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Capítulo 8

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—¿Mamá?

Adelia se giró hacia su hija de doce años esperándose otra rabieta. Selena no había dejado de tener berrinches desde que la había castigado y habían empeorado desde que Ernesto no había vuelto a casa. Aunque entendía por qué estaba tan furiosa, lo de intentar manejar con calma esos arrebatos era otra cuestión.

Observó el rostro de Selena, pero por primera vez lo que vio en él fue miedo más que un gesto desafiante.

—¿Qué pasa, niña?

Selena frunció el ceño.

—No soy tu niña. Ya soy casi una adolescente.

—Serás mi bebé hasta que tenga cien años y tú casi ochenta —le dijo Adelia.

Selena puso cara de espanto.

—Eso es horrible.

—Pero cierto. Así es como funcionamos las madres. Y ahora dime qué te pasa.

La niña miró a todas partes menos a ella.

—¿Os vais a divorciar papá y tú? —acabó preguntando.

Adelia había sabido que era solo cuestión de tiempo que uno de sus hijos le lanzara la pregunta. Y también había sabido que lo más probable fuera que se tratara de la precoz y franca Selena. Los niños más pequeños parecían aceptar las cada vez más flojas explicaciones que les daba achacando la ausencia de su padre al trabajo. Ni uno solo había cuestionado por qué eso implicaba que no estuviera en casa por las noches.

—Ya sabes lo que esta familia opina del divorcio —le dijo a Selena con calma—. Somos católicos. No creemos en eso.

Selena no parecía muy convencida.

—Deanna Rogers es católica, pero sus padres están divorciados.

—Unas personas se toman más en serio que otras las doctrinas de la iglesia. El divorcio es una decisión muy personal.

—Querrás decir que la abuela se lo toma muy en serio, porque nosotros no solemos ir a misa los domingos y ella va casi todos los días.

—Con una familia como la nuestra, tiene mucho por lo que rezar —dijo Adelia sonriendo—. Espera salvarnos a todos.

Selena sonrió.

—¿Crees que ha rezado por lo que le hice a Daisy?

—Oh, seguro que sí. Hasta yo he rezado por eso.

Por primera vez desde el incidente, en el rostro de su hija se registró lo que parecía ser una expresión de verdadera culpabilidad.

—Lo siento —dijo sin apenas voz—. Lo siento mucho, mucho. No sé por qué fui tan mala.

—¿Quieres oír mi teoría? —le preguntó Adelia aliviada de ver que su hija le había abierto una puerta y que la escucharía.

Selena asintió y se sentó en la mesa de la cocina donde habían mantenido tantas conversaciones después del colegio a lo largo de los años.

—Creo que a lo mejor estabas celosa.

—¿De Daisy? —preguntó Selena incrédula—. ¡Pero si sigue siendo prácticamente un bebé!

Adelia sonrió.

—Pero esa noche tenía algo que tú querías con todas tus fuerzas. Tenía a alguien en el baile con ella que de verdad quería estar ahí, tenía a tu tío Elliott. Creo que la actitud de tu padre, su reticencia a acompañarte, hirió tus sentimientos y lo pagaste con Daisy.

Selena suspiró profundamente mientras las palabras de Adelia quedaban pendiendo del aire.

—Podrías tener razón —admitió—. Supongo que me daba miedo gritar a papá cuando imaginé que no quería estar allí conmigo, así que lo pagué con Daisy.

—Entonces tal vez, la próxima vez que te disculpes con ella, podrías sonar un poco más sincera —le sugirió con delicadeza—. Lo que dijiste esa noche fue muy cruel y a propósito. Ya sabes lo mucho que te idolatra tu prima —la miró fijamente al añadir—: Y es tu prima, ¿entendido?

Selena se sonrojó de vergüenza ante ese juicio tan claro y el crudo recordatorio de su tan hiriente comentario.

—Seguro que ahora me odia y el tío Elliott también.

—Tal vez ella sí, pero sois familia y te adoraba hace no mucho tiempo. Creo que si cree que lo lamentas de verdad, te dará otra oportunidad. En cuanto a tu tío, está decepcionado contigo, pero él jamás podría odiarte.

