Читать книгу E-Pack HQN Sherryl Woods 2 - Sherryl Woods - Страница 19
Capítulo 12
ОглавлениеKaren estaba tomándose un descanso en la cocina de Sullivan’s el sábado después de un turno de almuerzos de locura cuando la puerta trasera se abrió y Elliott entró seguido de Mack. Su hijo solo tenía siete años, pero era grande para su edad con un cuerpo robusto y fuertes piernas. Aún tenía la sonrisa traviesa de cuando era más pequeño y esos ojos llenos de emoción.
—¿Adivina qué? —gritó al correr para abrazarla.
—¿Qué? —preguntó ella riéndose ante su euforia.
—Elliott y yo hemos ido al parque y había niños jugando al rugby y Elliott me ha dicho que yo también puedo jugar. ¿No es el mejor, mamá? Es solo rugby sin placaje para los niños pequeños y hasta hemos hablado con el entrenador. He practicado como los niños grandes y jugaré el primer partido la semana que viene, ¿vas a venir? —estaba dando brincos mientras le daba la noticia.
Karen miró a su marido.
—¿Rugby? ¿Sin consultármelo? —añadió en voz baja.
Elliott se encogió de hombros.
—Lo he llevado al parque y al ver a los niños entrenar ha dicho que quería jugar. Travis, Tom y Cal están entrenando a los equipos y dicen que podría jugar con los pequeños. Ya le has oído, es rugby sin placaje, es para niños.
—Esa no es la cuestión —dijo con tirantez y sin querer iniciar una discusión delante de Mack ni acabar con la evidente alegría del niño. Últimamente parecía que lo único que hacía era pisotear el entusiasmo de su familia.
—Mamá, hasta voy a tener uniforme si encuentran patrocinadores para el equipo —dijo Mack tirándole de la manga para captar su atención—. A lo mejor Sullivan’s podría patrocinarnos. Se lo puedes preguntar, ¿verdad?
Pero imaginando que Karen preferiría comer barro antes que hacerlo, Elliott intervino rápidamente.
—Mamá no tiene por qué hacerlo, colega. Recuerda que el señor Sullivan ha dicho que podría solucionarlo.
—Ah, sí —respondió Mack y echó un vistazo a su alrededor—. ¿Erik ha hecho galletitas hoy? Sus galletas con pepitas de chocolate son las mejores.
Karen se rio a pesar de su enfado. No tenía ni idea de qué ingrediente usaría Erik en su masa de galletas, pero eran mejores que las suyas, o incluso que las de María Cruz, y ya se encargaba su traicionero hijo de recordárselo.
—Creo que ha guardado unas pocas por si venías —le dijo a Mack revolviéndole el pelo antes de ir hacia el alijo secreto que Erik siempre tenía a mano para los niños que entraban y salían de la cocina. Volvió con dos—. Aquí tienes, chiquitín. Y cuando hayas terminado de pringarte de chocolate, asegúrate de que Elliott te mete en la bañera al llegar a casa. Parece que hayas estado jugando en una pocilga.
Mack sonrió.
—Jugar al rugby no es divertido si no te ensucias —apuntó y abrió los ojos de par en par—. ¡A lo mejor hasta me corto y me tienen que dar puntos! A Timmy Marshall tuvieron que darle seis puntos cuando lo tiraron al suelo.
Hablaba como si eso fuera una placa de honor que deseara con todas sus fuerzas. Estaba claro que pasaba por alto el dato de que para dar puntos hacían falta agujas, algo que detestaba.
Karen suspiró. Había esperado que pasaran unos cuantos años más antes de que las tendencias atléticas de su hijo tiraran hacia uno de los deportes más brutos. ¿Por qué no se lo había mencionado a Elliott? Debería haber imaginado que su marido pensaría que el rugby era una forma perfecta de que su hijo de siete años pasara las mañanas de los sábados. Ahora ella se pasaría esos días con el corazón en un puño hasta que viera que Mack volvía a casa sin un rasguño.
Elliott no había empezado el día con la intención de apuntar a Mack a rugby, pero no se había resistido cuando el niño le había expresado su interés. Él no había jugado con ninguna liga formal a su edad, pero sí que había salido con niños que estaban obsesionados con ese deporte. Se había llevado su buena ración de golpes y moretones a la edad de Mack y lo veía como parte del crecimiento de un niño.
