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1.6. LOS PROBLEMAS DE TIPO SOCIAL GENERADOS POR EL DESARROLLO NO SOSTENIBLE: LA DESIGUALDAD COMO PROBLEMA QUE AFECTA A LA FALTA DE SOSTENIBILIDAD

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Dentro de este primer plano de la realidad actual queremos destacar los problemas sociales generados por la falta de sostenibilidad del desarrollo. Lógicamente, no se pueden enumerar todos y cada uno de ellos, por lo que nos vamos a centrar en un problema concreto que tiene una importancia que entendemos fundamental: el problema de la desigualdad, ya que es otro ámbito en el que, sin duda, la política tributaria tiene mucho que aportar.

La desigualdad no es única ni afecta a un solo aspecto de la vida de las personas, sino que se puede hablar de varios tipos de desigualdad y que, sin embargo, suelen encontrarse interconectados, retroalimentándose los unos a los otros.

Entendemos que se da una desigualdad social, cuando una persona recibe un trato diferente como consecuencia de su posición social, su situación económica, la religión que profesa, su género, la cultura de la que proviene o sus preferencias sexuales, entre otros aspectos. La desigualdad social tiene una incidencia directa en la desigualdad educativa, que se aprecia en que las personas no tengan las mismas oportunidades para acceder a una formación. También existe la conocida desigualdad de género, producida cuando una persona no tiene acceso a las mismas oportunidades que una persona de otro sexo. Por ejemplo, existe una brecha salarial, que según el informe de EUROSTAT del año 2016, en Europa, del 16,7%. Sin embargo, todas ellas están relacionadas con la desigualdad económica o distribución de la riqueza entre las personas. Las diferencias de ingresos entre las personas más ricas y las más pobres supone un problema de acceso a bienes y servicios para las personas con menos recursos.

STIGLITZ califica la situación de la sociedad actual como una “sociedad en desequilibrio”50. En su brillante obra El precio de la desigualdad nos habla, de forma clarificadora, de las nefastas consecuencias de la misma. A modo de ejemplo de lo señalado por el Nóbel: altos índices de criminalidad, problemas sanitarios, menores niveles de educación, de cohesión social, de esperanza de vida y de un desarrollo que pueda ser calificado como sostenible.

El problema de fondo es que los mercados por sí solos no son ni eficientes ni estables y tienden a acumular la riqueza en manos de unos pocos más que a promover la competencia. A ello tenemos que añadir políticas partidistas desde un punto de vista tributario ya que, en la práctica, nuestros sistemas tributarios distan mucho de ser los ideales. En vez de poder ser calificados como justos inspirados en los principios de igualdad y progresividad son propensos a acentuar, en la práctica, la desigualdad, por políticas de competencia entre las diferentes jurisdicciones que intentan atraer para sí con condiciones ventajosas a aquellos que concentran la riqueza, ya sean personas físicas o jurídicas. La democracia y el imperio de la ley se ven a su vez debilitados por la cada vez mayor concentración del poder en manos de los más privilegiados. Y es que la desigualdad, del tipo que sea, supone graves consecuencias y la principal, es la pobreza, que dependiendo del entorno origina desnutrición o hambre.

Nos recuerda SACHS que en torno a 8.000 millones de personas vivimos en un mundo que resulta ser inmensamente rico y extremadamente pobre: “miles de millones de personas disfrutan de una longevidad y una salud inimaginables para generaciones previas, y al mismo tiempo al menos mil millones de personas viven en una pobreza tan abyecta que deben luchar diariamente por la supervivencia. Los más pobres entre los pobres se enfrentan cada día a la muerte por insuficiencias alimentarias, falta de asistencia médica, deficiencias de vivienda y falta de acceso al agua y al saneamiento”51. Esta desigualdad y los problemas medioambientales están creciendo a la par del crecimiento económico con el modelo actual, tanto a nivel interno como externo. El estudio para el Fondo Monetario Internacional realizado por BERG y OSTRY (2011) ya demostraba que el crecimiento es siempre más corto cuando existen desigualdades52. Por su parte, DOYLE y STIGLITZ se reafirman en ese mismo sentido53.

Pero ¿qué es la desigualdad? Ya en 1754 la Academia de Dijon se planteó las dos preguntas y estableció un premio para quien supiera dar respuestas coherentes a las mismas. Fue ROUSSEAU quien se hizo mere-cedor de este premio con su obra Sobre el origen de la desigualdad entre los hombres. En la misma, el filósofo entiende que la respuesta a la pregunta de si la desigualdad es natural debe ser negativa. El filósofo entiende que la desigualdad no deriva ni de la voluntad divina ni de la desigualdad natural entre los hombres. El autor francés cree que la desigualdad nace de la propiedad privada y de los abusos de aquellos que se apropian para sí de la riqueza del mundo y de los beneficios privados que derivan de esa apropiación. Cabe señalar que la desigualdad comienza a crecer a un ritmo vertiginoso precisamente a partir de la época en que ROUSSEAU escribe su obra, muy probablemente debido al proceso de industrialización, ya que comienza a acentuarse las diferencias importantes en los niveles de ingreso, cuya relación, a nivel de ingreso medio entre los países “pobres” y los países “ricos” llegaba a principios del siglo XX a una proporción de 1 a 4, pasando a principios de este siglo a una proporción de 1 a 30, según datos de MORENO54. Pero la distribución de la riqueza es aún más desigual porque llega mucho más lejos que la distribución de los ingresos. A nivel de desigualdad externa, el 90% de la riqueza neta mundial está concentrado en Estados Unidos, Europa, Japón y Australia.

