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Capítulo 2
ОглавлениеElliott había visto a su mujer fuera de The Corner Spa hablando con Frances. Le había sorprendido que no hubiera entrado, pero estaba tan ocupado con su agenda de clases particulares que no había tenido tiempo de pararse a pensar en por qué habría ido Karen hasta allí para luego marcharse sin hablar con él.
Estaban a punto de cerrar cuando Cal Maddox pasó a recoger a Maddie, que se había quedado hasta tarde para ocuparse de los temidos papeleos de fin de mes. De camino al despacho de su mujer, Cal se paró a ver a Elliott.
—¿Qué tal te ha ido antes con Karen?
Impactado por la compasiva expresión de Cal y su solemne tono de voz, Elliott lo miró extrañado.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando.
Inmediatamente a Cal le cambió la cara.
—Vaya, tío, primero Erik mete la pata y ahora voy yo y hago lo mismo. Lo siento. Olvida lo que he dicho.
—No te pares ahora. Algo me dice que será mejor que oiga esto.
Cal no parecía nada contento con ser el portador de malas noticias.
—Al parecer, Erik le ha mencionado hoy a Karen lo del gimnasio y no se lo ha tomado bien. Él me ha llamado para preguntarme si debía avisarte, pero hemos quedado en que tal vez lo mejor era que se mantuviera al margen. Al fin y al cabo, el daño ya estaba hecho.
Miró a Elliott con preocupación.
—Imagino que no se lo has dicho.
—Ni una palabra —admitió Elliott cada vez lamentándolo más—. ¿Cómo de enfadada estaba?
—Bastante, pero luego la cosa se ha puesto peor. Cuando se ha enterado de que Dana Sue también lo sabía, ha salido de Sullivan’s como una flecha en dirección aquí. Está claro que no le ha hecho mucha gracia que se la haya dejado al margen.
Elliott suspiró.
—Pues eso lo explica todo. La he visto fuera hablando con Frances y me he preguntado qué estaría haciendo aquí porque luego se ha ido y no ha vuelto.
Cal sonrió.
—Si yo fuera tú, le mandaría flores a Frances. Está claro que ha logrado lo que Erik y Dana Sue no han podido. Ha calmado a Karen.
—Creo que no voy a darlo por hecho —sabía demasiado bien que la dulce naturaleza de Karen era engañosa. Cuando le salía el genio acababa estallando cuando menos te lo esperabas—. Sospecho que Frances no ha hecho más que retrasar lo inevitable.
Cal lo miró con gesto de curiosidad.
—Aún no me puedo creer que no le hayas mencionado lo del gimnasio. ¿Hay alguna razón?
—No he tenido tiempo de hablarlo con ella —respondió Elliott con frustración—. Además del hecho de que Karen y yo apenas nos vemos últimamente, todos nosotros teníamos muchas cosas en las que pensar y quería estar seguro de que íbamos a hacerlo antes de sacarle el tema. Ya la conoces, Cal. Le tiene mucho respeto al dinero y le da pánico correr riesgos. No quería que se asustara sin motivos.
—¿Entonces te lo has callado para protegerla?
Elliott asintió con pesar.
—En su momento me parecía que tenía sentido hacerlo.
Cal le lanzó una mirada comprensiva.
—Lo entiendo, pero ¿quieres un consejo? En este pueblo nunca vale la pena tener secretos porque en cuanto una sola persona lo sepa, tarde o temprano todos lo sabrán. ¿Recuerdas cómo se puso Dana Sue cuando se enteró de los planes de Ronnie para abrir la ferretería? ¿O cómo se lo tomó Sarah cuando se enteró de que Travis tenía grandes planes para montar una emisora de radio y quería que ella participara? A las Dulces Magnolias les gusta estar metidas en todo desde el principio. No les gusta que se las dé de lado.
—Pero Karen nunca ha salido realmente con las Dulces Magnolias —dijo Elliott, aunque entendía perfectamente lo que Cal había querido decir.
—Se pasa todo el día con Dana Sue y con el marido de Helen —le recordó Cal—. Trabaja aquí y ve a mi mujer todo el tiempo. Tal vez no vaya a las noches de margaritas, pero hazme caso, es una Dulce Magnolia. Están muy unidas y no hay quien las separe.
Elliott asintió.