—¿La llamo ahora? Seguro que está en casa de la abuela. Sé que tengo prohibido el teléfono, pero a lo mejor esto podría ser una excepción —dijo esperanzada.

—Creo que podría serlo. Pero diez minutos, nada más. Y no pienso levantarte el castigo.

—Ya me lo imaginaba —contestó Selena resignada.

Estaba a punto de salir de la cocina cuando Adelia sacudió la cabeza.

—Usa el teléfono aquí dentro —le ordenó.

—¿No te fías de que haga la llamada y diga lo que te he prometido?

—Lo siento, niña. Vas a tener que volver a ganarte mi confianza.

—Imagino que es parecido a lo de papá —dijo sonando de pronto como una chica mayor—. Él también estaría castigado si eso funcionara con los mayores.

«Ojalá», pensó Adelia. Pero no estaba segura de que existiera un castigo apropiado para la forma tan humillante en que la había estado tratando su marido. Aunque eso era algo que Selena no tenía por qué saber.

—Haz esa llamada y después puedes volver a tu habitación para terminar los deberes.

—¿Vendrá papá a cenar esta noche?

—Lo dudo.

Selena se puso seria.

—¿Va a volver a casa?

—Volverá —dijo Adelia con una confianza que estaba muy lejos de sentir. Y el problema era que cada vez estaba menos segura de querer tenerlo en casa.

Karen había estado haciendo turnos extra en Sullivan’s durante la última semana. Estaba haciéndolo en parte por las horas extraordinarias, pero también porque en cierto modo esperaba evitar más batallas con Elliott por el asunto del dinero del gimnasio. Hacía días que no tenían oportunidad de mantener una conversación privada en casa, y esa mañana durante el desayuno había oído la impaciencia en su voz después de que le hubiera dicho que esa noche volvería a trabajar hasta tarde.

—Pero no tienes que preocuparte por los niños —le había dicho como si ese fuera el problema—. Es sábado por la noche y tienen planeado dormir en casa de sus amigos.

—¿Y no hace eso que sea la noche perfecta para que los dos tengamos una noche para nosotros solos? —le había preguntado con tono razonable.

Ella no había podido ni mirarlo a los ojos al responder.

—Necesitamos el dinero, Elliott, sobre todo si sigues pensando meterle mano a nuestros ahorros.

—Esa es una de las cosas que tenemos que hablar. He solucionado el asunto. Seguiré necesitando un poco de nuestros ahorros para invertir, pero no habrá necesidad de hipotecar la casa.

Lo había dicho como si, alguna vez, esa hubiera sido una opción viable.

—Me alegra saberlo —le había respondido incapaz de contener la ironía en su voz.

Pareció que Elliott quisiera enzarzarse en otra discusión, pero ella se había marchado diciendo que llegaba tarde al trabajo.

Sin embargo, Karen sabía que no podría evitar el tema para siempre.

Ahora que estaba en Sullivan’s, por fin podía relajarse e incluso logró sacarse de la cabeza toda la controversia del gimnasio y la tensión que había en casa mientras preparaba el almuerzo.

Dana Sue los había animado a todos a experimentar con las recetas y a Karen le encantaba hacerlo. Después de haber trabajado en un restaurante country donde la carta había estado limitada básicamente a hamburguesas, batidos y comida frita, disfrutaba probando hierbas distintas y combinaciones atípicas de ingredientes.

Aunque la carta de Sullivan’s prometía una cocina sureña, Karen había descubierto todo tipo de modos de actualizar las recetas tradicionales y Dana Sue consideraba que se le daba especialmente bien. Era la primera vez que alguien había impulsado sus habilidades culinarias y disfrutaba de las cálidas y frecuentes alabanzas.

Acababa de terminar una nueva variante de macarrones con queso, plato que solían emplear como entremés, cuando Dana Sue entró en la cocina.

Ignorando a Erik, que estaba concentrado glaseando una tarta terciopelo rojo para la lista de postres del día, llamó a Karen.

—¿Puedes tomarte un descanso? Me gustaría verte en mi despacho.

