaria–. He repasado todo y todas las cifras. Tengo la experiencia del The Corner Spa para basarme y comparar y está claro que no hay garantías, pero estoy convencida de que será un éxito.
Le lanzó una mirada de complicidad.
—También sé algo que puede que tú no sepas y que ninguno de los demás sabe tampoco. Hazme caso, es una gran noticia.
Karen la miró sorprendida.
—Si sabes algo que pudiera afectar al modo en qué va a funcionar, ¿por qué no se lo has dicho a los chicos?
—Confidencialidad entre abogado y cliente. Hoy mi cliente me ha dado permiso y me ha dicho que podía contárselo a quien pudiera estar interesado, pero he estado guardándomelo para más tarde —sonrió—. He pensado que podría hacer un gran anuncio y tener mi minuto de gloria.
—¿Me lo puedes decir ahora, sobre todo si crees que es una noticia reconfortante? —le preguntó Karen con cada vez más curiosidad.
—Dexter’s va a cerrar —le reveló.
Incluso Karen veía cómo eso podía impactar positivamente en el proyecto del gimnasio.
—¡Vaya! No tenía ni idea.
—Nadie la tenía. Dexter me ha dicho que lleva tiempo queriendo jubilarse, pero que sabía que había hombres en el pueblo que contaban con su cutre gimnasio. No quería marcharse hasta que hubiera una alternativa viable en el horizonte. En cuanto se enteró de esto, vino a mí para que le llevara la documentación necesaria para cerrar su local, ponerlo en venta y modificar su testamento para reflejar que ese negocio ya era historia.
Karen estaba asombrada con la noticia.
—¿De verdad lo va a hacer? ¿No hay duda?
—Ninguna. Está deseando comprarse una casa prefabricada en Florida —le confirmó Helen—. Me ha dicho que su mujer y él quieren pasar el año bajo el sol, jugando al bingo y yendo a las carreras y a los casinos.
Karen se sintió animada por primera vez desde que Elliott le había revelado los detalles de su plan.
—Eso sí que podría cambiar las cosas, ¿verdad?
—Creo que el nuevo local habría tenido éxito de todos modos, pero sí, esto debería garantizarlo.
—Gracias por contármelo. Tengo que ir a buscar a Elliott. Aún sigo asustada por todo esto, ya que se ha comprometido a devolver mucho dinero, pero ahora estoy mucho más tranquila.
Helen la agarró del brazo para detenerla.
—Un consejo más, si me permites. Puede que sea mejor que sepa que crees en él y no que le digas que te has quedado más convencida porque sabes que no tendrá competencia.
Karen asintió, comprendiendo perfectamente el consejo de Helen.
—Tienes razón. Y sí que creo en él. Nunca me ha dado ni una sola razón para no hacerlo.
—Pero imagino que es duro olvidar lo que hizo Ray —sugirió Helen—. Creo que Elliott lo entiende también, aunque tal vez sea hora de que empieces a basar tus decisiones en el hombre con el que estás, en lugar de en el hombre que se marchó.
—Es verdad. Y el hecho de que Elliott no me haya dejado después de todas mis dudas demuestra que es un santo.
Lo encontró dentro, mirando los planos que tenían sobre la mesa de comedor. Se acercó a él que, a pesar de dirigirle una sonrisa ausente, le echó un brazo sobre los hombros y asintió hacia los planos.
—¿Quieres verlos?
Como si por alguna razón entendieran que debían dejarles intimidad, los demás se apartaron uno a uno y los dejaron solos.
Karen escuchó cómo Elliott le describió el lugar y cómo sería una vez estuviera completado, pero ella no dejaba de mirarlo a la cara, en lugar de a los planos extendidos sobre la mesa. El entusiasmo de su marido era más que evidente, tenía fe en lo que estaba a punto de hacer.
—Estás muy emocionado con esto —le dijo, aunque tampoco era ninguna sorpresa. ¿Por qué no había podido aceptar cuánto le importaba? ¿Cómo había permitido que sus miedos le impidieran creer que a ese hombre podía confiarle todo, incluso sus ahorros?
—Es nuestro futuro. Puede que no empezara nuestra vida juntos con un sueño tan grande, pero en cuanto Ronnie y los demás lo propusieron, me pareció que lo tenía al alcance de la mano. Nos cambiará la vida, Karen. Puede que no ahora mismo, pero sí en un par de años; se acabarán las preocupaciones y el estar economizando todo.
