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Capítulo 7

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Que Elliott le propusiera que volvieran a cenar en Rosalina’s el sábado después de la noche de margaritas la pilló por sorpresa.

—Ya está todo listo —le aseguró—. Mi madre se llevará a los niños a dormir y los llevará a la iglesia el domingo por la mañana.

—Pero los sábados sueles estar agotado —le respondió Karen—. Y yo tengo que trabajar por el día, así que seguro que también estaré cansadísima. ¿Seguro que quieres salir? Tal vez deberíamos pasar la noche con los niños.

—Les encanta quedarse a dormir en casa de mamá, y yo quiero algo de intimidad con mi mujer —le había dicho—. Los dos hemos tenido una semana muy ajetreada y prometimos sacar tiempo para estar juntos, ¿verdad? Estoy decidido a ceñirme a nuestro plan.

Ella había accedido porque estaba claro que para él era importante mantener su palabra sobre la promesa de hacer que esas llamadas «citas» fueran más frecuentes.

Sin embargo, ahora que estaban en Rosalina’s, se estaba preguntando si había sido lo más inteligente ir allí un sábado.

Hacía tanto que no salía un sábado por la noche que había olvidado cómo podía ser. El agradable establecimiento estaba lleno de familias y parejas de adolescentes y el nivel de ruido era una locura. Miró a su marido.

—Si contabas con una cena tranquila y romántica, no creo que este sea el lugar.

—Cualquier sitio donde esté contigo es romántico, cariño. Aquí estaremos bien.

Sorprendida de que quisiera quedarse, se encogió de hombros y lo siguió hasta una mesa libre. Cuando Elliott se sentó a su lado, y no enfrente, se rio.

—Creo que empiezo a captar tu estrategia. Si hay demasiado ruido, así tienes la excusa perfecta para sentarte prácticamente encima de mí y susurrarme al oído.

Él se rio a carcajadas.

—Me has pillado —respondió sin arrepentirse lo más mínimo.

Pidieron una ensalada, pizza y jarras de cerveza heladas y se acomodaron en el banco. Elliott le echó un brazo sobre los hombros y ella lo miró de reojo.

—A ver, señor, ¿qué está pasando?

Él intentó adoptar su mirada más inocente, pero no lo logró y al final, bajo el implacable examen de su mujer, se dio por vencido.

—Tenemos que hablar del gimnasio —confesó.

Karen se quedó paralizada ante su sombrío tono de voz.

—No me has contado mucho desde que os reunisteis la otra noche. ¿Hay algún problema?

Una parte de Karen esperaba sinceramente que lo hubiera.

Tal vez si los demás se echaban atrás, Elliott y ella podrían seguir adelante con sus planes de aumentar la familia. Sin embargo, a la vez que lo pensaba se dio cuenta de que estaba siendo muy egoísta. Estaba claro que esa aventura empresarial significaba mucho para él y que la veía como una gran oportunidad para el futuro de su familia.

Elliott dio un trago de cerveza y asintió.

—Yo no lo veo como un gran problema, pero puede que tú sí.

A Karen no le pareció que eso sonara muy bien, aunque intentó mantenerse neutral hasta oír el resto de lo que le tenía que contar.

—Dime.

—Ya están cerradas las cifras iniciales y son algo más elevadas de lo que habíamos calculado en un principio.

—¿Cuánto más elevadas? —le preguntó secamente, viendo ya que la conversación se deterioraría enseguida—. ¿Y qué supone eso para ti? Ya has estado hablando de usar casi todo lo que tenemos ahorrado, Elliott.

—Tenemos un poco más —le dijo mirándola fijamente—. Y tenemos las escrituras de la casa.

A ella se le paró el corazón.

—¡No puedes estar hablando en serio! —contestó con incredulidad—. ¿Quieres usar todos nuestros ahorros y, además, hipotecar la casa? De eso nada, Elliott. Lo digo en serio. Es nuestro hogar. No te permitiré que lo pongas en peligro.

—Solo serán unos cuantos miles de dólares. Y será a corto plazo. Devolveremos el dinero en unos pocos meses como mucho.

Ella seguía mirándolo incrédula.

—No se trata solo de unos miles de dólares. ¡Es nuestra casa! ¡Nuestra red de seguridad! Después de lo que hizo Ray, ¿cómo puedes plantearte seriamente hacer algo así? Ya sabes cuántas veces he estado a punto de que me echen de casa y de verme tirada en la calle con dos niños. Ya sabes que estuve a punto de declararme en bancarrota. ¿Qué te hace pensar que aceptaría algo que podría volver a poner a mi familia en esa situación?