—Te entiendo. Supongo que será mejor que me vaya a casa y me enfrente a la situación. Algo me dice que esto va a provocar una de esas incómodas conversaciones en las que sale a relucir que soy tan machista como mi padre. Me temo que mis hermanas han hablado demasiado del enfoque de mi padre sobre el matrimonio y cómo se tenía que hacer lo que él dijera. Pero, irónicamente, todas se han casado con hombres como él. Me enorgullezco de no parecerme en nada a mi padre, pero después de este pequeño episodio, algo me dice que me va a costar mucho que Karen se lo crea.
Cal se rio.
—Buena suerte.
—Gracias —respondió Elliott—. Supongo que no estaría mal hacer un pedido doble de flores.
Cuando Elliott entró con un enorme ramo de fragrantes lirios de colores, Karen supo que alguien lo había puesto al tanto de lo sucedido en Sullivan’s. ¡Para que luego dijeran que las mujeres eran unas cotillas!, pensó sacudiendo la cabeza. Los hombres de ese pueblo, o al menos los que estaban casados con Dulces Magnolias, eran uña y carne y, además, unos bocazas. Y por mucho que Elliott y ella estuvieran en la periferia de ese grupo, su efecto los alcanzaba.
—¿Quién te lo ha contado? —le preguntó aunque se paró a oler las flores y sacó un viejo jarrón para meterlas; tenía bastantes gracias a los frecuentes regalos de Elliott. Estaba segura de que su marido tenía el número de la floristería guardado en marcación rápida. Sin embargo, en la mayoría de los casos no había utilizado las flores para salir de un aprieto, sino que era un hombre atento que destacaba por sus gestos impulsivos y románticos.
Le lanzó una mirada cargada de inocencia.
—¿Contarme qué?
—Que antes he perdido los nervios. ¿Te ha llamado Erik para avisarte antes de que yo llegara al spa?
—Erik no ha llamado, al menos, no para hablar conmigo —dijo riéndose—. Ha llamado a Cal para preguntarle si debería advertirme y han decidido que era mejor que se mantuviera al margen.
—Pero luego Cal ha ido a recoger a Maddie y a informarte de paso. ¡Cómo no!
—La maquinaria de cotilleos en Serenity es un milagro; funciona bien, incluso, sin tener que recurrir a la tecnología moderna. Puede que sea el único pueblo del país que no tiene adicción a los mensajes de texto —cruzó la cocina para acercarse a ella; posó las manos sobre su cadera y acercó la boca a su mejilla—. Así que, ¿me he metido en un problema? —le preguntó susurrándole al oído.
Pero a Karen no le hizo ninguna gracia el tono divertido de su voz ya que debería haberse tomado más en serio la pregunta que le había hecho.
—Bastante.
Sin embargo, por desgracia, no era completamente inmune a sus tácticas. Elliott podía seducirla en menos tiempo del que se tardaba en pedir una pizza, cosa que, por cierto, había hecho justo antes de que él llegara. Ahora parecía querer acurrucarse contra su cuello, algo que, normalmente, era el preludio de unos jueguecitos más excitantes.
—No vas a distraerme, así que para ahora mismo.
—¿Que pare qué? —le preguntó de nuevo intentando que sus ojos color chocolate adoptaran una expresión de inocencia que ella no se estaba creyendo—. Solo le estoy diciendo «hola» a mi preciosa esposa después de un día muy largo.
—No, lo que haces es pretender persuadirme para que deje de estar enfadada contigo porque sabes perfectamente bien que si logras llevarme a la cama, me olvidaré de todo por lo que estoy enfadada —lo miró fijamente—. Pero esta vez no, Elliott. Y lo digo en serio.
Él suspiró y dio un paso atrás, claramente decepcionado, pero aceptando su decisión de que, por el momento, el juego de seducción quedaba descartado.
—¿Dónde están los niños?
—Tampoco están aquí para salvarte. Tu madre se los ha llevado a su casa a cenar enchiladas.
A él se le iluminó la cara de inmediato.
—¿Mamá ha hecho enchiladas? Pues entonces deberíamos ir.
—De eso nada. Te guardará las sobras. Nosotros vamos a tomar pizza y ensalada y a mantener una charla bien larga. Dependiendo de cómo vaya, ya decidiremos si recogemos a los niños esta noche o si se quedan a dormir allí.