Ella sonrió ante su optimismo.
—Siempre tendremos preocupaciones. Con niños y una familia, siempre las hay.
—Pero no serán preocupaciones económicas —insistió.
Ella le apretó la mano.
—Creo que, por fin, estoy empezando a creerlo —lo miró a los ojos incapaz de parar de sonreír—. Tengo una noticia.
Él se rio al ver su expresión.
—¿Y de dónde la has sacado?
—Me lo ha contado Helen. Luego se lo contará a los demás, pero creo que no pasa nada porque te lo diga yo ahora.
Elliott la miró con curiosidad.
—Parece que son buenas noticias, ¿no?
—Tú dirás —contestó añadiendo una dramática floritura—. Dexter se jubila y va a cerrar el gimnasio en cuanto el vuestro esté en marcha. Puede que incluso antes.
Tardó como un minuto en asimilar la noticia, pero al instante se le iluminaron los ojos. La levantó en brazos y le dio vueltas; después la dejó en el suelo y su alegría dio paso a la consternación.
—¿Pero qué va a hacer ahora? Nunca había pensado en echarlo del negocio en el que lleva años. Yo iba allí a hacer ejercicio cuando era el único sitio del pueblo. Era cutre y algo asqueroso, pero él es un buen tipo.
—No te preocupes —le aseguró—. Al parecer, quiere irse a Florida con su mujer y jugar al bingo. Todos le estáis dando esa oportunidad. Es un beneficio no intencionado de vuestros planes.
Elliott se rio.
—Eso sí que me gustaría verlo, Dexter y un puñado de ancianas jugando al bingo.
—Tal vez algún día, cuando el dinero no sea un problema, podríamos hacer las maletas e ir a visitarlo con los niños —propuso, dándose cuenta que era un gran paso para ella mirar al futuro y considerar la posibilidad de irse de vacaciones—. No me importaría ver el océano del Golfo de México.
—¡Y podemos llevar a los niños a Disney World! —añadió él con entusiasmo—. Imagínate cuánto se divertirían.
—No se lo digas aún porque, si no, no pararán hasta que vayamos —le advirtió, aunque no podía dejar de sonreír ante otro sueño que no podría haberse atrevido a imaginar hacía semanas.
Por primera vez en mucho tiempo, vio que, como le había recomendado Helen, estaba mirando al futuro ilusionada en lugar de apoyarse en el pasado con consternación.
De vuelta de la reunión del comité de padres, Adelia no pudo evitar desviarse unas calles para pasar por delante de la casa de la amante de Ernesto. Y, por supuesto, allí estaba su coche. Verlo tiñó de amargura su buen humor.
—Bueno, tú lo has querido, ¿no? —murmuró para sí. ¿Por qué se había torturado así? ¿Es que era masoquista? ¿Se había convencido de algún modo de que esta vez podría ser distinto, que había vuelto a casa para honrar sus votos matrimoniales? Pero estaba claro que él no había hecho ninguna de esas promesas, lo que significaba que siempre había estado engañada.
Conteniendo las lágrimas, entró en casa y fue directa a la cocina para cenar algo. Unos minutos más tarde, Selena la encontró allí rindiéndose a las lágrimas.
—Está allí otra vez, ¿verdad? —le preguntó Selena furiosa—. ¿En casa de esa mujer?
Impactada, Adelia se giró hacia su hija.
—¿Qué sabes de todo eso?
—Lo he visto. Es ahí donde se ha estado quedando. Fui la otra noche y vi su coche —dijo con tono desafiante—. Sé que estaba castigada, pero tenía que saberlo. Si quieres castigarme para siempre, me da igual.
Pero en lugar de eso, Adelia la abrazó con fuerza.
—Oh, mi niña, tú no deberías saber estas cosas. Lo siento mucho.
—Pero las sé, ¡y lo odio!
—Shh. Es tu padre. No lo odias.
No, porque era ella a la que le tocaba lidiar con el odio y con esa desastrosa situación que él había creado. Gracias a Dios que sus otros hijos eran demasiado pequeños para haber descubierto tanto como la observadora Selena.
—¿Va a venir?
—No lo sé —le respondió Adelia con sinceridad.
—¿Tengo que quedarme a la mesa si viene? —le preguntó la niña con gesto suplicante.