—Escúchame —le suplicó.

—No —contestó intentando apartarlo para poder levantarse y marcharse. Por desgracia, él era como un bloque de granito y casi imposible de mover. Ya que no podía irse, se conformó con recordarle—: Mi nombre está en las escrituras de la casa junto con el tuyo. El banco nunca te concederá un préstamo sin mi consentimiento y no te lo daré. Te prometo que no lo haré, Elliott.

Apenas era capaz de mirar esos ojos cargados de dolor porque tenía que aferrarse a toda la rabia que la recorría, ya que uno de los dos debía ser sensato, y estaba claro que ese papel le tocaba asumirlo a ella.

—Karen, sé razonable. Decidimos que hablaríamos sobre esta clase de decisiones, pero eso no significa que tú tengas que tomarlas unilateralmente.

—Ni tú tampoco.

Él suspiró.

—Cierto, pero si me escucharas, verías que todo este negocio es muy sólido. Cal ha hecho algunos estudios de mercado.

Ella enarcó una ceja.

—Me imagino que habrá hablado con algunos padres del colegio.

Elliott hizo una mueca de vergüenza que demostró que había acertado.

—Lo que quiero decir es que hay demanda para este gimnasio. Lo que vamos a invertir en él es una miseria comparado con los beneficios.

—Los beneficios potenciales —lo corrigió—. No hay nada seguro cuando se trata de negocios, Elliott. Serenity no es un pueblo grande. La economía sigue floja y la gente no tiene mucha liquidez.

—Seguro que a Dana Sue le dijeron lo mismo cuando quería abrir Sullivan’s en un pueblo donde a las hamburguesas de Wharton’s se las consideraba el equivalente de la alta cocina —respondió Elliott—. Y mira lo que ha hecho Ronnie con su ferretería a pesar de que la última que hubo fracasó. Tenía una visión única del local y la hizo funcionar.

Karen no podía discutirle los ejemplos, pero eso no le hacía cambiar de idea.

—¿Sigue sin convencerte? Entonces fíjate en The Corner Spa. Maddie, Helen y Dana Sue no tenían ninguna experiencia, pero ahora su reputación se ha extendido por todo el estado. Este gimnasio tendrá la mía. Llevo años en el negocio del fitness. Conozco a mucha gente. Se me conoce por saber lo que hago.

Como sabía que no la dejaría escapar hasta que le hubiera dejado las cosas claras, Karen intentó relajarse.

—Elliott, no estoy cuestionando tu valía como entrenador personal. Al fin y al cabo, he visto por mí misma los resultados que puedes obtener, pero esto no se trata de creer o no en ti.

Él la agarró suavemente de la barbilla y la forzó a mirarlo.

—Sí que lo es. Las oportunidades así no surgen todos los días, Karen. ¿No puedes dar este salto de fe por mí? ¿Por los dos?

Ella oyó la súplica en su voz y quiso desesperadamente ofrecerle todo su apoyo, pero ¿cómo iba a hacerlo? ¿Y si se arruinaban? No estaba segura de que pudiera volver a pasar por lo mismo.

—Quiero esto para ti —le dijo intentando hacer que lo comprendiera—. Si tuviera una bola de cristal y pudiera ver el futuro y saber que va a ser un éxito enorme, o incluso un negocio estable y sólido, te apoyaría al cien por cien. Pero la vida no funciona así.

—Estás dejando que el miedo pueda con el sentido común —la acusó.

—Probablemente sí —admitió sinceramente—. Porque no veo otra opción. Podría soportar que utilizaras nuestros últimos ahorros, pero no que volvieras a hipotecar la casa. Creo que con eso se rompe nuestro acuerdo. Si los demás tienen tanta fe en esto, deja que carguen ellos con todo el peso. Como has dicho, la mayoría tienen negocios prósperos. Su situación económica es mucho más estable que la nuestra.

—Se han ofrecido a hacerlo.

—Bueno, ahí lo tienes —dijo sintiendo un inmenso alivio—. Hay una solución. No estoy destruyendo tu sueño.

—No, solo destruyes mi orgullo —se levantó—. Tengo que ir a dar un paseo. Volveré antes de que nos traigan la comida.

