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Capítulo 14

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Después de una larga mañana en la playa, los niños estaban empezando a agotarse por la mezcla de sol, chapoteos y agua salada. Elliott propuso que buscaran un restaurante que Dana Sue le había recomendado y que después se marcharan a casa, ya que al día siguiente había colegio.

—No —protestó Mack, aunque apenas podía mantener los ojos abiertos—. Quiero nadar y nadar y nadar.

—Te pones azul cada vez que te metes al agua —dijo Daisy—. Y lo único que haces es quejarte de que está fría.

—¡Pero es súper divertido! —dijo entusiasmado.

Elliott sonrió.

—¿Y tú, pequeña? ¿Te has divertido?

Ella asintió.

—Estoy deseando contárselo a Selena. Se va a poner celosa. Ernesto nunca los lleva a la playa —y como si se hubiera dado cuenta de que había tocado un tema delicado, añadió—: Bueno, a lo mejor no debería decirle nada.

—Creo que puedes contarle a Selena lo bien que lo has pasado —le dijo Elliott—, pero tal vez podrías preguntarle si le apetecería venir la próxima vez. Así no se sentirá como si la estuvieras dando de lado o como si estuvieras restregándole algo que ella no puede hacer.

A Daisy se le iluminó la mirada.

—¿Habrá una próxima vez? ¿Y podrá venir? —preguntó emocionada.

Elliott se giró hacia Karen.

—¿Tú qué crees?

Karen asintió.

—Creo que hemos empezado una nueva tradición familiar. Siempre que tengamos tiempo para una salida especial, esto será lo que haremos. ¿Trato hecho?

Elliott sonrió ante los gritos de entusiasmo que venían del asiento trasero. Habían necesitado un día así, solos los cuatro, así que lo que fuera que les hubiera costado en tiempo y dinero bien había merecido la pena. Esperaba que Karen lo entendiera para que pudieran hacer más salidas sin que ella estuviera sopesando los gastos y las recompensas.

Ya en el restaurante, los niños apenas pudieron terminarse la comida antes de empezar a esforzarse por mantener los ojos abiertos. Sin embargo, los ojos de Karen seguían brillando de deleite como hacía tiempo que no los veía brillar.

—Ha sido un buen día, ¿verdad?

—Sí, y ha sido un buen recordatorio de lo importante que es dejar atrás nuestras preocupaciones de vez en cuando. Nos seguirán esperando mañana, pero después de esto no nos resultarán tan desalentadoras. Llevo tanto tiempo siendo prudente que había olvidado cómo era no serlo. Gracias por enseñarme que podemos encontrar el modo de tener algo de equilibrio.

Elliott asintió con satisfacción.

—Pues entonces he logrado mi objetivo. Te he puesto una sonrisa en los labios y algo de color en las mejillas.

—Y tanto que lo has hecho —dijo antes de acercarse para besarlo—. Gracias.

Casi de inmediato ella pinchó otra gamba y la estudió como si estuviera en un laboratorio.

—¿Qué especias crees que han usado? Están deliciosas.

Elliott se rio.

—Sabía que no podrías aguantar toda la cena sin preguntarte eso.

—Soy muy predecible, ¿verdad?

—En el mejor sentido, y por eso he hablado con la gerente mientras los niños y tú estabais en el baño —se sacó un trozo de papel del bolsillo y lo sostuvo lejos de ella sugerentemente—. Es la lista de especias del chef.

Ella lo miró asombrada.

—¡Estás de coña! —dijo emocionada e intentando agarrarla—. La mayoría de los chefs no divulgan sus secretos.

—Pero este tiene un libro de cocina y todo está ahí. La encargada me ha hecho una copia de la página cuando le he explicado lo mucho que te gustan las recetas.

—Sabía que tu encanto me vendría bien algún día —bromeó, intentando una vez más agarrar el papel.

—Todavía no. ¿Cuál es mi recompensa?

Karen lo agarró de los hombros y le dio un beso que hizo que le hirviera la sangre.

—No ha estado mal.