Adelia suspiró, cediendo a su norma de que la familia debía comer junta sin ninguna excepción.
—No. Si tu padre viene esta noche, puedes irte a tu habitación y te llevaré una bandeja.
Y después se pasaría el resto de la noche intentando pensar en la forma de que Ernesto y ella hicieran las cosas bien por sus hijos.
Cuando Frances llegó al centro de mayores del pueblo, que irónicamente antes había sido una funeraria, había mucho revuelo en el salón donde jugaban a las cartas. Los pocos hombres que estaban allí parecían estar arremolinados alrededor de la mesa de aperitivos, mientras que las mujeres estaban en una esquina mirando muy mal a Flo y Liz, que eran las únicas sentadas en la mesa.
Frances ocupó su sitio y asintió hacia los demás.
—¿Por qué está todo el mundo tan histérico?
Liz intentó adoptar una expresión solemne, pero no puedo evitar reírse.
—Jake Cudlow le ha pedido salir a Flo —respondió mientras Flo permanecía en silencio.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Frances entendiendo las implicaciones que eso conllevaba. Desde la muerte de su esposa dos años atrás, a Jake se le había considerado el gran partido del centro de mayores. Todas las viudas estaban prendadas de él, pero hasta el momento, él las había ignorado rotundamente, había acudido solo a las fiestas y había respondido con poco más que una educada gratitud al desfile de comida que las mujeres no dejaban de prepararle y ofrecerle.
—¿Y cómo te sientes siendo la elegida? —le preguntó a Flo conteniendo la risa.
—Como si de pronto me hubiera convertido en la ramera del pueblo —le respondió su amiga con acritud—. Yo no he pedido esto. ¿Acaso he llevado alguna olla de comida a casa de ese hombre? ¿He flirteado con él? No. No me interesa. Nunca me ha interesado. No me interesaba cuando teníamos dieciséis años y no dejaba de pedirme salir en el instituto.
Frances no pudo aguantarse más y se echó a reír con Liz, que ya ni se molestaba en controlar su regocijo.
—Me parece que está protestando demasiado —dijo Frances.
—Eso me parece a mí.
—¿Significa esto que lo has rechazado? —preguntó Frances.
—Sí —y mirando al otro extremo de la habitación añadió—: ¿Pero crees que eso ha cambiado algo para esas viejecillas? Están actuando como si les hubiera robado a ese hombre. Y está claro que me están culpando de que no haya venido esta noche, pero resulta que yo sé que no ha venido porque se ha ido a Charleston con Mavis Johnson, que no es tan exigente como yo a la hora de salir con un hombre.
—Me parece que es otro ejemplo más de que hacerse la dura funciona mejor que flirtear descaradamente —dijo Liz—, y hay quien podría pensar que esa es también tu estrategia.
—Pues no es así —respondió Flo indignada—. Jake no es mi tipo y os aseguro que no le he roto el corazón. Se ha ido con Mavis y ha pasado la noche fuera con ella, ¿no?
—¿Y quién es tu tipo exactamente? —le preguntó Liz conteniendo una sonrisa.
—Siempre he pensado que un hombre que tenga sus propios dientes y pueda caminar sin andador —bromeó Frances.
Flo las miró a las dos y sacudió la cabeza esbozando por fin una sonrisa.
—Tengo el listón un poco más alto que eso. No me importaría mantener una conversación inteligente de vez en cuando o, incluso, darme unas vueltas por una pista de baile.
—Creía que así fue como te rompiste la cadera —comentó Liz.
—Fue en un baile country, pero te entiendo. Puede que mi agilidad esté un poco perjudicada. Debería aceptarlo, pero ya he renunciado a mis tacones y es lo máximo a lo que estoy dispuesta a transigir de momento.
—Vale, pues ya que ni Liz ni yo buscamos un hombre —dijo Frances mirando a Liz y esperando a que asintiera—, entonces no somos competencia. Así que, dinos, ¿quién de Serenity te atrae?
—¿Además de Elliott?
—Ya está reservado y es demasiado joven —contestó Frances—. Prueba de nuevo.
—Me imaginaba que dirías eso —contestó Flo acercándose un poco más a ellas—. Prometedme que no diréis nada a nadie. Si Helen se entera, es probable que mi estirada hija me encierre.
—Ni una palabra —prometió Liz.