A Karen le dio un vuelco el estómago al seguir a su jefa hasta la diminuta habitación que hacía las funciones de su despacho, además de almacén para productos de papel y todo lo que no sabían dónde meter. Logró abrirse paso entre lo que allí había, quitó un montón de carpetas de la única silla de más que tenía, y se sentó.

—¿Algo va mal? —le preguntó a Dana Sue nerviosa. Habían tenido suficientes discusiones en el pasado por sus ausencias y errores como para pensar que Dana Sue iba a soltarle una reprimenda, sobre todo al haber insistido en que la charla fuera privada. Si hubiera sido otra cosa, habría hablado delante de Erik.

—No tiene nada que ver con tu trabajo —le aseguró al instante—. Lo estás haciendo genial. Me encantan algunas de las innovaciones que has probado para la carta. Eres tú por quien estoy preocupada.

—¿Por qué?

—Has hecho turnos extras casi todos los días esta semana.

—Tina necesitaba tiempo libre.

Dana Sue la miró fijamente.

—¿Es por eso? Erik y yo ya hemos cubierto a Tina antes, sobre todo en las noches de diario, que son más flojas.

Karen no podía dejar de preguntarse si la charla se debía a las horas extras.

—No pensaba que pudiera importarte, y me vendría muy bien el dinero.

—No se trata del dinero, y siempre agradecemos otro par de manos. Esta noche nos vendrás como caída del cielo. Solo me pregunto si te estás escondiendo aquí para evitar ir a casa —levantó una mano—. Sé que es una pregunta personal, y no tienes que responder, pero, sinceramente, me siento un poco responsable de la tensión que hay entre Elliott y tú. No creo que ninguno nos diéramos cuenta de los problemas que podría causar el plan del gimnasio.

Karen soltó el aliento que había estado conteniendo.

—Para serte sincera, sé que estoy exagerando en cierto modo y no puedo verlo desde un punto de vista racional. Sé cuánto desea Elliott hacer esto y cuánto le ha dolido que no haya tenido suficiente fe en el proyecto y en que pueda tener éxito —le lanzó una lastimera mirada—. No sé cómo superarlo. Le estoy haciendo sufrir y apenas hablamos, básicamente, porque... tienes razón, he estado escondiéndome aquí.

—Eso pensaba. Pero eso no solucionará nada. Lo sabes.

—Claro que lo sé. Pero no sé qué más podríamos decir para cambiar algo.

—No lo sabréis hasta que no lo intentéis. Por lo que tengo entendido, los chicos encontraron una solución la otra noche. ¿Te lo ha contado Elliott? No conozco los detalles, pero Ronnie pensó que mitigaría tus preocupaciones.

De pronto, Karen lamentó no haber dejado a Elliott que se lo contara. Le había interrumpido cada vez que lo había intentado, así que en esa ocasión no podía culparlo a él por haberla dejado al margen. Tal vez había llegado el momento de detener eso. Miró a Dana Sue a los ojos; su amiga estaba preocupada.

—Mañana iba a cubrir a Tina, pero me ha dicho que podía cambiar el turno si yo quería tomarme el día libre. ¿Te parecería bien? Creo que tengo que pasar algo de tiempo con mi marido.

Dana Sue sonrió, parecía muy complacida.

—Entonces mi trabajo aquí ya está hecho. Sé que sería como si estuvieras trabajando, pero podrías traer a Elliott a almorzar aquí el domingo para que conviertas esa reunión en una ocasión especial.

Karen asintió lentamente.

—Puede que le apetezca y está claro que necesitamos una comida en algún lugar con más ambiente que Wharton’s o Rosalina’s. Gracias. Los niños se quedan a dormir en casa de sus amigos esta noche. Veré si pueden quedarse hasta mañana por la tarde y así tendremos privacidad para mantener una conversación adulta de verdad.

—Entonces os reservaré una mesa para dos —le prometió Dana Sue.

—Será mejor que vuelva a ver cómo van mis macarrones con queso y jalapeños —sonrió Karen—. Si me han salido bien, deberían hacer subir la venta de bebidas.

—O hacer que suba nuestra factura del agua —bromeó Dana Sue—. Estoy deseando probarlos.