Suspiró pensando en el gesto de Karen cuando su hijo le había hecho el gran anuncio. Estaba claro que no compartía su opinión y él sabía que lo que había hecho le traería consecuencias.
Cuando había dejado a Mack en casa de su madre para poder ir a atender a las clientas de la tarde, vio a Cal en el despacho de Maddie. Llamó a la puerta, que estaba abierta.
—¿Tenéis un minuto?
Maddie levantó la mirada de los papeles que tenía sobre la mesa.
—Claro, ¿qué pasa?
—A Karen no le ha hecho gracia que hayas apuntado a Mack al equipo de rugby —supuso Cal de inmediato, lanzándole una compasiva mirada.
Maddie se mostró asombrada.
—¿Le has apuntado sin consultárselo? Tiene siete años, ¡por favor!
—Pero quería jugar —dijo Elliott a la defensiva.
—Tiene siete años —repitió Maddie.
Cal se rio.
—Está claro que eso es cosa de madres. Los padres están deseando apuntar a sus hijos a todos los deportes que encuentran.
—Porque parece que se os olvida que esas cabecitas no están hechas de cemento —contestó Maddie disgustada.
—Llevan cascos —le recordó Cal—. Y es rugby sin placaje.
—Pero, aun así, pueden sufrir conmociones cerebrales. Doy gracias al cielo por que a Ty solo le interesara el béisbol y que a Kyle no le gustara ningún deporte.
Cal le sonrió.
—Pero ahora tenemos un hijo que probablemente se hará profesional con los Halcones o puede que con las Panteras de Carolina —dijo refiriéndose a su hijo pequeño.
—Muérdete la lengua —le contestó Maddie con ganas—. Si nuestro bebé muestra algún interés en jugar al rugby en el instituto, me lo pensaré.
—Los buenos jugadores empiezan a jugar en primaría y algunos empiezan en la Liga Peewee.
—Pues entonces nuestro hijo será un niño corriente —le contestó con gesto desafiante—. En este tema estoy con Karen.
Elliott escuchó la conversación extrañamente aliviado.
—¿De verdad crees que lo que le ha molestado es que Mack sea demasiado pequeño para jugar al rugby?
—Claro —respondió Maddie mirándolo aturdida—. ¿A qué creías que se debía?
—Aún no tengo muy claras cuáles son las reglas que tengo que seguir como padrastro —admitió—. Creía que estaba furiosa porque pensaba que yo no tenía derecho a tomar esa decisión.
Maddie sacudió la cabeza.
—Eres un padrastro fantástico y Karen lo sabe. Si quieres saber mi opinión, creo que ha sido por haber tomado una decisión estúpida, no por no tener derecho a hacerla.
Cal se rio.
—Mi mujer, la diplomática.
Elliott sonrió a pesar de su estado de ánimo.
—Ey, quería saber su opinión. No tenía por qué endulzármela.
—¡Como si yo fuera a hacerlo! Eso no va conmigo.
—Doy fe de ello —dijo Cal guiñándole un ojo—. Es uno de los rasgos que adoro en ti, al menos casi todo el tiempo.
Lo miró pensativa.
—Bueno, casi has salido del agujero que tú mismo te has cavado hace un minuto. Sigue así. ¿Qué otros rasgos te encantan de mí?
Elliott salió por la puerta.
—Puede que eso sea demasiada información para mis tiernos oídos. Gracias por vuestra opinión.
—De nada —murmuró Maddie aunque ya estaba distraída porque Cal se había acercado y estaba susurrándole a saber qué al oído. Pero lo que fuera le había sacado a Maddie una sonrisa y una mirada que Elliott reconocía demasiado bien. Sin duda ese hombre sabía cómo encandilar a su mujer. Tal vez debería aprender alguna lección.
—Le has apuntado sin ni siquiera decírmelo —se quejó Karen con un susurro esa noche—. Creía que habíamos quedado en que hablaríamos de estas cosas.
Elliott frunció el ceño ante sus palabras.
—Me vendría bien que me aclararas algunas cosas. ¿Esto es por la posibilidad de que Mack pueda hacerse daño jugando, que es por lo que creía que habías objetado, o por no habértelo consultado?