Por primera vez, él empezó a darse cuenta de lo enfadada que estaba y una expresión de alarma cruzó su rostro.
—¿Todo esto es porque he olvidado mencionarte lo del gimnasio?
—No se te ha «olvidado» mencionarlo, Elliott —le contestó en voz baja y furiosa por las lágrimas que al instante cubrieron sus ojos. Se dio la vuelta esperando que él no viera lo sensible que estaba. Quería mantener la calma y mostrarse fría para poder hablar del tema racionalmente sin volcar en la discusión todo su bagaje emocional.
Fingiendo centrarse en aliñar la ensalada, dijo:
—Decidiste deliberadamente no hablar del tema conmigo porque no te parecía que mi opinión fuera a importar o porque tenías miedo de que intentara vetarte la idea.
—No fue así.
—Es exactamente como fue —se giró y lo miró renunciando a seguir conteniendo las lágrimas y dejándolas fluir libremente—. Elliott, ¿cómo vamos a hacer que funcione nuestro matrimonio si no hablamos sobre algo que va a cambiar nuestras vidas? Por lo poco que sé, incluso yo puedo ver que lo de este gimnasio va a ser algo de gran envergadura y tú estás metido en ello. ¿Sabes lo mucho que duele que tanta gente lo sepa ya y que yo no sepa nada?
—Lo siento. De verdad que sí. Es una oportunidad increíble, Karen. Yo jamás podría hacer algo así solo. Estaba intentando asimilarlo para saber si podríamos hacerlo realidad.
—¿Y no has pensado que esta tonta que está aquí podría tener algo que decir al respecto?
Él se mostró verdaderamente impactado por sus amargas palabras.
—No digas locuras, cariño. Ya sabes cuánto me importa tu opinión. Para mí lo eres todo.
Esas palabras tan cariñosas le tocaron el corazón, como siempre.
—Eso creía —dijo en voz baja secándose las lágrimas que no podía contener.
—Oh, no llores —le suplicó rodeándola con sus brazos—. Por favor, no llores. Sabes que me destroza verte llorar, sobre todo cuando es culpa mía.
Después de mantenerse tensa un momento, Karen respiró hondo y se relajó. Ese lado tan cariñoso y adorable de Elliott era lo que la había hecho enamorarse de él. Por eso le resultaba tan devastador que hiciera cosas sin pensar, como haberla dejado al margen de esa decisión.
—¿Puedo contártelo ahora? ¿Me escucharás y adoptarás una postura abierta?
Ella asintió lentamente sin apartarse de él.
—Eso puedo hacerlo —alzó la cabeza y lo miró—. Pero estas cosas no pueden volver a pasar, Elliott. Cuando se trate de algo importante, o incluso de algo mínimo pero que afecte a nuestra familia, debemos decidirlo juntos. En eso quedamos. De lo contrario, estamos condenados al fracaso.
—Sé que tienes razón. Te prometo que seré más considerado —le aseguró—. Creía que te estaba ahorrando preocupaciones innecesarias por algo que, tal vez, no fuera factible. Creía que tenía más tiempo para pensar en los detalles.
—¿En Serenity? —le preguntó lanzándole una mirada irónica.
Él se rio.
—Sí, eso es lo que ha dicho Cal. Aunque la verdad es que solo llevamos unas semanas hablando de esto. Al principio no era más que una idea que surgió mientras nos tomábamos unas cervezas una noche después de jugar al baloncesto. Yo ni siquiera estaba seguro de que fuera a llegar a ninguna parte, y por eso no vi motivos para mencionártelo.
—Pero ya ha ido más allá, no se ha quedado en una simple charla, ¿no? Y, aun así, no me has dicho nada —dijo viendo cómo los ojos de Elliott perdían toda ilusión y odiando haber reprimido su entusiasmo. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Había preguntas muy importantes que necesitaban respuestas.
—Es verdad. Tom McDonald ha echado algunas cuentas y Ronnie Sullivan ha mirado algunos locales.