Frances se hizo la señal de la cruz sobre el corazón.
Aparentemente satisfecha, Flo dijo:
—He estado viéndome con Don Leighton.
—¿El de la oficina de correos? —preguntó Liz con los ojos como platos—. Debe de ser diez años más joven que tú.
—Doce en realidad —respondió Flo con una sonrisa—. Hemos ido a algunas salas de Columbia. Ese hombre puede bailar country como un jovencito.
—¿Es lo único que habéis estado haciendo? —preguntó Frances con descarada curiosidad. Aunque hacía años que a ella no se le pasaba por la cabeza la idea de tener relaciones sexuales, conocía a Flo lo suficiente como para saber que su amiga seguía interesada en el tema.
Flo se sonrojó.
—Esa es la parte que mataría a Helen del susto. Cuando le mencioné que me había olvidado una caja de preservativos en la mesilla al irme de mi piso en Boca Ratón, por poco le da un infarto. Así que pensar que he estado teniendo relaciones aquí mismo, prácticamente delante de sus narices, la espantaría.
—Me imagino —dijo Liz algo ofendida, pero sonriendo—. ¡Qué suerte tienes!
Frances se giró hacia ella.
—¿Te da envidia?
—Y tanto —respondió Liz suspirando—. Aunque no es nada probable que un hombre vuelva a ver este viejo cuerpo decrépito.
—Estoy contigo —dijo Frances con sentida emoción.
—¡Vamos, apagad las luces y no os preocupéis por nada! —les aconsejó Flo—. ¿Es que os pensáis que los hombres de nuestra edad están mejor que nosotras como Dios los trajo al mundo?
Frances contuvo una carcajada, pero al final fue incapaz de no soltarla. Al momento, Liz y Flo hicieron lo mismo.
—No sé vosotras dos, pero se me han quitado las ganas de jugar a las cartas esta noche —dijo Frances—. Si os interesa, tengo un bote de helado buenísimo en casa.
—Me apunto —dijo Liz de inmediato.
—¡Vamos! —añadió Flo con ganas—. Creo que si nos pasamos por Sullivan’s, puedo sacarles unos cuantos brownies para acompañar ese helado. Erik siempre me aparta algunos, que Dios lo bendiga. Es una de las ventajas de que tu yerno sea repostero.
—¿Quién necesita a los hombres cuando tenemos helado y brownies? —dijo Frances y se quedó asombrada cuando sus amigas la miraron con incredulidad.
—No es lo mismo —apuntó Liz.
—Ni por asomo —añadió Flo.
Frances se limitó a sacudir la cabeza. Tal vez parecía una loca, pero últimamente el dulce era el mayor capricho que podía darse al cuerpo.
Sin embargo, lo mejor de esa noche era que ni Flo ni Liz habían dicho una sola palabra de que fuera al médico. Qué alivio, sobre todo con lo mucho que se había temido otra discusión con ellas. Por el contrario, habían compartido risas y, ¿no era esa la mejor medicina?
Elliott llevaba un tiempo evitando a su madre. Bueno, la veía los domingos y cuando recogía a los niños por la tarde, pero con tanta gente alrededor, no había surgido el momento de que lo interrogara para preguntarle por el estado de su matrimonio. Karen le había puesto al tanto de la charla que le había tocado a ella y, como parecía que su mujer se había mantenido firme, no había sentido la necesidad de regañar a su madre por haberse entrometido, y menos aún cuando esa conversación generaría un montón de preguntas que no quería responder.
Se creía que había sido muy listo al evitarla, pero sabía que no había hecho más que posponer lo inevitable cuando un día en el gimnasio alzó la mirada y la vio dirigiéndose hacia él con un brillo de determinación en la mirada. Dudaba que estuviera allí para matricularse en las clases para mayores.
—Perdone —le dijo educadamente a su clienta—. ¿Le importaría que hablara un momento con mi hijo?
Terry Hawthorn puso cara de alivio y dijo:
—Tómese su tiempo. Me vendrá bien recuperar el aliento.
Elliott la miró frunciendo el ceño.
—No si haces otro circuito de pesas mientras tanto.
La mujer suspiró.
—Torturador.
—Entrenador —le contestó él y, a regañadientes, siguió a su madre hasta el jardín trasero—. ¿Te apetece un zumo en la cafetería? ¿O una magdalena?