—Por las dos cosas, pero sobre todo es un problema porque yo soy su madre y yo decido lo que puede y no puede hacer —le dijo sin pensar en las implicaciones de esas palabras.
Solo cuando vio el dolor que se reflejó en los ojos de Elliott se dio cuenta de que estaba actuando muy mal. Parecía como si lo hubiera abofeteado. Por muy furiosa que estuviera, la reacción de Elliott estaba totalmente justificada, pero antes de poder disculparse, él ya se había puesto de pie.
—Ya entiendo —dijo en voz baja y fue hacia la puerta—. Tengo que irme. Volveré en un par de horas.
Asombrada de que se marchara en mitad de una discusión, lo miró y dijo:
—¿Te marchas?
—Si no, los dos vamos a decir cosas que no queremos. Vamos a tomarnos un descanso. Y como imagino que no quieres dejar solos a «tus» hijos, soy yo el que tiene que irse.
Oír su desacertado comentario pronunciado con tanto dolor en la voz de Elliott hizo que todo su enfado se esfumara. Corrió tras él y lo alcanzó justo cuando Elliott salió.
—Lo siento —dijo totalmente arrepentida—. No pretendía decir eso. Eres un padre maravilloso en todos los sentidos.
—Pero tu eres la madre biológica —le contestó con frialdad—. Está claro que no debo olvidarlo.
Ella cruzó el porche y al rozar su brazo sintió la tensión en sus hombros.
—Lo siento muchísimo.
Elliott suspiró.
—Está claro que tenemos que trabajar mucho más en nuestra comunicación, cariño. No podemos seguir haciéndonos daño de este modo.
—Tienes razón. ¿Podemos hablar de esto en otro momento? Frances se quedará con los niños mañana por la noche. Prepararé una cena especial y hablaremos. Tenemos que decidir cómo vamos a manejar esta clase de situaciones cuando surjan.
Elliott la miró fijamente.
—Lo que tenemos que decidir es qué papel desempeño con tus hijos. No quiero ser una figura paterna que solo es poco más que una niñera de vez en cuando.
—Por supuesto que no. Tú nunca has sido eso.
—Y tenemos que solucionar todo esto antes de que nos planteemos tener un hijo. No podemos aplicar unas normas para nuestro hijo y otras para Daisy y Mack.
—Estoy de acuerdo.
La miró fijamente.
—Antes de que cenemos mañana, tal vez deberías pensar en si me permitirías adoptar a los niños. Su padre lleva años sin aparecer. Creo que Helen podría arreglar los papeles, si quieres. Sé que sí que es lo que yo quiero. Llevo mucho tiempo diciéndotelo, pero cada vez que saco el tema me ignoras.
Karen lo miró sorprendida.
—Siempre he pensado que al hablar de ello lo hacías de manera hipotética. Supongo que no me daba cuenta de cuánto significaría para ti. Debería haberlo entendido.
—Es duro ser el extraño de la familia.
Karen estaba asombrada de saber que lo había hecho sentir así.
—Jamás he pretendido que te sintieras así. Eres más padre de los niños de lo que nunca fue Ray. Así es cómo te ven. Lo sabes.
—¿Y tú?
—Yo también lo veo así —insistió.
—Pues no lo parecía hace dos minutos.
—Lo sé y lo siento mucho. He hablado sin pensar.
—¿Sabes qué es lo más irónico? Que Maddie casi me había convencido de que solo estabas molesta porque eres madre y las madres tienen ese miedo arraigado a que sus niños se hagan daño jugando al rugby, pero está claro que yo tenía razón. Me parece que tiene más que ver con el hecho de que no tengo derecho a decidir nada cuando se trata de los niños.
Ella lo miró extrañada.
—¿Has hablado de esto con Maddie?
—Sí —respondió con aire desafiante—. Quería otro punto de vista y Cal y ella estaban allí cuando he llegado al spa. Tienen experiencia con el tema de los padrastros.
—¿Y no deberías hablar conmigo de esas cosas en lugar de con nuestros amigos? —preguntó consciente de que no estaba siendo razonable. Estaba claro que tenía que hablar con sus amigos y pedirles consejo, sobre todo cuando ellos habían pasado por situaciones similares.