—¡Elliott! —le gritó, pero o no la escuchó o, más probablemente, la ignoró.

Se quedó sentada aturdida, deseando poder marcharse, pero sabiendo que no era la solución. Por muy difícil que había sido la conversación, había sido necesaria. Y, por increíble que pareciera, había aprendido algo sobre sí misma, algo que casi le despertó una sonrisa. Se había mantenido firme y eso por sí solo ya era un motivo de celebración.

Ahora solo esperaba no perder a su marido por eso.

Elliott paseó de un lado a otro del abarrotado aparcamiento de Rosalina’s durante diez minutos, deteniéndose solo para darle algún que otro puñetazo al capó de su coche con la esperanza de que eso lo aplacara.

Karen tenía razón. Sabía que la tenía, al menos desde su punto de vista. Él había gestionado la situación muy mal desde el principio. Tal vez si se lo hubiera contado en un primer momento, cuando Erik y los demás le habían propuesto la idea, se habría mostrado más entusiasta.

¿Qué tenía que hacer ahora? No quería renunciar. Cada vez que se reunía con los chicos se ilusionaba más con la idea y, a pesar de haber ejercido de abogado del diablo la otra noche, estaba convencido de que el gimnasio sería un éxito siempre que gestionaran su inversión y sus gastos con prudencia.

Pero por muy decidido que estaba, también sabía que no se atrevía a hacerlo a espaldas de Karen e hipotecar su casa. Hasta él podía ver que eso no solo destruiría la confianza que tenía en él, sino que probablemente sería una tontería desde el punto de vista económico.

—Pareces un hombre que acaba de tener una conversación no muy agradable con su mujer —dijo Cal acercándose.

Elliott suspiró.

—Ni te imaginas.

Cal se rio, aunque la situación no tenía nada de graciosa.

—Creo que sí. Maddie y yo acabábamos de sentarnos al otro lado del restaurante cuando os hemos visto. He notado que algo no iba bien y me he imaginado por qué —ahora le hablaba con expresión más seria—. Elliott, si este proyecto va a perjudicar tu matrimonio, tal vez tengas que replanteártelo.

—No. Quiero hacerlo. Creo que es mi oportunidad de hacer algo más importante que dar clases. Me encanta trabajar con la gente, pero tener un negocio, algo donde participe personalmente, podría darnos a Karen y a mí la estabilidad económica que tanto quiere para los dos. Es irónico que le dé tanto miedo el riesgo a corto plazo como para no ver el potencial a largo plazo.

—¿Y puedes culparla? —le preguntó Cal con toda razón.

—Por supuesto que no la culpo —respondió frustrado—. Sé muy bien por lo que ha pasado. Ray la hundió —y de pronto recordó que Cal le había dicho algo sobre Maddie, aunque no la había visto ahí fuera—. Por cierto, ¿dónde está Maddie?

—La he dejado hablando con Karen. A lo mejor ya ha tenido tiempo de ver qué le pasa. ¿Quieres volver a comprobarlo? No sé tú, pero yo me muero de hambre y dudo que alguna de ellas vaya a traernos la comida al aparcamiento.

Elliott lo miró sorprendido.

—¿Maddie también está cabreada?

—Cree que somos una panda de idiotas que hemos llevado mal el asunto desde el principio, así que está ahí dentro solidarizándose con Karen.

Elliott sonrió.

—Está claro que yo soy un idiota, pero no creo que tú te merezcas llevarte la culpa.

Cal le echó un brazo sobre los hombros con gesto afectivo.

—Ya te he dicho que las Dulces Magnolias siempre permanecen unidas. Puede que nos quieran a rabiar de manera individual, pero colectivamente, pueden volverse contra nosotros si creen que alguno nos hemos pasado de la raya. Tú, amigo mío, nos has puesto las cosas feas a todos. Una vez se corra la voz sobre lo de esta noche, y créeme que pasará, la mayoría de las mujeres no hablarán a sus maridos para solidarizarse con Karen.

—Y aun así estás hablando conmigo.

—Porque ya he pasado por eso —le dijo comprensivamente—. Y también todos los demás. Hemos aprendido muy bien a compadecernos los unos de los otros. Esto va a funcionar, Elliott. Encontraremos el modo de que así sea.

—Pues a menos que encontremos el modo de pulsar un botón para borrarle a Karen el recuerdo de su primer matrimonio, no sé cómo —respondió con tono sombrío.