Su mujer frunció el ceño ante esa menos que entusiasta opinión.

—¡Pero si ha sido un beso excelente! —protestó.

—¿Adónde nos llevará cuando lleguemos a casa?

Ella se rio.

—No sabía que esto fuera una negociación. En ese caso, imagino que podríamos pensar en algo que sea mutuamente satisfactorio.

—De acuerdo —dijo él entregándole el papel.

Al instante se vio inmersa en la lista de especias y mordiéndose la punta de la lengua. Con el ceño fruncido de concentración, se la veía tan deliciosa que él necesitó todo el comedimiento que le quedaba para no llevarla a sus brazos y besarla de nuevo, aunque con la promesa que había hecho aún revoloteando por sus oídos, podía esperar un poco más.

Pero eso no evitó que se diera prisa en pagar la cuenta, meter a los niños en el coche y ponerse en carretera. Y si, además, hacían el viaje de vuelta un poco más deprisa... bueno... en esa ocasión la velocidad estaría justificada. Después de todo, ¿quién sabía cuál sería la recompensa cuando Karen descubriera que le había comprado el libro completo del chef?

Adelia había perdido la última pizca de paciencia que le quedaba con Ernesto. Su visita a su despacho no había conducido a nada más que, tal vez, a que él se mostrara más desafiante que nunca. Estaba claro que en ningún momento se había creído que ella fuera a poner fin a su matrimonio. Y lo cierto era que, por muy desesperada que estuviera en reclamarse respeto por sí misma, no estaba segura de poder hacerlo.

Solo imaginarse las consecuencias que tendría en su familia ya era desmoralizante, eso sin mencionar lo que pasaría si Ernesto lograra darle la vuelta a la tortilla en los tribunales y pudiera librarse de toda obligación de pasarles una pensión a ella y a sus hijos. Nunca había tenido un trabajo de importancia y, aunque no la asustaba el trabajo duro, adaptarse a un horario de trabajo después de ser madre y ama de casa sería una transición complicada. No podía evitar pensar que estaría tratando mal a sus hijos, y a pesar de eso sabía que había otras familias en las que todo parecía bien aunque la madre trabajara fuera. No tenía más que fijarse en Elliott y Karen, por ejemplo.

Sabía que tenía que pedir una cita con Helen Decatur-Whitney, que tenía la reputación de hacer que sus clientas salieran ganando en casos como ese, pero eso haría que la posibilidad del divorcio fuera una demasiado real. En cierto nivel nada realista, seguía pensando que su marido entraría en razón. Sin embargo, hasta el momento no había señales de que eso fuera a pasar. O no le importaba, o estaba contando con que ella se mantuviera fiel a su creencia de conservar el statu quo, lo cual le venía muy bien porque le proporcionaba la excusa perfecta para no comprometerse con ninguna de esas mujeres que pasaban por su vida.

En algunos aspectos, lo peor de todo era no tener a nadie en quien confiar. A su madre la descartaba, y también a sus hermanas y a Elliott. Pensó en Karen, que en más de una ocasión se había ofrecido a escucharla sin juzgarla ni decir nada, pero después de cómo se había comportado con su cuñada antes de que Elliott y ella se hubieran casado, solo la idea le resultaba embarazosa. Aun así, podría terminar siendo su mejor opción, ya que estaba claro que Karen era la única dentro de la familia que tenía experiencia con un divorcio.

Ojalá hubiera mantenido a alguna de sus amigas del instituto, pero una vez había empezado a salir con Ernesto, había centrado su vida alrededor de él y más tarde alrededor de sus hijos. Ahora veía qué gran error había cometido. Tenía muchos conocidos gracias a su trabajo en el voluntariado, pero nadie a quien se sintiera unida lo suficiente como para estar dispuesta a confiarle sus miedos y secretos más profundos.

—Lo que necesito —decidió una mañana después de que los niños se hubieran marchado al colegio— es un empleo.