—Lo habría hecho, pero estabas enfadada y no quería empeorar las cosas, y menos cuando estabas en el trabajo. Quería comprender cuánto me había equivocado —se encogió de hombros—, pero está claro que no me ha servido de nada, porque ha sido Maddie la que se ha equivocado. Todo esto es por mí.
La miró a los ojos.
—¿Sabes? Si Ray estuviera en vuestras vidas, esto no sería ningún problema para mí porque me mantendría al margen si pensara que comportarme como un padre iba a perjudicar a su relación con sus hijos. Pero no es el caso. ¿Qué piensas de que adopte a los niños? Y quiero la verdad, Karen.
—Supongo que no he pensado en ello —admitió—. Creía que las cosas estaban bien como están. Saben que los quieres.
—Pero también saben que tú eres la verdadera figura de autoridad.
Karen frunció el ceño.
—Eso no es verdad. Te escuchan.
—Solo cuando tú no estás. Mira, esto no tiene por qué pasar, pero creo que podría ser importante para ellos ver que los quiero como si fueran míos y que podría aclarar la situación en cuanto a quién tiene que tomar las decisiones o imponerles disciplina. Lo haremos conjuntamente. Puede que esto no importe ahora que son pequeños, pero la adolescencia no está tan lejos, al menos para Daisy, y entonces sí que podría importar.
Ella entendía lo que quería decir.
—Hacerlo conjuntamente está bien —dijo de inmediato y sabiendo que no solo Elliott tenía razón, sino que ella había sido injusta al sugerir lo contrario—. Sé que no me he expresado bien antes, pero eso es exactamente lo que quiero decir. Tenemos que hablar de las cosas y decidirlas juntos. No hablo de comprar helado después del colegio o regañarlos por portarse mal. Tenemos que estar de acuerdo en las cosas más importantes.
Elliott asintió.
—Como el rugby.
—Como el rugby.
—¿Vas a insistir en que Mack no juegue?
Por mucho que quería hacerlo, porque solo tenía siete años, no decepcionaría a su hijo ahora que estaba tan emocionado con la idea. Y tampoco quería socavar la autoridad de Elliott y darle la razón actuando como si sus decisiones no contaran.
—No, pero si vuelve a casa con cortes, moretones o huesos rotos, ten cuidado —le advirtió.
—Tomo nota —respondió él con seriedad.
Volvió a entrar y la rodeó con sus brazos.
—A lo mejor algún día dejamos de discutir tanto por estas cosas.
Ella le acarició la mejilla y se relajó por primera vez desde que había empezado la discusión.
—Cuento con ello.
—¿Y hablaremos sobre la posibilidad de que los adopte formalmente?
Ella asintió. No sabía por qué había estado mostrando reticencia a dar un paso que les daría a sus hijos una gran estabilidad, pero sabía que eso era lo que había estado haciendo. Había creído que él solo hablaba en teoría porque eso era lo que la había convenido. Tenía que averiguar por qué había sido tan reacia y entonces tal vez Elliott, ella y los niños podrían dar el paso para convertirse en una familia totalmente unida.
Karen se quedó sorprendida cuando, unos días más tarde, Raylene llamó a la puerta de la cocina de Sullivan’s, y entró con gesto de disgusto.
—Sé que te prometí que me pasaría a tomar un café hace unas semanas, pero mi vida ha sido una locura. ¿Aún sigue en pie la oferta?
—Claro que sí. Y has elegido una mañana fantástica. Erik ha hecho café y se ha marchado a comprar unas cosas. Dana Sue tardará una hora en volver.
Sirvió dos tazas de café y le indicó que tomara asiento en una butaca al lado de su puesto de trabajo.
—Espero que no te importe, pero tengo que adelantar trabajo para el almuerzo. Aunque puedo hablar mientras troceo esto. ¿Qué ha pasado que te ha mantenido tan ocupada?
—Carter ha estado haciendo un montón de turnos imposibles en la comisaría. Aunque ahora es el jefe de policía de Serenity, sigue haciendo turnos patrullando. Sus hermanas están metidas en todas las actividades del instituto, así que, adivina quién las lleva y las trae y se sienta con el público y aplaude cuando tienen actuaciones.