Cuando Karen salió del despacho, se sentía más llena de esperanza que en las últimas semanas.

—Pero los domingos siempre comemos con mi familia —protestó Elliott cuando Karen le habló de la propuesta de Dana Sue—. Es una tradición ir allí después de misa. Ya sabes que a mi madre le gusta que todos nos reunamos alrededor de su mesa al menos una vez a la semana.

Karen había logrado evitar muchas de esas ocasiones con el pretexto de tener que ir a trabajar. Y ya que el ofrecimiento de comer gratis en Sullivan’s era una ocasión especial, había estado segura de que Elliott habría renunciado sin dudarlo a la imposición de su madre por una vez.

—Es solo una vez —le suplicó—. Y lo necesitamos, Elliott. Sabes que sí.

—Llevo toda la semana diciendo que necesitamos hablar. ¿Por qué has elegido el único día de la semana cuando es imposible?

—No es imposible —respondió.

—Vale, tal vez no. Pero es que no quiero decepcionar a mi madre. Y si descubre que tenías el día libre y has preferido ir a comer al restaurante donde trabajas en lugar de reunirte con la familia, se lo tomará como una ofensa y le sentará fatal.

Por desgracia, Karen sabía que así sería exactamente como lo vería su suegra. Suspiró resignada.

—Muy bien. Iremos a casa de tu madre —dijo lamentando ya haber renunciado a hacer el turno en el trabajo.

—Después iremos al lago —le contestó Elliott intentando compensarla—. Así los niños podrán quemar energía y nosotros podremos sentarnos tranquilos a charlar.

—¿Un domingo? ¿Cuando todo el mundo en Serenity tiene esa misma idea? —le preguntó con tono escéptico.

—Intento buscar una solución intermedia —le respondió frustrado.

Ella lo miró a los ojos.

—Lo sé, pero yo también.

Elliott posó un dedo bajo su barbilla para que siguiera mirándolo.

—Mejoraremos —le prometió moviendo la mano para acariciarle la mejilla.

—Debería haber recordado lo difícil que puede ser el matrimonio. Es curioso, pero habría hecho lo que hubiera hecho falta para solucionar las cosas y salvar mi matrimonio con Ray por muy cerdo que fuera. Se largó sin darnos ni una oportunidad de intentar arreglar las cosas.

—¿Significa eso que quieres luchar por nuestro matrimonio incluso cuando sea complicado?

Ella posó la mano sobre la suya, que seguía en su mejilla, y lo miró fijamente a los ojos.

—Con todas mis fuerzas —le aseguró.

—Y yo haré lo mismo, cariño. Te amo —terminó diciendo en español.

—Yo también te quiero —le susurró ella dejándose rodear por sus brazos—. Con toda mi alma.

La única cosa que Elliott no había tenido en cuenta cuando había insistido en que fueran a casa de su madre el domingo era que eso haría que Daisy y Selena se vieran por primera vez desde el baile, ya que Adelia no había dejado que Selena fuera a comer al domingo siguiente ni después del colegio entre semana. Habían cedido a las súplicas de Daisy de no estar juntas. Sabía que las dos niñas habían hablado por teléfono, pero mientras no se vieran, era difícil saber si el problema se había resuelto de verdad o no, sobre todo ya que Daisy no había dicho nada, al menos no a él, después de aquella conversación.

De camino a casa de su madre, miró por el espejo retrovisor. Daisy estaba mirando por la ventanilla con gesto pensativo e ignorando la charla de su hermano.

—¿Estás bien, Daisy? —le preguntó.

—Ajá —murmuró sin mirarlo.

A su lado, Karen frunció el ceño, claramente captando el estado de ánimo de su hija e imaginando el motivo.

—No te preocupa ver a Selena, ¿verdad? —le preguntó con delicadeza—. Creía que las cosas habían mejorado después de que te llamara el otro día.

Daisy se encogió de hombros.

—Supongo.

Elliott no tenía duda de que el asunto no se había resuelto como esperaba. Por desgracia, a pesar de tener hermanas, muy pocas veces entendía cómo funcionaba la mente femenina. Miró a Karen como diciendo «¿y ahora qué?».