—Espero que no lo haya hecho con Mary Vaughn —dijo pensando en Dana Sue y en lo poco que se fiaba de que su marido estuviera cerca de la agente inmobiliaria, incluso a pesar de que ahora Mary Vaughn hubiera vuelto con su exmarido y hubieran tenido otro hijo juntos. Pero Mary Vaughn tenía la mala costumbre de ir detrás de Ronnie cada vez que lo veía vulnerable. En teoría, se había dado por vencida, pero en la práctica... A saber...
Elliott sonrió al ver su reacción.
—Creo que en todo momento han tenido carabina. Entre el nuevo bebé e intentar enseñar a Rory Sue para que se convierta en agente inmobiliario, Mary ya tiene bastante sin tener que ir a por Ronnie otra vez —sacudió la cabeza—. Las mujeres tenéis muy buena memoria, ¿eh?
—Cuando se trata de recordar cómo lo ha perseguido durante años, sí —le confirmó Karen—. Y no te vendría mal recordarlo por si tienes alguna antigua novia rondando por ahí.
—Ninguna —se apresuró a decir.
Ella le dio una palmadita en la mejilla.
—Está bien saberlo.
Antes de poder seguir informándola sobre los planes para el gimnasio, llegó su pizza de Rosalina’s. Karen puso la ensalada sobre la mesa de la cocina, sirvió dos copas de vino y se sentaron. Después de haberle dado el primer mordisco a su pizza, se fijó en que Elliott no dejaba de mirarla.
—¿Qué?
—Sé que el motivo de esta pequeña cena íntima no era exactamente romántico, pero he de admitir que resulta muy agradable tener a mi mujer para mí solo un par de horas sin la más mínima interrupción potencial.
Ella sonrió ante el calor de su voz y ese inconfundible brillo de deseo en sus ojos. Siempre había logrado hacerla sentir increíblemente especial y deseada, y ahora incluso estaba dispuesta a dejar que esa mirada aplacara su furia.
—Entonces es una suerte que Frances se haya ofrecido a darnos una noche así todas las semanas. Y si podemos convencer a tu madre para que se quede otra noche, puede que tengamos el tiempo que necesitamos para volver a ponernos al día.
—¿De verdad crees que nos hemos quedado tan estancados en nuestra relación? —le preguntó Elliott, claramente preocupado por sus palabras.
—Bastante. Ya sabes qué destruyó mi primer matrimonio. Ray nos metió en una deuda terrible de la que yo no sabía nada y después me dejó en la estacada. Ni siquiera se quedó lo suficiente para ayudarnos a salir de la ruina en la que nos dejó. Tuve que afrontarlo todo yo sola. Por eso cuando me enteré de lo del gimnasio lo único en lo que podía pensar era en que estaba volviendo a pasar lo mismo. Sé que fue un pensamiento irracional, pero tuve una terrible imagen retrospectiva y no pude evitar que me entrara el pánico, Elliott.
Aunque él tenía muchas razones para sentirse ofendido por la injusta comparación, se limitó a mirarla a los ojos y a decir:
—En primer lugar, jamás seré irresponsable con el dinero. Y, en segundo lugar, por muy difíciles que se pongan las cosas o muchos desacuerdos que tengamos, yo jamás te abandonaré. Cuando me casé contigo, fue para siempre, cariño.
Karen oyó sinceridad en esas promesas, sabía que le estaba hablando con el corazón, pero la experiencia le había demostrado que incluso las mejores intenciones no siempre eran suficiente. La prueba la tendría en lo que pasara en su relación de ahora en adelante.
Aunque había visto la furia en los ojos de Karen disiparse y sentía que lo peor ya había pasado, Elliott también conocía a su mujer lo suficiente como para saber que necesitaba más tiempo para enmendar la situación. Por eso, mientras ella estaba en la cocina recogiendo, llamó rápidamente a su madre.
—Mamacita, ¿puedes quedarte esta noche con Daisy y Mack? —le preguntó bajando la voz.
—Claro. ¿Y por qué estás susurrando?
—No sé qué opinará Karen de que te cargue con la responsabilidad de ocuparte de ellos.
La mujer se alertó de inmediato.
—¿Es que estáis discutiendo por algo? Cuando Karen me ha llamado antes y me ha pedido si podía quedármelos un par de horas, me ha dado la sensación de que no lo hacía porque fuera a tener una velada romántica con su marido.
Elliott sabía muy bien que no debía meter a su madre en sus problemas. Las dos mujeres habían pactado una tregua y por muy poco podría echarse a perder.
