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1.1.3. LOS PROBLEMAS MÁS ACUCIANTES DE TIPO MEDIOAMBIENTAL GENERADOS POR EL DESARROLLO NO SOSTENIBLE

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Es evidente que el medioambiente resulta clave para avanzar en el desarrollo sostenible, por lo que, en este primer plano, vamos a pasar a describir los problemas más urgentes a los que objetivamente nos enfrentamos en relación al mismo, para, posteriormente, comprobar si existe un derecho al medio ambiente y qué rango tendría el mismo. La naturaleza jurídica de este derecho resulta importante para encontrar su solución. Tras este recorrido en general, analizaremos la situación de dicho derecho en España para finalizar por comprobar cómo está la situación de la fiscalidad medioambiental en la UE y España en el Horizonte Segundo. En el Tercer Horizonte haremos propuestas concretas que entendemos pueden contribuir a llevarnos por la senda correcta en torno a este problema.

Entre los problemas de tipo medioambiental que, como humanidad, hemos creado y ahora nos acechan, resultando demasiado serias sus repercusiones, cabe destacar, lamentablemente, entre otros, el crecimiento económico señalado en el apartado anterior, tal cual lo hemos conocido hasta el momento, ya que conlleva un impacto tremendo en el desarrollo sostenible; la energía, a la que estamos acostumbrados, dependiente de recursos fósiles, nos ahoga causando contaminación y millones de muertos anuales por enfermedades directamente derivadas de la misma; los plásticos que están dañando nuestra tierra y mares porque todavía resulta más caro y peor el plástico reciclado que el que no lo es; los cambios experimentados en las precipitaciones y el denominado estrés hídrico conllevan pobreza e inseguridad alimentaria con víctimas contadas por millones; los recursos agrícolas están en peligro por el cambio climático a la par que nuestra propia supervivencia como especie; la pandemia que nos acecha, muy probablemente de origen zoonótico, parece ser una advertencia de las consecuencias que conlleva obviar los problemas medioambientales ya creados.

Si bien nos preocupa la pandemia, por su impacto directo y terrible en nuestras vidas, debemos recordar que hay otros problemas con un impacto más indirecto, más localizado y discreto, pero igual de cruel o incluso más. Así, la escasez hídrica es un problema cada vez más imperioso en regiones como China, India, el norte de África y Oriente Medio; los océanos, con su acidificación, los vertidos de nitrógeno y plásticos y la sobreexplotación pesquera están llevando a muchas comunidades que dependían de la pesca a pequeña escala al hambre crónica22; el Ártico es ya un problema para todos nosotros y el hecho de que se derrita al nivel que lo está haciendo está provocando ya la existencia de personas que deben recibir asilo por emergencia climática en otras partes muy lejanas del planeta. Cada vez son más frecuentes estos desplazamientos forzosos derivados de la inestabilidad climática a medida que, junto al derretimiento de los polos, la intensidad y frecuencia de los riesgos naturales por el cambio climático se multiplica23. En España hace tiempo que han comenzado a sentirse fenómenos derivados de estos problemas como el aumento de la temperatura o una tendencia a la desertización de una parte muy importante del territorio.

Según GEMMENE existen, además, otros tipos de impactos del cambio climático que generan flujos migratorios significativos junto a la subida del nivel del mar24, como el hambre25 y la escasez de agua26. Así, los conflictos sociales y económicos derivados de los ecológicos son cada vez más frecuentes, de una magnitud creciente y resulta difícil que puedan ser solventados sin un consenso y enorme esfuerzo a nivel internacional.

El crecimiento económico, aunque lo veamos como algo deseable (y, en nuestra opinión, lo es), es un factor clave detrás del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la desestabilización de los océanos. Aunque el crecimiento económico ha proporcionado niveles de vida más altos y lo que denominamos el “Estado del bienestar” y haya contribuido a generar muchos empleos e ingresos tributarios cada vez más importantes, también ha tenido una cara oculta que hemos ignorado y que resulta menos amable a la par de peligrosa: el crecimiento económico que hemos experimentado, en la forma en que lo hemos experimentado, no ha resultado gratis, sino que ha sido a costa de la sobreexplotación de recursos naturales, degradando tierras y mares y contaminando nuestros entornos. Además, no ha sido un crecimiento equitativo, sino que ha favorecido la desigualdad, elemento que resulta ser la base para la falta de un desarrollo sostenible.

Este tipo de crecimiento económico experimentado tiene su impacto, cada vez más evidente, sobre nuestra salud. Cada vez son más numerosas las enfermedades de animales que acaban enfermando a los humanos. Y es que el crecimiento demográfico y los cambios en los usos del suelo ha llevado a humanos más cerca de las poblaciones silvestres de animales, aumentando la exposición humana a enfermedades infecciosas (SIDA, gripe aviar, dengue, ébola y parece que también el COVID-19 son enfermedades originariamente de animales o zoonóticas)27. En muchos casos, el salto de estos virus a los humanos ha resultado derivar de la degradación ambiental. El hecho de alterar los ecosistemas, especial-mente, con el crecimiento poblacional y los cambios en los usos del suelo, hace que el contacto entre animales y humanos sea cada vez mayor, derivando en efectos indeseables.

Según el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres: “La humanidad está en guerra con la naturaleza, y eso es algo suicida. La naturaleza siempre golpea de vuelta, y lo está haciendo cada vez con más fuerza y más furia”.

También se ha podido observar cómo un relativo parón forzoso de este crecimiento económico ha contribuido a descontaminar de forma importante nuestras ciudades y una cierta recuperación de especies en el mar, mejorando, a su vez, la salud de aquellas personas especialmente sensibles a la contaminación y enseñándonos que podemos funcionar de otra manera más sostenible, que todavía es posible crecer de otra manera.

Así, son demasiados los desafíos que nos presenta el planeta y no pueden ni ser ignorados ni intentar abordarse de forma unilateral. Su traducción económica no resulta nada fácil, pero sí lo resulta darse cuenta que la adecuación de las políticas fiscales a esta nueva realidad debe realizarse cuanto antes. La fiscalidad tiene que ser utilizada tanto con su función redistribuidora como con la finalidad extrafiscal de contribuir a la consecución de otro tipo de objetivos que han de ser protegidos, como los medioambientales. No hacerlo puede resultar en una factura, social, económica, sanitaria y medioambiental bastante más elevada incluso a medio plazo.

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