—Deja que las mujeres pongan en marcha su astucia —sugirió Cal—. Después de todo, a ellas también les gusta la idea. Puede que tengamos que esperar un poco, pero creo que al final entrarán en razón.

—Eres un hombre optimista —dijo Elliott sacudiendo la cabeza con incredulidad.

—Conseguí a Maddie en contra de todos los pronósticos, ¿no? No quería casarse conmigo. El sistema escolar al completo se oponía a nuestra relación porque era la madre de uno de los niños que entrenaba y, encima, diez años mayor que yo. El pueblo entero se escandalizó —sonrió—. Y míranos ahora, casados y padres de dos niños propios más los tres suyos. ¿Cómo no iba a ser optimista con cosas que están destinadas a suceder?

«Ojalá ese optimismo fuera contagioso», pensó Elliott. En cambio, entró en el local abatido y preguntándose si le hablaría alguien.

Karen se había sorprendido cuando Maddie se había sentado frente a ella justo después de que Elliott se hubiera marchado. Y se había quedado más sorprendida aún con sus primeras palabras.

—Qué insensibles pueden ser los hombres, ¿verdad? —le había preguntado su amiga.

La miró asombrada.

—¿Nos has oído?

Maddie negó con la cabeza inmediatamente.

—Las palabras no, pero he podido imaginarme el contenido. Cal me ha contado que el presupuesto proyectado es más elevado de lo esperado. Imagino que Elliott te ha traído aquí esta noche para contártelo esperando que no lo mataras en un lugar público.

A pesar de estar de mal humor, no pudo evitar reírse.

—Imagino que esa era su estrategia.

—Pues parecía estar de una pieza cuando ha salido de aquí —comentó Maddie.

—Probablemente porque estaba demasiado impactada como para pensar en qué arma utilizar para meterle algo de sentido común en esa cabeza dura que tiene.

—Qué pena que en los restaurantes ya no se pueda fumar. Los ceniceros suelen ser bastante gruesos para utilizarlos con ese fin.

—¿Por qué no me había fijado nunca en que tienes una vena algo sanguinaria?

Por extraño que pudiera parecer, Maddie se mostró complacida con el comentario.

—Lo sé, ¿no es genial? Creo que es una reacción a todos los años en que me mostré tan pasiva durante mi primer matrimonio. Cal parece fomentar el lado más pendenciero de mi naturaleza.

—Elliott suele hacer lo mismo conmigo —le confió Karen—. Creo que está arrepintiéndose de lo de esta noche. No le hace ninguna gracia que me haya negado a que ponga en peligro nuestra casa para conseguir más dinero e invertirlo en el gimnasio —le lanzó a Maddie una mirada lastimera—. No estoy siendo poco razonable, ¿verdad?

—No lo creo, pero no es ni mi matrimonio ni mi casa.

—¿Tú habrías accedido?

—¿Has visto ese enorme mausoleo en el que vivo? Era la casa Townsend que con mucho gusto recibí como préstamo en el acuerdo de divorcio. Si pudiera poner ese lugar en peligro, lo haría sin dudarlo, pero eso es una venganza, no estoy hablando en sentido práctico. A mi exmarido lo volvería un poco loco ver la joya familiar subastada. Yo estaría mucho más feliz en una de esas urbanizaciones donde vives tú, un lugar donde todo es nuevo y no se rompe con mirarlo.

—Podrías venderla y mudarte —le sugirió Karen.

—No sin el visto bueno de mi ex. Básicamente la tengo en préstamo hasta que nuestros hijos crezcan y eso se lo tengo que agradecer a Helen. Es una gran negociadora cuando está luchando por una amiga —suspiró—. Solo quedan un par de años hasta que Katie, la pequeña de mis hijos del primer matrimonio, se marche a la universidad y después la casa Townsend y yo nos separaremos para siempre. Tanto Cal como yo nos alegraremos de no volver a verla, pero por otro lado ha sido positivo que Ty, Kyle y Katie hayan podido vivir ahí, sobre todo cuando estaban destrozados por el divorcio. Seguir en la casa que habían conocido desde siempre les dio estabilidad.

La pizza que Karen y Elliott habían pedido llegó en ese momento y Maddie y ella se pusieron manos a la obra. Para cuando Cal volvió seguido de Elliott, ya solo quedaba una porción. Elliott miró el plato casi vacío.

—¿Y la cena?

—Estaba deliciosa —respondió Maddie—. No sé por qué nunca se me había ocurrido ponerle jalapeños.