Un empleo a tiempo parcial sería la transición perfecta por si las cosas pasaban al siguiente nivel y solicitaba el divorcio. De pronto deseaba la sensación de independencia que le proporcionaría. Sin embargo, expresar ese pensamiento en alto fue tan impactante que tardó un minuto en asimilar que se lo estaba planteando. Era licenciada en Empresariales, aunque el diploma estaba lleno de polvo y sus recuerdos de los trabajos de clase tan sumidos en el pasado que no estaba segura de que contaran. ¿Quién la contrataría en base a eso? ¿Qué pondría en su currículum? ¿Que había participado en docenas de comités y que trabajaba como voluntaria en la biblioteca?

¿Y quién la contrataría en Serenity hoy en día? La crisis económica había sacudido al pueblo al igual que a todas partes, a pesar de los mejores esfuerzos del administrador municipal, Tom McDonald, por revitalizar la zona centro de la comunidad. La emisora de radio country de su primo Travis y la boutique de Raylene eran los negocios más nuevos de Main Street y dudaba que alguno de los dos quisiera contratar a alguien y que, en ese caso, ella estuviera capacitada para el trabajo. Pensar en su falta de aptitudes combinada con la falta de oportunidades resultaba desalentador y le hizo agarrar un pedazo de la tarta que había preparado esa mañana.

Por desgracia, ese era otro hábito que había adquirido: comer para aplacar su frustración. Aún tenía casi diez kilos de los embarazos, a pesar de que su hija más pequeña ya estaba en segundo curso.

—Bueno, no puedo pasarme el día aquí sentada comiendo tarta —se dijo apartando el plato con cara de asco. Tenía que hacer algo positivo, algo que la animara, algo que pudiera controlar, ya que era evidente que por el momento el destino de su matrimonio era algo que se escapaba a su control—. Debería estar haciendo ejercicio —dijo por mucho que la espantaba la idea. Nunca había entendido la fascinación de su hermano por sudar. Sin embargo, ¿cuántas veces le había sugerido que hacer ejercicio ayudaba a liberar estrés? ¿No era eso lo que necesitaba tanto como perder esos kilos de más? Tal vez, ya que se ponía, hasta se daría el capricho de un masaje y un tratamiento facial. Al menos así si al final abandonaba a Ernesto, estaría en plena forma y podría mirarlo por encima del hombro cuando se marchara.

Veinte minutos más tarde entraba en The Corner Spa. Estaba vacilando en la recepción cuando Maddie Maddox salió de su despacho y sonrió al verla.

—Eres la hermana de Elliott, ¿verdad? ¿Adelia?

Adelia asintió.

—¿Has venido a verlo? Creo que está con una clienta, pero se quedará libre en un minuto.

—La verdad es que quería apuntarme y ver si tenéis un entrenador personal además de mi hermano para que trabaje conmigo. Dejar que Elliott esté mandándome podría ser más de lo que puedo soportar.

Maddie se rio.

—Lo entiendo, y puedo atenderte con la matrícula. Jeff Matthews es nuestro otro entrenador, y estoy segura de que estaría encantado de incluirte en su agenda. ¿Qué te parece si te dejo los papeles que hay que rellenar y voy a buscarlo?

Dejó a Adelia con los formularios en un despacho que olía a lavanda y a otros aromas que parecían tener un efecto relajante en ella. No podía estar segura de si era eso, o el hecho de estar dando un paso positivo, lo que la estaba haciendo sentirse mejor.

Veinte minutos más tarde se había matriculado para seis meses, había quedado con Jeff a la mañana siguiente para su primera clase y se había reservado un masaje para después. Estaba saliendo de allí cuando Elliott la vio y se la quedó mirando asombrado.

—Ey, hermanita, ¿qué haces aquí?

—Me he apuntado —le dijo pensando que le haría ilusión que por fin hubiera dado ese paso que tanto tiempo llevaba recomendándole—. Y Jeff va a trabajar conmigo.

Elliott frunció el ceño.

—Si hubiera sabido que estabas interesada, te habría incluido en mi agenda gratis.

—No quería eso.

Él sonrió.