—Es un gran cambio comparado con cómo estabas hace un par de años. ¿Te va bien?
—Sinceramente, quitando alguna que otra punzada de pánico cuando salgo por la puerta, estoy llevando muy bien tanto ajetreo. Cuesta creer que hubiera una época en la que me aterrorizaba poner un pie fuera de casa —se encogió de hombros—. Ayuda que mi loco y maltratador ex esté por fin encerrado y por mucho tiempo esta vez.
—Imagino que eso debe de haber sido un gran alivio. No sé qué haría si a Ray se le pasara por la cabeza volver a Serenity. No es que fuera un maltratador, pero aún me queda mucho odio y rabia por el modo en que me abandonó y me dejó sumida en todos esos problemas económicos.
—¿Has vuelto a saber algo de él? ¿Te pregunta por los niños?
Karen negó con la cabeza.
—Es como si no existieran —pensó en el papel que estaba desempeñando Raylene con las hermanas pequeñas de Carter—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro.
—¿Te ha costado asumir qué papel debías adoptar con las hermanas de Carter?
Raylene se quedó pensativa.
—Fue difícil al principio, cuando empezamos a salir y no sabía adónde iría nuestra relación. Sabía que Carrie necesitaba mucho una influencia femenina en su vida, pero no quería pasarme de la raya. A veces había situaciones incómodas —sonrió—. Pero ahora las dos me ven como una hermana mayor, creo, y Carter y yo solucionamos las cosas juntos. A lo mejor si Carter fuera su padre, en lugar de su hermano mayor y tutor legal, sería más complicado, pero estamos adaptándonos a manejar las cosas.
Miró a Karen fijamente.
—¿Por qué me lo preguntas? ¿Tiene Elliott problemas adaptándose al papel de padrastro?
—La verdad es que es fantástico —admitió—. Soy yo la que parece tener problemas para adaptarme a tener una pareja de verdad que comparte la responsabilidad de criar unos hijos. Sin pretenderlo, lo he hecho sentirse como si no tuviera ni voz ni voto.
—Pues eso no está bien. ¿Y tienes idea de por qué has estado haciendo eso?
Karen sacudió la cabeza.
—No dejo de darle vueltas, y no le encuentro motivos. Hasta quiere adoptarlos oficialmente, pero yo me he estado conteniendo.
—¿Podría ser porque aún te da miedo que las cosas no funcionen con Elliott? —especuló Raylene con delicadeza—. Eso podría hacer que fueras cauta a la hora de darle un papel legal y permanente en vuestras vidas.
Karen frunció el ceño ante tan inesperada sugerencia, pero, por desgracia, todo sonaba demasiado plausible. Después de que Ray la hubiera hundido, después de haber solucionado todo aquel desastre, ¿estaba pensando que no quería tener que enfrentarse a todas las repercusiones si Elliott y ella no lograban sacar adelante su matrimonio?
—Espero que no. Quiero que este matrimonio funcione más que nada en el mundo. No es solo porque no quiera otro fracaso, sino porque sé lo afortunada que soy de haber encontrado a un hombre como Elliott, que es honrado, amable y encantador. Pero cada vez que tenemos algún bache, sí que me entra el pánico, eso está claro.
—Entonces puede que sea eso lo que te tiene conteniéndote, pero si crees que negarte a que Elliott adopte a los niños los protegería si terminarais divorciándoos, estás engañándote. Sus vidas y emociones ya están entrelazadas. Lo único que estás haciendo tú es privarlos de saber que su padrastro los quiere de forma tan incondicional que quiere hacerlo legal.
Karen asintió lentamente, viéndolo todo desde una nueva perspectiva. Tal vez no estaba preparada del todo a dar ese último salto de fe, pero sabía que tenía que llegar ahí, no solo por sus hijos, sino también por ella.
Había pensado que casarse con Elliott bastaba para demostrar su compromiso, pero ahora veía que tenía más pasos que dar antes de que estuviera completamente volcada en su matrimonio. Era un descubrimiento inesperado que, con tantos altibajos como estaban teniendo últimamente, no podía haber llegado en peor momento.
Adelia entró en el despacho de Ernesto en la empresa de construcción que había fundado con dos socios y con la que había tenido un gran éxito a pesar de los pésimos pronósticos económicos de los últimos años. Pasó por delante de su secretaria saludándola simplemente con la mano. Vio a la mujer fruncir los labios de disgusto, pero la ignoró.