La Comisión de Expertos de Naciones Unidas sobre las reformas del sistema monetario y financiero internacional y el Fondo Monetario han advertido que la desigualdad conduce a inestabilidad económica. Además, el problema es que la desigualdad no deja de crecer, a pesar de que su reducción se torna clave para conseguir un desarrollo que pueda ser calificado como “sostenible”55. De hecho, el primer Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030 es precisamente la reducción de la pobreza extrema. En torno a la desigualdad, existen los ODS de reducción de la misma tanto a nivel interno como externo.

A nivel interno, llama la atención que, el hecho de que exista un fuerte crecimiento económico, tal cual lo conocemos hasta el momento, pueda incidir en mayores niveles de desigualdad. Si la función redistribuidora de los tributos funcionara perfectamente, si los principios teóricos sobre los que se asientan los sistemas tributarios actuales coincidieran con la práctica, no parece que el resultado debiera ser el constatado. La función redistribuidora de la fiscalidad idealmente debería haber amortiguado de forma importante esta desigualdad. Entendemos que muy especialmente no se entiende que si aquellos que se encuentran en un extremo de la tabla son sometidos a tributos tan altos, cuál es el motivo para que ello no tenga un impacto importante en la desigualdad. El sistema no parece ser efectivo ni para aquellos que se ven sometidos a una fortísima tributación en tributos como el IRPF ni para aquellos que son víctimas de la pobreza.

Hay que tener en cuenta, además, siguiendo los datos recopilados por el economista BREWER, que la desigualdad económica se encuentra en los niveles históricamente más altos de los últimos 50 años a la par de los de la desigualdad en la renta de los países desarrollados. Se puede afirmar que, incluso en medio de la abundancia, en medio del crecimiento económico que experimentamos hasta el momento, siempre subsiste la pobreza. La desigualdad ha llegado a un extremo en que puede resultar ineficiente para el crecimiento. En el Reino Unido, el alza en la desigualdad en la renta de los últimos 30 años, a partir de la década de los 80, es una de los más elevadas de los países desarrollados56.

Los EE.UU. también cuentan con unos niveles de desigualdad cada vez más altos. Si tras la Segunda Guerra Mundial el crecimiento era media-namente uniforme y este país se consideraba como “la Tierra de las Oportunidades”, según STIGLITZ el modo del crecimiento actual ha cambiado y “los estadounidenses se encuentran peor (con menos ingresos reales ajustados por la inflación que una década y media atrás)”. Sus críticas al sistema vienen avaladas por el índice Gini del país. Por su parte, el profesor LEVINE también destaca lo mismo a partir de la década de los 60 tomando como ejemplo el agravamiento de la desigualdad en la ciudad de Baltimore, a la que califica como “ciudad del tercer mundo”57.

En lo relativo a la desigualdad, desde un punto de vista externo, los países en vías de desarrollo son aquellos más fuertemente perjudicados tanto por la desigualdad como por las consecuencias devastadoras de la falta de sostenibilidad de este crecimiento económico.

El derecho tributario también puede y debe resultar una pieza clave para contribuir a resolver este problema, ya que la finalidad redistribuidora del mismo lo convierte en un instrumento que pudiera reputarse como determinante para resolver la desigualdad y, por tanto, contribuir a la sostenibilidad del planeta. No en vano el principio de igualdad es un principio tributario clave y, supuestamente, guía los diferentes sistemas tributarios de los países que nos rodean. Sin embargo, existe un problema muy importante de fondo en cuanto a la desigualdad externa: aunque la teoría de la función redistribuidora de los tributos, junto al principio de igualdad, implicaría un teórico apoyo a las personas con unos recursos más bajos, el criterio de la soberanía tributaria, en la actualidad, cierra esta puerta, ya que, en gran medida, esas personas residen en países más desfavorecidos. Ello nos obligaría a adoptar posturas más eficaces desde el punto de vista tributario, distantes de las que hemos utilizado hasta el momento.

Además, la soberanía tributaria, tal cual la entendemos derivada de la Paz de Westfalia, no sólo implica que estos principios guía sólo se proyecten hacia el interior de cada sistema tributario, sino que, además, hace que los criterios elegidos como puntos de conexión en materia de derecho internacional tributario sean partidistas, intentando beneficiar a aquellos países que son los que mayor poder pueden ejercer en el ámbito internacional. Ello se puede apreciar a lo largo de los diferentes criterios consensuados en torno a la tributación de los últimos tiempos. El cambio en estos modelos se vuelve inevitable.

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