—¿Es que tu hermano pequeño te asusta?

—Tienes reputación de torturador, pero no ha sido por eso.

—¿Entonces por qué?

—Me daba miedo que te diera pena de mí y me dejaras salirme con la mía cuando no me apeteciera hacer algo. He pensado que si pago a Jeff, le escucharé. Necesito alguien que me lo ponga difícil.

—Bien pensado. Y Jeff sabe lo que se hace —la miró con preocupación—. ¿Te importaría decirme qué ha provocado esto? ¿Ernesto no te habrá dicho nada sobre tu peso, verdad?

—Últimamente, Ernesto no me dice nada —dijo antes de poder evitarlo y se estremeció al ver la inmediata expresión de enfado de Elliott. Alzó una mano antes de que él pudiera responder—. No me hagas caso. Tenía una mala mañana y he decidido que quería hacer algo positivo. Eso es todo.

—¿Tengo que...?

—¿Hablar con mi marido? —terminó interrumpiéndolo—. Rotundamente no.

—Pero si te está faltando al respeto...

—Los dos sabemos que lo está haciendo y que no va a cambiar. Solo tengo que pensar en lo que voy a hacer al respecto. Y ahora, por favor, vamos a dejar el tema, ¿vale?

—Solo digo que...

De nuevo, ella lo interrumpió, en esta ocasión dándole un beso en la mejilla.

—Entendido. Gracias por ofrecerte a ayudarme, pero voy a enfrentarme a esto sola.

Aunque a él no parecía hacerle mucha gracia, cedió.

Ella forzó una sonrisa.

—He oído que Karen, los niños y tú os fuisteis el domingo a pasar el día a la playa. Mamá estaba encantada, por raro que parezca. No se quejó ni una vez de que no fuerais a comer.

—Creo que entendía que lo necesitábamos. La próxima vez deberíais venir los niños y tú. Estar al aire libre bajo el sol fue único. Daisy y Mack se lo pasaron genial.

—Eso le ha contado a Selena.

—¿Selena no se habrá molestado, verdad?

—No. Es más, vino a casa encantada porque Daisy le dijo que la próxima vez podía ir con vosotros. Me ha hecho darme cuenta de que tengo que empezar a mirar por mis hijos. Creo que me preocupo mucho de ellos, pero con todo lo que ha estado pasando en casa... —se encogió de hombros—. Tiene que estar pasándoles factura, aunque por ahora la única que parece estar enterándose es Selena. Está furiosa y me preocupa lo que pueda hacer. Ya sabes lo rebelde que es. ¿Y si algún chico muestra interés por ella y comete alguna locura para llamar la atención?

La expresión de Elliott volvió a llenarse de preocupación. Como único hombre de los hermanos, consideraba su deber cuidar no solo de sus hermanas, sino también de sus hijos, tal como habría hecho su padre si siguiera vivo.

—¿Has hablado con ella del tema?

—No exactamente, pero le he dicho que no puede pensar en el sexo hasta que tenga, al menos, treinta —dijo sonriendo—. Sé que es ilusorio, pero a lo mejor si lo digo muy a menudo entenderá lo serio que es. Está claro que yo no lo entendí.

—¿Crees que te habrías casado con Ernesto aunque no te hubieras quedado embarazada?

Adelia pensó en la pregunta cuidadosamente.

—Es más que probable. Estaba loca por él. No tenía ni idea de que las cosas acabarían así.

Estaba claro que por entonces, Ernesto no había sido un infiel en serie o, si lo fue, lo había ocultado muy bien, aunque eso no era algo que Adelia quisiera compartir con su protector hermano. Probablemente, Elliott ya sabía todo lo que estaba pasando, aunque ella no iba a confirmárselo, porque entonces se vería obligado a hablar con Ernesto y nada bueno podía salir de eso.

—Nos vemos mañana —le dijo a su hermano—. Y puede que quieras advertir a Jeff de que en gimnasia soy un pato.

Él sonrió.

—¿Sabes una cosa? Dentro de un mes serás adicta.