Elliott sacudió la cabeza y miró a Cal.

—Creo que han pasado de nosotros —y mirando a Karen con cautela, añadió—: ¿Al menos podemos sentarnos con vosotras?

—Claro —contestó ella más calmada ahora que había tenido una conversación con alguien sensato que no intentaba convencerla para ir en contra de sus convicciones.

Pero justo cuando los dos hombres estaban a punto de sentarse, Maddie alzó una mano.

—Por ahora esta es una zona libre de asuntos del gimnasio. ¿De acuerdo?

Cal y Elliott se miraron y asintieron.

—Bien —dijo Maddie—. Porque la indigestión no aparece en la carta. Los jalapeños son lo más extremo que puede soportar mi cuerpo. Además, las citas deberían ser divertidas y relajantes.

Karen la miró sorprendida.

—¿Tenéis citas?

—Claro —respondió Cal—. Si no, nunca vería a mi mujer.

—¿Y cuántas veces a la semana? —preguntó Elliott mirando a Karen.

—Yo intento que sean siete —dijo Cal sonriendo—. Con tantas, imagino que tendré que tener suerte al final de la noche al menos una vez.

Maddie le dio un codazo.

—Anda, calla. Intentamos que sean dos, pero damos gracias si logramos que sea una.

—Nosotros acabamos de empezar a intentar incorporarlas a nuestra rutina —admitió Karen—. Tuvimos la primera hace unas semanas. Esta noche es la segunda.

—Y aquí estamos nosotros molestando —dijo Maddie como si se hubieran plantando en la mesa sin ser invitados y hubieran interrumpido un momento íntimo, más que intervenir en lo que, claramente, había sido una discusión.

—Necesitábamos unos árbitros amables —dijo Elliott—. Agradezco que estuvierais por aquí.

—Yo también —dijo Karen mirando a su marido. No había duda de que estaba preocupado por su desacuerdo, aunque si era porque habían discutido o porque ella no le había dado la razón, era algo que no podía saber.

Ya en la cama, Elliott vio cómo Karen se desvestía y se ponía un camisón de seda que, de ser por él, no tendría puesto dentro de quince minutos.

De camino a casa había estado muy callada, pero tenía esperanzas de que pudieran cumplir la tregua sobre la que Maddie había insistido.

Cuando había terminado en el baño y se había metido en la cama con él, Elliott se había acercado.

—Tenemos que hablar —había protestado Karen apartándose.

—Esta noche no —respondió con firmeza—. Los dos hemos dicho muchas cosas antes. Ahora lo mejor sería olvidarnos y volver a hablar por la mañana cuando tengamos las ideas más claras.

—Las tengo muy claras ahora mismo y no he cambiado de opinión —le dio la espalda y se acercó todo lo que pudo al borde de la cama para estar lo más alejados posible.

Él suspiró. Estaba claro que lo de hacer las paces haciendo el amor no entraba en los planes. Se quedó mirando al techo e intentó pensar qué hacer ahora. ¿Cómo podía hacerle entender lo importante que era ese gimnasio para formar su identidad como hombre y para el futuro de ambos?

—¿Elliott?

El susurro sonó medio adormilado y, si oía bien, un poco asustado.

—¿Qué, cariño?

—No sacarás el dinero a mis espaldas, ¿verdad?

Odió que tuviera esa opinión de él.

—No. Jamás haría nada a tus espaldas. Deberías conocerme mejor que eso.

—Pero sí que es lo que habría hecho tu padre, ¿verdad?

Elliott pensó en ello un minuto y lo cierto era que no podía negarlo.

—Es más que probable.

—¿Y qué habría hecho tu madre?

—Habría aceptado su decisión como cabeza de familia.

En ese momento ella se giró hacia él y, bajo la luz de luna que se colaba en la habitación, Elliott pudo ver el rastro de unas lágrimas en sus mejillas.

—Yo creo que no podría hacerlo.

Aunque una parte de él deseaba que las cosas fueran más fáciles entre los dos, que su palabra fuera a misa, sabía que no podía esperar que eso sucediera. Él no era su padre y ella, gracias a Dios, no se parecía en nada a su madre.

—Y yo jamás esperaría que lo hicieras —le aseguró—. Somos compañeros, Karen, y lo solucionaremos juntos.

—Pero no sé cómo. Tú tienes tus necesidades y yo las mías. No son las mismas.