—¿Puedes quedarte con Daisy y con Mack, por favor, mamá?
Su madre debió de captar que no le daría ninguna explicación porque inmediatamente respondió:
—Por supuesto. ¿Quieres que se vayan al colegio directamente por la mañana? Tienen ropa aquí y tu hermana puede recogerlos y llevarlos en el coche cuando Adelia vaya a llevar a sus hijos.
—Si no te importa, sería genial. Gracias, mamá —le dijo en español.
—De nada —respondió su madre antes de añadir—: Y, Elliott, si algo va mal, soluciónalo.
—Eso pretendo.
Colgó, entró en la cocina y le quitó a su mujer el trapo que tenía entre las manos.
—Siéntate. Ya termino yo de recoger.
Ella lo miró con gesto de diversión.
—A ver... Ya he sacado la basura y he fregado los platos. Exactamente, ¿qué pretendes hacer?
—Terminar de secarlos —respondió de inmediato y acercándose hasta dejarla acorralada entre su cuerpo y la encimera—. Y después voy a tomarme el postre.
—¿Postre? —preguntó con los ojos abiertos de par en par y la respiración entrecortada—. ¿Qué tienes en mente exactamente? En el congelador no hay helado. Ya lo he mirado. Los niños y tú os habéis comido lo que quedaba.
—Pero tú estás aquí y no se me ocurre nada más sabroso, cariño.
Esas palabras pronunciadas con tanta suavidad hicieron que se le iluminaran los ojos.
—¿No deberías ir a recoger a Daisy y a Mack? No deberían estar fuera tan tarde teniendo colegio mañana.
—Ahora mismo mi madre está metiéndolos en la cama. Y ya que parece que no vas a desterrarme y a obligarme a pasar la noche con ellos fuera de casa, esperaba que pudiéramos aprovechar y tener la noche para nosotros solos —la miró fijamente a los ojos—. Me has perdonado, ¿verdad?
—Casi.
—¿Pero no del todo?
—Vas a tener que demostrarme que has aprendido la lección.
—Dudo que esta noche pueda traerte la prueba —lamentó él.
—Es verdad. Eso solo el tiempo lo dirá.
Él deslizó un dedo sobre la línea de su mandíbula y a ella se le aceleró el pulso.
—¿Y mientras tanto?
Lentamente, Karen lo rodeó por el cuello y se acurrucó contra su cuerpo. El modo en que encajaron fue suficiente para que a él le hirviera la sangre.
—Mientras tanto —dijo Karen muy despacio tocando sus labios con los suyos—, podemos probar esto del postre a ver qué tal.
Él sonrió contra su boca.
—Ya sé qué tal irá. Voy a hacerle el amor a mi mujer hasta que grite y me suplique más.
Ella se echó atrás y lo miró divertida.
—Yo nunca te suplico.
—Pero seguro que eso puedo cambiarlo —le dijo colando una mano bajo sus braguitas y viendo cómo cerraba los ojos y su cuerpo respondía a sus caricias.
Y Karen ni siquiera suplicó cuando su respiración se entrecortó y su piel empezó a cubrirse con el brillo de un suave sudor. Lo que sí hizo fue aferrarse a sus hombros, rodearlo por la cintura con las piernas y besarlo hasta que fue él el que acabó suplicando.
De camino al dormitorio con ella en brazos, Elliott pensó por milésima vez en lo afortunado que era de haberla encontrado. Ella era el azúcar para su pimienta, la dulzura para su pasión.
Y entonces, justo cuando menos se lo esperaba, Karen le dio la vuelta a la tortilla al mostrarle un inesperado deseo que le arrebató el aliento. Ese tira y afloja entre ambos, al menos en ese campo de su vida de pareja, era algo con lo que todo hombre soñaría.
Y en cuanto a la comunicación que mantenía sólido cualquier matrimonio, él aún tenía que trabajar en ello, como había quedado demostrado ese día en concreto. Pero con tal de que su mujer se sintiera feliz y satisfecha en sus brazos para siempre, haría lo que hiciera falta.
Karen aún tenía preguntas, muchas en realidad, pero como había comprobado, Elliott tenía el don de hacerle olvidar todo excepto lo que era sentirse el centro del mundo.