—¡Y tú, querido hermano, eres un soñador!

Tendría suerte si no caía agotada después de la primera sesión y no volvía a aparecer por allí.

Karen estaba empezando a acostumbrarse a las visitas diarias de Raylene. Nunca duraban más de unos minutos, lo suficiente para una taza de café y una rápida conversación, pero por primera vez en su vida sentía que tenía una amiga de verdad. Y, lo mejor de todo, había descubierto que tenían mucho en común.

Las dos habían tenido relaciones problemáticas con sus madres. En el caso de Raylene, su madre se había marchado y, tal como ella entendía ahora, había dado muestras de la misma agorafobia que ella había sufrido y que la había tenido confinada en casa. La madre de Karen había sido alcohólica y se había negado a ver el devastador efecto que la bebida estaba teniendo en ella y en su hija.

Las dos vivieron en familias con hijos de matrimonios previos, aunque la situación no era la misma. Y las dos habían superado serios problemas psicológicos y habían luchado por llegar a tener vidas plenas y normales.

—Cuando echas la mirada atrás un año, ¿te puedes creer todos los cambios que ha habido en tu vida? —le preguntó Karen a Raylene mientras troceaba unas verduras para un estofado del menú del día.

Raylene se rio.

—¡Qué va! Cada vez que salgo por la puerta de casa y voy al pueblo, lo considero un milagro. Y además está Carter. Después del desastre de mi primer matrimonio, es como un príncipe de un cuento de hadas, amable, considerado y sensible —una pícara sonrisa cruzó sus labios—. ¡Y muy, muy, sexy!

Karen se rio.

—Yo también he encontrado uno de esos. No hay comparación entre mi primer marido y Elliott. Es bueno conmigo, es responsable y es genial con mis hijos.

Raylene la observó por encima del borde de la taza.

—¿Te importa que te haga una pregunta personal?

—Lo que quieras.

—¿Habéis vuelto a hablar del tema de la adopción?

—Hemos hablado del tema —dijo Karen, aunque fue consciente de cierta tirantez en su voz al hablar.

Y Raylene también la captó.

—¿Entonces sigue siendo un asunto delicado?

Karen asintió.

—La verdad es que he logrado evitarlo. No puedo decidirme.

Raylene la miró atónita.

—¿Por qué? Como ya te he dicho, creo que sería genial para los niños saber que Elliott los quiere tanto. Tal vez sería distinto si Ray... ¿se llama así?... estuviera cerca, pero no lo está. ¿Crees que podría aparecer? ¿O cree Helen que sería difícil hacerle renunciar a sus derechos como padre?

Karen se sonrojó de vergüenza.

—Ni siquiera he hablado con ella. Ray renunció a sus derechos cuando nos divorciamos, así que no sería un problema.

—Pues entonces, de verdad que no lo entiendo —dijo Raylene con la franqueza que Karen tanto apreciaba—. No, cuando dices que es un padrastro estupendo.

Karen intentó buscar una respuesta que tuviera sentido.

—Creo que tenías razón la última vez que hablamos de esto. Una parte de mí sigue esperando a que suceda lo peor.

—¿De verdad tienes miedo de que las cosas no funcionen con Elliott?

Karen asintió.

—Es una locura, ¿verdad? Cada día doy gracias por tenerlo, pero hay una parte diminuta de mí que sigue pensando que es demasiado bueno para ser verdad.

—No me encuentro en posición de dar consejos matrimoniales, pero creo que el matrimonio no es algo en lo que te puedas andar con medias tintas. Tienes que estar implicado al cien por cien. De lo contrario, esas diminutas dudas pueden crear una brecha que terminará causando una enorme fisura.

—Mi corazón lo entiende, y está al cien por cien con él. Pero es mi cabeza, no puedo sacarme algunas preguntas de ella. Una vez cometí un error terrible. ¿Y si lo he vuelto a hacer?

—¿Entonces estás buscando pruebas constantemente de que has cometido otro error?

Karen vaciló y después asintió.