—No he venido a comer. Has estado evitándome, Elliott Cruz. Vas y vienes, pero nunca estás más de dos segundos en la misma habitación. ¿Por qué? —no esperó a su respuesta y añadió—: Porque no quieres oír lo que tengo que decirte sobre solucionar los problemas que haya en tu matrimonio.
—Porque esos problemas, si es que los hay, son entre mi mujer y yo. Somos nosotros los que tenemos que resolverlos.
—¿Y lo que yo piense no importa?
—Lo que tú pienses siempre me importará, pero no eres tú la que tiene que solucionar mi matrimonio.
—Entonces, sí que hay que solucionar algo —concluyó con tono triunfante.
—Yo no he dicho eso. Mamá, por favor. Para. Soy adulto. Estoy enamorado de mi mujer y, gracias a Dios, parece que ella también me ama. Tendremos altibajos, pero interferencias externas no nos ayudarán a solucionarlos.
—Karen no se mostró tan reacia a escucharme —farfulló.
—Porque quiere complacerte. Te respeta como mi madre, pero créeme, le hace tan poca gracia como a mí que te entrometas.
—Hay quien a eso le llamaría «preocuparse».
Él suspiró.
—Sé que es lo que pretendes, de verdad que sí, pero por favor, mamá, déjanos tranquilos.
—No sé qué está siendo de este mundo cuando los hijos no valoran la sabiduría de su propia madre. Primero Adelia y ahora tú. Rechazáis mis consejos.
Elliott frunció el ceño.
—¿Has hablado con Adelia?
—Por supuesto. Hasta yo puedo ver que esa situación es una tragedia esperando a suceder. Pero tu hermana me dice que no me meta.
—¿Y la has escuchado?
—Claro que no. Estoy preocupada. Eso es lo que hacemos las madres. Nos preocupamos de la felicidad de nuestros hijos y de nuestros nietos, que se verán afectados por cualquier decisión precipitada que se tome.
Elliott podía ver en sus ojos lo preocupada que estaba y cómo no se estaba molestando en ocultarlo. Se preguntó si sabría cómo estaba tratando Ernesto a Adelia. Lo dudaba, porque de ser así, ya le habría desmembrado ella solita. Le resultaba más cómodo pensar que Adelia y Karen eran las culpables si sus matrimonios tenían problemas. Años siendo manipulada por su padre para pensar así le habían enseñado quién solía tener la culpa.
—Mamá, estoy vigilando a Adelia. Si necesita ayuda, sabe que la tiene, no solo por mi parte, sino por parte de toda la familia. Quiere solucionar las cosas por su cuenta y tenemos que respetarlo —por mucho que le estuviera costando, él estaba accediendo a hacerlo.
Su madre lo miró asustada.
—¿Tan mal están las cosas?
—Bastante mal —respondió con cautela—. Tú solo asegúrate de que sepa que la apoyas, mamá. No la juzgues, solo escúchala. Eso es lo que Adelia necesita de verdad.
—Nunca me ha gustado Ernesto, pero ella lo eligió y no hubo forma de hacerle cambiar de opinión. Y, claro, luego había que pensar en el bebé y entonces ya era demasiado tarde. Después vinieron más bebés, uno después de otro —se encogió de hombros—. Parecía feliz.
—Creo que lo era —dijo Elliott, aunque no podía evitar preguntarse cuánto tiempo hacía que su hermana no vivía un momento de felicidad o satisfacción en su matrimonio.
Su madre se levantó más angustiada de lo que había llegado.
—Perdona por haberte interrumpido en el trabajo. Me parecía importante que habláramos.
Él la besó en la mejilla.
—Me alegra que hayas venido y siento que hayas pensado que he estado evitándote.
—Es que estabas evitándome, pero no pasa nada. A veces olvido que eres un hombre adulto más que capaz de resolver sus propios problemas.
—Y cuando no pueda resolverlos, acudiré a ti, mamá. Lo prometo.
—Será mejor que me vaya. Quiero hacer pan de jengibre para los niños y no tardarán en volver del colegio.
—Gracias por tratar a Daisy y a Mack como si fueran de la familia.
Ella lo miró sorprendida.
—Son de la familia.
Y Elliott sabía que, independientemente de los problemas que pudiera tener con Karen, eso era cierto. Daisy y Mack eran de la familia. Ahora él solo deseaba poder tenerlo siempre tan claro.