—Tenemos una necesidad primordial que es la misma para los dos. Nos queremos y creemos en este matrimonio, así que haremos lo que haga falta para que funcione —la observó con preocupación—. Tengo razón, ¿no? Este desacuerdo no ha hecho que se tambalee la fe que tienes en los dos, ¿verdad?

—Me ha asustado —admitió—. No sé cómo podemos obtener lo que tanto deseamos cada uno.

En ese momento, Elliott tampoco sabía cómo, pero lo lograrían. Lo harían como fuera porque hacer menos era inaceptable.

Solo unos días después de su confrontación con Karen, Elliott volvió a reunirse con los chicos para tratar algunos detalles. Todos estaban decididos a seguir adelante y las ofertas de sus amigos para cargar con el peso económico seguían en pie. Sin embargo, hasta el momento, él había insistido en que encontraría el modo de pagar su parte.

El partido de baloncesto de esa noche había dado paso a una reunión de negocios en casa de Ronnie, donde podrían intercambiar información y trazar un plan de negocio definitivo. Elliott debía de haber estado muy callado porque Ronnie se dirigió a él diciendo:

—¿Sigue Karen reacia a que formes parte de esto?

—No con el concepto —respondió Elliott avergonzado de haber admitido eso.

—Es por el dinero, ¿verdad? —apuntó Travis—. No dejes que eso se convierta en un problema, porque no tiene por qué serlo. Si dividimos la inversión entre el resto de nosotros a mí me parecería bien. Estoy dispuesto. ¿Qué me decís el resto?

Todos asintieron de inmediato.

—No —repitió Elliott—. No seré socio por caridad.

—Ya sabes que Maddie te arrancaría el corazón si te oyera referirte a ti mismo de ese modo —dijo Cal—. No olvides que en The Corner Spa ella participa con su trabajo, no con dinero. Cada centavo del dinero inicial salió de Helen y de Dana Sue.

—No es lo mismo —dijo Elliott testarudamente.

—Porque eres un hombre y además latino —aportó Ronnie con ironía—. No te molestes, pero ¿vas a dejar que el orgullo te impida tener un negocio para el que estás más cualificado que cualquiera de nosotros? Contamos con que conviertas este lugar en un gran éxito. Sin ti, tenemos una idea, pero no un gimnasio ni experiencia. Diría que eso merece que quedes eximido de contribuir económicamente.

—Estoy de acuerdo —dijo Travis.

Y los demás mostraron su conformidad.

Elliott quería aprovechar la oportunidad que estaban brindándole, pero no le parecía bien.

—Dadme unos días, tal vez una semana, para ver si puedo conseguir algo. Me sentiré mejor si aporto mi parte. De lo contrario, no me parecerá bien participar de los beneficios. Me sentiré como un empleado.

Tom, que llevaba callado todo el rato, habló finalmente con gesto pensativo:

—¿Y si hacemos que sea un préstamo? —propuso—. Puedes devolvernos la inversión con lo que obtengas de los beneficios. Será estrictamente un acuerdo empresarial con un plazo de devolución generoso por si surge algún contratiempo mientras recuperamos la inversión y empezamos a obtener beneficios. No tendrás que dar ninguna fianza como te pasaría con un banco. ¿Lo aceptaría Karen?

Elliott se vio tentado. Era una solución más que justa y ni siquiera tendría que contárselo a Karen, ya que no arriesgaría nada de lo que tenían.

—Dejad que lo piense.

—Y háblalo con tu mujer —le aconsejó Ronnie, al parecer adivinando que estaba planteándose no contarle nada.

Elliott sonrió.

—Y yo que creía que me lo iba a poder ahorrar.

—No lo harás si eres listo —dijo Cal—. Va a preguntarse de dónde has sacado el dinero para seguir adelante con esto y lo que llegue a imaginarse probablemente será mil veces peor que la verdad.

Elliott suspiró.

—Tienes razón. Ya os contaré la próxima vez que nos reunamos.

—Y mientras tanto yo voy a firmar ese contrato de alquiler que Mary Vaughn no deja de restregarme por las narices —dijo Ronnie—. Para que veáis la confianza que tengo puesta en esto.

—Espera un poco —le suplicó Elliott. Porque si Karen se enteraba de que se había firmado ese contrato antes de que tuviera tiempo de hablar con ella, su explosión de ira acabaría con la buena voluntad que había logrado establecer entre los dos.

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