—Es exactamente lo que hago —admitió.

Cada pequeño error que cometía Elliott, sobre todo en lo referente a la economía y al comportamiento machista, le desataba el pánico y se quedaba guardado en su memoria, almacenado para el futuro, cuando, junto a otros fallos, demostrara que una vez más había elegido al hombre equivocado.

—Sabes que eso no es sano, ¿verdad? —le preguntó Raylene claramente preocupada.

—Lo sé. Pero no sé cómo pararlo.

—Fuiste a la misma psicóloga que yo, ¿verdad? A lo mejor no estaría mal hablar de esto con ella.

La sugerencia descolocó a Karen por completo.

—Creía que ya lo había superado.

—Y probablemente lo hayas hecho —la reconfortó Raylene—. Al menos, la mayor parte del tiempo, pero la gente como nosotras, que ha pasado por experiencias traumáticas debería saber mejor que nadie el valor de saber pedir ayuda antes de que sea demasiado tarde —se levantó y le dio un abrazo—. Tengo que irme. Y, por favor, no tengas esa cara de pánico. Es solo una sugerencia. No estoy diciendo que estés loca, ni nada de eso.

Karen forzó una carcajada.

—Me alegra saberlo. Y te agradezco la sugerencia. No puedo ver las cosas con claridad, así que una opinión objetiva, sin duda, es bienvenida.

Pero cuando Raylene se marchó para abrir a tiempo su boutique, Karen se sentó en el taburete de la cocina y se preocupó pensando que, tal vez, no estaba tan bien como ella creía. ¿Y qué pensaría Elliott si le dijera que creía que debía ir al psicólogo para trabajar algunos de esos temas sin resolver que estaban impactando en su matrimonio? Aunque él jamás la había juzgado por su casi depresión en el pasado, ¿haría que se tambaleara su fe en la mujer con la que se había casado? ¿Estaba preparada para eso?

Con los retoques para terminar la reforma del gimnasio, Elliott solía ser el último en llegar a casa. Por suerte, Dana Sue había estado haciéndole el favor y le había dado turnos de día para que los niños no tuvieran que quedarse a dormir constantemente con la abuela. Y no es que le hubiera importado a su madre, pero eso habría ido acompañado de cada vez más charlas sobre lo mucho que trabajaban y la poca atención que estaban prestándole no solo a los niños, sino también a ellos mismos.

Cuando llegó casi a medianoche, le sorprendió encontrarse a Karen esperándolo con una taza de café, que más valía que fuera descafeinado.

—Hola —dijo dándole un beso en la frente—. ¿Por qué no estás ya en la cama?

—Quería esperarte levantada. Parece como si hiciera días que no hablamos más de un minuto.

—Porque ha sido así —le contestó con tono cansado y sirviéndose un vaso de zumo antes de sentarse con ella en la mesa—. ¿Va todo bien por aquí?

—Muy bien —le dijo, aunque parecía todo lo contrario.

—¿Entonces te has quedado levantada para ver si podías seducirme? —le preguntó esperanzado.

Ella sonrió.

—Aunque la idea es muy atractiva, en realidad estaba esperando que pudiéramos hablar.

—¿Sobre?

—Hablar simplemente —dijo con impaciencia—. Sobre lo que está pasando, sobre cómo estamos, cosas normales.

Elliott dejó el vaso sobre la mesa y se inclinó hacia delante. Le agarró las manos.

—¿Estás disgustada por algo? Porque tengo que decirte que tendrás que decírmelo claramente. Estoy demasiado cansado como para jugar a las adivinanzas.

Ella lo miró a los ojos con un brillo de furia.

—Ese es exactamente el problema. Que nunca tenemos tiempo para hablar.

—¿No es eso para lo que hemos estado organizando citas nocturnas? —dijo él intentando no entrar en una discusión, sobre todo cuando no sabía por qué estaban discutiendo ahora.

—¿Y cuándo fue la última vez que tuvimos una?