Karen se giró.

—Cielito, dinos qué está pasando. Sea lo que sea, te ayudaremos a resolverlo.

Daisy puso cara de extrañeza.

—¿Por qué tengo que resolverlo? Es Selena la que fue mala. Ahora todos en el cole se están burlando de mí y es por culpa suya —su voz se fue alzando al hablar y comenzó a llorar.

Karen se giró hacia Elliott.

—A lo mejor no deberíamos hacer esto —dijo, aunque él ya estaba sacudiendo la cabeza.

—Posponer esto no hará más que retrasar lo inevitable. Son primas. Tienen que resolver el problema y el único modo de hacerlo es viéndose.

—No creo que sea tan simple. No, si los demás niños están utilizando el incidente para decirle a Daisy más cosas hirientes. Tal vez deberíamos hablar con la directora.

—¡No! —protestó Daisy alarmada—. La cosa ya está bastante mal. No quiero ser una acusica y tampoco quiero estar con Selena en casa de la abuela. Todos se pondrán de su parte, igual que pasa en el cole.

—Sabes muy bien que no es así —dijo Elliott intentando reconfortarla—. Yo he estado de tu parte desde el principio, ¿no? Y Adelia ha castigado a Selena.

—¿Y Ernesto? —se quejó—. No dijo nada y estaba allí cuando pasó.

Elliott no estaba muy seguro de cómo responder a eso y, además, se preguntaba si Ernesto estaría allí, aunque lo dudaba. Por lo que había visto y oído últimamente, no se había dejado ver desde que se había marchado de casa hacía un par de sábados en su presencia. Aunque había querido hablar del tema con Adelia, sus hermanas le habían recomendado que se mantuviera al margen. Estaban convencidas de que la pareja acabaría solucionando las cosas porque eso era lo que hacían los miembros de su familia.

Sin embargo, se preguntaba si su madre estaría al tanto de las tensiones existentes en ese matrimonio. Sabía que Adelia haría todo lo que estuviera en su mano para evitar que se enterara, así que ¿llegaría al extremo de convencer a Ernesto para que fuera a pasar el día y guardar así las apariencias?

—No te preocupes por Ernesto —le dijo a Daisy algo después mientras aparcaban en la calle de su madre—. Hoy habrá mucha gente. Si alguien te molesta, puedes quedarte a mi lado. Yo te protegeré.

Daisy sonrió.

—Eso es lo que me decías cuando me leías historias de miedo antes de irme a dormir cuando era pequeña.

—Lo decía en serio entonces, y lo digo en serio ahora. Siempre puedes contar conmigo —le aseguró.

Por mucho que no fuera su hija biológica, Daisy era su hija en alma y nadie volvería a hacerle daño estando él delante, y menos un miembro de su propia familia, ni siquiera aunque fuera sin querer.

En cuanto entraron en el caos en que se convertía la casa de los Cruz los domingos, Karen se fijó en que Adelia no estaba en la cocina ayudando con la comida como siempre. Se quedó en la puerta el tiempo justo para saludar y ofrecerse a ayudar, algo que se le rechazó automáticamente. Podía ser cocinera del mejor restaurante de la región, pero no estaba a la altura de los Cruz.

Tan pronto como salió, fue a buscar a la única cuñada con la que en los últimos días había desarrollado, al menos, un vacilante vínculo y la encontró sentada en el patio trasero viendo cómo los maridos jugaban al fútbol. Se fijó en que Ernesto no estaba allí.

Karen señaló una silla que había a su lado.

—¿Te parece bien que me siente contigo?

Adelia se encogió de hombros.

—Soy una compañía pésima —la advirtió.

Karen sonrió.

—¿Por eso te han desterrado del lugar que sueles ocupar en la cocina?

Para su sorpresa, Adelia se rio.

—Si te soy sincera, estoy evitando a mi madre.

—¿Porque Ernesto no está aquí y va a querer averiguar por qué?

—Has adivinado a la primera —dijo Adelia alzando una copa de vino a modo de brindis... Y no parecía ser la primera.