Cuando entró, Ernesto estaba al teléfono recostado en la silla y con sus caros zapatos sobre el enorme escritorio que ella le había ayudado a elegir cuando le había decorado el despacho de modo que anunciara a gritos su éxito a cualquiera que entrara. Sabía que la primera impresión era importante en una empresa que estaba empezando.
Mientras él terminaba, se movió de un lado a otro de la sala y, finalmente, se sentó en un sillón de piel frente al escritorio cuando colgó.
—Qué sorpresa —dijo él con expresión neutral—. ¿Qué te trae por aquí?
—Tenemos que hablar —le respondió con la determinación que había estado acumulando de camino allí.
—¿No sería mejor mantener nuestras conversaciones personales en casa?
—Lo sería si estuvieras allí alguna vez y si nuestros hijos no pudieran escucharlo todo. Selena ya está demasiado disgustada con lo que está pasando.
—¿Es que nos ha escuchado a escondidas? ¿Pero qué le pasa a esa niña?
—No le pasa nada. Tiene doce años y entiende que nuestras peleas no pueden significar nada bueno —lo miró con dureza—. Además, no ayuda que lo sepa todo sobre tu última amante.
Él tuvo la gentileza de mostrarse desconcertado al oírlo.
—¿Cómo? ¿Por qué se lo has contado? —le preguntó furioso—. ¿Es que quieres destrozar mi relación con ella?
—No le he contado nada. Te ha visto con esa mujer. ¿Qué te esperabas cuando te has liado con alguien que vive a unas calles de tu casa? ¿No sabías que podrían pillarte, o es que es lo que querías? ¿Esperabas que me sintiera tan humillada como para acabar abandonándote?
Él se quedó perplejo por sus duras palabras.
—Siempre has sabido lo de las otras mujeres. Daba por hecho que comprendías que era el precio que tenías que pagar por vivir en esa casa enorme y tener todo lo que necesitas.
Adelia lo miró preguntándose cómo era posible que se hubiera creído enamorada de ese hombre tan insensible y egoísta.
—Te crees lo que estás diciendo, ¿verdad? ¿Crees que una casa grande y unos cuantos lujos compensan que te traten como si no valieras nada?
—No es que no valgas nada —le dijo con vehemencia—. Eres la madre de mis hijos.
—Y ya está —le contestó con desaliento aceptando que su papel había quedado reducido a poco más que una cuidadora de sus hijos—. Estás dándole un ejemplo terrible a tu hijo, Ernesto. No quiero que crezca pensando que es aceptable que un hombre trate a una mujer así, con tan poco respeto. Y no quiero que él y sus hermanas me vean como la clase de mujer que encuentra aceptable ese comportamiento.
—¿Qué se supone que quiere decir eso?
—Quiere decir que espero que pases las noches en tu casa, que espero que hagas honor a la promesa que hiciste el día que nos casamos. Si eso significa que pasemos el resto de nuestras vidas viendo a consejeros matrimoniales, pues eso será lo que haremos. Pero no seguiremos así.
—¿Y si digo que no? —le preguntó, convencido de que ella no tenía ningún recurso y que solo se estaba tirando un farol para intentar hacerlo cambiar.
—Pues entonces agarraré a mis hijos y te abandonaré —le dijo mirándolo fijamente—. Y te sacaré cada centavo que pueda para asegurarme de que a nuestros hijos no les falte de nada. No he hablado con Helen Decatur-Whitney, pero estoy segurísima de que tengo pruebas suficientes para que un tribunal me dé todo lo que pida.
Él golpeó la mesa con el puño.
—¡No habrá divorcio! Tu madre te hará entrar en razón.
—No cuentes con eso —le dijo con suavidad—. Siempre me preocupaba mucho lo que dijera mi madre, pero ella no está viviendo esta mentira en la que se ha convertido nuestro matrimonio. Yo sí. ¡Y ya estoy harta!
Antes de que él pudiera responder, se levantó y salió. Solo al llegar al coche se dio cuenta de cuánto estaba temblando, pero por primera vez en años sentía que, muy poco a poco, volvía a respetarse.