—No lo sé. ¿Hace una o dos semanas? Ya sabes que estos días han sido una locura con lo de la reforma. Y, además, acabamos de pasar un día entero en la playa con los niños.

Para su asombro, a ella se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Cariño, ¿qué pasa? —le preguntó consternado.

Karen se secó las mejillas mientras las lágrimas seguían cayendo.

—Estoy insoportable.

—No estás insoportable, pero está claro que estás molesta y no creo que sea por nuestras citas.

—No. Raylene y yo hemos estado hablando esta mañana y me ha dicho algo que me ha asustado.

Elliott estaba perdido.

—¿Qué?

—Que a lo mejor debería ir a ver a mi psicóloga —le lanzó una mirada llena de pánico—. ¿Crees que estoy perdiendo el norte?

—¿Perdiendo el norte? No. ¿Por qué te ha dicho Raylene algo así? Creía que erais amigas.

—Y lo somos, no ha sido ninguna acusación. Solo ha oído algunas cosas que he dicho y me ha dicho que tal vez necesite una visión externa y objetiva que pueda ayudarme a poner las cosas en perspectiva.

Elliott intentaba hacer encajar todas las piezas. Estaba claro que lo que fuera que Karen había dicho la tenía preocupadísima.

—¿Qué cosas?

Ella no respondió al momento. Es más, tuvo la precaución de evitar su mirada, aunque al final soltó un suspiro.

—Le he dicho que me asusta mucho que no podamos lograrlo.

Elliott se quedó impactado.

—¿Nosotros? ¿Crees que no vamos a lograrlo? ¿Por qué? Sí, claro, tenemos cosas en las que discrepamos, pero los dos estamos comprometidos con este matrimonio. Pase lo que pase, podremos con ello.

Le sonrió con los ojos llorosos.

—Pareces muy seguro.

—Es que estoy muy seguro. ¿Tú no?

—La mayor parte del tiempo, sí, pero entonces pasa algo y empiezo a cuestionarlo todo —lo miró a los ojos—. Sé que es una locura. Eres el mejor marido que pudiera esperar tener. Eres increíble con Daisy y Mack. Es casi como si fueras demasiado bueno para ser verdad, así que cuando discutimos me pregunto si algo tan bueno puede durar. Y entonces me pongo como loca y luego me pregunto cómo puedes soportarme, como ahora.

Elliott se levantó, la tomó en sus brazos y se sentó con ella encima. Besó sus mejillas empapadas.

—Vamos a lograrlo —le dijo mirándola a los ojos—. Tendremos altibajos como todas las parejas, pero los superaremos.

Ella suspiró y hundió la cabeza en su hombro.

Mientras él le acariciaba la espalda, dijo:

—Creía que Raylene estaba enamoradísima de Carter.

—Y lo está. Solo estaba intentando ser una buena amiga. Me ha dicho que tal vez mi terapeuta podría ayudarme a entender por qué no puedo confiar al cien por cien en lo que tenemos.

—Yo puedo responderte a eso —dijo Elliott sin vacilar—. Ese idiota de Ray hizo que fuera imposible que vieras que una relación puede ser lo que parece. Pero si quieres volver a la psicóloga para que te diga lo mismo, por mí vale. Hasta te acompañaré.

Ella lo miró sorprendida.

—¿Lo harías? He pensado que te pondrías como un energúmeno ante la idea.

—Estás pensando en mi padre, créeme —bromeó.

—Puede que sí.

Él le acarició la mejilla y vio que el miedo de sus ojos daba paso a otra cosa.

—Vamos, cariño, ¿es que todavía no sabes que haría lo que fuera por ti? —susurró.

Una suave sonrisa jugueteó en los labios de Karen.

—¿Eso incluye hacerme el amor esta noche?

Una amplia sonrisa se extendió por el rostro de Elliott.

—No tienes que pedírmelo dos veces.

Se levantó con ella en brazos, apagó la luz con el codo y salió de la cocina. Después de todo, ¿quién necesitaba dormir cuando tenía una mujer así en la cama?

E-Pack HQN Sherryl Woods 2

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