—¿Quieres hablar de ello con una tercera parte imparcial?

El último rastro que quedaba de la sonrisa de Adelia se desvaneció.

—No hay nada de qué hablar.

Karen se limitó a asentir y quedarse en silencio. Entendía perfectamente la necesidad de intimidad en una crisis, sobre todo estando entre una familia como esa, que compartía hasta el más mínimo detalle de las vidas de cada uno. Y aunque se ofrecían apoyo emocional, los juicios y fisgoneos podían ser más que abrumadores.

—No me estás presionando para sacarme información —dijo Adelia al cabo de un momento.

—Porque es asunto tuyo. Si decides que quieres hablar, aquí estoy. Si no, me parece bien —la miró a los ojos—. Ya sabes que he pasado por lo que estás pasando tú. Soy la única de la familia que ha vivido lo mismo.

Adelia sacudió la cabeza.

—Por lo que sé de tu matrimonio, por muy terrible que fuera, no se acerca a la burda parodia en que se ha convertido el mío —dijo con amargura y una lágrima resbalándole por la mejilla. Se la secó con impaciencia y se levantó—. No puedo hacer esto. Tengo que salir de aquí.

Antes de que Karen pudiera pensar en qué decir, Adelia ya se había marchado, y, un momento más tarde, oyó el motor de un coche.

—¿Se acaba de marchar Adelia? —preguntó Elliott de pronto ante ella y con gesto de preocupación.

Karen asintió.

—¿Qué le has dicho?

—No ha sido por nada que haya dicho yo —le contestó a la defensiva—. Ahora mismo es muy infeliz.

—Será mejor que vaya detrás —dijo lanzándole el balón a uno de sus cuñados.

Karen le agarró la mano.

—No lo hagas. Creo que necesita resolverlo sola.

—Lo que necesita es saber que estamos aquí.

Karen sonrió.

—Creo que ahí está parte del problema. No está lista para el rescate en bandada de la familia.

Elliott suspiró y se sentó en la silla que Adelia había dejado libre.

—Puede que tengas razón, pero es que verla así de hundida me hace querer ir a por Ernesto y darle una buena paliza.

—Tengo la corazonada de que Adelia lo agradecería, pero puede que no sea una buena idea. Cuando la gente se posiciona, si después hay una reconciliación, a veces es difícil olvidar todas las palabras desagradables que se han dicho o los puñetazos que se han dado.

Elliott le agarró la mano.

—El matrimonio es mucho más complicado de lo que me imaginaba.

—Eso es porque lo único en lo que pensabas era en tener sexo de modo estable y constante.

Él se quedó impactado por el burlón comentario.

—¡Eso no es verdad! —protestó—. Pensaba en las mil y una cosas que adoraría de pasar mi vida contigo.

Ella lo miró a los ojos y aprovechó la oportunidad para intentar recuperar las emociones que los habían unido.

—Cuéntame más.

—Pensaba en abrazarte por las noches. Pensaba en despertar a tu lado y mirando a tus preciosos ojos. Pensaba en tener un hijo contigo y formar una familia. Pensaba en cuando seamos mayores y estemos en unas mecedoras charlando sobre los recuerdos que hemos creado.

—¿Y nunca se te pasó por la cabeza la posibilidad de que tuviéramos desacuerdos?

Él sonrió.

—No, solo pensaba en hacer el amor para hacer las paces —suspiró dramáticamente—. La verdad es que eso sí que lo estaba deseando.

Ella se rio.

—Y voy yo y te lo niego.

Elliott le guiñó un ojo.

—Pero no pierdo la esperanza, cariño. Puede que pase esta noche si juego bien mis cartas durante el resto del día. ¿Tú qué piensas?

Con el corazón a punto de rebosar por las palabras que le había dirigido antes, asintió.

—Creo que existe una muy buena posibilidad.

Tal vez el sexo no fuera la respuesta a sus problemas, ni mucho menos, pero en sus brazos siempre recordaba lo segura y mimada que podía hacerla sentir. Y a veces con eso bastaba para que fuera más sencillo superar sus baches.

E-Pack HQN Sherryl Woods 2

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