Cuando se conocieron la había aterrorizado la pasión que era capaz de despertar en ella, no había estado preparada para enamorarse completamente, no después del desastroso matrimonio que había tenido. Había mantenido a Elliott alejado, tanto que casi lo había perdido por ello, pero al final había sido Frances la que le había hecho ver que ese hombre era su segunda oportunidad.
Por aquel entonces había tenido muchas segundas oportunidades. Cuando Dana Sue había estado a punto de despedirla, Helen había negociado para mantenerle el puesto e, incluso, había acudido al rescate cuando el estrés la había llevado al borde de una depresión por la que podría haber perdido a sus hijos. Se había llevado a su casa a Daisy y a Mack, se había ocupado de que Karen recibiera el apoyo que necesitaba y, llegado el momento adecuado, los había vuelto a reunir a los tres.
Y entonces, durante aquella terrible época en la que había estado más hundida que nunca, había conocido a Elliott, un hombre no solo fuerte, sino muy seguro de sí mismo, persistente y con un corazón abierto y generoso. A la vez que la había ayudado a fortalecerse físicamente durante sus entrenamientos en el gimnasio, regalo de Helen, Dana Sue y Maddie, también había reconstruido su maltratado ego siempre que ella se lo había permitido.
En aquel momento le había costado mucho confiar en que lo que él sentía por ella pudiera ser real y tampoco había confiado en sus propios sentimientos. Y después, cuando la madre y las hermanas de Elliott se habían opuesto rotundamente a que tuviera una relación con una mujer divorciada, ella había visto la excusa perfecta para salir corriendo.
Pero gracias a Dios, él no se lo había permitido y, sorprendentemente, el amor que surgió entre los dos le dio suficiente confianza en sí misma como para enfrentarse a su madre, ganársela y hacer que se convirtiera, si bien no en una amiga, en una aliada.
Tendida ahora en la cama con él, aún sintiendo su calor después de haber hecho el amor, podía notar su mirada puesta en ella.
—¿En qué estás pensando, cariño? —le preguntó con la mano apoyada en su cadera y mirándola fijamente; era una caricia cálida y posesiva a la vez.
—En cómo hemos llegado hasta aquí. ¿Cómo sabías que debíamos estar juntos?
Él sonrió ante la pregunta.
—La primera vez que te vi, me robaste el corazón y me calaste muy hondo.
—¿Y por qué yo no lo vi en ese momento? —siempre la había inquietado que él hubiera estado tan seguro mientras que a ella la había asustado tanto tener una relación.
—Sí que lo viste.
—Claro que no.
La sonrisa de Elliott aumentó.
—La gente solo sale huyendo cuando tiene miedo, cariño, y solo tiene miedo de los sentimientos que son tan fuertes que no puede controlarlos.
Ella lo miró fijamente y riéndose.
—Estás siendo un engreído.
—No, solo estoy siendo listo y diciendo la verdad —bromeó—. Admítelo. Como poco, me deseabas desde aquel primer día en el gimnasio. No querías, pero así fue.
Aún riéndose, Karen asintió.
—De acuerdo, a lo mejor sí que te deseaba un poco, como todas. Pero para ti fue algo más y sigo sin saber por qué. ¿Qué viste en mí? Por esa época estaba hecha una pena.
—Pero no te parecías a ninguna mujer que hubiera conocido antes. Eras preciosa y vulnerable y quería ayudarte a que volvieras a ser fuerte.
Ella alzó un brazo, flexionó el bíceps y suspiró.
—Sigo sin estar muy fuerte.
Él le dio una palmadita en el pecho.
—Es tu corazón el que ha vuelto a ser fuerte.
—¿Y eso lo dices después de cómo me he puesto hoy?
Elliott sonrió.
—Me has plantado cara, ¿no? Has dicho lo que tenías que decir y has pedido respuestas. No te has echado atrás.
—No, hasta que me has metido en la cama.
—No estamos aquí solo porque quisiera desviarte del tema. Si tienes más preguntas, te las responderé hasta que quedes satisfecha.
Ella sonrió.
—Las preguntas pueden esperar. Preferiría que volvieras a satisfacerme como lo has hecho hace un momento.
Al instante, la mirada de Elliott se oscureció.
—Con mucho gusto —murmuró—. Siempre con mucho gusto.